Estrenamos año y con él publicación en el blog. Buscando como siempre temas de inspiración diaria, y poniendo esta vez el foco en la consciencia en las actividades que realizamos de la forma más cotidiana, no he podido dejar de fijarme en los ojos de las personas con las que interactúo.
Haber cubierto la parte inferior de la cara con las omnipresentes mascarillas nos ha dado, o al menos a mí así lo ha hecho, la oportunidad de poder fijarme aún más en los ojos. Mirar directamente a los ojos de los demás ha sido tradicionalmente una de mis asignaturas pendientes. La exagerada timidez adolescente me hizo mucho daño en su día y fijar mi mirada en los ojos de alguien significaba para mí traspasar la importante frontera que separa el país de la introversión y el de la extroversión. A pesar de que los años se llevaron gran parte de la timidez, tengo que reconocer que no me sentía especialmente cómodo mirando a los ojos de los demás. Tan feliz estaba en mi zona de confort, que muchas veces no lo hacía ni siquiera con los que están más cercanos a mí, y mi mirada revoloteaba sin parar por toda su anatomía facial, sin llegar a detenerme en sus ojos.
En los últimos tiempos esto parece haber cambiado. Ya sea con mis familiares más estrechos, con mis amigos, con mis compañeros de trabajo o incluso con los cajeros del súper, el mirarlos a los ojos me facilita un poco la comunicación que las mascarillas se han encargado de dificultar. Y mirar a alguien profundamente a los ojos, más que un gesto de invasión de su intimidad, como me parecía antes, me parece un acercamiento sincero al otro. No sé si será algo generalizado, pero me cuesta pensar mal de alguien a quien estoy mirando fijamente a los ojos. Es como si ejerciesen algún tipo de poder hipnótico y se activasen los circuitos cerebrales encargados de mostrar empatía.
Estos órganos que rigen el sentido de la vista son uno de los más desarrollados del ser humano. Son conocidos como el espejo del alma, seguramente por lo que son capaces de reflejar. Estas maravillas de la naturaleza tienen una resolución estimada y comparada de 576 megas, en términos de cámaras digitales. Pueden distinguir hasta 10 millones de colores, aunque sea el cerebro posteriormente el que se encargue de identificarlos e interpretarlos. Son un claro reflejo de las emociones humanas. Junto con los párpados y las cejas son capaces de dar una clara idea del estado emocional de su propietario. La dilatación de la pupila es también un indicador de la salud y de la actividad cerebral. Además de esta función “biológica”, la dilatación y contracción de la “niña de nuestros ojos” responden claramente a nuestro estado interno. De ahí que los ojos claros nos parezcan por lo general más atractivos, porque nos es más fácil percibir en ellos las emociones positivas de los demás. Las pupilas dilatadas suelen indicar afinidad con lo que comunicamos, y cuando tenemos empatía con nuestro interlocutor, suelen coincidir los tamaños de las mismas, como consecuencia de la acción de las llamadas neuronas espejo.
Hay auténticos especialistas, muchos de ellos en la policía, aunque cada vez más en algunos departamentos de personas, que pueden deducir de los movimientos incontrolables de los ojos la posibilidad de que su interlocutor esté mintiendo. De hecho, en función de que seamos zurdos o diestros (lo que determina la predisposición de nuestros hemisferios cerebrales) nuestros ojos se desplazan involuntariamente hacia un lado cuando recordamos y hacia al otro cuando nos inventamos lo que estamos diciendo. Además del desplazamiento, el parpadeo permanente es una evidencia de nervios, aburrimiento o desconfianza. El cierre intermitente de los ojos pretende bloquear de forma inconsciente la visión de la persona que tenemos enfrente.
Pero los ojos no sólo son importantes en la comunicación entre dos personas, también son críticos en el caso de las comunicaciones en público, ante un auditorio. Aunque con la distancia que suele estar presente en este tipo de presentaciones es más complicado fijar la vista de forma tan directa como cuando llevamos a cabo un bis a bis, las miradas son unos de los puntos relevantes de la comunicación no verbal, junto con los gestos y la postura corporal. Para hablar de tipos de miradas en la comunicación haré uso de la clasificación de mi profesor Fran Carrillo, experto en comunicación y director de “La fábrica de discursos” de quien he tenido la fortuna de recibir clases en esta materia. Fran distingue cuatro tipos de miradas, definiendo una evolución natural de las mismas en el discurso que nos será muy útil como guía:
La mirada de mantequilla, porque recuerda al barrido lateral que llevamos a cabo al untar las tostadas. Buscamos implicar a toda la audiencia, utilizando un ritmo alto (pero comprensible) tanto en la velocidad de nuestras palabras como en el movimiento de nuestro cuerpo.
La mirada de queso (fundido), al quedarnos pegados a algunos de nuestros oyentes, como el queso de las pizzas lo hace en el cartón de las cajas que las llevan. Debemos disminuir la velocidad, tanto de nuestras palabras como de nuestros gestos, para acompasarlos con este tipo de mirada, preparando al auditorio para lo que viene después.
La mirada de caramelo, para concentrar la atención y provocar el posterior recuerdo de la experiencia, generando tensión comunicativa. Nos adherimos a una persona como lo hacen las golosinas al papel de sus envoltorios para enfocarnos en él o ella y ayudarnos a comunicar. Aquí la velocidad se ralentiza, buscando que nuestro oyente se pegue al mensaje, recordándolo para el futuro.
La mirada de chicle. Cuando el discurso se agota llega el momento de finalizarlo, junto con las miradas. Es como la sensación que tenemos con un chicle al que ya hemos extraído toda su esencia. Continuar masticando sólo provocará dolor de mandíbulas sin que tengamos la capacidad para extraer más sabor.
Cambiando de tema, y a modo de curiosidad entre los efectos secundarios de la pandemia he localizado una palabra denominada “pareidolia”. Describe un mecanismo del cerebro que reconstruye estímulos vagos y aleatorios, hasta percibirlos como una forma reconocible. Es algo parecido a lo que nos pasa cuando vemos forma de animales en las nubes. En estos días, ver los rostros permanentemente ocultos en su parte inferior lleva al cerebro a reconstruir la cara en su totalidad, en base a la necesidad que tiene de crear imágenes mentales completas de lo que percibe. Y al parecer el cerebro siempre reconstruye las imágenes buscando la percepción más agradable. A modo de anécdota, escuchaba en la radio el otro día a una maestra de infantil que había debutado este año laboralmente con su clase de niños de 3 años. Después de varios días en clase, tuvo que bajarse la mascarilla para limpiarse la nariz, y uno de los enanos sentados en primera fila le recriminó lo fea que era. La profe no pudo evitar reírse y contarlo en el programa. La psicóloga allí presente explicó el fenómeno de la “pareidolia”. Los cerebros de los alumnos, que no tenían información sobre el rostro completo de su profesora, necesitaban recomponer la parte de la imagen que les faltaba y de forma general la idealizaron, haciéndola lo más agradable posible hasta que la necesidad de mantener su nariz limpia les descubrió la cruda realidad.
Como penúltima aportación me voy a permitir copiar la cita que aparece en el libro de mi amiga Ángeles García Guerrero “La vuelta al mundo de una trasplantada” cuya lectura recomiendo encarecidamente. La frase está dedicada a su donante y hace mención a los ojos, como no podría ser de otra forma en esta publicación: “… donde una joven, a través de tus córneas, miraba un soñado traje de novia en un escaparate, que antes era incapaz de ver, y ni siquiera imaginar, con el que empezaría ese camino de vida junto a un compañero…y tú hacías posible esa realidad”. Si queréis leerlo basta con teclear su título en la barra de búsqueda de “San Google” y se os ofrecerán varias oportunidades de compra. Me quedo también con la frase que aparece en su contraportada, para aprovechar la publicación del blog y hacer un poco de apología de la donación de órganos: “Un trasplante no sólo es un nuevo nacimiento, es el retorno a una vida digna.”
Sin embargo finalizaré la publicación con una paradoja. Todo este creciente protagonismo que hemos otorgado a los ojos no debería hacernos olvidar la sabia frase de Antoine de Saint-Exupéry en “El Principito” de que “Lo esencial es invisible a los ojos”, o la que sirve de lema a la maravillosa Fundación Olivares, que reza que “lo mejor y más bonito de esta vida no puede verse ni tocarse, debe sentirse con el corazón”. Esta frase es atribuida a Hellen Keller, la escritora, oradora y activista política que a pesar de quedar sordociega a la temprana edad de diecinueve meses fue un inigualable ejemplo para muchos.
Muchas gracias como siempre por vuestro tiempo y nos “vemos” en Febrero. Salud, que aunque lo ha sido siempre, parece ahora más importante que nunca.