domingo, 22 de marzo de 2020

LA SENSACIÓN DE CONTROL


Una de las acepciones de la R.A.E. define la palabra control como dominio, mando o preponderancia. Hoy quiero compartir con vosotros mis reflexiones sobre la sensación de control, que posiblemente sea una de las principales ilusiones que gobiernan nuestras vidas.

Desde muy pequeños mantenemos una relación muy estrecha con el control. Nada más nacer, controlamos a nuestra madre incluso de forma inconsciente simplemente con nuestro llanto. Nuestras lágrimas bastan para controlar su atención, en un acto de mera supervivencia.

Vamos creciendo y comenzamos a controlar nuestras cuerdas vocales para emitir sonidos (y para captar también la atención de cualquier forma de vida humana a nuestro alrededor), nuestra musculatura para mantenernos en pie y dar nuestros primeros pasos, y poco después nuestros esfínteres para poder dejar de depender de los pañales. Y así, poco a poco, casi sin darnos cuenta, nos pensamos que tenemos el control.
Tanto es así que incluso tenemos varias profesiones y negocios que hacen del control su razón de ser, como el controlador aéreo, el controller, las empresas de control de calidad, de control de plagas…todo sea por el control.

Parafraseando al gran Manolo Santander, maestro chirigotero de Cádiz para el que no lo conozca, “un día te piensas que eres un ser invencible, un día tú piensas que eres un ser inmortal, que lo que les ocurre a los otros en ti es imposible hasta que en tu vida se cuela esa enfermedad”. Este pasodoble con tintes autobiográficos, dedicado al cáncer, es aplicable hoy al conjunto de la humanidad y la irrupción del COVID 19. Es increíble (como diría Bisbal) que un virus de un tamaño tan pequeñito que es imposible de observar por el  ojo humano haya puesto en jaque a la poderosa raza humana, en teoría dueña del control. Hasta los más potentes países, las empresas más ricas, los futbolistas más idolatrados, todos hemos caído doblegados a sus pies.

En uno de los primeros libros de autoayuda que leí siendo un adolescente, “La actitud mental positiva” de Napoleon Hill y W. Clement Stone figuraba una frase que se me quedó grabada a fuego en lo más  profundo de mi ser: “toda adversidad lleva en su interior la semilla de un beneficio equivalente o mayor”. O como dice nuestro refranero, el “no hay mal que por bien no venga” que mi compadre de joven acuñó como mantra cada vez que los fines de semana regresábamos a casa con el casillero de conquistas a cero… Creo firmemente que esta adversidad nos hará más fuertes.

De entre las cosas positivas que me ha “regalado” el temido bichito, me quedo con la posibilidad de valorar lo realmente importante, de priorizar. Creemos necesitar muchas cosas pero nos acabamos de dar cuenta que se confirma la gran frase de mi amigo Andrés Olivares cuando dice que la felicidad no es más que la ausencia de deseo. En situaciones críticas nuestras necesidades se reducen a las básicas y el nivel de nuestros deseos se reduce al mismo nivel.  A modo de anécdota ha aprendido a lavarme las manos correctamente, con conciencia y aplicando mindfulness pleno a una actividad tan cotidiana. También he aprendido a disfrutar de los que duermen bajo mi mismo techo, a disfrutar del hogar. He vuelto incluso a invertir tiempo en juegos de mesa con los míos, una de mis actividades no favoritas… Una de las cosas que más me ha llamado poderosamente la atención es el  feedback en comunicación no verbal que he recibido con todas las videoconferencias que he tenido que realizar. Aunque en mis fotos en las carreras aparezco casi siempre sonriendo, en estas conversaciones profesionales en las que ahora he tenido oportunidad de observarme en directo estoy demasiado serio, como si estuviese enfadado, algo que me tengo que trabajar y mejorar desde ya. Si no hubiese sido por el corona posiblemente no me hubiese enterado…

Una vez leí una curiosa relación entre la felicidad y lo que echamos de menos cuando lo perdemos. Oculta su vieja mochila a cualquier viajero, y por muy poco valor que tenga, la felicidad lo inundará cuando pueda recuperarla. No valoramos lo que tenemos hasta que no comenzamos a echarlo en falta. ¿Cuántos abrazos, cuántos besos, cuántas gracias hemos dejado escapar porque podíamos decidir en cualquier momento llevarlos a cabo? Hoy nos emocionamos pensando en el momento en que volvamos a besar a nuestros padres, a abrazar a nuestros amigos, posiblemente porque añoremos todas esas oportunidades perdidas.  

En mi caso particular, mis hijos me han vuelto a dar otra lección de vida y a demostrarme que aunque albergaba serias dudas sobre su gestión del confinamiento, la generación que nos dará el relevo nos va a superar en muchas cosas. La tan denostada tecnología, las malditas redes sociales y las endemoniadas consolas se han convertido en un aliado perfecto para el desarrollo de la dimensión social del ser humano. Comparando con las mías el número de interacciones diarias que ellos han mantenido con familiares, amigos y compañeros de clase he resultado derrotado por una amplia goleada. Pensaba que los dos adolescentes en casa iban a tener serios problemas permaneciendo encerrados pero nada más lejos de la realidad. Los acordes de la guitarra de Pablo han sido la banda sonora del hogar de estos días, mezclados con la música que ha acompañado a Daniela en sus bailes, la mayoría de ellos compartidos con sus amigos gracias a la revolución digital que dudábamos a veces de que fuese realidad.   
          
Y cuando la pandemia pase, que pasará, volveremos a recuperar esa falsa ilusión de control que lo inunda todo. Hasta que un buen día, una señora vestida de negro y guadaña en mano se acerque a nosotros con el cartel de “GAME OVER” colgando de su cuello. Puede que a partir de ese momento recuperemos el control verdadero.

Mientras estamos en esa incierta tormenta, no puedo dejar de reproducir la frase de Haruki Murakami que mi compañera Alicia me regaló hace unos días y que ya tengo impresa y repartida por lugares estratégicos como doping extra de motivación en los momentos de “bajona”.

“…Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. ¡No! Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí quedará clara. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella. Y ahí estriba el significado de la tormenta de arena.”

Quiero aclarar que en absoluto esta publicación pretende difundir un mensaje de desesperanza ante nuestra falta de control. Hay una cosa sobre la que tenemos el control  total, y además creo que es de las más importantes: nuestra actitud. Con ella podemos decidir como reaccionamos, con independencia de lo que esté pasando. Sólo pretendo que tengamos claro donde tenemos que enfocar nuestros esfuerzos, sin crearnos falsas expectativas, aunque sin perder el optimismo y la ilusión que nos sacará de esta situación.

Viene a mi memoria la llamada plegaria de la Serenidad, una oración atribuida (al menos por Wikipedia) al teólogo, filósofo y escritor estadounidense de origen alemán Reinhold Niebuhr y cuya versión más conocida dice así:

“Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar,
fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar
                                                       y sabiduría para entender la diferencia”          

En estos momentos, además de nuestra actitud, hay algo muy importante sobre lo que podemos actuar, cambiar y controlar: nuestra decisión de quedarnos en casa.

 Gracias como siempre por vuestro tiempo y nos vemos el mes que viene. Ahora más que nunca #ShowMustGoOn Y mientras esto dure, #QuédateEnCasa por favor. Dejaremos atrás la tormenta.