Publicación del mes de Marzo en la que comparto una de las constantes en mi vida, la del error. Si hay algo en lo que soy un auténtico especialista es en equivocarme. Como me gusta decir, porque suelo hacer muchas cosas, me equivoco en muchas de ellas. Si no hiciese nada, me equivocaría menos, aunque pienso que no hacer nada es una de las formas más peligrosas de errar, porque te priva del beneficio del aprendizaje. Aprovecho para decir que no tengo ningún problema en pedir perdón cuando lo hago, por si juega a mi favor.
Seguro que otros pueden aprender con el mero uso de la lógica, el razonamiento y la deducción, pero yo soy de los que necesita el duro golpe del error para aprender la lección. No me da vergüenza reconocer que, dependiendo de la lección, a veces necesito que el golpe sea lo suficientemente considerable o incluso repetitivo. Como decía mi abuelo hay gente “pa tó”.
Escojo
tema para este mes porque me vuelve a llegar de forma causal la frase de
Michael Jordan que tantas veces he escuchado: “He fallado más de 900 tiros en
mi carrera, he perdido casi 300 partidos, 26 veces han confiado en mí para el
tiro ganador y lo he fallado, he fracasado una y otra vez en mi vida y por esto
tengo éxito”. Nada que objetar a las palabras de una de las mayores estrellas
que ha dado el deporte a lo largo de su historia. Si acaso al traductor, que
creo que de forma errónea utiliza el verbo “fracasar” cuando en la versión
original en inglés se habla de “fail” (fallar). He leído en más de una ocasión,
aunque no consigo localizarlo ahora, que no existe una traducción literal para “fracasar”
en inglés, porque los anglosajones no reconocen ese matiz tan negativo en el
error. La Rae define en su segunda acepción el fracaso como un “suceso
lastimoso, inopinado y funesto”, algo donde es difícil encontrar algún atisbo
de positividad. El fallo, sin embargo, se define como “falta, deficiencia o
error”, algo con aparentemente menos
carga negativa.
Yo
he fallado muchísimo más que Jordan. Tanto que he perdido la cuenta. Aunque
reconozco que he evolucionado bastante menos que él siempre he intentado
aprender de mis innumerables fallos. En uno de los aspectos en los que más me
equivoqué sin duda fue en la relación con mi padre, y creo que gracias a ello
he intentado dar lo máximo en mi relación ahora con mis hijos. Me sigo
equivocando, y diariamente, pero con el firme objetivo de seguir aprendiendo y
mejorar, aunque sea poco.
En
el aspecto profesional, desde muy joven tuve la oportunidad de tener gente a mi
cargo, lo que me dio la oportunidad también de compartir con ellos mi particular
visión acerca del error. Posiblemente porque siempre fui consciente de mi
propensión al fallo, intenté buscar un lado positivo al mismo y compartirlo con
mi equipo. Siempre digo a los que tengo a mi alrededor que se equivoquen, que
traten de aprender de los errores y de no repetirlos, al menos en demasiadas
ocasiones. Contamos con que el “hombre es el único animal que tropieza dos
veces en la misma piedra”, con lo que doy por hecho que la mayoría de las veces
un solo error no es suficiente para aprender. A aquellos que presumen acerca de
que sus equipos no se equivocan nunca, o que lo hacen muy poco, siempre les
argumento usando la teoría de la relatividad. El error no debería considerarse
de forma absoluta. Una persona que hace cien cosas al día y se equivoca en diez
no debería ser minusvalorada en relación con otra que sólo lleva a cabo dos
tareas, y se equivoca en una de ellas. Si perdemos de vista el alcance total,
caeríamos en el error de decir que nuestro primer sujeto se equivoca diez veces
más que el segundo, cuando está haciendo cincuenta veces más (“falla” en un
diez por ciento, en contra de la segunda que lo hace en un cincuenta por
ciento). Y además de esta realidad numérica (o cuantitativa) también existe
otra relatividad cualitativa. Nada es tan grave como parece y si el error tiene
una función didáctica nuestra única preocupación debería ser no repetirlo en el
futuro (a menos que no hayamos sido capaces de aprender la lección).
También leí en cierta ocasión que la forma más fácil de convertir a un niño en un ser extraordinario es motivarle cada vez que se equivoque, en lugar de reprenderle. Si fomentamos el error como fuente de aprendizaje, a esas edades su desarrollo sería infinito. Desgraciadamente, nadie quiere que su hijo sufra las duras consecuencias del error, y tratamos de evitárselas a toda costa. También escuché en cierta ocasión al gran Emilio Duró que una forma bastante fiable de vaticinar el nivel de éxito en la vida de un niño es ver si sus padres dejan que se levante solo cada vez que se cae cuando está comenzando a andar. Si reconoce los fallos como posibilidades para mejorar, y sobre todo si asimila que no depende de nadie para hacerlo su trayectoria se presume importante.
Decía
mi recordado Maestro de Tai Chi Chuan Juan Lu “que las piedras con las que
tropieces sean tus apoyos para levantarte”. Una
bonita metáfora sobre la importancia y la función del error.
A
modo práctico, os muestro algunos consejos que he podido recopilar y que nos
pueden ser útiles a la hora de aprender de nuestros propios errores. Si los
veis interesantes en próximas publicaciones podré profundizar en este novedoso método de investigación.
- Reconoce el error: Aceptar que se cometió un error es el primer paso para aprender de él. A veces puede ser difícil aceptar un error, pero es importante ser honesto contigo mismo para poder seguir adelante.
- Analiza lo que salió mal: Identifica qué salió mal y cómo sucedió. Trata de ser objetivo y ver la situación desde diferentes perspectivas. También es importante no culpar a los demás, asume la responsabilidad de tus acciones.
- Busca una solución: Una vez que identifiques lo que salió mal, piensa en soluciones que puedas implementar para evitar que suceda de nuevo. Si no estás seguro de cómo resolver el problema, busca ayuda de alguien de confianza.
- Aprende de la experiencia: Toma nota de lo que aprendiste del error y cómo puedes aplicar ese aprendizaje en el futuro. Trata de ser más consciente en el futuro para evitar cometer el mismo error.
- Sé amable contigo mismo: Aprender de los errores puede ser doloroso, pero es importante ser amable contigo mismo durante el proceso. Recuerda que todos cometemos errores y que lo importante es aprender de ellos.
- Sé persistente: Aprender de los errores es un proceso continuo. No te rindas si vuelves a cometer un error, sigue trabajando en mejorar y aprendiendo de tus errores.