domingo, 21 de noviembre de 2021

MEMENTO MORI: VAMOS QUE NOS VAMOS...

 

MEMENTO MORI: VAMOS QUE NOS VAMOS...

                Llegamos a la publicación de Noviembre, penúltimo mes del año. En mi vida tiene un significado especial porque una persona muy importante para mí celebra su aniversario de vida en este mes El llamado mes de los muertos por comenzar con el día de los Difuntos (el segundo día del mes) es también el mes de los colores otoñales. Casi sólo por eso decidí dedicar una publicación a la muerte. Hacerlo desde el punto de vista del estoicismo tiene también su explicación. Esta corriente llegó por primera vez a mi vida cuando en mis años mozos estudiaba bachillerato, en aquellas lejanas clases de filosofía. Volvió a resonar en mi mente cuando mi Maestro Antonio Garrido me la recordó más de treinta años después en su muy recomendable formación de desarrollo de cultura de Alto Rendimiento. Ahora recientemente ha vuelto a mí con ocasión de los estudios de bachillerato de mi hijo Pablo, por lo que creo que el momento es ahora.

                El estoicismo es una corriente filosófica fundada por Zenón de Citio en Atenas a principios del siglo III a.C. Según Wikipedia es una filosofía de ética personal basada en su sistema de lógica y sus puntos de vista sobre el mundo natural. Los estoicos creían que todo alrededor operaba según una ley de causa y efecto, resultando en una estructura racional del universo. Pensaban que "no podemos controlar lo que pasa a nuestro alrededor, pero sí podemos controlar lo que pensamos sobre estos eventos" en vez de imaginar una sociedad ideal falsamente positiva. Enseñanzas que casi veinticinco siglos después siguen mostrando una espectacular vigencia. Aprovechando mis necesidades de práctica de inglés me he suscrito a una newsletter en “dailystoic.com” donde diariamente recibo un breve correo con algún que otro título sugerente y un contenido más que interesante.    

                Uno de los lemas relacionados con esta corriente filosófica es el llamado “memento mori” expresión latina que viene a significar “recuerda que morirás”, para hacernos presente nuestra inevitable mortalidad. Al parecer se usaba en la antigua Roma cuando los generales desfilaban victoriosos por sus calles y llevaban un siervo tras de ellos recordándole sus limitaciones, evitando en la medida de lo posible sentirse soberbio y omnipotente. No estaría nada mal retomar esta sabia costumbre hoy en día e incorporar este recuerdo de forma permanente en cada uno de nuestros actos diarios.

                Los filósofos estoicos nos aconsejaban preparar nuestras mentes como si hubiésemos llegado al final de nuestros días, sin posponer nada absolutamente. Séneca decía que aquellos que vivían cada momento como si fuese el único nunca estaban faltos de tiempo. Una de sus biografías se titulaba “Muriendo cada día”. Nos invitaba a decirnos cada noche al irnos a dormir “puede que no nos levantemos mañana” y “puede que no vuelva a dormir” cada día al levantarnos. A lo mejor puede parecer excesivamente trágico pero es real como la vida (y como la muerte) misma y debería ser argumento suficiente para considerar el tiempo como un verdadero regalo, aprovechando todos y cada uno de los 86.400 segundos que forman parte cada día y no malgastando absolutamente ninguno.

                Aceptar este “memento mori” e integrarlo en tu rutina diaria te lleva irremediablemente a adoptar otro estilo de vida. Darte cuenta de que hoy podrías ver tu última puesta de sol o tu última luna te lleva a disfrutar de cada momento de tu vida como si fuese el último. Puede parecer duro y trágico, pero a la vez es verdadero. Deberíamos vivir como si fuésemos a morir mañana mismo y aprender como si fuésemos a ser eternos, y lo habitual es que lo hagamos al revés. En lo personal, cada vez doy menos importancia al qué dirán y cada vez intento posponer menos las oportunidades que tengo de hacer cualquier sueño realidad. Tengo una interminable lista de cosas que hacer antes de morir que intento vaciar día a día, eliminando las acciones que voy completando mientras se va llenando con nuevas actividades que realizar. En este punto, mientras mi acto no suponga nada objetivamente perjudicial para nadie (otra cosa es cómo se lo  puedan tomar) y beneficie tan sólo a una persona (incluido a un servidor) no lo dudo ni un minuto, lo llevo a cabo nada más tenga oportunidad. Así que si en tiempos venideros me veis cometiendo alguna locura ya tenéis la explicación.

                Volviendo a la señora de la Guadaña, no puedo pasar por alto la especial relación que guarda con ella mi Amigo Andrés Olivares, presidente de la Fundación Olivares. Andrés pasó por la prueba más dura, dolorosa y traumática que la vida puede poner por delante a una persona. Perdió a su hijo de tan sólo 9 años a causa de una leucemia. Lo que hubiese supuesto el hundimiento para cualquiera de los mortales a Andrés lo llevó a encontrar su propósito de vida, resurgiendo de sus cenizas cual Ave Fénix para cumplir la misión que su hijo le encomendó: ayudar a niños enfermos de cáncer. Andrés califica a la muerte como su amiga, y baila con ella casi a diario en las constantes despedidas que su actividad en la Fundación le proporciona. Como él bien dice, y como decía también el recordado Pablo Ráez (también malagueño y también amigo de estos niños), lo triste no es morir, lo triste es no vivir mientras estemos por aquí. No podemos hacer nada por evitar nuestra muerte, porque es algo que inevitablemente llegará, pero si deberíamos hacer mucho por vivir cada momento como si fuese el último. Como dice también Andrés, si desde pequeñitos nos enseñasen en la escuela que la muerte es algo tan natural como la vida, (porque además forma parte de ella como veremos después) nuestra forma de vivir distaría mucho de la actual.    

                En relación al sabio consejo de vivir como si fuésemos a morir mañana (o en una hora) quiero también compartir una excepcional experiencia que viví en una formación con el crack de Víctor Küppers. Hablando sobre lo efímero de nuestra existencia nos hizo reflexionar sobre si éramos conscientes de que puede no haber una próxima vez para decir a alguien que lo queremos.  Era la época pre-Covid con lo que no tuvo problemas en darnos diez minutos libres para que dejásemos el auditorio y saliésemos a hacer una llamada a la persona que escogiésemos para simplemente decirle que la queríamos, al más puro estilo Stivie Wonder (“I just called to say I love you”). Marqué el número de la primera persona que me vino a la mente, mi madre María. Posiblemente porque es la persona a quién hace más tiempo que conozco, pero sobre todo porque es de las que menos oye esas palabras en mi voz y lamentablemente, por pura estadística vital cada vez me van quedando menos oportunidades. Literalmente le dije que había tenido un descanso en el curso que estaba haciendo y que sólo la había llamado para decirle que la quería, que hacía mucho tiempo que no lo hacía. Me hubiese encantado haber hecho una videollamada en lugar de una llamada tradicional para haber visto su cara. Lo primero que me preguntó fue si estaba bien. Estoy seguro que si hubiese tenido a su disposición una unidad del 112 me la hubiese enviado sin dudarlo lo más mínimo. Es tan divertido como triste. Que un hijo llame a su madre para decirle sólo que la quiere y ésta se preocupe por el estado de salud mental (o física) de su descendiente nos da una idea de lo tarados que estamos (especialmente los hijos) como diría el gran Küppers.   

Para cerrar la publicación con un cuento, como hago ultimamente, no he encontrado mejor texto que este cuento de origen escocés llamado “Jack y la muerte”. Tuve la fortuna de conocerlo en palabras de Jorge Bucay, como muchos otros, y llegó a lo más profundo de mi ser. Nos guste o no, sin muerte no hay vida. Al final son dos caras de la misma moneda.

Para los que sean más de música, un enlace a un vídeo donde el genial Juan Carlos Aragón (muerto ya, por cierto) le dedicaba unas proféticas y poéticas palabras a la muerte con su comparsa “Los Comparsistas se la dan de artistas (2009)”, definiéndola como “la mejor despedida del hombre”

https://www.youtube.com/watch?v=YZ5g-zDMXXA

JACK Y LA MUERTE

“La madre de Jack estaba en su lecho de muerte. El médico fue a verla y se marchó, diciendo que no había nada que hacer. Mientras su madre luchaba entre la vida y la muerte, Jack bajó a la playa cercana a aliviar su tristeza caminando por la arena, dando patadas a los guijarros, tratando de no llorar.

De repente, una silueta alta y delgada llegó caminando por la playa y se acercó a él, vestida con una capa negra y con el rostro tapado bajo la capucha. Al llegar a su lado le preguntó con voz alta y aguda:

—¿Sabéis dónde está la granja Beanstalk, jovencito?

La Granja Beanstalk era donde vivía Jack, y él enseguida adivinó que esta figura sin rostro era la muerte en persona que venía a buscar a su madre.

—¿Quién quiere saberlo?, —preguntó Jack, haciendo tiempo.

—La Muerte, —dijo la muerte, altiva.

—¡Bah!, —dijo Jack. —¡Buen chiste! ¿De verdad queréis que me lo crea? Es más probable que seáis un vendedor de enciclopedias.

—No soy un vendedor de enciclopedias—, saltó impaciente la muerte. —Soy la Muerte y tengo mucho trabajo importante que hacer. Ya voy con retraso, así que, ¿seríais tan amable de decirme dónde está la Granja Beanstalk para que pueda seguir mi camino?

—¡Oh, vamos!, —dijo Jack, —no esperaréis que me crea un cuento chino como ése. ¿Creéis que nací ayer? No, apuesto a que estáis tramando algo malo.

—Por el amor de Dios, —dijo furiosa la muerte. —Yo soy la Muerte y necesito ir a la Granja Beanstalk. ¿Dónde demonios está?

—Sigo sin creeros, —dijo Jack. —Sí queréis que os ayude, tendréis que demostrarme que sois realmente la muerte.

La Muerte respiró profundamente -su médico la había prevenido contra el estrés, y luego dijo, con exagerada cortesía: —De acuerdo, joven. ¿Qué queréis que haga para probarlo?

—Bueno, —dijo Jack, —si de verdad fueseis la muerte, podríais cubrir el cielo entero.

—Eso es fácil, —dijo la muerte, y creció y creció hasta llenar el cielo entero, oscureciéndolo todo como si fuera de noche. —¿Veis?, —dijo orgullosa cuando se hubo encogido de nuevo.

—¿Dónde?, —dijo Jack. —Se puso todo oscuro y no vi nada. No, eso no me vale, tendréis que hacer otra cosa. Mirad, si fuerais de verdad la muerte podríais gritar tan fuerte que hicierais retumbar los acantilados.

La Muerte gritó tan fuerte que cayeron rocas de los acantilados y los peces saltaron fuera del agua asustados.

—¿A eso le llamáis gritar fuerte?, —rió Jack. —Mi madre susurra más alto cuando me cuenta un cuento para dormir. No, eso no me vale. ¡Oh, ya sé! ¡Esto lo probará! —Jack sacó un bote del bolsillo, desenroscó la tapa y dijo:

—Si de verdad sois la muerte podréis meteros fácilmente en este bote, porque la muerte puede entrar en cualquier sitio, incluso cruzar puertas cerradas.

—Fácil, —dijo la Muerte, y se encogió y se encogió, más y más, hasta que saltó metiéndose en el bote.

En cuanto estuvo dentro, Jack puso rápidamente la tapa, la enroscó y la cerró con fuerza. Ahora tenía atrapada a la Muerte, y silbando una alegre canción, regresó a su casa.

Cuando llegó allí, se encontró a su madre bailando por la cocina. —Oh Jack, —dijo, —¡me siento muchísimo mejor! ¿Sabes qué? Vete al carnicero a comprar panceta para el desayuno. Tengo mucha hambre.

Y allá se fue Jack a la carnicería. Pero cuando llegó, se encontró al carnicero, —¿me da un poco de panceta, por favor?

—Jack, —resopló el carnicero, —me encantaría venderos panceta, pero hay un problema. Veréis, llevo intentando matar al cerdo toda la mañana, haga lo que haga, simplemente no se muere.

—No importa, —dijo Jack, —ponedme entonces un pollo.

—Pasa lo mismo con los pollos, —dijo el carnicero. —Tampoco consigo matarlos.

Curioso, pensó Jack, y volvió a casa de su madre. —Hoy es uno de esos días raros, —le dijo—, el carnicero no consigue matar nada.

—¡Qué cosa tan rara!, —dijo su madre—. Bueno, no te preocupes, vete al huerto y cógeme unas verduras. Haré una sopa muy rica.

Jack salió a la huerta y tiró de una zanahoria, pero en cuanto salió hasta la mitad, una fuerza misteriosa tiró de ella hacia dentro de nuevo. Se dio cuenta de que hiciera lo que hiciera no conseguía sacar una patata, una hoja de repollo, coger un tomate ni una judía.

—Curioso, —pensó. Trató de arrancar una manzana de un árbol pero simplemente se a soltarse de la rama, y tuvo la misma suerte con las cerezas.

—Muy curioso, —pensó Jack mientras volvía a casa y le decía a su madre nada se dejaba coger.

—Qué cosa tan rara, —dijo su madre. —Bueno, no te preocupes, ya comeremos algo después.

Las semanas pasaban y nada moría. Jack, su madre y todos los demás tenían cada vez más hambre. No sólo eso, cada vez había más de todo, más moscas, pulgas, más mosquitos.

Los mares estaban tan llenos de peces que a los barcos les costaba navegar. En los cielos había tantas aves que a los aviones les costaba llegar a los aeropuertos y las selvas estaban empezando a invadir todas las ciudades del mundo. Por supuesto todos los seres vivos del planeta tenían un hambre atroz, desde el león de la sabana hasta la cebra.

Se reunieron los gobernantes de todos los países e hicieron un comunicado conjunto en el que pedían lo siguiente:

—Se hace saber a todos los ciudadanos de este planeta que, quien tenga la solución a este mal que nos asola, la ponga en marcha de forma inmediata.

Por fin su madre suspiró. —Jack, no podemos seguir así, no tiene ninguna gracia. Yo no sé exactamente qué ha ocurrido para que pasen cosas tan raras, pero no me extrañaría que tú tuvieses algo que ver en todo esto. Dime ¿qué has hecho?.

Jack sacó el bote del bolsillo. —Me encontré a la Muerte que venía a por ti y la atrapé en este bote.

—Jack, —dijo su madre, rodeándolo con el brazo—, eres un buen chico, pero vas a tener que soltar a la Muerte.

—Sí, lo sé mamá, —dijo Jack en voz baja. Besó a su madre y muy triste bajó hacia la playa. Durante mucho rato recorrió la playa de arriba abajo, tratando de reunir el valor necesario para hacer lo que tenía que hacer.

Por fin sacó el bote, desenroscó la tapa y la Muerte salió de un salto.

Al hablar, la voz de la Muerte sonó suave y amable. —Quizá ahora entendáis, Jack, que yo no soy enemiga de la vida sino su amiga, pues sin mí, no existiría. La vida y yo somos dos caras de la misma cosa y no podemos existir la una sin la otra.

—Sí, —dijo Jack, —ahora lo entiendo. La Granja Beanstalk está justo detrás de esa duna de arena.

—Gracias, —dijo la muerte. —Nunca antes ningún otro humano había conseguido burlarme, —confesó La Muerte—. En reconocimiento a tu insólita habilidad, te recompensaré dejando vivir a tu madre unos años más. Pero no quiero que llores cuando venga a por ella, ¿de acuerdo?

Jack se le enfrentó una vez más y dijo:

—No, Señora Muerte. Lloraré y mucho porque quiero a mi madre, pero no te maldeciré. Ahora sé que eres tan necesaria como tu hermana La Vida. —Una hora después Jack y su madre estaban montando su caballo por la playa completamente felices.”

Bella historia que sin duda encantará también a mi gran Amigo Andrés Olivares, auténtico “novio de la muerte”, con la que baila cada vez que tiene ocasión, como decía antes.

Gracias como siempre por vuestro tiempo invertido en esta lectura, este mes un poco más larga de lo habitual. Nos “vemos” el mes que viene para cerrar el año, si seguimos por aquí. Gracias.