Un año más llega el final de este mes de diciembre casi sin darme cuenta. Cierro los ojos y parece que fue ayer cuando escribía mi publicación de despedida al 2022, un 2022 que calificaba como el mejor año de mi vida hasta entonces. Y es que el último siempre suele ser el mejor, sólo con haberlo contado y haber echado 365 días (o 366 si el año es bisiesto) al zurrón ya es motivo suficiente como para alegrarse y agradecerlo. Este año, a pesar de haber vivido un 2023 de auténtica montaña rusa con picos muy elevados y simas más que profundas, ha vuelto a ser el mejor. Lo que bien empieza bien acaba, dice nuestro sabio refranero, aunque algunos no quieran buenos principios para sus hijos. Si empiezas mal sólo te queda mejorar, es la otra interpretación que se le da a al asunto.
Yo
lo empecé bien. Muy bien, como todos los años. Después de un espectacular
arranque de año con unas originales campanadas para nuestros amigos de Carros
de Fuego, un año más tuve el honor de formar parte del séquito de beduinos de
SSMM los Reyes Magos de Oriente, concretamente con su Majestad Baltasar. Por si
no fuese suficiente, en compañía de uno de mis mejores amigos, haciendo además
de escolta de seguridad privada de su hija y de su amiga. Ver las caras de ilusión
de niños y mayores a cambio de un simple caramelo no tiene precio y es una
experiencia que compensa con creces repetir todos los años.
Llegó
el Carnaval, una fecha que por cuestiones familiares siempre aparece marcada en
rojo en mi calendario particular. Este año debuté en una chirigota, una de las
cosas que tenía pendiente de hacer en la vida (no hablo de cantar, porque ese
verbo tiene un significado ligeramente distinto a lo que en realidad hice). Mi
hijo me volvió a demostrar una vez más que nada es imposible si no lo intentas,
y tras una curiosa carambola del destino que le permitió participar como juvenil
pudo saborear las mieles del triunfo en el COAC. Se convirtieron en la primera agrupación
de procedencia sevillana que se alzaba con el primer premio. Haciendo historia,
aunque él no le diese más importancia de la que tenía.
En
Semana Santa nos fuimos de viaje familiar en unas mini vacaciones por el
Algarve que jamás olvidaremos. Risas por doquier, a pesar de que el clima no
acompañó precisamente. Graduación de Daniela, finalizando su etapa en la ESO y
dando el salto a Bachiller, donde tendría la oportunidad de seguir creciendo.
Celebraciones de cumpleaños, vacaciones y demás me llevaron en volandas hasta
la última parte del año donde todo se transformó a una velocidad de vértigo.
Echando
la mirada atrás a través de las publicaciones del blog conectando puntos, como
decía el gran Steve Jobs, he podido confirmar que “la vida está inimaginablemente
bien organizada”, como mi Maestro Alonso aprendió de su Maestro Eric Rolf. Confianza
plena y paciencia infinita es uno de los mantras que deberíamos llevar tatuados
a fuego en el alma a modo de ley universal.
Comencé
año hablando de elección, con un contenido
un poco singular, sin tener ni idea de la importancia que la palabra elección cobraría
este año en mi vida. Después hablé de sentidos, del ensayo y el error como las
más potentes formas de aprendizaje, y de la importancia de encontrar sentido a
lo que hacemos en la vida. Compartí la posibilidad de decidir si usamos gafas
de mosca o de abeja, quizás porque llevaba demasiado tiempo usando las
primeras. Felicité a mi madre públicamente en junio, porque 80 primaveras no se
cumplen todos los días. En julio me limité a transcribir literalmente mi “discurso”
de agradecimiento a la Fundación Olivares con ocasión de la imposición de su medalla
de oro. Tal fue el subidón, que literalmente volé al mes siguiente, puede que anticipándome
al futuro. Hablaba al principio de montaña rusa, y un mes después cambié el
brillante azul del cielo por el barro más pegajoso de la ciénaga de la Fan Pin
Race, una prueba que me enseñó en tan solo tres horas mucho más que otras de
mucha mayor duración. El barro me hizo ser consciente de las tormentas, de las
sombras, de la profundidad de las simas, pero sobre todo de que al compartirlas
podemos beneficiarnos incluso más que cuando sólo compartimos luces, sol y
cimas. Noviembre fue un mes mágico, como no podía ser de otra forma, culminando
en un diciembre espectacular en el que un giro radical de mi vida profesional
me ha llevado a comenzar mi peregrinación por un camino que ni siquiera soñé en
transitar. Un año más al zurrón, como decía al principio, con toda una multitud
de experiencias vividas que me han hecho más sabio, además de más viejo.
Un
2024 apasionante se abre ante mis ojos, en el que espero compartir al menos con
una publicación al mes parte de mis lecciones. Leí una vez que la vida es un
continuo aprendizaje, y que nos morimos cuando dejamos de aprender. He vuelto a
colocarme el disfraz de estudiante novato y a colocarme en la casilla de
salida. Espero aprender (vivir) mucho y poder compartirlo.
Gracias
a todos por este espectacular 2023, y especialmente a los que invertís parte de
vuestro preciado tiempo en soportar
estoicamente mis reflexiones en el blog.
Feliz
Navidad a todos, y que el 2024 que ya llega os traiga todo lo mejor. Yo
intentaré seguir por aquí para verlo.