Con la de ayer fueron cinco (nueve, si cuento también las ocasiones en que
completé la distancia tras nadar 3,8 Kms. y pedalear durante 180) las veces que
he cruzado la meta en una maratón desde que en 2.012 lo hiciese por primera vez,
aquel lluvioso domingo de Abril en las calles de Milán.
La prueba reina del atletismo de fondo tiene algo especial que te atrapa
desde la primera vez que la superas. Quizás por su dureza, por llevarte muy
cerca de tus límites, puede que porque sus finishers son considerados como
héroes por aquellos ajenos a esta disciplina, o a lo mejor porque es una
perfecta metáfora de la vida, y espera paciente a golpearte con dureza ante la
más mínima sombra de debilidad que detecte. La razón es lo de menos. Lo que sí
creo que es cierto es que existe un antes y un después desde la primera vez que
completas esta carrera. Ya no vuelves a ser el mismo. Creo que no existe
posibilidad de un aprendizaje más condensado en un tiempo tan reducido (desde
las dos horas de los pros hasta las seis que fijan muchas pruebas como tiempo
de corte). Y como los amaneceres, como las puestas de sol, no hay dos iguales.
La de ayer tuvo para mí sin duda alguna un carácter muy especial. Buscando
algún sentido a la práctica deportiva, y animado por mi pasada participación en
el III Doñana Trail Marathon a favor de la Fundación Luis Olivares buscaba algo
más que rebajar mi marca personal al completar la distancia. Las circunstancias
me llevaron a proponerme un reto personal, para que la gente tomase conciencia
de la importancia de hacerse donante de médula. Un sencillo gesto que en
cualquier momento puede hacernos regalar el don más preciado con el que
contamos (la vida) a alguien que puede ver en nosotros su única oportunidad de
sobrevivir ¿hay algo más importante qué esto...? Así decidí salir el último
(tras los 13.000 participantes) con la idea de mostrar mi mensaje en la espalda
de mi camiseta a cada uno de los adelantados. Lo ideal hubiese sido conseguir
tantos donantes como adelantados, algo utópico y muy difícil de controlar. Sin
embargo, sólo con conseguir un donante de médula más toda la aventura habría
tenido sentido. Y me consta que más de un convencido tengo ya.
Por todo ello la de ayer fue, con diferencia, mi maratón más emotiva. No
sólo por las consideraciones anteriores, que serían suficientes, sino también por
la forma tan especial de vivirla. Salir el último, con 13.000 atletas por
delante, te da unas posibilidades en las que no había pensado nunca. En primer
lugar el paseo hasta la línea de salida desde que oyes el disparo viendo como
la multitud se pone en movimiento es una auténtica experiencia para los
sentidos. Te encuentras con compañeros de viaje que de salir en mi cajón
correspondiente jamás habría coincidido con ellos. Tienes la oportunidad de
adelantar a gente tan maravillosa como José Manuel Roas, junto con su hijo
Pablo que dibuja en su cara lo que significa la palabra felicidad. También
puedes saludar al gran Eduardo Rangel, que comanda un ejército de donantes de
órganos convencidos dispuestos a derramar hasta la última gota de sudor. Te
vuelves cuando Javier Rodríguez grita tu nombre y te saluda dándote ánimos,
mientras él pasea orgulloso por Sevilla su indumentaria de la Fundación Josep
Carreras. Contemplas los innumerables mensajes grabados en las camisetas (como
en la mía) y tienes acceso a detalles que de otra forma, enfrascado en tu particular
guerra con el crono, pasarían desapercibidos. A pesar de ello, la dureza de la
maratón siempre acecha para buscar cualquier resquicio de debilidad en mi
mente. Cada vez que bajo la guardia un pensamiento recurrente acude en mi
salvación. ¿Y si ese corredor/a que llevas delante se convence al ver tu
camiseta al adelantarlo y es el donante que el día de mañana salva la vida de
alguien? Esta circunstancia, junto con los constantes cambios de ritmo para
coger sitio me hacen llegar justo de fuerzas a los últimos kilómetros, justo la
parte en la que debería apretar y darlo todo. A pesar de ello, en ningún momento
dejo de correr, por lo que al final consigo bastantes adelantamientos a
aquellos que ya sólo pueden caminar. Por fin emboco el túnel de acceso al
estadio y aprovecho para quitarme la camiseta y ondearla al viento a modo de
bandera, para que el mensaje llegue lo más lejos posible. He finalizado mi
quinta (o novena) maratón. Y esta, sin duda, ha sido mi maratón más emotiva.
Sin embargo, como decíamos ayer, la verdadera carrera comienza ahora. Sería
genial que mi aventura generase 8.783 nuevos donantes ¿Difícil? Puede...¿Imposible?
Seguro que no. Como dice Coelho "cuando quieres realmente una cosa, todo
el Universo conspira para ayudarte a conseguirla". Realmente yo lo quiero,
sólo hay que creer en la conspiración...
Y para finalizar, aunque sea lo más importante, dar las gracias. A todos y
cada uno de vosotros que habéis puesto vuestro granito de arena para difundir
la causa, bien compartiendo mis publicaciones en redes sociales, o colaborando
con la camiseta, o apoyándome en casa para que todo saliese bien, o dándome
motivación como mis niños de la Fundación Luis Olivares. Mención especial al
equipo de Tiempo de Juego de la Cope, que han llevado mi aventura más lejos de
lo que jamás habría imaginado. Y sobre todo gracias a aquellos que hayáis tomado
una de las decisiones más importantes de vuestra vida: la de haceros donantes.
#ShowMustGoOn
#YoAdelantoTúDonas