jueves, 24 de diciembre de 2020

CIAO 2020 (POR DECIRLO DE FORMA EDUCADA...)


Llegó el momento de la publicación del mes de Diciembre, un mes en el que no tengo que complicarme mucho para encontrar tema sobre el que escribir. Es el momento de echar la vista atrás para dar un vistazo a los últimos doce meses y dar las gracias por estar aquí, por todo lo logrado.

Es obvio que este 2020 ha sido muy especial, por llamarlo de alguna forma. A pesar de lo duro y trágico que ha sido para mucha gente mi publicación sigue una línea de agradecimiento hacia el pasado y de esperanza hacia el futuro. Agradecimiento porque hoy estoy aquí gracias a todo lo que he vivido en estos últimos doce meses, con lo bueno y con lo malo. No puedo dejar de acordarme de “El algoritmo de la felicidad” de Mo Gawdat, uno de los libros cuya lectura más ha impactado en mí vida. Mo descubre que la felicidad reside en el control de la forma en que comparamos los acontecimientos de nuestra vida con nuestras expectativas. No es lo que nos pasa, es el control que tenemos sobre la comparativa que hacemos de nuestra interpretación de lo que nos pasa y lo que esperábamos que pasase. Y el descubrimiento llega tras perder a su hijo de 21 años, su verdadero Maestro y propósito de vida, tras una serie de fatales coincidencias en una aparentemente inofensiva operación de apendicitis.  Para seguir adelante, su hijo parecía enviarle un repetitivo mensaje desde el más allá: “Papá, ya he muerto. No hay nada que puedas hacer para cambiar eso, así que haz lo mejor”. Este mensaje es el que me inspirado el hilo conductor de esta publicación. No podemos hacer nada para cambiar lo que ya ha pasado, así que no nos queda otra que hacer lo mejor.  Eso es lo que intentaré hacer con esta publicación, quedarme con lo mejor de lo que he vivido este 2020 y aprovecharlo para hacer lo mejor para el 2021.

Comencemos con la crónica que también quiere contener mi modesto homenaje y dedicatoria para todos los que han sufrido una pérdida en este  singular 2020. Intentaré que no aparezca ni una queja, ni un reproche y que todos sean recuerdos positivos y valiosas lecciones para el futuro.

Comenzó el año con unas Navidades “normales” sin “nada” destacable. Entrar y salir sin restricciones, felicitar las fiestas con besos y abrazos, compartir mesa y mantel (incluso platos) con familiares y amigos. La noche de Reyes llegó con la ilusión de todos los años. Este año, a pesar de que el anterior lo había pasado en grande participando en la Cabalgata como beduino, decidí descansar. Para 2021, pensé. Primer error gordo del año y primera lección. Nunca sabes si habrá un mañana. Así que abraza, besa, canta, baila y sal de beduino desde el mismo momento en que puedas, sin esperar al mañana. Si tengo la oportunidad para 2022 espero no desaprovecharla.

Como los años “normales” la actividad lúdico-festiva es un no parar, de las últimas celebraciones navideñas dimos el salto a los carnavales casi sin respirar. Este año Pablo disfrutó más que nunca (él sí que sabe) e hizo doblete en la final del Gran Teatro Falla con dos terceros puestos en sus chirigotas infantil y juvenil. Visitas inolvidables a la Tacita de  Plata en varias ocasiones, incluso para la recogida de los correspondientes trofeos.  Una cabalgata genial en Dos Hermanas en vísperas de la Maratón de Sevilla, donde volveríamos a disfrutar de lo lindo acompañando a nuestro capitán Cristian. Ese día unas décimas de fiebre en plena carrera estuvieron a punto de arruinarme la experiencia (quien me iba a decir a mí lo importante que sería la temperatura en el resto del año) Puede que haya sido la maratón donde más haya sufrido, pero también de lejos una en las que más he aprendido. Y es que como he comentado en innumerables ocasiones la maratón con carros es uno de los deportes de equipo más increíbles que existen. A partir del kilómetro 35 comencé a sentir unos escalofríos que me hicieron pensar incluso en la retirada. Siempre he hecho deporte para disfrutar, intentando alejarme en todo lo posible del sufrimiento. A pesar de que lo pasé realmente mal, mis compañeros, amigos y capitanes (sobre todos estos últimos) me volvieron a enseñar la importancia de ayudar, pero sobre todo de pedir ayuda cuando la necesitas (algo que reconozco que no se me da especialmente bien, aunque estoy en ello…)

La maratón me llevó al cumpleaños de Pablo, el  famoso 13 de Marzo en que todo comenzaba a tambalearse. Recuerdo perfectamente como me extrañó su llamada poco antes de las doce de la noche para que pasase a recogerlo de la casa del amigo donde estaba celebrando su cumple, porque la mayoría de sus amigos se estaban marchando ya ante la amenaza de que el país se confinase al día siguiente.  Y llegó el confinamiento, donde otra vez tuve la oportunidad de comprobar lo afortunado que soy. Trabajar en Juvasa me permitió no parar de trabajar ni un solo día, con todo lo que ello significa y no sólo a nivel económico.  Me permitió también comprobar el compromiso y la empatía de mis compañeros,  especialmente de aquellos que tuvieron que sacrificar temporalmente sus puestos de trabajo para garantizar la supervivencia de la empresa. De aquellos días guardo el poema sobre la tormenta escrito por Haruki Murakami, que mi amiga Alicia me regaló justo antes de marcharse temporalmente a casa. Cuando salgamos de esta tormenta, no seremos las mismas personas que entramos en ella. De eso trata la tormenta.

Y hablando de celebraciones, llegó también el cumpleaños de Daniela, y nuestro aniversario de bodas, y lo celebramos los cuatro en casa. Fueron momentos de estar más unidos que nunca, de almorzar  y cenar juntos temprano y todos los días, algo que personalmente me encanta. Aprendí también una lección magistral por parte de mis hijos, la de la aceptación. Desde el primer momento entendieron con una claridad meridiana  de lo que iba la tormenta, y que tocaba quedarse en casa sin más. Para dos adolescentes, sobre todo para Pablo (que lleva mis genes callejeros entre otros grabados a fuego en su ADN) no es  nada fácil enclaustrarte en casa  y aislarte del  exterior. No le quedaba otra, pero lo podían haber hecho con lamentos, enfados y discusiones y sin embargo lo hicieron con un talante encomiable. También me enseñaron la lección de la amistad, de la cercanía. Utilizaron todos los medios que tenían a su alcance para estar  más cerca que nunca de los suyos, aunque paradójicamente estuviesen lejos.  La habitación de Pablo se me llenó de gaditanos y de música de carnaval, como era de esperar.

Pero en todos los hogares no iba todo tan bien como en casa.  Las pérdidas (de trabajo, de seres queridos, y sobre todo de ilusiones) iban haciendo mella en la moral de las familias. Así que decidí grabar algunos vídeos tirando de poca vergüenza y pisoteando literalmente mi sentido del ridículo para difundirlos e intentar arrancar alguna sonrisa. Así nacieron el “I Cholejaman” (un auténtico Ironman en el patio de mi casa), el “I want to break free” de Queen, o el “Resistiré” del Dúo Dinámico y el “Pero a tu lado” de los Secretos, donde conté con la colaboración de gran cantidad de artistas de gran calidad. Y aquí apliqué una de las normas no escritas que enmarcan mis retos deportivo-solidarios. Con que una sola persona se hubiese sentido beneficiada por alguno de mis vídeos el objetivo estaba cumplido.  Y aunque puede que alguna gente no lo entendiese, los comentarios positivos de los que se rieron con los vídeos olvidándose por unos momentos de la tormenta inclinaron claramente la balanza hacia  mi favor. Al final de la publicación dejo los enlaces de los vídeos, para nos nostálgicos o para los que no tuvieron la oportunidad de verlos en su día.

El confinamiento fue pasando. Durante todo este tiempo mi entrenamiento deportivo se limitó al rodillo y a fortalecer la zona de los abdominales que no es poco. En este largo periodo fui el único miembro del hogar que salía de casa a trabajar, a comprar, a echar gasolina al coche (poca porque prácticamente no se movía de casa más que una vez a la semana para ir a comprar). Llevé un ramo de flores a mi madre el día de su cumpleaños, y aunque no pude abrazarla ni besarla, la sentí muy cerca. La fatídica curva se iba doblegando, lo que permitió llegar al fin del confinamiento. Recuerdo el día en que se abrió la oportunidad de hacer deporte y decidí no salir a correr, previendo la explosión de deportistas en la calle y como una forma de demostrarme a mí mismo el control sobre mi adicción al deporte (falso, reconozco que sigo siendo un auténtico  “enganchao”). Al día siguiente salí con Pablo a pasear, y disfruté de esa concurrida caminata al mismo nivel que puedo hacerla en una de esas pruebas de ultradistancia que me hacen enloquecer.

Llegó el verano, y con ello mi cumpleaños, en el que pasaba de década y volvía a colocar un cero en la tarta. Medio siglo de vida, que es algo para agradecer. No hubo la celebración multitudinaria que esperaba, pero al menos dio para reunirnos los más allegados en la casa de mi cuñado y echar un rato de los inolvidables. Para no olvidarse, vídeo de recuerdo, por supuesto, donde volví a dejar patente mi sentido del ridículo (más bien la ausencia de él). Poco después, decidimos volver a Isla Canela a pasar las vacaciones, aunque las circunstancias no fuesen las de otros años. Restringimos el círculo de “allegados” y disfrutamos de una playa más tranquila que ningún otro año, y con el agua sorprendentemente templada. Tanto que sólo utilicé el neopreno el día en el que madrugué para ver el amanecer desde dentro del agua, como marca la tradición.

Justo antes de marcharme de vacaciones participé en el programa “Search Inside Yourself”, la formación que nació en Google para difundirse posteriormente al resto del mundo. Este curso me permitió ordenar toda la información que durante años había acumulado sobre inteligencia emocional y mindfulness, y entre otras cosas, me ha dado la oportunidad de recuperar el hábito de la meditación, una rutina que hacía años que no practicaba.

Este año también ha resultado muy especial para mi labor de monitor en San Telmo. La pandemia supuso un parón de poco más de tres meses en el programa, y la clausura inicialmente prevista para Julio se trasladó a Noviembre, con lo que sólo hubo un par de semanas entre el cierre de un programa y el inicio del siguiente. En la práctica, dos veces de chaqueta y corbata dentro del mismo mes, lo que casi provoca las sospechas de María. Las difíciles circunstancias supusieron una conexión especial con el equipo.

En cuanto a los eventos deportivos, desde la maratón un año casi en blanco, al menos en lo  que a competiciones oficiales y tradicionales se refiere. Mi gran reto deportivo del año, el Northwest Triman que debería haberse celebrado en Galicia a mediados de año se aplazó a 2021, y con ello mi oportunidad de seguir difundiendo el mensaje de la donación de órganos a través de la Fundación Donando Vidas. Las competiciones virtuales fueron apareciendo para sustituir a las oficiales. El circuito 5K de Dos Hermanas (cinco carreras de cinco kilómetros en una mañana que me volvieron a provocar unas décimas de fiebre), el Cross solidario de Nuestra Señora del Carmen en San Juan de Aznalfarache y la Nocturna de Sevilla (con el acompañamiento de todas mis hermanas) fueron las tres pruebas en las que nos volvimos a sentir impulsores junto a nuestro gran Capitán Cristian González.

El Puente de la Inmaculada nos trajo otra vez la Ultramaratón de la Vida, ese evento (sería injusto llamarla carrera) que anualmente colapsa Sanlúcar como difusión del mensaje de la donación de órganos. Las limitaciones de movilidad  entre municipios descartaban la posibilidad de acudir a Sanlúcar, así que hubo que encontrar una alternativa original. El espíritu era el mismo, esta vez completado con las palabras soledad, responsabilidad y solidaridad. Cincuenta kilómetros sin salir de Dos Hermanas, en una experiencia única. Como no podía ser de otra forma, vídeo al final.

Como habréis podido comprobar, un año bastante intenso y lleno de experiencias, a pesar de que posiblemente haya resultado el “peor” año de la historia de la Humanidad de los últimos tiempos. Por eso hablaba al principio que era una publicación con un claro sentido de agradecimiento. Dar gracias por todo lo bueno que me ha llevado hasta aquí, que será el punto de partida para ir a por el mejor 2021 de mi vida.

Gracias por vuestro tiempo como siempre y nos vemos en 2021.

 

Enlaces a vídeos:

“I Cholejaman” #QuédateEnCasa https://youtu.be/OGCF8VC5NsE

“I want to break free” https://youtu.be/2Ovqixp8L6I

“Resistiré” https://youtu.be/z1xAXB6bxsw

“Pero a tu lado” https://youtu.be/RflhBJATAUE

“Pasodoble cumple 50 años” https://youtu.be/gyfQotOLoTg

“Vídeo UMVD 2020” https://youtu.be/IxcKfKC6lYU




domingo, 6 de diciembre de 2020

CRÓNICA UTMV 2020

La vida pasa muy rápido. Parece que fue ayer cuando en la línea de meta de la UMDV 2019 comentábamos lo especial que había resultado esa edición. La suspensión de la Ultraworld sólo unos meses antes, los problemas generados en la prueba de MTB del día anterior y la accidentada salida de la nocturna de la víspera hacían pensar incluso en la posibilidad de cambiar de ubicación en el futuro si el  tema se llegaba a complicar. Me acuerdo de bromear con Loli, previniéndola acerca de la que se le podía venir encima con un Eduardo pensando en organizar el quinto aniversario de la carrera. Como cantaba Sabina, el destino se empeñó en gastarnos una broma macabra y puso todo de su parte para que la edición de 2020 no se llevase a cabo. Pero lo que no se imaginaba el destino es que por muy dañino y maligno que fuese el bicho que pondría el mundo boca abajo la Ultramaratón de la Vida es mucho más fuerte que todo eso. Parafraseando a los geniales “Carapapas” con sus “Muñecos de Cádiz”: “…aquel pobre chamán, o aprendiz de hechicero, no contaba con la fuerza y el poder de la magia de un equipo tan puntero, y aunque no sea el remedio a nuestros males, organizamos la carrera, mascarilla “pa” la boca y nos ponemos los dorsales…”

Y después de este guiño carnavalero a mi amigo Kiko, vayamos con la crónica de esta UMVD 2020. Y hablando de Kiko, esto no va a ser una crónica echando de menos todo lo que nos ha faltado en la edición de este año, como su berza y sus filetes a la plancha, como ese abrazo “apretao” a tantos amigos y compañeros nada más llegar a Sanlúcar, como poder ayudar a montar ese arco de meta, como agradecer una y mil veces a esos voluntarios que hacen que todo esté perfectamente organizado, como ver nevar justo antes de salir en la nocturna, como recorrer esas calles de Sanlúcar transportándome de nuevo a mi niñez, como dormir en esa ciudad donde tan buenos momentos pasé (y sigo pasando, y espero seguir haciéndolo), como madrugar y llegar a la línea de salida de los primeros, como hacerme esa foto frente a Bigote para recordarle a mi madre que tenemos un almuerzo pendiente, como embarcar en la barcaza por el Guadalquivir sin saber mi destino, como abrazarme con mis compañeros justo antes de que suene el pistoletazo de salida, como disfrutar de esos cincuenta kilómetros con sus correspondientes mensajes motivadores, como contar esos chistes y arrancar una sonrisa a mis compañeros Juanlu, Jesús y Javi, como llegar a esos avituallamientos donde las sonrisas de los voluntarios te alimentan incluso más que los manjares y bebidas que te encuentras en las mesas, como emocionarte al embocar la calle Ancha en dirección a la meta, como restregarte los ojos para limpiar las lágrimas que asoman a tus ojos mientras chocas las manos con los niños que te vitorean en la recta de llegada, como sentir el abrazo de Eduardo te reinicia totalmente y te da energía para correr otros cincuenta kilómetros más, como buscar el objetivo de mi hermano Escobedo para tener una inolvidable imagen de recuerdo de este momento, como mantener esas conversaciones tan animadas, como despedirte para empezar a contar los días hasta que llegue la próxima edición… No, mi crónica no va sobre eso. No voy a escribir sobre todas esas cosas, porque aunque las he echado de menos, y mucho además, de poco iba a servir.

Voy a escribir sobre lo que he vivido, que ha sido mucho en esta particular edición de la Ultra Maratón de la Vida. Con la verdadera esencia de la UMDV2020 grabada en mi corazón (soledad, solidaridad y responsabilidad) me lancé por los 50 kilómetros por carreteras y caminos de mi Dos Hermanas natal, municipio actual de residencia para más señas. Como me gusta decir, lo importante no era lo que iba a hacer, ni cómo lo iba a hacer sino el por qué. Además de poner mi granito de arena en la colaboración con el banco de alimentos, se trataba de seguir difundiendo el mensaje sobre la donación de órganos y hacerlo de la mejor forma que sé. Por si fuese poco, mis kilómetros también se iban a sumar a la causa solidaria de mi amigo Juan Luis Muñoz Escassi, que este año ha dedicado su reto #Pichón2020 a los espectaculares chavales sordociegos de Apascide. Me levanto muy temprano, para dar el paseo matinal a Kira antes de salir y tomar un desayuno fuerte que me dé la gasolina suficiente para la carrera.  Me coloco mi indumentaria (después volveré sobre ella) y a las 7:15 salgo de la puerta de mi casa dispuesto a recorrer mis 50 kms. María baja a despedirme con un beso, y me sorprende gratamente cuando me dice que la avise si me siento mal y tiene que venir a recogerme. Antes de salir, me despide con el mejor piropo que me pueden decir: “Estás loco”. Lo de “grande” no me lo creo, y lo de guapo no te digo, pero lo de estar loco es algo sólo al alcance de muy pocos. Ojalá un día mis hijos estén orgullosos de las locuras de su padre, tanto que se decidan a vivir sus propias locuras. Salgo sin saber a dónde voy, como hago todos los años en Sanlúcar. Sólo sé que volveré a casa cincuenta kilómetros después. Decido grabar un vídeo cada diez kilómetros, para homenajear a los donantes y trasplantados, como hacemos todos los años en la carrera con las pulseras o con las piezas de la medalla. Los primeros diez kilómetros son para los donantes de córnea (órgano nuevo en la UMVD), los segundos para los de páncreas, del veinte al treinta para los de pulmón, los siguientes para los de hígado y riñón (tengo que hacer doblete  porque me doy cuenta que me sobran órganos o me faltan kilómetros, con una dedicatoria especial a mis amigos Ángeles, María José, Kike, Enrique y Carlos) y los últimos diez dedicados al corazón. Además grabo otros videos en algunos momentos del recorrido, como al pasar por el monumento a los Donantes y al  Doctor Ángel Bernaldos (punto obligado de paso de la carrera); a mi paso por el canal, para recordar  el recorrido junto al río; o al llegar al ecuador de la carrera y acordarme de la celebración que mi amigo Juanlu llevaría a cabo.

En lo que a la carrera se refiere, aunque quizás no sea lo más importante, elijo la estrategia de correr durante dos kilómetros y caminar durante uno, y decido aplicarla con independencia de cómo me sienta, para no venirme arriba en momentos de euforia ni hundirme en momentos de bajón. Y así voy devorando kilómetros, pensando en el próximo vídeo que voy a grabar, organizando mi vida, pensando en mi futuro, en mis amigos. Y sorprendentemente  me lo paso muy bien, tan bien que no sufro en ningún momento. Siento dolor, porque 50 kilómetros son “molto longos” y este año puede que no me haya proporcionado el mejor momento de forma física de mi vida (aunque puede que sí en lo que a la forma “mental” se refiere).

En uno de mis innumerables pensamientos, creo descubrir el verdadero significado que encierran las siglas UMVD, que va mucho más allá de lo obvio.

Ultra Universal: Porque como ha quedado sobradamente demostrado este año, esta ultra es para todos, y tiene lugar en todo el mundo, no sólo en Sanlúcar. Allá donde alguien pedalee, camine o corra con el mensaje de la donación universal de órganos habrá una UMVD.

 Maratón Maravillosa: Maravillosa en el sentido de Maravilla, como los siete monumentos que fueron elegidos las “Siete Maravillas del Mundo” y que al menos una vez en la vida deberíamos visitar, igual que esta carrera, en la que todos deberíamos participar al menos una vez en la vida.       

De Donantes: No creo que haya otra carrera en el Mundo en la que todos sus participantes sean donantes de órganos, y que además se celebre con la noble finalidad de difundir el mensaje de la donación de órganos. Si hubiese alguna, no está organizada por el espectacular equipo de la Fundación Donando Vidas, lo que la hace única.

Vida Verdadera: Esta vida que donan los participantes en esta carrera es la vida de verdad. No es el puro teatro en el que vivimos cada día y en el que cada uno representamos nuestro papel. En esta carrera todos nos convertimos en “corazones con patas” (una expresión que me encanta” y nos lanzamos a vivir de verdad.

Podría seguir escribiendo porque en las cinco horas, cuarenta y nueve minutos y cuarenta y un segundos que disfruté en recorrer estos cincuenta kilómetros mi actividad mental y emocional fue increíble, pero no quiero tampoco que la lectura de la crónica suponga un esfuerzo similar al de hacer la carrera.

Sólo  quiero finalizar estas líneas con un mensaje de sincero agradecimiento y felicitación a todos mis compañeros de la Fundación Donando Vidas, colaboradores, organizadores y participantes de este evento que es la Ultramaratón de la Vida, mucho más que una carrera. Ya queda un día menos para la UMVD 2021, donde pienso desquitarme con abrazos y besos de todos los que os he dejado a deber este año. Aviso.

Ya sabéis, haceos donantes, convenced a todos los que estén cerca de que se hagan, porque mientras no acabemos con esa maldita lista de espera que suponen una fatal condena para todos aquellos que esperan un órgano para seguir adelante amenazo con seguir dando la lata en forma de vídeos y de crónicas eternas como ésta.

Y como dice mi lema (prestado por el mismísimo Freddy Mercury) “Show must go on”, que esto son dos días.

Por cierto, no os dejéis engañar. No penséis que esto es una hazaña, porque disfruto tanto haciéndolo que no me supone ningún esfuerzo. Así que nada de pensar que soy grande y mucho menos guapo. La verdadera hazaña está en hacerse donante, y marcharse de este mundo donando vida.