Noviembre es un mes que tiene un significado especial para mí. Es el mes del cumpleaños de mi compañera de viaje, y el mes en el que comenzamos a salir hace ya bastantes años. Reflexionando sobre el camino que hemos recorrido juntos me vino a la mente una técnica llamada el Río de la Vida (igual que la película dirigida por el añorado Robert Redford y protagonizada por Brad Pitt) que utiliza la metáfora de un río para que las personas analicemos nuestra trayectoria vital, experiencias, desafíos y éxitos. La última vez que la utilicé fue hace un par de años, justo antes de mi último cambio profesional, y la verdad es que me fue bastante útil. Me permitió ver con bastante perspectiva todo lo que había hecho ya (a mi edad el río es bastante largo…) y sobre todo motivarme para lo que soy aún capaz de hacer mientras el río fluya…
Como trasponer
aquí mi particular río de la vida me parecía poco útil para los lectores (salvo
para los que tuvieran alguna curiosidad especial), he creado un río de la vida
genérico, en el que, a la vez que todo parecido con la realidad es pura coincidencia,
se reflejan circunstancias muy genéricas para hacernos reflexionar. Va en
formato lista, para facilitar su lectura y no hacerlo excesivamente pesado.
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Nacemos. Posiblemente uno de los días más
importantes de nuestra vida del que no tenemos recuerdo alguno, al menos los de
nuestra generación. Hoy en día con los teléfonos móviles es más fácil, pero
algunos tuvimos que esperar bastantes años para colocarnos por primera vez
frente a un objetivo.
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Llegan otros miembros a la familia, en el caso
de que seamos hermanos mayores. En muchas ocasiones tampoco tenemos recuerdos
de esta etapa.
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Comienza nuestra etapa escolar. Parvulitos o
educación infantil. Guardería o cole. Época aún de recuerdos difusos.
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Llegan los amigos. Aquellos a los que nos gusta
acompañar en sus cumpleaños, y con los que a veces compartimos extraescolares. Los
recuerdos comienzan a ser cada vez más claros, y muchos de los contactos que
hagamos aquí nos acompañarán a lo largo del curso del río.
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Las hormonas comienzan a revolucionarse en
nuestro interior. Ya se habrán formado la mayor parte de los rasgos que definirán
nuestra personalidad de adultos. Y muchos recuerdos, incluso no accesibles para
nosotros, condicionarán nuestro comportamiento.
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Transitamos por la adolescencia, y desplazamos
hacia nuestros amigos el rol de héroe que hasta ahora habían asumido muchos de
nuestros padres, ocupando en su lugar el de villanos.
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Cumplimos la mayoría de edad (puesta de largo
para la generación actual y posibilidad de comenzar a trabajar para otras más antiguas)
Algunos pasaremos por la universidad, como otra etapa de vital importancia en
nuestro recorrido (o no)
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Se consolidan las relaciones de pareja, y
algunos nos planteamos transitar por la ribera del río junto a alguien durante
gran parte del camino. Otros prefieren ir solos, otros cambiar de acompañante
cada cierto tiempo. Cuestión de gustos.
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Llega la hora de debutar en el mercado laboral
(por lo general, cada vez más tarde). Disfrutamos de o sufrimos a nuestro
primer jefe, cuya influencia dicen que es vital para el resto de nuestra
carrera profesional.
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Algunos decidimos tener descendencia, algo que
condicionará definitivamente nuestro recorrido. Sobre todo porque comenzaremos
a ser modelo de referencia para los que forman parte de nuestra familia.
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Los que tenemos prole vemos el recorrido desde
una nueva perspectiva. Condicionados (en teoría) por la responsabilidad que
conlleva el que nuestras huellas guíen otros caminos.
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Desarrollamos nuestra carrera profesional. Algunos
incluso llegamos a ser jefes y tenemos la oportunidad de recordar como nuestro
primer jefe nos trataba a nosotros.
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Tener hijos también nos da la oportunidad de
volver a pasar por los mismos meandros que transitamos de joven, pero ahora sin
tener el papel de protagonista. En un ejercicio muy importante tenemos que
aprender a soltar, a dejar que cada uno recorra su propio camino.
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Se nos empiezan a caer compañeros de viaje,
algunos porque empezaron su recorrido mucho antes que nosotros, y otros porque
simplemente su desembocadura estaba predestinada antes de lo habitual.
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Nos damos cuenta de que lo importante no es la
longitud del río, sino lo que podamos disfrutar de su recorrido. Mirando con
perspectiva hacía atrás, comenzamos a comprender muchas cosas. Los rápidos, las
cascadas, los estanques y los demás accidentes que hemos atravesado no son más
que lecciones de vida necesarias para seguir aprendiendo. Unimos puntos, que diría
Steve Jobs.
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… y hasta aquí puedo contar, porque
afortunadamente sigo paseando por la ribera. Sin ninguna prisa por llegar al
mar, pero aprovechando a tope el camino por si se llega antes de lo esperado.
Espero que
este guion genérico os motive e inspire para que podáis dibujar vuestro propio
río de la vida. Reflexionar sobre mis principales hitos me sirvió para decidir
qué camino tomar, y con qué experiencias ir rellenando futuros ejercicios.
Parafraseando
a Heráclito, “nadie se baña dos veces en el mismo río”, porque el río nunca es
el mismo, porque el agua que fluye continuamente hace que el río sea siempre un
nuevo cauce con aguas diferentes en cada momento, pero sobre todo porque la
persona tampoco es la misma, porque el tiempo y la experiencia cambian a la
persona de una manera tan constante como el río.
Y para
finalizar la publicación y dejar tiempo a que todos podáis representar vuestro
propio río de la vida, una imagen ligeramente retocada, del cartel de la
película a la que hacía referencia, donde un “experimentado” Brad Pitt nos
dedica una de sus cautivadoras sonrisas.
Cerramos el
año con la próxima publicación. Gracias por vuestro tiempo como siempre.






