Para tod@s aquell@s con
inquietudes deportivas voy a redactar esta crónica de mi participación en el I
Iberman LD La Luz. Tras año y medio sin escribir en mi blog, creo que la
experiencia vivida justifica el volver a publicar algo en este diario público a
la vista de tod@s.
El 2.013 amanecía con el día 5 de
Octubre marcado en rojo en su calendario. Ese día tenía previsto realizar mi
segundo LD del año, casi seis meses después del Trisur del 13 de Abril.
Han sido muchos los largos en la
piscina del Club de Vistazul bajo el abrasador sol del medio día, muchas
mañanas de sábado con interminables escapadas en solitario sin más compañía que
mi bici e incontables madrugones para calzarme las zapatillas y abrir las
calles de Dos Hermanas, como cariñosamente me dice más de un compañero de club.
Era el momento de dar sentido a todo. Y ahora era el momento de compartirlo.
Como ya he dicho en alguna ocasión, frente a la aparente soledad de este
deporte, en el saber compartirlo con los demás se encuentra la clave de su
éxito.
Sin más preámbulos me situaré en
la mañana de la prueba. Los nervios de otras veces no tuvieron oportunidad de
aparecer, gracias al crack de Norber, un tío grande donde los haya y que en un
alarde de locura como el mío, decidió apuntarse a esta prueba. La presencia de
Jaime, el compañero para todo (fotógrafo, cocinero, recadero,…) también hizo
mucho más amenos estos momentos. Sin casi tiempo a pensarlo nos vimos embutidos
en nuestros neoprenos, pisando la fría arena de la playa y esperando a que los
primeros rayos del sol rompiesen el horizonte.
Una estampida de cuerpos
engomados se lanzó a la carrera en busca del agua mientras yo me coloqué un
poco atrás, al lado derecho para evitar golpes y aglomeraciones. Desde el
primer momento nadé cómodo, más incluso de lo
que había soñado. Con una frecuencia de brazada muy baja, pero muy
estirado, sin aparente esfuerzo iba al ritmo de los que nadaban a mi lado, que
parecían consumir mucha más energía que yo. Con una respiración muy calmada me
propuse disfrutar de cada momento del día. Tanto que muchas veces tuve que
pararme a orientarme y seguir la estela
de los que creía en el camino correcto. Aunque todavía no he podido
descargarme los datos del Garmin, imagino que los casi 900 metros paralelos a
la playa que separaban la segunda y la tercera boya parecerán de todo menos una
recta. Como iba bastante fresco tampoco me importaba. No quería que ni un solo
pensamiento negativo surcase mi mente y me estropease estos momentos. Antes de
que me diese cuenta estaba saliendo del agua para dar la primera vuelta. En los pocos metros que corrí
sobre la arena adelanté a dos o tres compañeros y justo al girar pude divisar a
Jesús y a Jaime que animaban sin parar. En la foto que después he tenido
oportunidad de ver estoy devolviéndoles los aplausos. Una segunda vuelta muy
similar a la primera (igual de descansado y de desorientado) y hacia la T1. Mi
bicicleta me esperaba al principio del box a la izquierda. Me lo tomo con
calma, me cambio repasando mentalmente mi equipaje para no dejarme nada atrás.
El speaker se acerca con el micrófono y me hace una breve entrevista. Me
sorprendo oírme a mí mismo con la voz tan tranquila, vocalizando como no estoy
acostumbrado a hacerlo.
Me despido para pasar por primera vez bajo el
arco de meta y comenzar el segundo sector. Nada más salir, otra vez Jesús y
Jaime me animan con sus gritos y borran cualquier leve rastro de cansancio que
pudiese quedar en mi cuerpo tras hora y media de ejercicio. Ya voy un poco por
encima del tiempo previsto, así que tomo la determinación de olvidarme del
crono y disfrutar, disfrutar y disfrutar.
Desde el primer momento el viento
me incomoda un poco, parece que no voy tan redondo como debería, así que quito
desarrollo y me dispongo a no derrochar ni un ápice de energía. Estoy es largo,
muy largo y no ha hecho más que empezar. No creo que llevase ni diez kilómetros
cuando en uno de los primeros repechos coincidimos cuatro ciclistas y un juez
se acerca en la moto a advertirnos que la próxima vez supondrá amonestación. En
lugar de maldecir en arameo o tratar de explicarle que en esas circunstancias
para ir a menos de 12 metros deberíamos haber echado el pie a tierra me lo tomo
como otro reto personal. No volverán a advertirme en los casi 180 kms. que
tengo por delante. Me servirá para estar concentrado y atento. Sigo pedaleando.
El perfil es complicado, mucho más de lo que sugerían los dientes de sierra que
dibujaron en su web. El viento tampoco ayuda. Estas dificultades sin embargo
evitan que esté pendiente del crono, lo que creo que hubiese sido fatal en una
prueba de estas características. Voy jugando mentalmente con las indicaciones
que figuran en la pegatina que decora el cuadro de mi bici y con las señales de la carretera. Y
como. No paro de comer. Me acuerdo de mi tocayo Lay y cada 15 minutos de reloj
me cargo de gasolina. También aprovecho la nutrición para tener a mi mente
entretenida, lejos de pensamientos destructivos. A en punto y media isotónico,
a y cuarto y menos cuarto, agua. Y voy rotando la secuencia de alimentos:
plátanos, dátiles, geles, barritas (mis “ironbars” que había cocinado un par de
días antes y que resucitarían a un muerto). Pedalear, comer y beber. Es lo único que tengo que hacer.
Cuando ya intuyo que el puente fronterizo debe estar cerca diviso a lo lejos un
uniforme verdiblanco (que putada, Norber, jiji) con el rótulo Bikila a la
espalda. Lo alcanzo en uno de las innumerables cuestas que salpican el camino.
Le pregunto cómo va con miedo a que de nuevo un juez aparezca de la nada, y me
confirma que va bien. Aprieto en dirección al puente, y mientras me preguntaba
que sería el premio de la montaña una pared sin fin aparece frente a mí. Por
poco tengo que poner pie a tierra para meter todo el desarrollo que llevaba, no
me esperaba esta subida tan pronunciada de repente. Me tengo que poner de pie y
tirar de riñones para seguir subiendo. Desde este momento empiezo ya a ver caras
muy desdibujadas por el cansancio, y todavía no vamos ni por la mitad. Ya en
suelo portugués la historia cambia poco, cuestas, un poco de más cuestas y
algún que otro tramo donde el viento da de cola y me permite acoplarme y mover
desarrollo sin cargar demasiado las piernas. Lo de los avituallamientos lo
dejaremos también en mera anécdota. Soy consciente de las dificultades que debe
tener organizar una prueba de estas características y también tenía claro que
enfadarme y gritar a los pobres voluntarios no era la forma más adecuada de
mantener una actitud positiva que se convertiría en mi mejor aliada. También me
lo tomé como otro reto. Dosifiqué al máximo la bebida, aproveché las pastillas
solubles de isotónico para diluirlas en agua y hasta me bebí un refresco de
limón que con toda su buena voluntad me dio un joven portugués y que por poco
me hace arañar el cuadro con los dientes.
En estos últimos kilómetros por
suelo portugués Jaime no dejaba de ir y venir entre mi posición y la de Norber,
tomando unas fotos espectaculares que formarán parte del álbum de nuestros
recuerdos de esta prueba. Estoy seguro de que si puso el marcador de la moto a
cero al comienzo del día, superó con mucho los 226 kms. que teníamos que
recorrer nosotros. Estaba ya a punto de comenzar a tener problemas con la falta
de líquido cuando un ángel de la guarda vestido de Bikila y a lomos de una Fuji
apareció en la carretera. Era el crack de Marcos, que había cumplido su promesa
y se había acercado a vernos. Sin casco se dedicó a subir y bajar bidones sin
descanso para que a Norber y a mí no nos faltase de ná. Sus últimas palabras
antes de despedirse de mí, de auténtico genio: “ya sólo te queda un pequeño
repecho antes de la nacional”. Estos pocos kilómetros hasta la T2 fueron de los
más largos del sector ciclista. Al entrar en la carretera de entrada cominezo a
ver a nuestra izquierda triatletas en el sector de carrera a pie, lo que hace
que tu mente de forma automática te haga llegar un mensaje de la desventaja que
llevas. De todas formas la carrera no se me suele dar nada mal, por lo que acelero
un poco deseando soltar la bici y comenzar a trotar. Entrada en la T2, muy bien
organizada también y cambio de calzado. Todo recogido dentro del cesto y a
correr.
Desde el primer momento me veo
muy bien, con los cuádriceps sueltos y con ganas de estirar el cuerpo. Comienzo
a pasar gente desde el primer momento. En la recta antes de girar a la derecha
para tomar el puente que me llevará de vuelta a España me cruzo con Norber, en
un instante inmortalizado por Jaime que creo que será una de las fotos más
guapas que se tiraron ayer sin duda alguna. Estoy deseando tener el original
para sacarla en papel. Ya en el puente veo a los primeros caminantes y me
vuelvo a colocar otro reto: “intentaré correr hasta el final, por muy cansado
que esté, pero no pararé de correr”. Las cuestas hasta Ayamonte me sirven para
seguir adelantando. Iba pensando en los míos cuando veo a lejos dos Toyotas. No
me lo puedo creer, María, Pablo y Daniela junto con mis primos a unos metros de
mí, aplaudiéndome y animándome sin parar. El subidón que me produce verlos me
permite avivar el ritmo, y seguir pisando muy suave, con un ritmo bastante
alegre, que no acierto a cuantificar porque me sigo negando a mirar el reloj. A
partir de aquí comienza la parte más dura, y por tanto la que más valor le da a
la medalla de finisher que abrazaría mi cuello en varias horas. Calor, tierra,
firme irregular fueron haciendo mella en los participantes. De todas formas me
concentré en seguir corriendo y en que me adelantase poca gente lo que mantenía
mi mente entretenida. En los avituallamientos tomaba dos botellas de agua y
bebía cada kilómetro. Tomaba un gel como premio cada seis kilómetros y avanzaba
sin detenerme. Casi al final de la vía verde nos metemos en un pinar donde ya
están comenzando a colocar antorchas. La noche se acerca. Ya no corremos sobre
tierra, sino sobre arena suelta, lo que dificulta tremendamente el desplazamiento.
Afortunadamente, todo pasa, y antes de lo que pensaba enfilamos el paseo
marítimo de Islantilla. Ya estamos cerca, aunque quedan bastantes kilómetros
por lo que intuyo que nos queda alguna que otra sorpresa. Antes de llegar al
centro comercial se me acercan otra vez Jesús y Jaime que corren varios metros
junto a mí. Me dan ánimos suficientes para correr otra maratón desde el
principio, y me advierten en tono protector de que me faltan unos metros por la
playa. No me da tiempo a pensarlo mucho porque varios metros más adelante mis
primos (y a la vez representante) José Mari y Frank salen a mi encuentro. También
me bañan de ánimos y me dicen que estoy “sólo” a 12 kms de meta, la que puedo
divisar a mi izquierda tras la alfombra azul que dibuja el camino. Tan cerca y
a la vez tan lejos. Como la vida misma. Ahora cuando escribo estas líneas me
estoy dando cuenta de que me encontraba justo frente “al muro”. Esa pared que
tantos sueños ha truncado en las maratones y que queda una vez más demostrado
que tiene un componente eminentemente psicológico, porque cuando no te da tiempo
a pensarlo no se atreve a aparecer. De aquí al final casi lo más duro: el paseo
se va quedando solo y sólo algunos vecinos de las casas aisladas jalonan
nuestro paso. Después la playa, unos metros que se hacen interminables con una
arena que parece querer tragarse las siluetas de los atletas que se recortan
tímidamente en una puesta de sol espectacular que se me queda grabada a pesar
de ir sin cámara. Parece que no llega el momento de salir de la playa. Los
voluntarios nos animan avisándonos del final. Una plataforma de madera nos
conduce hasta el último avituallamiento y a partir de ahí más arena, ya en la
más absoluta de las oscuridades y con la única orientación de unas antorchas que
dibujan el camino a nuestra izquierda. Da igual. Esto ya está hecho. De vuelta
a la calle de las casitas bajas, la gente aplaudiendo a tu paso y el Puerto
Antilla que se dibuja al fondo. Ahora si estoy ahí y he llegado para quedarme. En el giro a la
derecha aparecen María, los niños y mis prim@s. Un beso de bienvenida y los niños
de la mano en dirección a la meta. Su sonrisa es el mejor premio a esta
aventura. Ellos son los verdaderos protagonistas de esta historia, los que me motivan
a seguir y a intentar ser día a día un poco mejor para que entiendan que el
esfuerzo es uno de los principales valores de esta vida y que los sueños, por imposibles que parezcan,
nacen para convertirse en realidad. Hay que soñar día a día, y después hay que
lanzarse en busca de los sueños. Los tres de la mano somos la pura imagen de la
felicidad. En esos momentos todo el rastro del cansancio tras casi trece horas
se borra de un plumazo de mi cuerpo. Soy Finisher del I Iberman LD La Luz, el primer
triatlón del mundo que ha discurrido por dos países distintos. 226 kms. 12
horas, 57 minutos y 39 segundos. Gracias. A tod@s, como ya publiqué en mi
facebook.