Este mes repito un tema sobre el que ya escribí hace un par de años por estas fechas. Hablaremos sobre la tan deseada, añorada y difícil desconexión. En un mundo cada vez más “24x7” la necesidad de la desconexión no deja de crecer, y parece cada vez más inalcanzable.
Retomo de
forma resumida las dos metáforas que ya utilicé en mi anterior publicación. Por
un lado, la del leñador. Si no paras a afilar el hacha (a desconectar) verás
como cada vez corta menos y llegará un momento en el que sólo estarás golpeando
los árboles para obtener a cambio cansancio en lugar de cortes en la madera.
Por otro, la del piloto de coches. Si no paras a repostar combustible por no
perder tiempo en la carrera, llegará un momento en el que el coche se detendrá.
Afilar el hacha y repostar combustible (desconectar, en términos personales y
profesionales) son imprescindibles para alcanzar nuestros objetivos. Y hacerlo
no nos convierte en menos profesionales, todo lo contrario, nuestro valor se
incrementará como consecuencia de estas acciones.
Este año es
además especial por muchos motivos. Nuestra vida se ha convertido por arte de
magia en una carrera de ultrafondo donde no sabemos que ocurrirá en el próximo
kilómetro. Y en este tipo de carreras se hace fundamental llegar al final, no
pensar en llegar antes. No puedo evitar que vuelvan a mi cabeza las palabras
que César, un prejubilado de Telefónica me regaló en forma de consejo cuando me
disponía a participar en mi primer triatlón de larga distancia: “el secreto
está en guardar todo lo que puedas. “Descansa” mientras estás compitiendo,
porque todo lo que guardes te lo encontrarás después”. Planificar y pensar a largo, incluso a medio
plazo se hace más difícil que nunca. Y aquí es donde se incrementa la necesidad
de estar conscientes, de vivir el presente, de aplicar toda esa sabiduría
recogida en las tradiciones milenarias que han quedado integradas en esa
palabra inglesa conocida como “mindfulness”. Diccho con otras palabras, de
“desconectar” del mundanal ruido en nuestro día a día.
Para estar
aquí y ahora tenemos que aprender a desconectar, sobre todo del pasado y del
futuro. De nada vale enredarnos en absurdos bucles mentales sobre lo que
dejamos pendiente en la oficina antes de irnos de vacaciones, o sobre los
problemas que nos encontraremos cuando volvamos. Si así lo hacemos ni podremos
cambiar el pasado, ni anticiparnos al futuro, pero lo que es más importante,
nos perderemos el irrepetible momento del hoy.
Poco tiempo
después de haberme hecho un año mayor (no más viejo, porque como muy bien decía
mi padre, aquí lo único viejo es la ropa) la vida me ha regalado la oportunidad
de desconectar digitalmente, al menos en lo que a algunas redes sociales se
refiere.
El mismo día
que finalizaba oficialmente mis vacaciones me conecté (reconecté) al correo al
volver a casa para revisar algunos temas pendientes (la mayoría de ellos
personales, para intentar estirar un poco más la desconexión profesional hasta
mi vuelta a la oficina) El primer correo en mi bandeja de entrada era una
notificación de Facebook alertándome de un cambio de contraseña de mi cuenta,
cambio que por cierto yo no había solicitado. Una hora antes, otro correo me
indicaba la solicitud del código necesario para el cambio de clave. Era
evidente que alguien estaba intentando acceder a mi cuenta, no sé con qué
intenciones. Como dice mi amigo Luis, me empiezo a hacer importante en redes, y
es el precio de la fama (modo ironía “on”)
Notificar a
Facebook que no era yo el que había solicitado el cambio de contraseña
implicaba iniciar el procedimiento de verificación de identidad. Formulario al canto con preguntas claves y
envío de un documento de identificación. Al enviarlo, recibo un escueto
comunicado que literalmente me dice:
“La revisión
de tu información puede tardar más de lo habitual.
Gracias por
enviar tu información. Confirmamos que la hemos recibido.
Hay menos
personas disponibles para revisar información debido a la pandemia de
coronavirus (COVID-19). Es posible que la revisión de tu cuenta tarde más de lo
habitual.
Estamos
siempre atentos a la seguridad de las personas en Facebook, así que hasta
entonces no podrás usar tu cuenta.
Gracias por tu
comprensión”.
Para rizar aún
más el rizo mi cuenta de Instagram (red social perteneciente al mismo grupo)
estaba vinculada directamente a la de Facebook, con lo que el impacto ha sido
doble.
Otro daño
colateral más del temido coronavirus, aunque ojalá todos hubiesen sido de este
alcance. Casi un mes después, sigo en estado de revisión, sin acceso a la
cuenta. Esta circunstancia tiene, como todo en la vida, consecuencias positivas
y negativas. Mi profesor José Miguel Amuedo, del Instituto Internacional San
Telmo, habla de los inconvenientes y ventajas del ataque nocturno. Como
inconvenientes, no podemos ver al enemigo. Como ventajas, el enemigo no puede
vernos. Con esto ha pasado un poco igual.
En cuanto a
inconvenientes, cito los siguientes:
·
Pérdida de contacto “visual” con muchos “amigos”
con los que no tengo otra forma de comunicación. Antes bastaba dar un vistazo
rápido (o al menos es lo que pretendía) a la pantalla del móvil para tener una
idea de lo que pasaba con ellos.
·
“Olvido” de los cumpleaños de conocidos y
amigos. El recordatorio de cumpleaños es una de las funciones más valoradas por
mí de esta red social. Cada mañana, después de entrenar y mientras desayunaba
antes de irme repasaba los cumples del día para enviar mis felicitaciones o
para al menos apuntarme a quién debía llamar a lo largo del día para
felicitarlo. Cuando recupere la cuenta (si es que lo hago) una de mis primeras
publicaciones será para pedir perdón y felicitar a todos los “olvidados” del
mes de Agosto (y de los meses que dure la desconexión digital obligatoria).
Tendré que pensar en un almacenamiento alternativo para estas fechas para que
no me vuelva a ocurrir.
·
Desconexión con “mis” Fundaciones y causas
solidarias. Un año tan especial como éste, en el que no puedo desarrollar una
de mis grandes pasiones, sin la posibilidad de realizar pruebas deportivas
solidarias (de la forma tradicional) al menos me estaba dedicando a difundir
publicaciones y la labor de las Fundaciones a las que intento aportar mi pequeñito
grano de arena. Echo mucho de menos compartir “cositas” de La Fundación Donando
Vidas, de la Fundación Olivares, de Carros de Fuego y de Saca la lengua a la
ELA principalmente, pero también de cualquier causa con la que pueda colaborar.
Y en cuanto a
ventajas, para terminar con buen sabor de boca, me he encontrado con estos importantes
regalos:
·
Tiempo extra de regalo. El no tener acceso a
estas dos redes (de momento no estoy contemplando la posibilidad de dar de alta
una nueva cuenta para volver, aunque no sé si resistiré…) básicamente me ha
regalado un tiempo extra bastante útil que he invertido en algunas de las
actividades que me llenan, volviendo a establecer prioridades. Entre las
principales cito:
-
Escribir. He podido finalizar el libro que tenía
en curso, dar forma a uno de los primeros que escribí y que no había tenido
oportunidad de publicar (en autoedición, que todavía no tengo éxito entre las
editoriales tradicionales) y de comenzar un nuevo proyecto que me tiene
bastante ilusionado.
-
Meditar. He vuelto a retomar esta sana costumbre
que ya casi había perdido de mis tiempos de Tai Chi. Lo mejor ha sido el cambio
de actitud que he experimentado. He bajado enormemente el listón de las
expectativas y ahora sólo me concentro en disfrutar de la experiencia. Sin
prisa, pero sin pausa. Piano, piano, que dirían nuestros vecinos los italianos.
-
Entrenar. Aunque dispongo de más tiempo, no
estoy entrenando más, pero lo estoy haciendo con más sentido, algo similar a lo
comentado con el tema de la meditación. El no tener la presión de una prueba en
el horizonte ha rebajado significativamente el nivel de tensión de los
entrenamientos y ahora sólo juego a disfrutar.
·
Aislamiento y desconexión. El no estar inmerso
en la avalancha de información diaria que nos proporcionan estas redes me ha
evitado la necesidad de tener que discriminar entre lo que es interesante y lo
que no lo es. Y aunque no tenga forma de probarlo, creo que esto le ha supuesto
un descanso importante a mi mente.
Esta
desconexión obligada me ha hecho recordar también el cuento de la vaca, sobre
el que he escrito en alguna ocasión. Debería agradecer al hacker que intentó
acceder a mi cuenta por haber empujado mi vaca barranco abajo y darme la
oportunidad de vivir la experiencia. Para los que no lo conozcáis, no os hago
“spoiler” y os dejo intrigados hasta una próxima publicación.
Por último una
reflexión personal (como toda la publicación) Esta necesidad de desconexión no debería
ser exclusivamente anual (los días de vacaciones), ni semanal (los fines de semana),
ni incluso diaria (las horas de sueño). Deberíamos intentar al menos encajar
un minuto dentro de cada hora para parar, respirar, desconectar con lo de fuera
y conectar con lo de dentro.
De momento,
sólo comparto la publicación de este mes en Linkedin y Twitter. Espero poder
hacerlo en breve de nuevo en Instagram y en Facebook. Gracias por vuestro
tiempo invertido en leer “mis cosas” y desconecten, que la vida es breve.