domingo, 6 de diciembre de 2020

CRÓNICA UTMV 2020

La vida pasa muy rápido. Parece que fue ayer cuando en la línea de meta de la UMDV 2019 comentábamos lo especial que había resultado esa edición. La suspensión de la Ultraworld sólo unos meses antes, los problemas generados en la prueba de MTB del día anterior y la accidentada salida de la nocturna de la víspera hacían pensar incluso en la posibilidad de cambiar de ubicación en el futuro si el  tema se llegaba a complicar. Me acuerdo de bromear con Loli, previniéndola acerca de la que se le podía venir encima con un Eduardo pensando en organizar el quinto aniversario de la carrera. Como cantaba Sabina, el destino se empeñó en gastarnos una broma macabra y puso todo de su parte para que la edición de 2020 no se llevase a cabo. Pero lo que no se imaginaba el destino es que por muy dañino y maligno que fuese el bicho que pondría el mundo boca abajo la Ultramaratón de la Vida es mucho más fuerte que todo eso. Parafraseando a los geniales “Carapapas” con sus “Muñecos de Cádiz”: “…aquel pobre chamán, o aprendiz de hechicero, no contaba con la fuerza y el poder de la magia de un equipo tan puntero, y aunque no sea el remedio a nuestros males, organizamos la carrera, mascarilla “pa” la boca y nos ponemos los dorsales…”

Y después de este guiño carnavalero a mi amigo Kiko, vayamos con la crónica de esta UMVD 2020. Y hablando de Kiko, esto no va a ser una crónica echando de menos todo lo que nos ha faltado en la edición de este año, como su berza y sus filetes a la plancha, como ese abrazo “apretao” a tantos amigos y compañeros nada más llegar a Sanlúcar, como poder ayudar a montar ese arco de meta, como agradecer una y mil veces a esos voluntarios que hacen que todo esté perfectamente organizado, como ver nevar justo antes de salir en la nocturna, como recorrer esas calles de Sanlúcar transportándome de nuevo a mi niñez, como dormir en esa ciudad donde tan buenos momentos pasé (y sigo pasando, y espero seguir haciéndolo), como madrugar y llegar a la línea de salida de los primeros, como hacerme esa foto frente a Bigote para recordarle a mi madre que tenemos un almuerzo pendiente, como embarcar en la barcaza por el Guadalquivir sin saber mi destino, como abrazarme con mis compañeros justo antes de que suene el pistoletazo de salida, como disfrutar de esos cincuenta kilómetros con sus correspondientes mensajes motivadores, como contar esos chistes y arrancar una sonrisa a mis compañeros Juanlu, Jesús y Javi, como llegar a esos avituallamientos donde las sonrisas de los voluntarios te alimentan incluso más que los manjares y bebidas que te encuentras en las mesas, como emocionarte al embocar la calle Ancha en dirección a la meta, como restregarte los ojos para limpiar las lágrimas que asoman a tus ojos mientras chocas las manos con los niños que te vitorean en la recta de llegada, como sentir el abrazo de Eduardo te reinicia totalmente y te da energía para correr otros cincuenta kilómetros más, como buscar el objetivo de mi hermano Escobedo para tener una inolvidable imagen de recuerdo de este momento, como mantener esas conversaciones tan animadas, como despedirte para empezar a contar los días hasta que llegue la próxima edición… No, mi crónica no va sobre eso. No voy a escribir sobre todas esas cosas, porque aunque las he echado de menos, y mucho además, de poco iba a servir.

Voy a escribir sobre lo que he vivido, que ha sido mucho en esta particular edición de la Ultra Maratón de la Vida. Con la verdadera esencia de la UMDV2020 grabada en mi corazón (soledad, solidaridad y responsabilidad) me lancé por los 50 kilómetros por carreteras y caminos de mi Dos Hermanas natal, municipio actual de residencia para más señas. Como me gusta decir, lo importante no era lo que iba a hacer, ni cómo lo iba a hacer sino el por qué. Además de poner mi granito de arena en la colaboración con el banco de alimentos, se trataba de seguir difundiendo el mensaje sobre la donación de órganos y hacerlo de la mejor forma que sé. Por si fuese poco, mis kilómetros también se iban a sumar a la causa solidaria de mi amigo Juan Luis Muñoz Escassi, que este año ha dedicado su reto #Pichón2020 a los espectaculares chavales sordociegos de Apascide. Me levanto muy temprano, para dar el paseo matinal a Kira antes de salir y tomar un desayuno fuerte que me dé la gasolina suficiente para la carrera.  Me coloco mi indumentaria (después volveré sobre ella) y a las 7:15 salgo de la puerta de mi casa dispuesto a recorrer mis 50 kms. María baja a despedirme con un beso, y me sorprende gratamente cuando me dice que la avise si me siento mal y tiene que venir a recogerme. Antes de salir, me despide con el mejor piropo que me pueden decir: “Estás loco”. Lo de “grande” no me lo creo, y lo de guapo no te digo, pero lo de estar loco es algo sólo al alcance de muy pocos. Ojalá un día mis hijos estén orgullosos de las locuras de su padre, tanto que se decidan a vivir sus propias locuras. Salgo sin saber a dónde voy, como hago todos los años en Sanlúcar. Sólo sé que volveré a casa cincuenta kilómetros después. Decido grabar un vídeo cada diez kilómetros, para homenajear a los donantes y trasplantados, como hacemos todos los años en la carrera con las pulseras o con las piezas de la medalla. Los primeros diez kilómetros son para los donantes de córnea (órgano nuevo en la UMVD), los segundos para los de páncreas, del veinte al treinta para los de pulmón, los siguientes para los de hígado y riñón (tengo que hacer doblete  porque me doy cuenta que me sobran órganos o me faltan kilómetros, con una dedicatoria especial a mis amigos Ángeles, María José, Kike, Enrique y Carlos) y los últimos diez dedicados al corazón. Además grabo otros videos en algunos momentos del recorrido, como al pasar por el monumento a los Donantes y al  Doctor Ángel Bernaldos (punto obligado de paso de la carrera); a mi paso por el canal, para recordar  el recorrido junto al río; o al llegar al ecuador de la carrera y acordarme de la celebración que mi amigo Juanlu llevaría a cabo.

En lo que a la carrera se refiere, aunque quizás no sea lo más importante, elijo la estrategia de correr durante dos kilómetros y caminar durante uno, y decido aplicarla con independencia de cómo me sienta, para no venirme arriba en momentos de euforia ni hundirme en momentos de bajón. Y así voy devorando kilómetros, pensando en el próximo vídeo que voy a grabar, organizando mi vida, pensando en mi futuro, en mis amigos. Y sorprendentemente  me lo paso muy bien, tan bien que no sufro en ningún momento. Siento dolor, porque 50 kilómetros son “molto longos” y este año puede que no me haya proporcionado el mejor momento de forma física de mi vida (aunque puede que sí en lo que a la forma “mental” se refiere).

En uno de mis innumerables pensamientos, creo descubrir el verdadero significado que encierran las siglas UMVD, que va mucho más allá de lo obvio.

Ultra Universal: Porque como ha quedado sobradamente demostrado este año, esta ultra es para todos, y tiene lugar en todo el mundo, no sólo en Sanlúcar. Allá donde alguien pedalee, camine o corra con el mensaje de la donación universal de órganos habrá una UMVD.

 Maratón Maravillosa: Maravillosa en el sentido de Maravilla, como los siete monumentos que fueron elegidos las “Siete Maravillas del Mundo” y que al menos una vez en la vida deberíamos visitar, igual que esta carrera, en la que todos deberíamos participar al menos una vez en la vida.       

De Donantes: No creo que haya otra carrera en el Mundo en la que todos sus participantes sean donantes de órganos, y que además se celebre con la noble finalidad de difundir el mensaje de la donación de órganos. Si hubiese alguna, no está organizada por el espectacular equipo de la Fundación Donando Vidas, lo que la hace única.

Vida Verdadera: Esta vida que donan los participantes en esta carrera es la vida de verdad. No es el puro teatro en el que vivimos cada día y en el que cada uno representamos nuestro papel. En esta carrera todos nos convertimos en “corazones con patas” (una expresión que me encanta” y nos lanzamos a vivir de verdad.

Podría seguir escribiendo porque en las cinco horas, cuarenta y nueve minutos y cuarenta y un segundos que disfruté en recorrer estos cincuenta kilómetros mi actividad mental y emocional fue increíble, pero no quiero tampoco que la lectura de la crónica suponga un esfuerzo similar al de hacer la carrera.

Sólo  quiero finalizar estas líneas con un mensaje de sincero agradecimiento y felicitación a todos mis compañeros de la Fundación Donando Vidas, colaboradores, organizadores y participantes de este evento que es la Ultramaratón de la Vida, mucho más que una carrera. Ya queda un día menos para la UMVD 2021, donde pienso desquitarme con abrazos y besos de todos los que os he dejado a deber este año. Aviso.

Ya sabéis, haceos donantes, convenced a todos los que estén cerca de que se hagan, porque mientras no acabemos con esa maldita lista de espera que suponen una fatal condena para todos aquellos que esperan un órgano para seguir adelante amenazo con seguir dando la lata en forma de vídeos y de crónicas eternas como ésta.

Y como dice mi lema (prestado por el mismísimo Freddy Mercury) “Show must go on”, que esto son dos días.

Por cierto, no os dejéis engañar. No penséis que esto es una hazaña, porque disfruto tanto haciéndolo que no me supone ningún esfuerzo. Así que nada de pensar que soy grande y mucho menos guapo. La verdadera hazaña está en hacerse donante, y marcharse de este mundo donando vida.



  

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