El mes más corto del calendario es, además del mes del Carnaval, el mes de la Maratón de Sevilla. Ya he escrito alguna publicación en relación a esta prueba. Concretamente en Febrero de 2020, cuando se celebró la última edición hasta la fecha. Hace un par de años hablaba sobre las diez lecciones que me había regalado la mítica distancia, como si anticipase lo que el futuro nos deparaba en poco menos de un mes. A continuación os dejo el enlace:
Con
las piernas aún doloridas (aunque menos de lo esperado) y el corazón a
tope de emociones tras haber finalizado mi novena participación en la
Maratón de Sevilla voy a aprovechar estas palabras para agradecer
expresamente a Filípides su aventura de hace más de 2.500 años. Gracias a
su caminata, que según cuentan acabó pagando con su vida, hoy tenemos
la oportunidad de disfrutar de esta mítica prueba. También quiero aprovechar para agradecer expresamente a Cristian, que como el resto de Capitanes de Carros de Fuego, me han permitido disfrutar de un aspecto del deporte que jamás imaginé ni a soñar. Y como no, tampoco puedo dejar de dar las gracias a todos los que hacen que al final esta locura continúe. Comenzando por mi familia, que son los verdaderos sufridores en primera persona de mi demencia, y continuando con todos mis amigos, impulsores, y compañeros de vida que siempre tienen una palabra de aliento que me motiva a hacer del #ShosMustGoOn de Freddy Mercury uno de mis lemas vitales.
En
estas líneas haré un recorrido por mi relación con esta prueba en los
últimos diez años. Puede parecer aburrido para muchos, pero a mí me va a
dar la oportunidad de repasar esta última década de mi vida y de
revivir tantos momentos inolvidables mientras escribo.
Corrí
mi primera Maratón el mes de Abril de 2012, en un día que diluviaba
sobre la ciudad de Milán (quien me iba a decir a mí la relación que diez
años después mantendría con la ciudad lombarda... Las casualidades (o
causalidades) de la vida me llevaron a ser agraciado en el sorteo de un
dorsal (primero por equipos y posteriormente convertido a individual)
organizado por el mítico diario Marca. Bajo un aguacero imponente
completé por primera vez en mi vida cuarenta y dos kilómetros corriendo,
en un fin de semana inolvidable en el que pude disfrutar también de una
escapada romántica con mi mujer. Dicen que la primera maratón no se
olvida nunca. La mía con más motivo. El premio no sólo incluía el
dorsal, sino viaje y alojamiento VIP en el mismo hotel donde los atletas
profesionales se estaban jugando una plaza en los Juegos Olímpicos de
Londres, que se disputaban ese mismo verano. Compartí entrega de
dorsales, la tradicional comida de la pasta e incluso vestuario antes de
la prueba con esos artistas que parecen ir en contra de la fuerza de
gravedad y de rozamiento que nos castigan a la mayoría de los mortales.
Cruzar esa línea de meta siendo consciente de que muchos de los
compañeros que salieron conmigo no habían conseguido llegar me permitió
aprender desde el primer momento que a mi nivel (bajísimo por cierto) el
triunfo no estaba en hacer tiempo, sino en terminar. Era preferible ser
el último de la carrera (que no lo fui, por cierto) que el primero de
los que se quedan en el sofá de casa sin participar en ella (teniendo la
posibilidad de hacelo, por supuesto).
Con
el veneno de la Maratón corriendo por mis venas tuve claro que no
pararía ahí. La Maratón de Sevilla se convirtió en un fijo de todos los
años. Misma prueba, misma distancia, pero con distinto propósito. Los
tres primeros años buscando mejorar mi marca personal, algo que aunque
iba consiguiendo tampoco me generaba un sentimiento de felicidad más
allá de lo que supone finalizar una prueba de estas características.
2016 supuso un gran cambio en mi planteamiento de esta carrera. Fue la
primera vez que afronté un reto solidario organizado, con la primera
Edición del #YoAdelantoTúDonas. Basicamente el reto consistía en salir
el último (nadie por detrás de mí) y con una camiseta diseñada para tal
ocasión para que cada adelantado se convirtiese en un potencial donante
de médula, colaborando con mis amigos de la Fundación Olivares. Algo
imposible de controlar, como decía mi mujer, pero que asumía sabiendo
que el ruído que le daba a la prueba se traduciría en más de un donante,
como así fue. 2017 fue la confirmación del reto. Para este año conté
incluso con un stand gratuito en la Feria del Corredor en Fibes, y el
número de donantes de los que tuve noticia se incrementó respecto al año
anterior. De todas formas, como explicaba a mi mujer, con que una sola
persona se hubiese hecho donante de médula el reto se podía considerar
un éxito. Y lo fue. En los dos días que pasé en el stand de la Feria (no
fue la mejor preparación deportiva para la prueba, pero sí la mejor
psicológica) tuve la oportunidad de conocer a unos vecinos de
insuperable categoría: la asociación Carros de Fuego. Intenté correr con
ellos incluso ese mismo año pero un chaval encantador me convenció que
era una auténtica temeridad. Así que volví a salir el último, volví a
adelantar a toda la gente que pude y me juré a mí mismo que mi próxima
Maratón sería impulsando un carro. Y así fue. 2018, 2019 y 2020 fueron
maratones muy especiales, distintas a todas las que había vivido hasta
entonces. Ser las piernas de unos niños que ponen el corazón en el
equipo es algo imposible de describir con palabras. Desde entonces,
salvo mis participaciones en pruebas de larga distancia, no he vuelto a
correr un maratón sin carros, y no creo que vuelva a hacerlo.
Si
no me fallan las cuentas, más de 800 kilómetros en estos diez años
completando diecinueve (diez como prueba independiente y nueve como
broche de un Ironman) veces esta distancia. Más de tres días corriendo
sin parar. Sólo los que han completado esta distancia en alguna ocasión
saben de lo que estoy hablando. Dicen que la maratón es una carrera en
la que se corren 30 kilómetros con las piernas, 10 con la cabeza, 2
con el corazón y 195 metros con lagrimas en los ojos. Creo que esta prueba engancha tanto porque es una
metáfora de la vida. Decía Rocky Balboa a su hijo en uno de los
inolvidables momentos que nos regaló su saga que
nadie
golpea más fuerte que la vida, porque no importa lo fuerte que golpeas,
sino lo fuerte que pueden golpearte. Y lo aguantas mientras avanzas. Hay
que soportar sin dejar de avanzar, así es como se gana. Y la Maratón es
directamente así. Por muy preparado que llegues, por mucho que hayas
entrenado y descansado, por muy bien que lleves la nutrición, y por muy
fuerte que seas psicológicamente la maratón te acabará golpeando.
Siempre acecha cualquier momento de debilidad para azotarte con toda la
fuerza que es capaz de acumular. El famoso muro, que en teoría no llega
hasta el kilómetro 30, puede aparecer en cualquier momento. Pero por muy
fuerte que te dé, por mucho daño que te haga, pocas sensaciones te
provocan tanta emoción como cruzar ese arco de meta, como una evidencia
más de que todo esfuerzo tiene al final su recompensa. Si además lo
haces impulsando un carro, que lleva a un Capitán que se convierte en el
corazón que realmente impulsa el equipo, no hay palabras que puedan
describirlo.
No
encuentro mejor forma de cerrar la publicación este mes que la frase
que aprendí de mi amigo José María Gallego, quien en su libro "A
cuarenta y dos kilómetros de la felicidad" citaba:
"Cada mañana en África, una
gacela se despierta; sabe que deberá correr más rápido que el león, o éste la
matará. Cada mañana en África, un león se despierta; sabe que deberá correr más
rápido que la gacela, o morirá de hambre. Cada mañana, cuando sale el sol, y no
importa si eres un león o una gacela, mejor será que te pongas a correr”.
Que
el amanecer os pille corriendo. Gracias una vez más por vuestro tiempo y
seguid corriendo en busca de vuestros sueños. Gracias, Filípides. Tu
gesta nos dio la oportunidad de vivir todo esto. Gracias Cristian, porque sin ti y sin el resto de los Capitanes de Carros de Fuego no sería lo mismo. Y gracias a todos, enumerar a todos los que hacéis esto posible sólo me llevaría a dejar gente fuera, así que os incluyo a todos. Mucho que agradecer. Sólo los que hemos sido
afortunados con la posibilidad de cruzar la línea de meta sabemos de lo
que estamos hablando.
En cuanto a la imagen para acompañar este post, que dicen que vale más que mil palabras, no creo que exista
una que resuma mejor las emociones que se viven cuando se cruza esa
línea de meta. Nuestras caritas lo dicen todo, pero la de Cristian, oculta tras su mascarilla, dice aún más. Gracias.