domingo, 29 de mayo de 2016


NO HAY MEJOR ARCO DE META QUE LA PUERTA DE TU CASA…

Marina, Alex, Ana, Jose, Ángela, Tobi, Cristina, Blanca, Jesús, Pepe, Raúl, Inma, Frank, Antonio, Caro, Edurne, Norber, Dani, Encarni, Alfie, Manu, Van Kerkof, Eduardo, Juanma, Conchi, Juan, Adela, Maria, Pepe, Charo, Toni, Carlos, María, José Luis, María José, María José, Rocío, Beatriz, José Antonio, Fran, Semi, Rocío, Esther, Rosa, Ana, Sole, Sete, Darío, Mari, Manuel, Rocío, Muna, Manolo, Alberto, Marta, Manuel, Catalina, Aurora, Miriam, Jesús, Trinidad, Antonio, Francisco, Reyes y José Antonio han sido los verdaderos protagonistas de este mi último Ironman. Por ellos decidí no rendirme y tirar adelante con esta aventura con tintes de locura. Ellos fueron los que me dieron la energía y la calma necesaria para seguir adelante cuando sólo dos días antes del evento el organizador confirmaba la cancelación del mismo por la falta de los permisos de tráfico. Una organización, que dicho sea de paso ha tenido un comportamiento ejemplar, dando la cara desde el primer momento, ofreciendo soluciones y pidiendo mil veces disculpas por algo que ellos no habían ocasionado. Chapeau por ellos. Gracias a esta impecable gestión de la adversidad tienen un cliente Trystrong convencido para toda la vida. Pero volviendo a esta crónica, fueron los 65 donantes los que me llevaron a materializar una de las frases que más me he repetido durante los últimos años. La vida no es lo que te pasa, es cómo te lo tomas. Por eso, cuando recibí la noticia de la cancelación no perdí los papeles, no me quejé ni una sola vez. A veces que las cosas no salgan como están planeadas puede ser un maravilloso golpe de suerte. Tal como lo pensé lo publiqué en redes sociales junto a una foto del mono y del casco aero con el logotipo de la Fundación Luis Olivares y de ese lema que debería guiar todas nuestras vidas: “Alma, Magia y Corazón”. Estaba decidido. La piscina de Montequinto haría las veces de la Playa del Carmen en Barbate, la carretera de Utrera a Puerto Serrano se disfrazaría de la zona de Zahara, Vejer, el Palmar y el carril bici de la ronda de Circunvalación de Dos Hermanas haría las veces de esos caminos de arena del Parque Natural de las Breñas que tanto me gusta recorrer cuando visito la zona. Era un poco locura, pero siempre prefiero arrepentirme de lo que hago a lamentarme por lo que no hago. Y esta vez puedo asegurar que no me arrepiento de lo más mínimo. Paradójicamente (una de las definiciones de la vida en la genial película de El Guerrero Pacífico, junto al humor y al cambio) mi Ironman más solitario se iba a convertir en mi triatlón más acompañado. Además de los sesenta y cinco héroes nombrados al principio que me acompañaron y motivaron durante la larga jornada fueron muchos los AMIGOS (así, con mayúsculas), que se encargaron de que la travesía llegase a buen puerto. Empezamos la crónica.

5:30 de la mañana. Me levanto para desayunar y repasar todo el material. Esta vez lo hacía en casa, cuando lo habitual es que sea en la habitación de un hotel, lejos de los míos. Mi primo Frank, encargado de la logística, se encargaba de recogerme puntual a las 8:00 para acercarme al Centro Acuático de Montequinto. Nada más llegar, mi amigo Antonio, nadador máster de categoría aparecía al fondo de la calle con su macuto cargado de ilusiones y energía positiva dispuesto a acompañarme en el primer segmento. Al poco tiempo, Manolo Laborda, verdadero artífice del éxito del primer segmento junto a su mujer Ángela aparecía por el centro. Si no llega a ser por ellos la natación se hubiese convertido en un martirio, y fue el segmento que mejor me salió y más disfruté. Mientras paso con Antonio a los vestuarios, Manolo se lleva la bici a boxes. Me coloco mi mono del CD Bikila, ese que muestra en su pecho orgulloso el escudo de la Fundación Luis Olivares que mi compañera Ivana me grabó con tanto arte. Decido nadar con aletas, ya que no me iba a poner el neopreno, para hacer algo más livianas las 152 vueltas que me esperan. Manolo me invita a usar la calle cuatro, junto a la que los jóvenes preadolescentes del Club Natación Dos Hermanas combinaban series de entrenamientos y ánimos hacia mi persona. La natación me resulta muy cómoda, los largos van cayendo casi sin darme cuenta. Muy relajado, alargando la brazada al máximo y guardando energías consciente de lo largo que será el día. Antonio sale sobre los 3.000 metros, cuando estoy a 800 de finalizar mi primer segmento. Aunque nada detrás de mí,  se le ve casi frenando para no cogerme. Cuando me cruzo con él es una pasada ver como se desliza por el agua. Me motiva y me enseña a partes iguales. Por otro lado, ver al equipo infantil aplaudiéndome en el fondo y jaleándome con sus brazos me dispara la motivación. Mi amigo Manuel Romero me acompaña en las últimas vueltas. 152 vueltas. 3.800 metros. Manolo me toma una foto junto al borde de la piscina para inmortalizar el momento. A por la T1. En los vestuarios me seco y me cambio de mono. Llega el momento de estrenar el espectacular mono aero diseñado por Carlos y con el escudo de la Fundación en ambos brazos. Salgo tan hinchado de la piscina que meterme dentro del ajustado traje se convierte en una auténtica odisea. Al final lo consigo y salgo hacia la recepción de la piscina. Manolo me espera con la bici. Le agradezco la ayuda y salgo a rodar. 180 kilómetros por delante. Salgo con muy buenas sensaciones. El ritmo es bueno y siento que es de los días en que la bici desliza con relativa facilidad. Busco la dirección de  la antigua carretera de Utrera, esa ruta que he realizado infinitas veces en cada uno de mis entrenamientos. Los kilómetros van cayendo y la brisa se va convirtiendo en un viento que aunque dificulta mi ritmo también me ayuda a refrescarme y bajar la temperatura corporal. Utrera, Los Morales, El Coronil, Montellano, van evidenciando el paso de los kilómetros. Casi al pasar El Coronil la rueda de atrás me hace un extraño y siento como si me saltase de vez en cuando. Me temo lo peor. Paro para ver si he pinchado pero todo parece bien. El salto se hace cada vez más continuo, y el pedaleo cada vez más atrancado. Los pensamientos se van alejando del estado de mindfulness que buscaba como acompañante y los pensamientos negativos asaltan mi mente. La ascensión a Montellano se me hace eterna. En una bajada  cerca de Puerto Serrano tengo que frenar porque la bici se me va totalmente de atrás. No me hace falta ni mirar. He pinchado. Aprovecho un camino rural que desemboca en la carretera para cambiar la cámara. Aunque la mecánica no es muy fuerte, le echo todo el valor del mundo con una actitud muy positiva. Quito la rueda, desmonto la cubierta, saco la cámara, compruebo que no haya nada que me pueda hacer volver a pinchar y me dispongo a poner la cámara nueva. Cuando voy a inflarla un poco para facilitar la maniobra me doy cuenta de que no llevo en las herramientas el adaptador de  obús que necesito para poder utilizar la bomba. Tragedia gorda. El sol ya está en lo más alto y allí parado se hace casi insoportable. A esas horas no pasa ni un ciclista. Comienzo a perder la calma que tanto se necesita en una aventura de estas características. Decido utilizar el comodín del teléfono y llamo a mi hermano Ale para que venga desde Dos Hermanas con material de recambio. Tenemos una conversación privada que no reproduciré por aquí pero que me da la motivación y determinación suficiente para saber que hoy seré finisher por encima de las circunstancias. Voilà. Al fondo de la carretera aparecen dos ciclistas en sentido contrario. Cuando me ven no dudan en cruzarse y ayudarme. Me cambian la cámara y me salvan la vida. Dos ángeles de la guarda disfrazados de ciclistas utreranos a los que siempre agradeceré haber podido finalizar. Avanzo un poco hacia Puerto Serrano antes de darme la vuelta y retornar en dirección Utrera. Quiero acercarme un poco a Dos Hermanas por si repito percance. Mi cuerpo es el mismo de hace una hora pero mi cabeza ha cambiado. Aunque intento concentrarme en lo que hago (mindfulness a tope) no es fácil. El calor aprieta y tengo que parar hasta dos veces a comprar agua en la gasolinera para repostar líquidos. Llamo a casa para comprobar que Pablo ha vuelto del fútbol y aviso de que ya voy por el kilómetro 150. Sólo me faltan treinta para completar el segundo segmento y comenzar a correr. Media hora en un día normal que hoy se me hace eterno. Hace tiempo que no sé lo que es ir acoplado y voy tirando con todo lo que tengo para llegar a casa. Las sensaciones no son las mejores y mi cabeza ya comienza a pensar en los cuarenta y dos kilómetros que me esperan. Llegada a casa donde mi familia me recibe como si fuese un campeón. María adivina por la expresión de mi rostro el estado en el que me encuentro. ¿No pensarás salir a correr ahora no? ¿Tú te has visto la cara? Una sonrisa es todo lo que obtiene como respuesta. Entro en el servicio a comprobar mi nivel de hidratación y a refrescarme la cara. Nunca hasta ahora me había visto en un espejo en la T2 pero no creo que haya tenido nunca peor cara que hoy. No quiero ni pensar en lo que me queda, porque no quiero tampoco ni pensar en rendirme. Meto la gorra dentro de un cubo de agua fría que había dejado preparado con la intención de bajarme algo la temperatura. También me coloco un par de esponjas mojadas en los hombros con la misma intención. Salgo de casa en la misma dirección que infinitas mañanas marca mi camino. Pero hoy es distinto. No es cansancio muscular, no es fatiga respiratoria, es un tema mental. El sol abrasa, y el viento que hace poco tiempo dificultaba mi pedaleo parece haberse desvanecido. El plan es fácil: 5 kilómetros de ida, 5 de vuelta a casa y completar este recorrido cuatro veces. La primera ida se hace infinita. Un recorrido que podría hacer con los ojos cerrados y que tengo perfectamente memorizado hoy se estira como si estuviese hecho de chicle. Poco antes de mi primer giro, me encuentro a mi compañero Juanlu que me anima como si fuese primero en la maratón de Kona, pero se me marcha como si fuese en moto. Por primera vez en mis participaciones en un IM comienzo a andar. Aquí es donde me doy cuenta de que hoy toca sufrir, algo que no recuerdo desde cuando no hacía. La frase de Luther King golpea mi mente como si de un eco se tratase: “Si no puedes volar corre, si no puedes correr anda, si no puedes andar arrástrate, pero nunca, nunca te rindas”. Hoy toca andar, (espero no tener que arrastrarme) pero no rendirme. Primer avituallamiento en casa. María me ha preparado un plato con sandía troceada que me da literalmente la vida. Me pide por favor que lo deje ya porque cree que estoy acercándome demasiado a la línea roja de peligro. Además voy solo, y eso la preocupa aún más. La intento calmar enseñándole el móvil que llevo en mi bolsillo del pantalón, para casos de emergencia. Más agua en la gorra y en las esponjas y a por la segunda vuelta. Segunda vuelta que ya es un auténtico suplicio. Tengo que comenzar a caminar desde casi el principio. Caminando como un zombi (los “walking dead” que decía mi amigo Luismi) deambulo por la circunvalación con el piloto automático puesto. La bocina de un coche y unos gritos de ánimo con mi nombre me sacan de mi estado de hipnosis. Son Ivana, Vane y Nandi que han salido en mi búsqueda. Me vengo un poco arriba y comienzo de nuevo a trotar. La familia  Benítez Rangel me espera en la próxima glorieta con la chispa de la vida, ese refresco que sólo bebo los días que me da por hacer una maratón y que en otras  circunstancias soy incapaz de tomar. En este momento sé que voy a terminar.  Unos metros más adelante mi amigo y compañero Manolo Navarro, con quien tuve la inmensa suerte de compartir mi experiencia en el pasado Trail de Doñana acude en mi asistencia en moto. Me acompaña y me anima diciéndome que voy muy bien, algo no fácil de creer pero que me supone también un importante empujón moral. En esta segunda vuelta se incorpora mi amigo Abraham, el benjamín del Bikila, un tío con unas cualidades deportivas y humanas impresionantes que a pesar del tiempo que lleva sin correr se carga casi una media maratón a mi lado. Ya se acabó el caminar. Es lo mínimo que puedo hacer. Este segundo avituallamiento es en grupo con familia y amigos en el jardín de casa. Más sandía, más iso y más agua. Ya casi voy por la mitad. En una de las paradas para reponer refresco se incorpora mi amigo León, otro fenómeno. Abraham se vuelve antes del giro, pero voy tan motivado que no bajo el ritmo. A la vuelta de nuevo un claxon me avisa que hay algún conocido cerca. Es mi amigo Isidro, que en ropa de calle se atreve a trotar unos metros a mi lado, para darme ánimos. Me regala una pulsera recién llegada de México con la inscripción “Por el placer de ayudar”. Me la coloco y la hago formar parte de la colección que siempre llevo puesta, junto a las de Livestrong (Fundación Amstrong), la de la Fundación Luis Olivares, con su Alma, Magia y Corazón, la de Yo tb corro por Eugenia (Run4Smiles) y la de por un país sin quejas. Mis lemas de vida impresos en silicona y rodeando mis muñecas. Vuelvo solo aunque muy motivado, tanto que llego a casa antes de lo previsto, lo que preocupa a mis incansables animadores Ivi, Vane y Nandi que no me localizaban por la ronda. Mi compi Rafa Ruiz, experto en trails, también me busca sin que podamos encontrarnos. Más agua, sandía, iso y a por la última vuelta, que tendrá dos kilómetros más para completar los cuarenta y dos. El parón en casa me pasa factura. Tras un kilómetro trotando a un ritmo muy pobre me tengo que poner a caminar. Ya no doy más. El sol se pone y comienza a hacerse de noche. Me planteo completar caminando los poco más de diez kilómetros que me quedan. Amenazo con acabar al día siguiente. Voy tan fundido que veo como la gente me adelanta incluso caminando. Como he hecho en toda la carrera, le echo un vistazo al dorsal con los nombres de los 65 héroes y a los escudos de la Fundación que envuelven mis brazos pero ya sólo me da para terminar, no para volver a correr. Cuando peor voy una bicicleta de montaña se acerca con un conocido abordo. Mi amigo, compañero y fisio José Luis, que acaba de llegar de Cádiz y se ha acercado a buscarme, como me prometió anoche en el Burger King. Ahora no me queda más remedio que volver a trotar. Y poco a poco voy alcanzando una velocidad discreta pero decente. Algo más de una hora hablando con José Luis de nuestros proyectos, de nuestros sueños, de nuestras vidas, salpicando la charla con mis infinitos agradecimientos. Se hace largo pero vuelvo a disfrutar al final de mi aventura. Comentamos sobre el poder de la mente. Los tres últimos kilómetros que en mis entrenamientos habituales van  cayendo casi sin darme cuenta se alargan más que nunca. Pero ya estoy aquí. José Luis me va tomando fotos y videos para inmortalizar mi carrera. A lo lejos las luces de casa recortan las siluetas de María y los niños que han salido a esperarme. Nunca he cruzado una meta tan solitaria pero nunca me he sentido tan acompañado. José Luis es testigo de esta escena y me saca una foto con la familia y con la banda de meta que me han preparado. Por primera vez en mi vida (y posiblemente será la última) cruzo la línea de meta en primer lugar (aunque esta vez era el único participante). Al final 14:22:57 para los 226 kilómetros, mi mayor tiempo en un Ironman, con recorrido más que suficiente para ser batido para el próximo loco que se digne repetir esta carrera en Dos Hermanas. Soy feliz, muy feliz. Exhausto, sin hambre, sin sueño,…me pego un espectacular duchazo satisfecho por haber cumplido mi objetivo. Aunque haya gente que no lo entienda, aunque haya podido ser una insensatez, aunque podría haber acabado mal, dos cositas para finalizar. La primera es, que como dije antes, siempre prefiero arrepentirme de lo que hago antes que lamentarme de lo que no he hecho. Esta vez, hecho sin el más mínimo signo de arrepentimiento. Y para aquellos que aún dudan si ha merecido la pena, una sencilla reflexión. 65 nuevos donantes, de médula o/y órganos. Dentro de unos años, espero que muchos, muchísimos, sería bueno intentar localizar a algún posible receptor de alguno de estos héroes y trasladarle la pregunta. ¿Mereció la pena? Intuyo la respuesta. Muchas gracias a todos, sobre todo a Marina, Alex, Ana, Jose, Ángela, Tobi, Cristina, Blanca, Jesús, Pepe, Raúl, Inma, Frank, Antonio, Caro, Edurne, Norber, Dani, Encarni, Alfie, Manu, Van Kerkof, Eduardo, Juanma, Conchi, Juan, Adela, Maria, Pepe, Charo, Toni, Carlos, María, José Luis, María José, María José, Rocío, Beatriz, José Antonio, Fran, Semi, Rocío, Esther, Rosa, Ana, Sole, Sete, Darío, Mari, Manuel, Rocío, Muna, Manolo, Alberto, Marta, Manuel, Catalina, Aurora, Miriam, Jesús, Trinidad, Antonio, Francisco, Reyes y a José Antonio. Gracias.

domingo, 8 de mayo de 2016


 226 for Barbate

Información resumida para el Reto 226 For Barbate:

Se buscan 226 nuevos donantes (órganos o médula) para este nuevo proyecto.

A pesar del lógico anonimato, bautizaremos los kilómetros con el nombre de cada donante.

Información para hacerse donante de órganos:


Información para hacerse donante de médula:


Las confirmaciones por favor por privado a Facebook (Antonio Manuel Jurado Mejias), Tweeter (@cholejs) o por correo electrónico (antoniojuradochole@gmail.com)

GRACIAS!!!