27 de Septiembre de 2.014. 7:30 a.m. Los sueños están ahí esperando a ser convertidos en realidad. Algo más de 2.500 triatletas (sin neopreno) esperan a que se de la salida para una de las experiencias más completas que se pueden vivir para todos aquellos que aman el deporte en cualquiera de sus manifestaciones. La música suena alta, pero incluso así podemos sentir el latido de nuestros corazones golpeando fuerte el pecho desde el interior. Por fin ha llegado el momento que tantas veces hemos soñado durante las infinitas sesiones de entrenamiento de los pasados meses.
La música se va apagando poco a poco y una bocina rompe el silencio de la mañana. Me coloco muy atrás, en la parte izquierda de la salida, detrás de mi amigo Norber con la intención de que me haga de guía y nadar a sus pies. La aglomeración de gente en tan poco espacio hace poco menos que imposible seguirlo. Patadas, golpes, gente que literalmente se te monta encima...Yo he venido a pasármelo bien, así que como me gusta decir, mientras todo el mundo va a lo suyo yo voy a lo mío. Comienzo a nadar tranquilo, deslizando e intentando evitar en lo posible la lucha cuerpo a cuerpo. A pesar de las dificultades, la cercanía de las boyas (cada 100 m) facilita mucho la natación. El fondo del mar es espectacular, a tres o cuatro metros de profundidad la manta de algas que cubre el lecho de arena parece mecerse al son de nuestras brazadas. Antes de lo que esperaba, primera boya de giro a la derecha. Se recrudece el combate hasta que recuperamos la posición. Salgo del agua en la primera vuelta (que además era la más larga) con muy buenas sensaciones. Voy a por el segundo puente de la especie de "M" que conforma el circuito con la misma estrategia. Y de nuevo, casi antes de que me de cuenta, mis pies comienzan a rozar el fondo. Me incorporo y llega el momento de dejar atrás el agua. La alegría y la nostalgia se mezclan en mis sentimientos a partes iguales. He salido del agua muy bien, pero este segmento ya se ha acabado. No sé cuando volveré a nadar en este mar. De camino hacia el arco de salida del agua, un inglés me pregunta por el tiempo. Es la primera vez (y casi será la última) que miro el Garmin: 1 hora 10 minutos, le contesto. Bien, mucho mejor de lo que me esperaba.
T1 muy tranquilo y emocionado. Cuando me monto en la bici una vez traspasada la línea de transición el Polar que llevo en la tija marca las 9:00 am. Hora en punto que me facilitará la alimentación y la bebida. Salgo con cuidado, buscando acoplarme rápido pero un poco obsesionado con el tema del drafting (la que has liado Dani, jeje), por lo que voy adecuando mi ritmo a las circunstancias de la carrera para evitar en lo posible ir cerca del que me precede. La rutina se repetirá innumerables veces durante las próximas horas. Cada quince minutos, hidratación y alimentación. Poca cantidad pero de forma continua. A los pocos kilómetros me doy cuenta de que voy bien, sensación de ir descansado y a un ritmo bastante cómodo. Podría apretar un poco más, pero ¿para qué? Hoy he venido a terminar, esto es muy largo y el tiempo es lo de menos. Cada vez que la carretera se empina el guión se repite. Comienzo a dejar atrás gente, muchos de ellos con unas espectaculares cabras. Aunque después me comentan que por su ergonomía es muy difícil subir con ellas, al tener un punto de agarre tan bajo, el adelantarlas me da un pequeño subidón de autoestima que nunca viene mal. Cuando la pendiente se invierte o desaparece me vuelven a pasar, lo que también me sirve de distracción para todas las horas que me quedan por delante. En uno de los tramos me cruzo con Luismi, que me lleva una ventaja importante. Luismi ha hecho un esfuerzo espectacular que ha dado sus frutos. En el agua ha mejorado una barbaridad y en la bici ya era un especialista hace mucho tiempo. Un poco antes de pasar por el ecuador de la prueba ciclista me adelanta mi amigo Norber. No me puedo creer que haya salido del agua antes que él. Lo mismo ha tenido algún problema. De todas formas lo veo bastante bien. Decido no perderle de vista y que nunca se me metan más de cinco triatletas entre nosotros, algo que a veces es bastante complicado por el tamaño de los pelotones que se forman. Es un tema tan trillado que daría por sí solo para infinitas entradas en mi blog. Creo que es más una cuestión de conciencia individual. Yo vengo aquí a demostrarme a mí mismo de lo que soy capaz, de que mis límites están mucho más allá de 226 kms. Y para ello vengo a hacerlo solo. El que se quiera aprovechar del rebufo de sus compañeros allá él. Yo no quiero hacerlo. Pero tampoco juzgo al que lo haga. Seguimos pedaleando. Cuando enfilamos la recta que nos conduce a las primeras estribaciones de la Sierra de Tramontana paso a Norber. Le pregunto si va bien y me lo confirma. Va a su ritmo, ese ritmo que le ha permitido acabar 3 Ironman en menos de un año y que lo convierte en un valor seguro cada vez que comienza cualquier tipo de carrera. El paisaje es espectacular. Los árboles van cerrando la carretera y empiezan las cuestas. Aquí se produce una verdadera sangría. Aunque tengo claro que los buenos van muy por delante mía, dejo atrás a incontables corredores en la ascensión. Además voy relativamente bien, sin apurar el desarrollo en la mayoría de los tramos. Cada vez que me pongo de pie muevo la bici con alegría y dejo literalmente clavado a muchos compañeros. Los entrenamientos en Las Palomas y El Boyar dan sus frutos. Cuando la pendiente se invierte la historia se repite. Me vuelven a pasar como flechas. La bajada es espectacular. Como ya iba advertido de su peligrosidad tiro de frenos aunque me lo paso realmente bien. Es una maravilla. Me doy cuenta de que a esto le va quedando poco. Cuando llegamos a la población de Muro curva de 90 grados a la izquierda y a lo lejos compruebo como la gente va echando el pie a tierra...plato pequeño y piñón grande (soy un desastre, a estas alturas no sé ni qué desarrollo llevo) y nada más girar me encuentro con una auténtica pared y un rosario de gente a pie empujando sus bicis. Aprieto los dientes. No me voy a bajar. Me acuerdo de la cuesta de llegada a Zahara de la Sierra viniendo de Prado del Rey. Entre jadeos y lamentos de mis compañeros corono. Vamos. Los últimos 20 kilómetros del tramo ciclista se me hacen eternos. Viento de frente, asfalto muy irregular y pelotones que me hacen estar todo el tiempo pendiente de no caer en zona de posible amonestación. Me cuesta un poco acoplarme a estas alturas. Pero ya estoy casi ahí. Los últimos kilómetros discurren ya paralelos a la zona de carrera, donde hay una auténtica procesión de atletas que ya han comenzado su maratón. No importa cuantos, lo que importa es que ya estoy ahí.
T2 también limpia y tranquila, con la seguridad que te da no haber tenido ninguna incidencia durante el tramo ciclista. Ahora ya todo depende de mi cabeza, no hay posibilidad de pinchazos, ni de averías. Sólo tengo que correr. Entro en un servicio por primera vez desde que comenzó la prueba para comprobar mi nivel de hidratación. Todo perfecto. A correr. Me concentro en llevar una técnica lo más correcta posible. Es alucinante la cantidad de gente que hay en este sector. Comienzo a fijarme en las pulseras que adornan los brazos de muchos triatletas. Paso a gente, hay gente que me pasa. Me cruzo con Luismi, que ya lleva una goma celeste en su antebrazo y corre a muy buen ritmo. También con Quini, que a pesar de las duras condiciones en las que ha competido, con un virus que ha azotado su cuerpo hace algo más de 24 horas, lleva ya un par de pulseras rodeando su muñeca. Sin palabras. Adelanto a una noruega (aunque ya lleva cuatro pulseras y va camino de la meta) escoltada por una bici que indica que es la tercera clasificada femenina. Voy un poco cansado pero feliz, muy feliz. Repito mi rutina infinitas veces, estoy pendiente de la pisada, del braceo, de las respiración, de la verticalidad de mi cuerpo, de llevar sueltas las caderas,... Así tengo a mi cerebro ocupado y a distancia de los posibles fantasmas que lo quieran asaltar. Bebo agua e isotónico en todos los puntos de avituallamiento, y tomo geles y fruta de forma alterna. Las esponjas bajan mi temperatura corporal pero inundan el interior de mis botines, que suenan como lo han hecho tantas veces este año tras entrenar bajo la lluvia. Las pulseras se van pegando a mi piel vuelta a vuelta. Cuando me coloco la amarilla sé que estoy sólo a escasos cinco kilómetros de cumplir mi sueño. Bajo un poco el ritmo porque ya sólo quiero disfrutar. Soy consciente del castigo porque los últimos avituallamientos mi cuerpo sólo tolera manzanas y coca cola (hace años que no bebía la chispa de la vida...). Los ánimos de los niños que ilusionados te ven como si fueses un héroe. Llego al último giro donde me marca que ya debo enfilar la recta de meta. No dejo de correr pero ralentizo el ritmo a tope, quiero dejar pasar al que me precede para vivir este momento. Mi momento: "Antonio Manuel, you are an Ironman" 12 horas, 13 minutos, 38 segundos. Como ya dije en mi publicación en Facebook nada más terminar, gracias, muchas gracias a todos los que lo habéis hecho posible. #anythingispossible #showmustgoon. A por el próximo.