Primera publicación de este 2019
que estrenamos hace ya casi un mes. Junto a la Nochevieja, la Noche de Reyes es
sin duda una de las noches mágicas del año. La primera implica un cambio de
año, de ciclo, una oportunidad más para obligar a nuestra mente a plantearse
nuevos retos y seguir creciendo. Es la noche de los objetivos a marcar para los
próximos 365 días, muchos de los cuales quedan en el cajón del olvido por falta
de un ingrediente imprescindible: la ilusión.
La ilusión es la pócima secreta
que convierte nuestros sueños en objetivos, y después en realidad. Para ello,
nuestro calendario nos coloca sólo cinco días después del inicio del año la
noche de la ilusión por excelencia: La Noche de Reyes. Es la noche de los
niños. Esos niños que todos deberíamos aspirar a volver a ser, buscando una de
las etapas más mágica de nuestras vidas. Este año he tenido la infinita fortuna
de vivir esa noche de forma muy especial. Gracias a mi conexión directa con el
Rey Melchor, he podido formar parte este año de su cortejo de beduinos y vivir
una experiencia inolvidable. Para poner la guinda al pastel, me acompañó
durante todo mi camino el Beduino Luishamed, un auténtico experto en esto de la
ilusión. Fueron seis horas muy intensas envueltos en saris de colores
brillantes, con la piel oscurecida y bajo un gorro que nos hacía más grandes
ante la mirada atónita de niños y no tan niños. Aprendes que la ilusión es la
magia que es capaz de sacar una sonrisa de felicidad de cualquier niño, de sus
padres, e incluso de sus abuelos. Hablaba en Mayo en mi post sobre la necesidad
de “volver a ser un niño”. Sin duda he sido testigo de excepción en primera
fila de esta transformación. Para no olvidarlo, la imagen que acompaña a la
publicación de este mes es un recuerdo de ese día. No lo olvidaré nunca, y
espero repetirlo cada vez que tenga ocasión.
Mi deseo para este año es que no
perdamos la ilusión, que cuando lleguen las tormentas, que llegarán, la
utilicemos como el paraguas que nos permita bailar bajo la lluvia.
Con esa misma “i” de ilusión, mi
hijo Pablo ha vuelto a pisar de nuevo las tablas del Gran Teatro Falla (y
repetirá en pocos días) y yo he fijado mis objetivos profesionales, personales
y deportivos para este recién estrenado 2019. Ilusión no me va a faltar. Con
eso y estar vivo seguimos avanzando.
Gracias por vuestro tiempo.