Este mes encabezo mi blog con el título de esta genial canción de Los Secretos.
Una de las pocas afirmaciones ciertas que no admite mucha discusión es que todos somos niños en algún momento de nuestras vidas. Quizás durante menos tiempo del necesario, pero todos hemos sido niños alguna vez.
Me inspiró esta publicación el comentario de mi maestro Alonso, que me contaba que un profesor definía su importantísima tarea en algo tan sencillo y a la vez tan difícil como "intentar no estropear a los niños que tenía en clase".
Creo que hay mucho de verdad en ello. Reconociendo mi más absoluta ignorancia también en este terreno, creo que la inocencia que traemos de serie y que nos acompaña al nacer no permite huecos para el mal que la "educación", la sociedad, el entorno,...nos irán regalando día tras día.
Llega un momento en que te haces adulto, te paras, reflexionas y te das cuenta que la verdadera sabiduría está en los niños. Ahora se ha puesto muy de moda lo de sacar al niño que llevamos dentro como una de las herramientas básicas para volver a descubrir la felicidad perdida en nuestro interior.
En este proceso tenemos básicamente que desaprender todo lo aprendido durante tantos años de mal entendida experiencia. Utilizando la metáfora deportiva que tanto me gusta, es algo parecido a aprender a nadar bien para los que no lo hicimos de pequeño. Lo difícil no es hacer lo correcto, sino dejar de hacer lo que estamos haciendo mal. Dicen que los niños no aprenden de lo que los mayores decimos, sino de lo que hacemos, y si es así esto debería ser una peligrosa evidencia de que no lo estamos haciendo precisamente bien.
Olvidando mi infancia, porque ya hace demasiado tiempo que pasó, es infinita la influencia que han tenido los niños en mi vida.
Empezando por mis hijos, indudablemente lo mejor que me ha pasado en esta vida. No creo que viva suficientes años para agradecer todo lo que han hecho por mí, aunque me cueste trabajo demostrárselo. No puedo dejar de agradecer a su madre y a mi mujer María, que fue la que me motivó para tenerlos. De no haber sido por ella, probablemente no habría conocido el significado de la palabra padre. Es muy duro servir de ejemplo para alguien a quien quieres tanto, sobre todo cuando imitan comportamientos tuyos que tanto detestas. Pero la paternidad daría para una publicación independiente.
En este aprendizaje diario que es la vida he tenido la infinita suerte de conocer a muchos más niños que han hecho mi vida mejor. Sin contar a familiares, amigos de mis hijos e hijos de mis amigos la causalidad, el destino o lo que cada uno quiera pensar me ha colocado una gran cantidad de "locos bajitos" en mi camino.
Empezaré por un niño a quien desgraciadamente no tuve la oportunidad de conocer (al menos en el significado más habitual de la palabra conocer) pero que me cambió literalmente la vida. Su padre Andrés dice que Luis me buscó una noche en sueños para guiarme hasta él como un guerrero más de su pacífico ejército. Ahí nació mi relación con la Fundación Andrés Olivares, repleta de calendarios, retos y visitas puntuales a su sede en la malagueña calle del Arroyo de los Ángeles. De la mano de esos niños comprendí lo que de verdad importa, lo que realmente tiene valor y cómo malgastamos nuestro tiempo preocupado por tonterías. Con sus sonrisas imborrables aprendí el verdadero significado de la palabra resiliencia. También estos niños me enseñaron que lo mejor y más bonito de esta vida no puede verse ni tocarse, debe sentirse con el corazón. Gracias a ellos, sé cuál es el verdadero significado de las palabras alma, magia y corazón. Su presidente Andrés es también el mejor ejemplo de lo que significa volver a ser niño.
Fue precisamente en una Maratón de Sevilla donde desarrollaba mi reto "Yo adelanto tú donas" a favor de la Fundación Andrés Olivares donde tuve la ocasión de conocer a otro maravilloso grupo de niños, los de Carros de Fuego. Ellos, en un alarde de generosidad infinita, nos permiten prestarles nuestras piernas a cambio de sus corazones. Junto a ellos podemos darnos el extraordinario lujo de recorrer las calles impulsando sus carros. He perdido la cuenta de cuantas carreras he compartido ya con ellos. Además de conocer a unos niños, a unas familias y a unos voluntarios excepcionales, han conseguido que correr sin un carro y su capitán (algo que tengo que hacer de forma habitual en los entrenamientos) sea cada vez más difícil.
Y para completar el trío de Fundaciones a las que intento aportar mi humilde granito de arena tengo que hablar de la gente de Donando Vidas. Aunque no es una Organización de niños propiamente dicha, dentro de la loable tarea que realizan a favor de la donación de órganos los niños son muchas veces protagonistas en un doble sentido, algunos como receptores y otros como donantes. Para los que ya tenemos una edad, y esperamos despedirnos de este mundo haciendo realidad el nombre de la Fundación (Donando Vidas) la donación de órganos sería una magnífica oportunidad de volver a ser un niño, de renacer, de sentir una parte de nosotros ayudando a vivir a otra persona.
Espero que esta publicación no me haya quedado muy seria y muy de "adultos". La corto aquí porque me tengo que ir a jugar...
Gracias.