Y este año que es cuando cumplo
yo los cincuenta, que me hago viejo ya me doy cuenta…
Colocar el cero en la tarta de
cumpleaños siempre conlleva un importante efecto psicológico. Esos años que van marcando las décadas siempre
han supuesto un importante hito en mi vida. Aquí os dejo un resumen de este medio siglo en seis líneas:
0 – Nací, por cierto ahora que lo pienso no me pusieron tarta.
10 – Mis años de colegio. Sin celebración o más bien, con una tarta con
mi prima, creo recordar que sin velas.
20 – Trabajando los veranos en el
banco, lo que me ocuparía diez años de mi vida.
30 – Casi despidiéndome de mi
padre, que se iría sólo un año más tarde.
40 – Mi primer cumpleaños como padre.
Pablo tenía 6 años y Daniela 3. Una celebración con mis amigos. En lo
profesional, disfrutando de mi familia de Catosan, una historia que casi se
asomaba a su final.
50 – Me doy por primera vez
cuenta de que parece que llevo más camino del que me queda.
Tras
este resumen de mi biografía, retomo el último punto con uno de los consejos de
Josef Ajram, entre otras cosas corredor y triatleta de alta distancia, conocido
por sus “locuras” en el mundo del deporte. Josef decía que cuando estás en una
carrera larga y superas la mitad (algo que me acabo de dar cuenta que casi
seguro que ya haya ocurrido en la carrera de mi vida) llega el momento de ir
restando kilómetros en lugar de ir sumando, para ir acortando el tiempo que nos
llevará a la línea de meta. En mi particular carrera os puedo asegurar que no
tengo ninguna prisa por llegar al final, así que me niego a restar y el tiempo
que esté con el dorsal puesto lo haré con la firme intención de seguir sumando.
Esta
intención de sumar me lleva a plantearme vivir cada día de los que me quedan
como si fuese el último. Este cambio (o refuerzo porque ya llevaba un tiempo
acercándome) de actitud me traerá incomprensión por parte de muchos, pero como
decían las Azúcar Moreno, “sólo se vive una vez” y nunca se sabe cuando te
saldrá el “Game Over” en la pantalla. Así que bienvenidos a mis locuras, con
las que intentaré sumar cada vez más en la difícil pero apasionante tarea de
buscar sentido a esta vida loca, loca, loca…
Sigamos
con el símil de la carrera. Un conocido proverbio africano dice que si queremos
caminar (o correr) rápido tenemos que ir solos, pero si queremos llegar lejos
tenemos que ir acompañados. La vida, es
o debería ser, más sobre llegar lejos que sobre llegar rápido, o al menos así
me lo parece porque repito que no tengo ninguna prisa por cruzar la línea de
meta, por si quedaba alguna duda.
En
mi caso he sido particularmente
afortunado en la compañía (todavía no sé porque sigo comprando lotería de
Navidad cuando es casi imposible que te toque dos veces a lo largo de tu vida)
Tengo una familia directa (con la que comparto techo cuando todas las noches
echamos la llave) que sencillamente no me merezco y que sólo con aguantarme
tienen el cielo ganado. María, que de los cincuenta lleva ya veintinueve junto
a mí y los últimos fichajes Pablo y Daniela que llegaron hace dieciséis y trece
años para dar sentido a una vida a la que la comodidad amenazaba con hacer
aburrida. Ser padre haya sido posiblemente uno de los mayores éxitos de mi
vida, y eso sólo ha sido posible gracias a la colaboración de María (que va
mucho más allá de lo que todos estáis pensando). Ser padre me ha dado un gran
poder, pero como decía Spiderman, también una gran responsabilidad. Pero sobre
todo me ha dado la oportunidad de
plantearme el ser cada día un poco mejor, porque ser una referencia para ellos
(aunque en estas edades sea más bien su enemigo público número uno) no me deja
otra opción.
Además
de esta familia directa, mi familia ampliada (de sangre y de papeles) también
es parte de mi lotería. Mi madre (y mi padre aunque no esté), mi hermano, mis
sobrinos, mis cuñados, mis suegros, mis primos, mis tíos…también son motivos
más que suficientes para llegar cada vez más lejos.
Hay
una familia con la que no compartes ADN, pero que también forma parte muy
importante de tu camino. Son tus amigos. Dicen que quien tiene un amigo tiene
un tesoro, y yo creo que soy millonario en amigos. Es una auténtica bendición
saber que siempre están ahí, dispuestos a iluminar tu camino y a servir de
apoyo en los baches que te puedas encontrar. Otra lotería más (como para que me
toque la de Navidad)
Que
me dé cuenta de que me hago viejo como decía al principio no me supone ningún
problema en absoluto. Es más, ojalá siga envejeciendo por mucho tiempo porque
la otra alternativa no creo que sea mejor. Casi para cerrar, y parafraseando al
gran Pablo Ráez, lo triste no es morir, lo triste es no saber vivir. Y es que
cuando le das la vuelta al jamón, como
dice mi compi Juanlu (algo que según su teoría hice ya hace cinco años) cada
vez se encuentra más cercano el momento en que miraremos a los ojos a la señora
de la guadaña. Me acuerdo de mi padre, que cuando cumplió los 50 sólo tenía
once años de vida por delante, y todavía siento con más fuerza que se fue
demasiado joven. Espero haber aprendido
la lección y vivir a tope lo que me queda, sumando, ayudando a los demás en la
medida de lo que pueda (al final me estoy ayudando a mí mismo), no para dejar
un mundo mejor a mis hijos, sino para dejar unos mejores hijos al mundo.
Y
para despedirme, como diría el gran Antonio Martín:
“El
día que yo me muera, que nadie me traiga flores,
que
se rían con mis vídeos y se vistan de colores…”