jueves, 7 de agosto de 2025

AGOSTO, TROPEZANDO DOS VECES EN LA MISMA PIEDRA...

       Agosto nos invita a descansar. A veces porque estamos de vacaciones y a veces porque lo están los demás. Sea como sea, este mes nos trae un regalo maravilloso: nos da un poco más de tiempo para reflexionar. Y al hacerlo a veces nos encontramos temas que el resto del año esquivamos como si fueran piedras en el camino que nos esforzamos en esquivar.

        Uno de esos temas es el error. Sí, el error. Ese viejo amigo que nadie quiere invitar a la fiesta, pero que al final siempre llega, lo invitemos o no. El que nos hace sudar, dudar, justificar, esconder… y que sin embargo, es el mejor Maestro que hemos tenido en nuestra vida. No recuerdo muy bien la frase, pero leí una vez algo parecido a que la mejor forma de desarrollar todo el potencial de nuestros hijos era educarlos en la cultura del error.

    En nuestra cultura, sin embargo, llevamos regular eso de equivocarnos. Nos da pavor. Nos lo tomamos como algo personal. Y lo que es peor: lo vivimos como una amenaza. Como si fallar nos definiera. Como si no pudiéramos permitirnos ser imperfectos en un mundo que, por cierto, tampoco es perfecto. Vuelvo otra vez al pasado para recordar un programa de televisión que veía en blanco y negro cuando aún no tenía diez añitos. Se trata de “La segunda oportunidad” de Paco Costas, que comenzaba con el espectacular choque real de un coche contra una roca y la frase "el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra". Mostrando el error intentaban que los conductores aprendiesen y evitasen conductas que les podrían llevar a sufrir estos accidentes en un futuro.

        Estoy muy de acuerdo con la frase que abría ese programa. Pero creo que se quedaba corta. ¿Por qué? A veces tropezamos tres veces. O cuatro. Y aún así no nos queda otra que seguir adelante. Porque tropezar no es el problema. El problema es no aprender del tropiezo. O peor aún: dejar de caminar para no volver a caerse.

        En toda mi trayectoria con equipos a mi cargo, hay una idea que siempre he compartido con mis ellos y que formaba parte del proceso de bienvenida: “Equivocaos. Por favor, equivocaos. Pero hacedlo con ganas, con criterio, con intención de mejorar. Y si puede ser, no siempre con la misma piedra (que hay muchas en el camino, usemos el repertorio)”.

        Porque la única manera de no equivocarse es no hacer nada. Y no hacer nada es el mayor error de todos. De hecho, la verdadera diferencia entre las personas que avanzan y las que se estancan no está en cuántas veces fallan, sino en qué hacen con cada fallo. Algunos se hunden. Otros toman nota, ajustan el rumbo y lo intentan de nuevo.

        Y esto no lo digo solo por experiencia, que como os digo siempre, es muy limitada a pesar de mi edad. También lo dicen los modelos de éxito que tanto admiramos.

       Pixar, esos genios que crearon Toy Story, Up o Inside Out— no rinden culto a la inspiración divina. Lo que veneran es el proceso. Ed Catmull, cofundador de Pixar, dice textualmente que “Las primeras versiones de todas nuestras películas apestan.” Quién lo diría al ver el resultado final ¿verdad?

        Lo tienen tatuado a fuego. Porque saben que el error no es el enemigo. Es parte del sistema. Cada una de sus películas empieza siendo un caos. Un primer borrador desastroso. Pero es un desastre útil. Porque han construido un entorno donde el fallo no se castiga, se analiza. Donde el feedback no se toma como ataque, sino como oportunidad.

        Allí nadie impone correcciones. Existe lo que llaman braintrust, un grupo de sabios creativos que no da órdenes, sólo señala lo que no funciona. Después, el director decide tras revisar, corregir e intentarlo de nuevo.

        El resultado es un sistema que no busca evitar errores, sino verlos pronto, cuando aún son baratos de corregir. Porque si esperas a tener “la idea perfecta” para empezar, probablemente nunca empieces. El miedo al fallo es el asesino silencioso de muchas buenas ideas.

        Esta filosofía no es exclusiva de Pixar. Es aplicable a cualquier entorno humano, profesional o personal. A los equipos de trabajo. A la familia. A uno mismo.
Porque al final, la calidad no se alcanza por evitar errores, sino por construir sistemas que los procesen y los transformen.

        Se puede vivir cada proyecto como una apuesta que no puede fallar, lo que lleva al perfeccionismo, la parálisis y el desgaste,  o  como un sistema de aprendizaje, donde cada paso en falso es una señal, no una sentencia.

        Creo firmemente que no fracasamos por fallar. Fracasamos por no tolerar el fallo.

        Así que este agosto, mientras descansamos un poco del caos diario, quizás sea un buen momento para reconciliarnos con esa parte incómoda y necesaria de nosotros mismos. Para pensar en nuestros errores no como algo que esconder, sino como parte de nuestro equipaje de aprendizaje.Para preguntarnos: ¿Estoy evitando el error… o estoy aprendiendo de él?

        Consejo junto a la imagen que cierra esta publicación de agosto: “si tropiezas con la misma piedra… al menos ponle nombre. Y dale las gracias.”

        Gracias también a vosotros como siempre y feliz verano (lo que queda de él).