Durante todo
el mes estoy a la búsqueda de un tema para subir al blog, en función del
momento, de las circunstancias, de las experiencias que más impacto me
produzcan. Este mes me había planteado hablar sobre los miedos. El Afterwork de
APD que trataba sobre cómo afrontar retos y superar miedos me pareció una señal
perfecta que confirmaba mis intenciones.
Empezaré con
las dos frases que abrieron el evento, una de Nelson Mandela y otra de Wody
Allen.
En la primera
el líder sudafricano decía algo así como: “Aprendí que el coraje no era la
ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. El valiente no es quien no siente
miedo, sino aquel que conquista ese miedo.” El cineasta por su parte, con su
habitual sentido del humor, sentenciaba: “El miedo es mi compañero más fiel,
jamás me ha engañado para irse con otro.”
Dos temas
sobre los que volveremos al final. La universalidad de la emoción y sobre todo
las diferentes formas de reaccionar frente a él.
El miedo es
una emoción primaria, de esas que todos traemos de fábrica y de esas que yo
creo que compartimos con todos nuestros parientes los animales (aunque no todos
piensen así): alegría, tristeza, asco, ira y miedo. Es una de las emociones algunas
veces llamadas negativas (aunque no por ello innecesarias, como se puso de
manifiesto en la producción de Disney “Inside out”) Nos provoca una sensación
desagradable motivada por un peligro real o imaginario. Gracias al miedo estamos
aquí hoy. Ha tenido un papel fundamental en la supervivencia de la especie. Si
no hubiésemos venido equipados de serie con el miedo los depredadores u otros
peligros reales habrían acabado con nosotros. El problema surge cuando millones
de años después seguimos respondiendo de igual forma ante los miedos que
proceden de una amenaza imaginaria que ante los reales. En relación con esta
dualidad me viene a la memoria una afirmación que hacía la crack de Pilar
Jericó en el mismo evento de APD: “Sólo el 8% de nuestros miedos imaginarios se
hacen realidad. El 92% restante no se cumple nunca”. Lo tengo muy presente por
la última vez que recuerdo haber sentido realmente miedo. Fue hace un mes en el
segmento de bici del Ironman Lanzarote. Un descenso muy complicado (al menos
para mí) con unas rachas de viento espectaculares, que me entraban desde todos
los ángulos posibles y que me hicieron pasarlo realmente mal, temiendo acabar
con mis huesos en el suelo en más de una ocasión a la salida de esas cerradas
curvas. Si me hubiesen asegurado que
sólo tenía un 8% de posibilidades de caerme, hubiese (al menos lo hubiese
intentado) disfrutado más del momento. Por cierto, al final, después del mal
rato, no pasó absolutamente nada.
Creo
que esa sensación sobre el peligro imaginario que nos asalta se basa, como
suele ocurrir en una premisa falsa. Tenemos una falsa sensación de control que
nos hace incurrir en el temor a perder cosas que creemos tener. Vayamos con un
ejemplo. Si tenemos miedo a contraer una grave enfermedad, ¿somos conscientes
del grado real de control que tenemos sobre nuestra salud? Podemos hacer todo
lo posible por tener “bajo control” innumerables factores: ejercicio,
nutrición, estrés en el trabajo, sueño… pero siempre hay una parte que se nos
escapará ¿Es conveniente vivir con esa permanente sensación de miedo, sabiendo
que aún manteniendo todas nuestras variables bajo control, hay posibilidades,
aunque pocas de que el peligro finalmente acabe llegando?
Leí
una vez que una de las mejores estrategias contra el miedo es imaginarnos en el
peor escenario de los posibles. Adelantarnos al futuro en nuestra imaginación y
pensar con todo lujo de detalles qué pasaría si tenemos que enfrentarnos a la
situación que tanto tememos. Con este ejercicio relativizamos y tomamos la
suficiente perspectiva que necesitamos para cuestionar nuestros más terribles
presagios. Al final, ¿qué es lo peor que podría pasarnos? ¿Morirnos? Ahí
lamento comunicar que las posibilidades de ocurrencia se elevan hasta el 100%.
Vuelvo
a otros de mis autores de referencia, a quien además tengo el gusto de conocer
en persona. El gran Javier Iriondo, un auténtico gurú en esto de los miedos, asume
que todos tenemos miedos, pero la gran diferencia radica en lo que decidimos
hacer con él. El miedo tiene que ser el motivo para hacer las cosas, no la
excusa para no hacerlas. Los valientes lo usan como argumento y motivación para
avanzar, mientras que los cobardes lo usan como excusa para no hace nada.
Como
bien dice, “no hay que nada a lo que tener miedo, salvo al propio miedo”
Que
vuestros miedos se conviertan en vuestros mejores motivos para seguir luchando
en busca de vuestros sueños. Gracias y hasta el mes que viene, espero.