Málaga, 7 de Julio de 2023.
Querido y estimado Señor presidente de la Fundación Olivares, Don Andrés Olivares Díaz. Estimados señoras, estimados señores... gracias, muchísimas gracias.
Para todos aquellos que ya me conocéis soy Antonio Jurado. Para los que aún no me conocéis, como ha comentado nuestro querido presidente Andrés, soy Antonio Jurado también. Esto, que puede parecer una tontería, es una de las mejores lecciones que me regaló mi padre. Él siempre me decía que fuese dónde fuese, estuviese con quién estuviese, me conociesen o no, fuese siempre yo mismo. Gracias, Papá. Espero que desde tu privilegiada situación desde un lugar al que de momento no puedo acceder, estés disfrutando de este momento como lo estoy haciendo yo. Seguro que sí. Va por ti. Gracias.
He tenido la oportunidad de subirme a un escenario en más de una ocasión para presentar a nuestro presidente Andrés Olivares. Cuando lo hago, siempre digo, con la seriedad más absoluta, que hablar delante de Andrés es como salir con una raqueta a pelotear antes de que Rafa Nadal salte a la pista a jugar un partido. Dicen que las comparaciones son odiosas, y en momentos como estos aún más. Hoy voy a tener la osadía de hacerlo después de él, y con los roles cambiados. Hoy es como si tuviese la poca vergüenza de salir con la raqueta después de que Rafa gane uno de sus incontables trofeos en Roland Garros. Si además tenemos en cuenta la lista de ilustres merecedores de esta insignia que me preceden en el tiempo: Pablo Alborán, Basti, Juan Barroso, Nena Paine… queda confirmado que mi vergüenza finalizó en el mismo lugar en el que lo hizo mi cabello. Ni rastro.
Si tuviese que resumir todo mi discurso en una sola palabra no tendría ninguna duda: “Gracias”. Si tuviese que hacerlo en dos, también lo tendría muy claro: “Muchísimas gracias”. Podría decir que siempre había soñado con este momento, pero os estaría engañando. Esto es tan bonito que ni siquiera había alcanzado a soñarlo… Hoy vuelvo a vivir el verdadero significado de las palabras “Alma, Magia y Corazón”. Esas palabras que aprendí lo que realmente querían decir cuando os conocí.
Conocí a la Fundación Olivares hace ya una década. Por aquel entonces unos jóvenes chavales (bueno, sólo diez años más jóvenes) de un club de triatlón de Dos Hermanas decidimos hacer un calendario solidario y donar nuestra modesta aportación a una Fundación. Causalmente, porque Dios no juega a los dados, como decía Einstein, la Fundación se cruzó en nuestro camino. Causalmente también, tuve la oportunidad de hablar por teléfono con su presidente, y tirando de poca vergüenza (una vez más) le pedí que viniese a Dos Hermanas para asistir a la presentación del calendario. Me lo confirmó sobre la marcha, y ahí comenzó esta bella historia de amor. El día de la presentación, además de tener la ocasión de compartir escenario con él por primera vez, recibí una increíble lección de boca de una de las voluntarias de la Fundación que cambió mi vida. Miento, cambié yo, especialmente la forma en que vivía la vida. Me dijo que “cuando ayudas a los demás, recibes muchísimo más de lo que das”. Esta irrefutable ley, que sólo tenemos que poner en práctica para confirmar su validez, me zarandeó desde lo más profundo de mi ser. El juego de la vida va sobre dar, no sobre recibir. También de la Fundación aprendí la maravillosa frase de la Madre Teresa de Calcuta que dice que “a veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota”. Durante estos años he puesto pequeñas gotas, muy pequeñas, y quizás menos de las deseables, para intentar colaborar dentro de mis posibilidades en hacer realidad el sueño de Luis: que los niños enfermos de cáncer y sus familias tuviesen la oportunidad de vivir una vida mejor. Posiblemente esté hoy aquí porque suelo hacer bastante ruido con las gotas que aporto, un comportamiento que tiene su explicación.
El día que conocí a Andrés, tras uno de sus inigualables abrazos, me dijo que la aportación económica era fundamental para la Fundación, porque gracias a estos recursos se materializan las medidas que mejoran la vida de los niños. Pero casi tan importante como el dinero es la difusión. Que todo el mundo sepa quién es Fundación Olivares, que todos conozcan su mensaje puede llevar (y de hecho lleva) a que alguien con más recursos y más posibilidades que cualquiera de nosotros pueda decidir mañana ayudar a la Fundación. Me lo tomé tan al pie de la letra que he hecho mucho ruido, hago mucho ruido y espero seguir haciéndolo en un futuro. Casi todos mis conocidos saben quién es Fundación Olivares y me siguen en todo lo que difundo.
Esa palabra “gracias” que indicaba al principio como resumen de esta charla, es un agradecimiento no sólo a la Fundación, a sus niños, a sus familias, a sus voluntarios, a sus trabajadores, a su patronato que ha decidido ponerme hoy aquí. A ellos no tendré nunca la posibilidad de devolver ni una pequeña parte de todo lo que me han dado. También es un agradecimiento a todos los que día a día vais poniendo vuestra gotita para que este océano no deje de crecer. A todos mis familiares, mis amigos, que están siempre dispuestos a colaborar con pulseras, con corazones, con calendarios, aquí además tengo que mencionar expresamente a los artistas Diego Escobedo y Paco Aznar, los magos de las cámaras y el Photoshop, a gente como los Pitos Locos que nos regalaron los excepcionales momentos vividos el pasado año… Tantas y tantas gotitas destinadas a que los niños enfermos de cáncer sigan siendo niños. Muchísimas gracias a todos, de todo corazón, un corazón verde y rojo con un inmenso abrazo, como la imagen de la Fundación Olivares. Hablando de imagen, ahora que puedo ver y tocar esta preciosa insignia de oro, como dicen también mis amigos de la Fundación, “lo mejor de esta vida no puede verse ni tocarse, debe sentirse con el corazón”. Os prometo que lo siento.
Y ahora quiero finalizar volviendo al lugar a donde empecé. Quiero dar las gracias especiales a Luis, porque gracias a él estamos aquí hoy y muchos hemos podido encontrar un sentido a nuestras vidas. Y no puedo terminar sin dar las gracias a mi mujer María, y a mis hijos Pablo y Daniela, que hoy me acompañan a este emotivo acto que no olvidaré nunca. Ellos son los últimos culpables de que hoy esté aquí, porque sin ellos no sería el Antonio que soy. Y por último, no podía olvidarme. Fuerza a mi "hermanamiga" Maru.
Muchísimas gracias de nuevo. Os quiero. Tela.