Por fin llegó el ansiado mes de agosto. Mes de vacaciones por excelencia. Mes en el que casi se paraliza el país y en el que el vertiginoso ritmo de vida que llegamos parece por fin ralentizarse. Previo al arranque del nuevo curso escolar, que algunos consideran como inicio de un nuevo año. El descanso y la desconexión nos dan una oportunidad única para reflexionar. En mi caso particular, disfruto compartiendo mis reflexiones en voz alta en mis publicaciones mensuales. Los asiduos ya sabéis que busco la inspiración a través de posibles y distintas fuentes.
Este
mes toca hablar de sueños. En primer lugar, porque casi terminé julio
asistiendo a las Colonias de verano donde mi hijo Pablo lleva a cabo labores de
voluntario, algo de lo que me siento enormemente orgulloso. Este año, el
campamento tomaba el nombre de “Sueño de verano”, algo que no puede ser más
acertado. Un sueño que viven esos niños con quienes la vida no fue precisamente
generosa, y que durante una semana disfrutan de unas merecidísimas vacaciones
en un ambiente mágico, propio de un sueño, en una experiencia que seguro que no
olvidarán nunca. Pablo siempre fue un alumno ejemplar, aunque lo del estudio
tradicional lo superó hace ya bastante tiempo. Pasó de ser Alumno aventajado a
ser un Maestro admirable. Aprendió la lección de “cuando ayudas a los demás,
recibes muchísimo más de lo que das” de forma magistral, y lo que es más
importante, la aplicó al pie de la letra. Dicen que saber sin hacer es como no
saber, y os puedo garantizar que Pablo sabe, y hace. Tanto que algunas veces
siento hasta miedo. Porque las veces que no estoy de acuerdo con él, me
argumenta con una madurez y seguridad tales que cuando vuelvo a la soledad, pienso que a su edad (e incluso
muchas veces a la mía) es así como me gustaría ser. Ver a tu hijo feliz, y ver
cómo hace feliz a esos niños, es un sueño hecho realidad.
Pero
las colonias cuyo lema es “Semper in Amicitia” (“Siempre en Amistad”) no han
sido el único sueño de este verano que he tenido la oportunidad de disfrutar.
Coincidiendo con la estancia de Pablo en su actividad como voluntario recibí un
sorprendente aunque deseado y esperado correo que me confirmaba la posibilidad
de asistir junto a mi Amigo Cristian a la Maratón de Nueva York en la modalidad
de “Duo Teams”. Para todos los que corremos asistir a la Gran Manzana a formar
parte de su maratón es hacer realidad un sueño. Esta prueba, que casualmente
comenzó a celebrarse el mismo año de mi nacimiento, atraviesa los cinco
condados de la ciudad en un ambiente festivo. Son cincuenta mil los corredores
que se dan cita el primer domingo de noviembre para completar los cuarenta y
dos kilómetros y ciento noventa y cinco metros de su recorrido. Para Cristian y
su familia, es como repetir el que parecía hasta entonces insuperable sueño de
Atenas.
Pero
este segundo sueño no va a durar tan sólo una semana, como el sueño anterior.
Mínimo serán tres meses los que tendremos que soñar despiertos a diario
buscando un patrocinador o patrocinadores que nos ayuden a hacer realidad el
sueño. Algunas negativas se convertirán en pesadillas, pero no podemos
rendirnos. Contamos en nuestro equipo con Cristian González Lorenzo, un
auténtico Maestro de superación, resiliencia y vida, para el que no hay nada
imposible.
Tengo
una lista de sueños que cumplir que cada vez es más larga, a pesar de que soy
consciente de que cada vez me queda menos tiempo para cumplirlos. Cuando éramos
niños, soñábamos sin límite. Sueños muchos de ellos inalcanzables, pero gracias
a que la vida aún no nos había dado lecciones sobre obstáculos,
responsabilidades y miedo al fracaso, aún los veíamos posibles. En esta faceta
mi niño interior se resiste a seguir creciendo y sigue soñando todos los días. Con
los años he aprendido la importante diferencia entre la posibilidad y la
probabilidad. Muchos de mis sueños no son imposibles. Son poco probables, por
las dificultades que encierran, pero me encanta jugar a incrementar las
probabilidades. Ir a Nueva York no es imposible. Es difícil, pero no imposible.
Y ahí radica lo entretenido del sueño. Si fuese fácil cualquiera se atrevería
con ello.
Una
de las cosas buenas de los sueños es que no caducan. No importa cuántos años
tengas, cuántas veces hayas caído, o cuántas veces te hayan dicho "no se
puede". Si aún lo sientes en tu corazón, si aún te emociona solo
imaginarlo... ese sueño sigue siendo tuyo. Para ello basta cerrar los ojos,
conectar con ese niño que una vez fuimos y esperar a que se nos vuelva a
dibujar esa sonrisa y que nos vuelvan a brillar los ojos. Nunca es tarde para
soñar, ni mucho menos para luchar por hacer los sueños realidad. Aquí, como en
la vida, el camino es lo que importa. Se disfruta más del camino que de la meta
(nunca mejor dicho en este caso). Una vez crucemos la meta (cumplamos el sueño)
o incluso antes, es el momento de buscar otro sueño. Los sueños son como el
aprendizaje. Mientras soñemos y aprendamos, es la mejor señal de que estamos
vivos.
Agosto
dará paso a septiembre, un mes que para algunos es el mes del reinicio, como
puede ser enero. El mes en el que nuevos sueños se ponen en marcha, en el curso
escolar, en las temporadas deportivas, en el último cuatrimestre que deberá
llevarnos a cerrar este 2024 al que ya hace días que dimos la vuelta al jamón.
En el aspecto profesional, septiembre será también el mes en el que debemos
hacer realidad nuestro sueño. Llega el apasionante y retador momento de
comercializar nuestra solución en los centros educativos. De comenzar a ayudar
a tantos niños con dificultades. Vendrán objeciones, complicaciones y espinas,
pero para eso estamos. Cuando vengan curvas y pensemos en tirar la toalla, será
el momento de recordar porqué comenzamos.
Subo
hoy como imagen de la publicación un grafiti que llamó mi atención en una de
mis caminatas por Dos Hermanas. En él una niña cierra los ojos y sopla una
pajarita de “origami”, soñando que se convierta en realidad.
Espero
que el post de noviembre esté dedicado a la Maratón de Nueva York. Luchamos y
soñamos por ello. Gracias por vuestro tiempo.