Como todos los
meses, selecciono como tema para el blog algo que me haya llamado la atención o
impactado especialmente en los últimos días. Este mes ha sido especialmente
fácil. Hace justo una semana recorría por las calles de Sevilla los 42.195
metros que en su día inmortalizaron a Filípedes en la batalla de Maratón.
Posiblemente haya sido mi participación más sufrida en las ocho ediciones que
llevo en la carrera sevillana, pero sin duda ha sido la que más me ha enseñado.
Comienzo como
casi siempre con una frase que esta vez tomé prestada de mi amigo José María
Gallego en su genial libro a cuarenta y dos kilómetros de la felicidad (os
podéis hacer una idea de lo que va) Entre otras aportaciones, cita el proverbio
africano que dice así:
“Cada mañana en África, una
gacela se despierta; sabe que deberá correr más rápido que el león, o éste la
matará. Cada mañana en África, un león se despierta; sabe que deberá correr más
rápido que la gacela, o morirá de hambre. Cada mañana, cuando sale el sol, y no
importa si eres un león o una gacela, mejor será que te pongas a correr”.
Prefiero mil
veces este proverbio que el castizo dicho que correr es de cobardes...por lo
que es muy habitual que el amanecer me pille corriendo.
El pasado 23 de Febrero aprendí
(o recordé más bien) entre otras muchas cosas, las siguientes:
1) Te limitan tus creencias, no
tus capacidades. Esta frase de Alex Rovira (tan fácil de decir y tan difícil de
poner en práctica) ya formaba parte de mis mantras para esta carrera. No es
fácil creer en uno mismo, sobre todo cuando somos nuestros jueces más duros.
Nuestra mente aprovecha cualquier resquicio de debilidad para hacernos dudar de
nosotros mismos. Por eso, cuando peor lo pasé en la carrera, consciente de que
no terminar era algo más que una posibilidad por las sensaciones que castigaban
mi confianza, me aferré a mi fe como un clavo ardiendo, y al final pude entrar
en meta junto a mi equipo (aunque me tuviesen que esperar lo más grande…)
2) La fuerza de una cadena la
determina su eslabón más débil. Cuando se trabaja en equipo esta enseñanza
cobra especial relevancia. El pasado domingo me sentí el eslabón más débil de
la cadena, y mi fuerza fue la del equipo. Todos entraron en el mejor tiempo que
fui capaz de hacer, aunque sus piernas hubiesen sido capaces de terminar mucho
antes. Cuando trabajamos en equipo, nuestra preparación es aún más importante
que cuando vamos solos, porque no es sólo nuestro resultado el que está en
juego.
3) Rendirse no es una opción. Mi
amigo Ramón Arroyo, inspirador de la magnífica película “100 metros” debería
tener la patente de esta frase. Cuando los peores augurios atravesaban mi mente
en un desierto de negatividad, un oasis de optimismo e ilusión disfrazado de
estas palabras se convirtió en la luz que alumbraba mi oscuridad total. De
todas las opciones que barajaba mi atormentado cerebro, rendirme era la única
que no pasaba por mis planes. Mark
Allen, toda una leyenda del Ironman de Hawai, lo expresó con una frase aún más
“deportiva”: “Puedes continuar para terminar la carrera y tus piernas te
dolerán por una semana o puedes rendirte y tu alma te dolerá para toda la vida”
Menos de una semana y ya no me duelen ni las piernas…
4) La clave del éxito son tres palabras:
práctica, práctica y práctica. Podría encontrar innumerables excusas y
explicaciones para justificar mi rendimiento el otro día. Pero no soy muy de
dar explicaciones. Mis amigos no las necesitan, mis enemigos no las aceptan y
los idiotas no las entienden. Si hay algo que me ha enseñado esta carrera es
que a la maratón (y a la vida) siempre hay que llegar con los deberes bien
hechos. Hay que ser consciente de tus circunstancias y de tu situación y no menospreciar al “bicho”
que tienes delante. Que lo hayas hecho anteriormente en innumerables ocasiones
no es suficiente para volverlo a repetir si vas corto de práctica. Lección
anotada, porque ésta me dolió especialmente.
5) Cuando coinciden amigos en tu
equipo eres invencible. Una de las lecciones más bellas de la última carrera.
El destino o la casualidad hicieron que coincidiésemos en carrera amigos que
pocos días antes teníamos pocas posibilidades de hacerlo. Por eso, cuando me
sentí vacío, sin fuerzas, cuando peor me encontraba y les pedí que por favor
siguiesen adelante con su ritmo para conseguir ese objetivo de las tres horas y
media que tanta ilusión nos hacía mientras yo me dejaría ir caminando hasta
unirme a otro de los carros que viniesen por detrás la respuesta fue unánime
por parte de todos: “Ni de coña” Esto lo habíamos comenzado juntos y lo íbamos
a finalizar juntos. Jamás se abandona a un compañero de equipo, pero a un amigo
aún menos. Las gracias en el punto final.
6) No combatas la tormenta. Tan
sólo atraviésala. Este sabio dicho resume una teoría cargada de sentido común
que procede de los hombres del campo, tristemente
protagonistas de estos días. En la agricultura se dan básicamente dos climas:
sol y lluvia. Durante los días de sol hay que aprovechar para avanzar, para
“combatir”. Pero cuando llega el periodo de tormenta (como me llegó a mí en la
carrera) la única estrategia viable es atravesarla, resistir y esperar a que
pase, a que lleguen tiempos mejores. Luchar contra algo que escapa a tu control
te debilitará, mientras que aceptarlo y saber llevarlo bien te hará más fuerte.
Si te obcecas en tu lucha contra la tormenta, es muy posible que cuando salga
el sol no te queden energías para seguir adelante.
7) Para apreciar la luz, hay que
conocer la oscuridad. Durante mucho
tiempo fui practicante de Tai Chi. Una de las cosas más valiosas que me aportó
fue la importancia del concepto de la relatividad, el yin y el yang. Sin frío
no hay calor, sin maldad no hay bondad, sin oscuridad no hay luz. Cuando crucé
la línea de meta junto a mis compañeros impulsando el carro de Cristian me
emocioné y lloré como hacía mucho tiempo que no lo hacía en una carrera. Esa
sensación de felicidad infinita sólo pudo nacer del sufrimiento por el que
había pasado sólo hacía unos kilómetros. Aunque mantengo mi promesa de intentar
no sufrir en absoluto haciendo deporte, la excepcional experiencia vivida hace
una semana ha merecido con mucho la alegría, como dice mi amigo Alonso Pulido.
8) Todo lo que deseas está al
otro lado del miedo. Durante algunos kilómetros el miedo se adueñó de mis
emociones. Miedo a no terminar, miedo a tener que retirarme por primera vez de
una carrera, miedo a no estar a la altura de mis compañeros, de defraudar a
nuestros capitanes, de que las extrañas sensaciones que recorrían mi cuerpo fueran
el presagio de algo importante y estuviese siendo imprudente. Tantos y tantos
miedos me llevaron a un bloqueo que me llevaron a recorrer varios kilómetros
con el piloto automático puesto y sin disfrutar de la experiencia como debía.
Sin embargo, el haber superado mis miedos me llevó a cumplir mi sueño pocos
minutos después...
9) Cuando tienes un por qué, no
importan ni el cómo, ni el dónde ni el cuándo... Esta es una de mis frases
favoritas del gran Javier Iriondo. El propósito, la razón lo es todo. Cuando le
encuentras sentido a lo que haces te sientes invencible. Mis porqués más
cercanos tenían nombres como Cristian, Adri y Héctor. Un poco más lejos, pero
dentro del circuito también iban Anita, Edu, Julia, Diego, Casilda, Elena e
Iakes. Pensar en mis porqués hizo que el cómo, el dónde y el cuándo surgieran
sin tener nada claro la forma en que lo hicieron…
10) El poder de la gratitud. Dice
Anxo Pérez que cuando logramos algo no es el momento de recrearnos en lo bien
que lo hemos hecho, sino en mirar hacia atrás y de dar las gracias a todos los
que nos han ayudado. Éste es el principal motivo de esta publicación, dar las
gracias a los diez capitanes, a los veintiséis impulsores oficiales que nos
acompañaban (y a todos esos no oficiales) que en un alarde de generosidad
imposible hicieron posible el fin de fiesta. Aunque puede que no sea justo,
quizás porque la justicia no sea una de mis virtudes, quiero dar unas gracias
especiales a los que sentí más cerca. A Cristian, que con sus ánimos a través
de su altavoz me hizo llorar en más de una ocasión recordando la magia de las
cuestas de la Orotava; a Adri, que con su arte gaditano me hizo esbozar más
sonrisas de las que mi estado físico y mental eran capaces de dibujar; y a
Héctor, que se coló en los últimos kilómetros como un soplo de aire fresco para
revitalizar el cansancio acumulado a esas alturas de la película. A mi amigo
Miguel Ángel, que cada vez que habla de Carros de Fuego su cara se disfraza de
una ilusión infinita; a mi amigo Kito, porque hay que ser muy grande para ser
sub tres en esta durísima prueba y renunciar a sus marcas para seguir
impulsando; a mi amigo Guillermo, que protagonizó la alegría de la previa al
colarse por sorpresa en nuestro equipo, y permitirnos disfrutar de su maldita
cintilla; a mi amigo Mariano, a quien admiro y considero como a uno de los míos
a pesar de que nos veamos poco más de un par de veces al año y más de quinientos
kilómetros nos separen. Fuerte como el vinagre, corrió con el freno (del
camión) echado para no perdernos de vista, y llegó a meta fresco como una rosa.
También quiero agradecer a Rocío y a Carolo, que irrumpieron como auténticas
motos cuando mi motor ya no daba para más. Podían y lo mismo debían haber
seguido hacia adelante pero entendieron a la perfección las reglas no escritas
del equipo. Y finalmente a Fabio y a Ramón, que fueron el refresco perfecto y
me cuidaron y casi llevaron en volandas para que no desperdiciase ni un gramo
de esa energía que parecía haber perdido por completo. Esta “pechá” de escribir
va especialmente como agradecimiento para todos, pero especialmente para
vosotros, porque si no hubieseis estado allí no tendría una octava medalla de
finisher de la Maratón de Sevilla colgada de mi cuello. Gracias, muchísimas
gracias.
¿Todavía sigues pensando que no
es importante que el amanecer te pille corriendo?
Pido perdón
por la extensión de esta publicación, pero los cuarenta y dos kilómetros de una
maratón se hacen molto longos… Gracias por vuestra atención, especialmente este
mes que os he robado más tiempo del habitual.