NO HAY MEJOR ARCO DE META QUE LA PUERTA DE TU CASA…
Marina, Alex, Ana, Jose, Ángela,
Tobi, Cristina, Blanca, Jesús, Pepe, Raúl, Inma, Frank, Antonio, Caro, Edurne,
Norber, Dani, Encarni, Alfie, Manu, Van Kerkof, Eduardo, Juanma, Conchi, Juan,
Adela, Maria, Pepe, Charo, Toni, Carlos, María, José Luis, María José, María
José, Rocío, Beatriz, José Antonio, Fran, Semi, Rocío, Esther, Rosa, Ana, Sole,
Sete, Darío, Mari, Manuel, Rocío, Muna, Manolo, Alberto, Marta, Manuel,
Catalina, Aurora, Miriam, Jesús, Trinidad, Antonio, Francisco, Reyes y José
Antonio han sido los verdaderos protagonistas de este mi último Ironman. Por
ellos decidí no rendirme y tirar adelante con esta aventura con tintes de
locura. Ellos fueron los que me dieron la energía y la calma necesaria para
seguir adelante cuando sólo dos días antes del evento el organizador confirmaba
la cancelación del mismo por la falta de los permisos de tráfico. Una
organización, que dicho sea de paso ha tenido un comportamiento ejemplar, dando
la cara desde el primer momento, ofreciendo soluciones y pidiendo mil veces
disculpas por algo que ellos no habían ocasionado. Chapeau por ellos. Gracias a
esta impecable gestión de la adversidad tienen un cliente Trystrong convencido
para toda la vida. Pero volviendo a esta crónica, fueron los 65 donantes los
que me llevaron a materializar una de las frases que más me he repetido durante
los últimos años. La vida no es lo que te pasa, es cómo te lo tomas. Por eso,
cuando recibí la noticia de la cancelación no perdí los papeles, no me quejé ni
una sola vez. A veces que las cosas no salgan como están planeadas puede ser un
maravilloso golpe de suerte. Tal como lo pensé lo publiqué en redes sociales
junto a una foto del mono y del casco aero con el logotipo de la Fundación Luis
Olivares y de ese lema que debería guiar todas nuestras vidas: “Alma, Magia y
Corazón”. Estaba decidido. La piscina de Montequinto haría las veces de la
Playa del Carmen en Barbate, la carretera de Utrera a Puerto Serrano se
disfrazaría de la zona de Zahara, Vejer, el Palmar y el carril bici de la ronda
de Circunvalación de Dos Hermanas haría las veces de esos caminos de arena del
Parque Natural de las Breñas que tanto me gusta recorrer cuando visito la zona.
Era un poco locura, pero siempre prefiero arrepentirme de lo que hago a
lamentarme por lo que no hago. Y esta vez puedo asegurar que no me arrepiento
de lo más mínimo. Paradójicamente (una de las definiciones de la vida en la
genial película de El Guerrero Pacífico, junto al humor y al cambio) mi Ironman
más solitario se iba a convertir en mi triatlón más acompañado. Además de los
sesenta y cinco héroes nombrados al principio que me acompañaron y motivaron
durante la larga jornada fueron muchos los AMIGOS (así, con mayúsculas), que se
encargaron de que la travesía llegase a buen puerto. Empezamos la crónica.
5:30 de la mañana. Me levanto
para desayunar y repasar todo el material. Esta vez lo hacía en casa, cuando lo
habitual es que sea en la habitación de un hotel, lejos de los míos. Mi primo
Frank, encargado de la logística, se encargaba de recogerme puntual a las 8:00
para acercarme al Centro Acuático de Montequinto. Nada más llegar, mi amigo
Antonio, nadador máster de categoría aparecía al fondo de la calle con su
macuto cargado de ilusiones y energía positiva dispuesto a acompañarme en el
primer segmento. Al poco tiempo, Manolo Laborda, verdadero artífice del éxito
del primer segmento junto a su mujer Ángela aparecía por el centro. Si no llega
a ser por ellos la natación se hubiese convertido en un martirio, y fue el
segmento que mejor me salió y más disfruté. Mientras paso con Antonio a los
vestuarios, Manolo se lleva la bici a boxes. Me coloco mi mono del CD Bikila,
ese que muestra en su pecho orgulloso el escudo de la Fundación Luis Olivares
que mi compañera Ivana me grabó con tanto arte. Decido nadar con aletas, ya que
no me iba a poner el neopreno, para hacer algo más livianas las 152 vueltas que
me esperan. Manolo me invita a usar la calle cuatro, junto a la que los jóvenes
preadolescentes del Club Natación Dos Hermanas combinaban series de
entrenamientos y ánimos hacia mi persona. La natación me resulta muy cómoda,
los largos van cayendo casi sin darme cuenta. Muy relajado, alargando la
brazada al máximo y guardando energías consciente de lo largo que será el día. Antonio
sale sobre los 3.000 metros, cuando estoy a 800 de finalizar mi primer
segmento. Aunque nada detrás de mí, se
le ve casi frenando para no cogerme. Cuando me cruzo con él es una pasada ver
como se desliza por el agua. Me motiva y me enseña a partes iguales. Por otro
lado, ver al equipo infantil aplaudiéndome en el fondo y jaleándome con sus
brazos me dispara la motivación. Mi amigo Manuel Romero me acompaña en las
últimas vueltas. 152 vueltas. 3.800 metros. Manolo me toma una foto junto al
borde de la piscina para inmortalizar el momento. A por la T1. En los
vestuarios me seco y me cambio de mono. Llega el momento de estrenar el
espectacular mono aero diseñado por Carlos y con el escudo de la Fundación en
ambos brazos. Salgo tan hinchado de la piscina que meterme dentro del ajustado
traje se convierte en una auténtica odisea. Al final lo consigo y salgo hacia
la recepción de la piscina. Manolo me espera con la bici. Le agradezco la ayuda
y salgo a rodar. 180 kilómetros por delante. Salgo con muy buenas sensaciones.
El ritmo es bueno y siento que es de los días en que la bici desliza con
relativa facilidad. Busco la dirección de
la antigua carretera de Utrera, esa ruta que he realizado infinitas
veces en cada uno de mis entrenamientos. Los kilómetros van cayendo y la brisa
se va convirtiendo en un viento que aunque dificulta mi ritmo también me ayuda
a refrescarme y bajar la temperatura corporal. Utrera, Los Morales, El Coronil,
Montellano, van evidenciando el paso de los kilómetros. Casi al pasar El
Coronil la rueda de atrás me hace un extraño y siento como si me saltase de vez
en cuando. Me temo lo peor. Paro para ver si he pinchado pero todo parece bien.
El salto se hace cada vez más continuo, y el pedaleo cada vez más atrancado. Los
pensamientos se van alejando del estado de mindfulness que buscaba como
acompañante y los pensamientos negativos asaltan mi mente. La ascensión a
Montellano se me hace eterna. En una bajada
cerca de Puerto Serrano tengo que frenar porque la bici se me va totalmente
de atrás. No me hace falta ni mirar. He pinchado. Aprovecho un camino rural que
desemboca en la carretera para cambiar la cámara. Aunque la mecánica no es muy
fuerte, le echo todo el valor del mundo con una actitud muy positiva. Quito la
rueda, desmonto la cubierta, saco la cámara, compruebo que no haya nada que me
pueda hacer volver a pinchar y me dispongo a poner la cámara nueva. Cuando voy
a inflarla un poco para facilitar la maniobra me doy cuenta de que no llevo en
las herramientas el adaptador de obús
que necesito para poder utilizar la bomba. Tragedia gorda. El sol ya está en lo
más alto y allí parado se hace casi insoportable. A esas horas no pasa ni un
ciclista. Comienzo a perder la calma que tanto se necesita en una aventura de
estas características. Decido utilizar el comodín del teléfono y llamo a mi
hermano Ale para que venga desde Dos Hermanas con material de recambio. Tenemos
una conversación privada que no reproduciré por aquí pero que me da la
motivación y determinación suficiente para saber que hoy seré finisher por
encima de las circunstancias. Voilà. Al fondo de la carretera aparecen dos
ciclistas en sentido contrario. Cuando me ven no dudan en cruzarse y ayudarme.
Me cambian la cámara y me salvan la vida. Dos ángeles de la guarda disfrazados
de ciclistas utreranos a los que siempre agradeceré haber podido finalizar. Avanzo
un poco hacia Puerto Serrano antes de darme la vuelta y retornar en dirección
Utrera. Quiero acercarme un poco a Dos Hermanas por si repito percance. Mi
cuerpo es el mismo de hace una hora pero mi cabeza ha cambiado. Aunque intento
concentrarme en lo que hago (mindfulness a tope) no es fácil. El calor aprieta
y tengo que parar hasta dos veces a comprar agua en la gasolinera para repostar
líquidos. Llamo a casa para comprobar que Pablo ha vuelto del fútbol y aviso de
que ya voy por el kilómetro 150. Sólo me faltan treinta para completar el
segundo segmento y comenzar a correr. Media hora en un día normal que hoy se me
hace eterno. Hace tiempo que no sé lo que es ir acoplado y voy tirando con todo
lo que tengo para llegar a casa. Las sensaciones no son las mejores y mi cabeza
ya comienza a pensar en los cuarenta y dos kilómetros que me esperan. Llegada a
casa donde mi familia me recibe como si fuese un campeón. María adivina por la
expresión de mi rostro el estado en el que me encuentro. ¿No pensarás salir a
correr ahora no? ¿Tú te has visto la cara? Una sonrisa es todo lo que obtiene
como respuesta. Entro en el servicio a comprobar mi nivel de hidratación y a
refrescarme la cara. Nunca hasta ahora me había visto en un espejo en la T2
pero no creo que haya tenido nunca peor cara que hoy. No quiero ni pensar en lo
que me queda, porque no quiero tampoco ni pensar en rendirme. Meto la gorra
dentro de un cubo de agua fría que había dejado preparado con la intención de
bajarme algo la temperatura. También me coloco un par de esponjas mojadas en
los hombros con la misma intención. Salgo de casa en la misma dirección que
infinitas mañanas marca mi camino. Pero hoy es distinto. No es cansancio
muscular, no es fatiga respiratoria, es un tema mental. El sol abrasa, y el
viento que hace poco tiempo dificultaba mi pedaleo parece haberse desvanecido.
El plan es fácil: 5 kilómetros de ida, 5 de vuelta a casa y completar este
recorrido cuatro veces. La primera ida se hace infinita. Un recorrido que
podría hacer con los ojos cerrados y que tengo perfectamente memorizado hoy se
estira como si estuviese hecho de chicle. Poco antes de mi primer giro, me
encuentro a mi compañero Juanlu que me anima como si fuese primero en la
maratón de Kona, pero se me marcha como si fuese en moto. Por primera vez en
mis participaciones en un IM comienzo a andar. Aquí es donde me doy cuenta de
que hoy toca sufrir, algo que no recuerdo desde cuando no hacía. La frase de
Luther King golpea mi mente como si de un eco se tratase: “Si no puedes volar
corre, si no puedes correr anda, si no puedes andar arrástrate, pero nunca,
nunca te rindas”. Hoy toca andar, (espero no tener que arrastrarme) pero no
rendirme. Primer avituallamiento en casa. María me ha preparado un plato con
sandía troceada que me da literalmente la vida. Me pide por favor que lo deje
ya porque cree que estoy acercándome demasiado a la línea roja de peligro.
Además voy solo, y eso la preocupa aún más. La intento calmar enseñándole el
móvil que llevo en mi bolsillo del pantalón, para casos de emergencia. Más agua
en la gorra y en las esponjas y a por la segunda vuelta. Segunda vuelta que ya
es un auténtico suplicio. Tengo que comenzar a caminar desde casi el principio.
Caminando como un zombi (los “walking dead” que decía mi amigo Luismi) deambulo
por la circunvalación con el piloto automático puesto. La bocina de un coche y
unos gritos de ánimo con mi nombre me sacan de mi estado de hipnosis. Son Ivana,
Vane y Nandi que han salido en mi búsqueda. Me vengo un poco arriba y comienzo
de nuevo a trotar. La familia Benítez
Rangel me espera en la próxima glorieta con la chispa de la vida, ese refresco
que sólo bebo los días que me da por hacer una maratón y que en otras circunstancias soy incapaz de tomar. En este
momento sé que voy a terminar. Unos
metros más adelante mi amigo y compañero Manolo Navarro, con quien tuve la inmensa
suerte de compartir mi experiencia en el pasado Trail de Doñana acude en mi
asistencia en moto. Me acompaña y me anima diciéndome que voy muy bien, algo no
fácil de creer pero que me supone también un importante empujón moral. En esta
segunda vuelta se incorpora mi amigo Abraham, el benjamín del Bikila, un tío
con unas cualidades deportivas y humanas impresionantes que a pesar del tiempo
que lleva sin correr se carga casi una media maratón a mi lado. Ya se acabó el
caminar. Es lo mínimo que puedo hacer. Este segundo avituallamiento es en grupo
con familia y amigos en el jardín de casa. Más sandía, más iso y más agua. Ya
casi voy por la mitad. En una de las paradas para reponer refresco se incorpora
mi amigo León, otro fenómeno. Abraham se vuelve antes del giro, pero voy tan
motivado que no bajo el ritmo. A la vuelta de nuevo un claxon me avisa que hay
algún conocido cerca. Es mi amigo Isidro, que en ropa de calle se atreve a
trotar unos metros a mi lado, para darme ánimos. Me regala una pulsera recién
llegada de México con la inscripción “Por el placer de ayudar”. Me la coloco y
la hago formar parte de la colección que siempre llevo puesta, junto a las de
Livestrong (Fundación Amstrong), la de la Fundación Luis Olivares, con su Alma,
Magia y Corazón, la de Yo tb corro por Eugenia (Run4Smiles) y la de por un país
sin quejas. Mis lemas de vida impresos en silicona y rodeando mis muñecas.
Vuelvo solo aunque muy motivado, tanto que llego a casa antes de lo previsto, lo
que preocupa a mis incansables animadores Ivi, Vane y Nandi que no me
localizaban por la ronda. Mi compi Rafa Ruiz, experto en trails, también me
busca sin que podamos encontrarnos. Más agua, sandía, iso y a por la última
vuelta, que tendrá dos kilómetros más para completar los cuarenta y dos. El
parón en casa me pasa factura. Tras un kilómetro trotando a un ritmo muy pobre
me tengo que poner a caminar. Ya no doy más. El sol se pone y comienza a
hacerse de noche. Me planteo completar caminando los poco más de diez
kilómetros que me quedan. Amenazo con acabar al día siguiente. Voy tan fundido
que veo como la gente me adelanta incluso caminando. Como he hecho en toda la
carrera, le echo un vistazo al dorsal con los nombres de los 65 héroes y a los
escudos de la Fundación que envuelven mis brazos pero ya sólo me da para
terminar, no para volver a correr. Cuando peor voy una bicicleta de montaña se
acerca con un conocido abordo. Mi amigo, compañero y fisio José Luis, que acaba
de llegar de Cádiz y se ha acercado a buscarme, como me prometió anoche en el
Burger King. Ahora no me queda más remedio que volver a trotar. Y poco a poco
voy alcanzando una velocidad discreta pero decente. Algo más de una hora
hablando con José Luis de nuestros proyectos, de nuestros sueños, de nuestras
vidas, salpicando la charla con mis infinitos agradecimientos. Se hace largo
pero vuelvo a disfrutar al final de mi aventura. Comentamos sobre el poder de
la mente. Los tres últimos kilómetros que en mis entrenamientos habituales
van cayendo casi sin darme cuenta se
alargan más que nunca. Pero ya estoy aquí. José Luis me va tomando fotos y
videos para inmortalizar mi carrera. A lo lejos las luces de casa recortan las
siluetas de María y los niños que han salido a esperarme. Nunca he cruzado una
meta tan solitaria pero nunca me he sentido tan acompañado. José Luis es
testigo de esta escena y me saca una foto con la familia y con la banda de meta
que me han preparado. Por primera vez en mi vida (y posiblemente será la
última) cruzo la línea de meta en primer lugar (aunque esta vez era el único participante).
Al final 14:22:57 para los 226 kilómetros, mi mayor tiempo en un Ironman, con
recorrido más que suficiente para ser batido para el próximo loco que se digne
repetir esta carrera en Dos Hermanas. Soy feliz, muy feliz. Exhausto, sin
hambre, sin sueño,…me pego un espectacular duchazo satisfecho por haber cumplido
mi objetivo. Aunque haya gente que no lo entienda, aunque haya podido ser una
insensatez, aunque podría haber acabado mal, dos cositas para finalizar. La
primera es, que como dije antes, siempre prefiero arrepentirme de lo que hago antes
que lamentarme de lo que no he hecho. Esta vez, hecho sin el más mínimo signo
de arrepentimiento. Y para aquellos que aún dudan si ha merecido la pena, una
sencilla reflexión. 65 nuevos donantes, de médula o/y órganos. Dentro de unos
años, espero que muchos, muchísimos, sería bueno intentar localizar a algún
posible receptor de alguno de estos héroes y trasladarle la pregunta. ¿Mereció
la pena? Intuyo la respuesta. Muchas gracias a todos, sobre todo a Marina,
Alex, Ana, Jose, Ángela, Tobi, Cristina, Blanca, Jesús, Pepe, Raúl, Inma,
Frank, Antonio, Caro, Edurne, Norber, Dani, Encarni, Alfie, Manu, Van Kerkof,
Eduardo, Juanma, Conchi, Juan, Adela, Maria, Pepe, Charo, Toni, Carlos, María,
José Luis, María José, María José, Rocío, Beatriz, José Antonio, Fran, Semi,
Rocío, Esther, Rosa, Ana, Sole, Sete, Darío, Mari, Manuel, Rocío, Muna, Manolo,
Alberto, Marta, Manuel, Catalina, Aurora, Miriam, Jesús, Trinidad, Antonio,
Francisco, Reyes y a José Antonio. Gracias.