El pasado sábado 15 de Octubre
completé el que fue mi sexto triatlón distancia Ironman en los últimos cuatro
años. Un triatlón que por las circunstancias que lo acompañaban iba a ser de
los más especiales de los que había vivido. En primer lugar, porque la natación
y salida tenía lugar en la playa de Isla Canela, el lugar donde he veraneado
los últimos años y que tan buenos recuerdos me trae. Tres años después, volvía
al escenario de mi segundo larga distancia, deseoso de volver a vivir las
sensaciones experimentadas entonces. También venía muy justo de preparación
física, de hecho no había decidido mi participación hasta escasamente un mes
antes, pero quería demostrarme que la motivación y la actitud mental adecuada
me darían para no sufrir mucho y conseguir mi objetivo. Por último, había
utilizado esta competición como marco para el cumplimiento de mi reto
#226ParaUnMillón, con el que contribuir al sueño del malagueño Pablo Ráez de
alcanzar el millón de donantes de médula en España (su #RetoUnMillón difundido
en redes sociales)
Con este cúmulo de circunstancias
me presentaba el Viernes por la mañana en el hotel Playa Canela a recoger el
dorsal y el resto del pack de carrera. Una acertada decisión la de haber venido
tan temprano que me permitió descansar más de lo habitual en la jornada de
reflexión y superar la complicada liturgia de los preparativos (por mucha lista
que lleves siempre tienes la sensación de que se queda algo atrás…) de la forma
más relajada posible.
Check in de bici y material
frente al apartamento (gracias Ricardo otra vez por tu generosidad y
disposición a ayudar), justo en la calle que me ha llevado y traído de vuelta a
la playa innumerables veces en todos estos veranos. Allí tengo la fortuna de
conocer a Raúl, Carlos, a Yesi y a su linda pequeñaja. Un cuarteto de
maravillosos gaditanos con los que coincidí también en la charla técnica y que
me hicieron olvidar de golpe la soledad que vivía en esos momentos.
Me voy a la cama temprano y
duermo como un lirón, a pesar de los nervios previos a la prueba. Revisión del
material en Boxes y camino a la playa a la busca del primer segmento. Caminando
por la pasarela de madera afloran a tu mente el cúmulo de pensamientos
habituales en estos momentos. Dudas, miedos, felicidad, compromiso, emociones
contrapuestas… Me encanta la sensación de sentir latir mi corazón embutido en
el neopreno, con el ruido exterior silenciado a medias por los tapones en mis
oídos y por el rítmico golpeo de mi motor empujando la sangre hasta todos los
rincones de mi cuerpo. En estos momentos me encuentro con María Sierra (una
excepcional persona a la par que una deportista modelo), con Javier Mérida
(ejemplo de superación personal y un tío grande de verdad) y con Esther Córdoba
(a la postre campeona de la prueba) Choco mis manos con las de Carlos y Raúl
deseándonos lo mejor y tras el bocinazo de rigor encamino mis pasos hacia el
agua. Aquí tus neuronas dejan paso a la habitual pregunta de estos momentos
¿qué hago yo aquí?... La respuesta surge sola cuando cambias el por qué estoy
aquí por el para qué. Encontrarle un sentido es fundamental para enfrentarte
con fuerzas a 226 kilómetros. El mar es un auténtico plato, sin rastro de olas
y con una temperatura que pronto se convierte en ideal tras recorrer la
estrecha capa que el neopreno deja sobre mi piel. Nado más relajado que nunca.
A pesar de que sólo había nadado 2.000 metros en el último mes me siento muy
cómodo. No sé a qué ritmo voy pero tengo la sensación de que podría aguantar
horas de esta forma. Giros de boyas muy limpios y en la primera vuelta la
tormenta mental entra en funcionamiento. El todo es relativo que utilizo tantas
veces en mi filosofía diaria me golpea con más fuerza que nunca. Me veo
demasiado rodeado de gente para lo que estoy acostumbrado, pero no soy capaz de
ubicarme dentro del grupo, por lo que me llegan las primeras dudas de cómo lo
iré haciendo. Dudas sin sentido, porque si voy cómodo, no tengo por qué
preocuparme cómo vayan los demás. Salgo en la primera vuelta y cuando echo la
vista atrás puedo distinguir bastantes gorros blancos y brazadas en el mar, lo
que me indica que no debo ir muy descolgado. De nuevo a por la segunda vuelta,
también muy relajado y a un ritmo que no me castigue mucho de cara a lo que me
queda por delante.
Salgo de la segunda vuelta con mi
sonrisa en rostro y encaro el largo camino de madera que me llevará hasta la
bici. Cuando llego a boxes pensando en mis cosas puedo divisar como María sale
de la T1. Me ha aventajado sólo en el tiempo que haya tardado en hacer su
primera transición, algo que hubiese firmado con los ojos cerrados antes de
empezar. Al final 1:25:19 algo más de lo esperado pero asumible cuando
compruebo de que a todos nos salen más de los 3.800 inicialmente previstos.
Transición muy tranquila (casi diez minutos), en mi línea. Me seco bien y
preparo el arsenal de avituallamientos
que me acompañará en este primer segmento. A pesar de que hace un poco de
fresco y el mono está chorreando, tomo la acertada decisión de dejar el cortavientos
y salir sólo con los manguitos en los brazos como única prenda de abrigo. Llega
el momento de pedalear.
Salgo muy fácil en dirección a
Ayamonte. Primeros kilómetros sin forzar para ir cogiendo sensaciones y adaptar
a mi cuerpo al cambio de posición. Ya en la localidad ayamontina los continuos
badenes del recorrido me juegan una mala pasada y me muestran otra importante
lección. La bomba de aire y una de las cámaras que llevaba como repuesto (a la
postre de los complementos más importantes que podía necesitar en este sector)
iban sujetas al cuadro con unas sencillas gomillas que ceden en uno de los
baches del recorrido. Y es que a veces, las cosas más importantes de la vida
las sujetamos con las pinzas más débiles, sin darnos cuenta de la importancia
de cuidar los pequeños detalles que mantienen en pie nuestras motivaciones.
Casi milagrosamente advierto como la bomba se cuela entre las bielas y el
cuadro y la cubierta casi se enreda en la rueda trasera y me detengo justo a
tiempo. Meto la bomba en mi espalda y lío como buenamente puedo la goma
alrededor del portadorsal antes de volver a pedalear. A pesar de que debo estar
agradecido a que no me ha pasado nada, los segundos (o incluso minutos) parado
han hecho que me hayan pasado bicis como cohetes y comienzo a dudar de mi
posición real en carrera. Camino a Villablanca el fantasma del corte sobrevuela
mi mente. Teníamos nueve horas para los dos primeros segmentos, pero visto el
tiempo transcurrido comienzo a preguntarme si llegaría a tiempo a Villareal. Mi
cabeza comienza el carrusel de infinitos cálculos que intentan estimar los
tiempos previstos de llegada a las próximas poblaciones, sin éxito ninguno. Las
cuestas y el viento comienzan a hacer estragos y hay tramos en los que me veo
en la más absoluta soledad. Afortunadamente, los carteles amarillos y algún que
otro voluntario de vez en cuando me confirman que me encuentro en el camino
correcto. Poco a poco mis piernas van notando la falta de kilómetros de
entrenamiento en esta segunda parte de la temporada. No recordaba ni por asomo
la dureza de esta parte del recorrido (de haberlo hecho me hubiese pensado más
fríamente mi participación…) Hablando de dureza me planto en Pomarao, localidad
fronteriza que da paso a la segunda parte del recorrido por suelo portugués. Su
interminable bienvenida pone a prueba mi fuerza mental, empeñada en no poner
pie a tierra por mucho que me quede sin desarrollo en las primeras rampas. En
esta espectacular subida consigo dejar atrás a varios compañeros, lo que me
supone un importante refuerzo psicológico. Comienzo mi vagar por un infinito
recorrido de toboganes sin fin, que junto al viento en contra dificulta cada
vez más mi pedalear. Es en estos kilómetros cuando tengo que echar mano de todo
mi arsenal psicológico. Pablo y Daniela cobran vida en la foto que me acompaña
en el acople del manillar desde mi primera aventura en esta distancia y casi
puedo escuchar sus voces pidiéndome que no me rinda. Es complicado dejar
kilómetros atrás, sobre todo cuando tienes claro que no puedes vaciarte del
todo porque una maratón con sus 42 kilómetros te espera a partir de la T2. Los
nombres y las caras de los casi 80 donantes que han colaborado conmigo en este
reto inundan mis pensamientos, y son ellos los que me dan fuerzas en muchos
momentos para seguir adelante. La familia y los amigos también juegan su papel.
Sé que ninguno de ellos alberga la más mínima duda de que volveré a convertirme
en Finisher una vez más, por lo que me conjuro para no fallarles. Por fin el
Guadiana aparece a mi izquierda, lo que parece ser una confirmación de que sólo
nos queda bajar hasta la meta. Nada más lejos de la realidad, porque la
carretera se empeña en serpentear subiendo y bajando de forma paralela al curso
del río, acercándote y alejándote en innumerables ocasiones. Las conversaciones
con Pablo y Daniela cada vez son más continuas. Ahora ya tengo referencia de
otros corredores a los que suelo alcanzar cuando la carretera se empina y que
me pasan en llanos y bajadas. Por fin diviso al fondo la silueta del Castillo
de Castro Marim, prueba irrefutable de que la T2 está muy cerca. Escoltados por
la guardinha motorizada llegamos a la glorieta que nos llevará a soltar la
bici. Me echo en los acoples para estirar toda la espalda y respiro aliviado.
Suelto la bici con relativa
rapidez, cambio de calcetines, me coloco las medias de compresión y sustituyo
casco por gorra. Me ajusto el dorsal y salgo a correr, vaciándome una botella
de agua en la cabeza con los primeros pasos. Es tal la tranquilidad que me da
haber soltado la bici que voy muy cómodo. En la avenida que me lleva de vuelta
a la carretera diviso a la izquierda a mi amigo Alberto de Canofotosports
inmortalizando atletas. Lo saludo y sigo corriendo, consciente de que de aquí
me llevaré un buen recuerdo de la carrera. No dejo de pasar corredores. Por fin
subo el Puente Internacional del Guadiana, uno de los momentos cumbres de la
prueba junto con el paso por Pomarao. Otra foto para el archivo. Hasta la
llegada a Ayamonte, donde llego un poco justo por la falta de avituallamiento
voy muy fresco. A pesar del calor, me planto en el circuito con muy buenas
sensaciones. Llega el momento de la verdad, cuatro vueltas a un circuito de
casi siete kilómetros donde habrá que dar la nota. Aquí la aglomeración de
atletas es mucho mayor, cada uno a su ritmo y con posiciones muy diversas en
carrera. En el primer paso por el avituallamiento decido levantar un poco el
pie y tomármelo con tranquilidad. Como fruta y bebo, para que el calor no me
haga mella. El estómago no me da para mucho más. No sólo tengo que terminar,
hay que volver a Punta del Moral, recoger la bici en Villareal y de allí en
coche para Dos Hermanas, así que tengo que guardar algo incluso para cuando
cruce la meta. Será una T3, como mi libro. En la primera vuelta me encuentro a
mi amigo Miguel López. Escuchar mi nombre y ver una cara amiga me da un subidón
de los buenos. Algunas fotos y una sonrisa de complicidad que me dan más
energía que todos los geles que aún cuelgan de mi portadorsal. Las cuatro
vueltas se hacen un poco pesadas por un lado pero por otro compensa el no
perder nunca la referencia y no dejar de cruzarte gente. El sol se pone y la
noche baja varios grados la temperatura. En mi penúltima vuelta me encuentro
con Yesi que me devuelve la camiseta de la Fundación Luis Olivares que le había
dado por la mañana antes de comenzar. Carlos ya ha terminado y acompaña con la
bici a Raúl que va una vuelta por detrás mía. Me cruzo con María Sierra y con
Esther Córdoba que van a un ritmo
genial. Enfilo por última vez la avenida que me llevará a la compensación para
meta. La gente no deja de animar y unas tímidas lágrimas asoman a mis ojos.
Alzo los brazos, miro al cielo, y soy Finisher de un LD por sexta vez en cuatro
años. Esta vez he tardado quince minutos más que hace tres años, pero las circunstancias
nada tienen que ver. Pienso en los míos, en los donantes, en los niños de la
Fundación, en mi amigo Silva a quien di ánimos hace tres años para seguir adelante
y que hoy me los devolvió con creces en los momentos menos buenos. No hay
tiempo para mucho más. Toca volver, cuanto antes, que en casa me esperan para
disfrutar al día siguiente de la Romería de Valme. El ¿qué hago yo aquí? de
esta mañana se transforma en ¿cuándo es el próximo? Ya habrá tiempo de plantear
esa pregunta. Ahora más que nunca toca descansar, desconectar y disfrutar de
familia y amigos. El proyecto del Calendario Solidario para la Fundación Luis
Olivares me espera y hay que estar fino. Gracias a todos los que habéis hecho
posible que esta crónica se haya hecho realidad, sobre todo a los que me
esperaban en casa y que son los principales sufridores de esta afición. Gracias
también a la organización del Iberman por su apoyo y colaboración y sobre todo
a esos 77 nombres que han dado sentido a esta historia. Gracias a vosotros, lo
mismo cualquier día, alguien en cualquier lugar de este loco mundo recibe el
regalo de la vida en forma de vuestra médula. De todo corazón, gracias.
Marina, Alex, Ana, Jose, Ángela,
Tobi, Cristina, Blanca, Jesús, Pepe, Raúl, Inma, Frank, Antonio, Caro, Edurne,
Norber, Dani, Encarni, Alfie, Manu, Van Kerkof, Eduardo, Juanma, Conchi, Juan,
Adela, Maria, Pepe, Charo, Toni, Carlos, María, José Luis, María José, María
José, Rocío, Beatriz, José Antonio, Fran, Semi, Rocío, Esther, Rosa, Ana, Sole,
Sete, Darío, Mari, Manuel, Rocío, Muna, Manolo, Alberto, Marta, Manuel,
Catalina, Aurora, Miriam, Jesús, Trinidad, Antonio, Francisco, Reyes, José Antonio, Mar, Carmen, Patri, Sara, Caro,
Fernando, Lidia, Juanma, Encarni, Paco, Olga, Manoli,...