Publicación del veraniego mes de Agosto, vacacional para algunos, y laborable para otros (para los que las hemos disfrutado ya y para los que lo harán a partir de septiembre).
Como en la mayoría de mis publicaciones, aprovecho una experiencia reciente para compartirla con el fin de que pueda serle útil a alguien. En este caso voy a escribir sobre lo que he aprendido tras volar en parapente el pasado mes de Julio. Tengo que comenzar diciendo que en este caso no soy totalmente autodidacta. La lección, como casi siempre, viene de manos de alguien. En este caso, como en muchas otras ocasiones, ha sido mi ahijado, capitán, amigo y muchas cosas más Cristian quién me la ha enseñado. El año pasado, mi amigo Miguel Ángel y yo decidimos regalar a Cristian por su 18 cumpleaños la experiencia de volar en parapente. Previamente confirmamos con los instructores que no había ningún problema y posteriormente sus padres nos dieron como siempre el visto bueno a una locura más. Cristian también lo aceptó pletórico de ilusión y entusiasmo, como es habitual en él.
Por circunstancias su vuelo se aplazó hasta el pasado mes de Julio y por circunstancias también me fue imposible acompañarlo. Aunque estuve en contacto con él y rápidamente me puso al día con vídeos y audios sobre la increíble experiencia, lamenté profundamente no haber podido estar allí. Así que me prometí a mí mismo que volaría en la primera oportunidad que tuviese. La oportunidad llegó muy pronto, justo el día después de volver de vacaciones. Paco, gerente de Vuelo Libre School, de Vejer, me avisaba que el día 1 de Agosto era propicio para surcar los cielos. Así que como tenía un regalo de cumpleaños pendiente de mi familia, después de almorzar salimos en dirección Vejer para disfrutarlo. Mayor regalo que el poder volar fue poder compartirlo con los míos.
Como título de la publicación he tomado prestado el de la canción de Robert Kelly "I believe I can fly", que he traducido libremente como sé en lugar de como creo. Esta maravillosa canción formó parte de la banda sonora de Space Jam. Es una auténtica oda a la posibilidad (e incluso a la necesidad) que tenemos de hacer realidad nuestros propios sueños. De hecho, casi parafrasea al genial Walt Disney, cuando dice que si puedo verlo (soñarlo decía Walt), puedo hacerlo.
Comencemos el vuelo. Empecemos diciendo que no soy muy amigo de las alturas ni de las emociones fuertes. Aunque no padezco vértigo (de momento) soy un acompañante ideal en cualquier parque de atracciones porque no disfruto mucho de las atracciones. Mientras más adrenalina me hacen soltar, menos las disfruto. Para que os hagáis una idea, soy de los que en la noria voy agarrado a cualquier elemento que me pueda servir como asidero. De todas formas en este caso contaba con la valiosa experiencia previa de mi amigo Cristian, que aunque tengo que admitir que es bastante más valiente que yo, ya me había tranquilizado diciendo que la experiencia no era nada traumática.
Llegué a Vejer con los nervios propios de la experiencia. Sin llegar a sentir miedo, pero con esa extraña sensación en el estómago que precede a todas mis competiciones deportivas. El mero hecho de ponerte un dorsal siempre desencadena esa reacción, que suele guardar relación directa con los kilómetros a recorrer. Muy ligera por ejemplo en el caso de una carrera de 5 kilómetros, un poco más intensa en el caso de un Ironman. Resistí estoicamente las bromas de los míos, sobre todo los de mi hijo Pablo. No tuve que esperar mucho, lo que evitó que los nervios pudieran aflorar. Pude comprobar como mis predecesores disfrutaban de la experiencia y antes de que me diese cuenta ya estaba colocándome el equipamiento necesario para volar. Aquí me llegó una de las primeras lecciones del día. Las preocupaciones no surgen por el tamaño del problema, sino por el número de vueltas que le damos en la cabeza. Con la mente ocupada en otros temas, no hay preocupación grande.
Pasemos al punto siguiente: la confianza. Paco (el monitor) tuvo la suficiente habilidad como para explicarme todo con tal lujo de detalles, calma y sencillez que confié en él hasta el punto de convencerme a mí mismo que nada malo podría pasar. Incluso me pidió que le ayudase en la maniobra previa al despegue intentando en la medida de lo posible mantener mis pies pegados a la tierra. Aunque con el tirón que da la vela del parapente al llenarse de aire es casi imposible hacerlo, me mantuvo concentrado, motivado y comprometido con esa tarea. El sentimiento de la confianza suele ser recíproco. Mientras más das, más recibes a cambio.
Y llegamos al momento justo de volar, donde aprendí mi lección más importante de ese día. Para poder disfrutar del vuelo, no te queda otra que separarte del suelo... Para tomar y sobre todo para poner en práctica decisiones importantes (difíciles, pero que nos facilitarán una vida fácil, como escribí una vez), no tenemos más remedio que dar el salto al vacío. Continuamos aferrados a la falsa seguridad que nos ofrece el suelo bajo nuestros pies, para una vez decidimos dejarlo atrás, lamentarnos por no haberlo hecho antes. Una de las personas a las que más quiero en esta vida me dijo una vez que si no te arriesgas nunca pierdes, pero tampoco ganas nunca. Saltar para volar es tan necesario como tener alas para hacerlo.
Y una vez que remontas el vuelo, que surcas los aires con esa indescriptible sensación de libertad, sólo te tienes que centrar en disfrutar. Si te obcecas en lamentarte por todo el tiempo que has perdido en tierra no serás capaz de disfrutarlo como sin duda mereces. Elevarte y sentir la brisa en tu cara te hará darte cuenta de que esta vida es tan corta que lo mejor es pasarla volando todo el tiempo que puedas. Y para volar no nos queda otra que saltar. Leí una vez que cuando te sientes al borde del precipicio posiblemente es que la vida te esté poniendo en el lugar propicio para que por fin puedas volar...
Antes de terminar esta publicación quiero poner en relación esta capacidad de creer en nosotros mismos y de hacer realidad nuestros sueños con un asunto tan escabroso como el del ego. La verdadera lección no es que yo pueda volar, sino que todos podemos hacerlo. Ya me lo demostró Cristian, pero me lo demostraron también todas las personas que estaban a punto de saltar al vacío aquel día y que eran tan especiales como yo.
Gracias a todos por vuestro tiempo. Dejad el suelo atrás y volad libres. No os arrepentiréis.
Hasta septiembre, el mes de la vuelta al cole, y a casi todo...