viernes, 19 de septiembre de 2025

SIN LOCURA NO HAY FELICIDAD...

Tendemos a pensar que la felicidad siempre llega después. Después de alcanzar una meta, de cumplir un sueño, de recorrer un camino, de jubilarnos ... Pero una vez más la vida volvió a recordarme que no. La felicidad no es la recompensa final, es el combustible que enciende la chispa de cualquier locura. Como decían en el Guerrero Pacífico, una de mis películas favoritas: “el viaje es lo que nos trae la felicidad, no el destino”.

Definitivamente hay locuras que transforman vidas. Me considero un suertudo de la vida, porque ya he vivido unas cuantas. En este caso una aventura que parecía imposible. Pero como dice siempre alguien muy cercano a mí, “sólo es imposible aquello que no se intenta.”

Completar las últimas cinco etapas del Camino Francés en 24 horas puede parecer un poco descabellado. Pero no importa lo qué hacemos, ni siquiera cómo, sino por qué. Nosotros no lo hicimos para batir un récord ni para demostrar nada, sino por algo mucho más fuerte: para sumar fuerzas en una causa que importa de verdad.

El Proyecto Horizonte de #RetoPichón2025, a favor de Asociación Autismo Sevilla, nos regaló el mejor escenario para dar sentido a cada paso. Aunque la explicación es simple (caminar, trotar, resistir, llegar), la experiencia fue todo menos sencilla. Fue emoción, comunidad, entrega, con algún que otro momento de sufrimiento y duda. Como la vida misma. Fue felicidad convertida en locura compartida.

Y fue felicidad llena de lecciones. Podría hablar de los kilómetros, de las horas sin dormir o del cansancio físico. Pero lo que de verdad queda son las lecciones invisibles:


• La felicidad no se espera, se construye en el presente. Con cada abrazo, cada palabra de ánimo, cada gesto que parecía pequeño pero lo cambia todo.


• La locura de un reto compartido se convierte en motor. Cuando uno flaquea, el otro sostiene. Cuando alguien sonríe, todos avanzamos un poco más ligeros.


• La vida es demasiado breve para encerrar los sueños en un cajón. El momento perfecto no llega; lo creamos al decidir dar el paso.


• El propósito multiplica. Cuando tienes un "por qué", aparecen el "qué" y el "cómo", incluso cuando las fuerzas se apagan.


• Un camino de 24 horas puede resumir toda una vida. Intenso, fugaz, lleno de encuentros y aprendizajes que dejan huella.

Detrás de cada reto hay nombres propios. Por eso quiero detenerme en el agradecimiento:
A Manuel Navarro Sánchez y Jesús Rey, compañeros de ruta, por transformar el esfuerzo en alegría y las dificultades en anécdotas compartidas. Por haberme sostenido en los momentos en que estuve cerca del suelo.

Al Reto Pichón, por abrirnos las puertas como embajadores y recordarnos que la solidaridad puede organizarse, contagiarse y multiplicarse. Movimientos como éste son cada vez más necesarios en los momentos que nos ha tocado vivir.

Y, sobre todo, a Alberto, protagonista silencioso de esta historia. Gracias por mostrarnos que la verdadera inspiración no necesita alzar la voz. A veces basta un susurro para atravesar el alma.

Este reto me vuelve a confirmar una certeza: la solidaridad no es un gesto aislado, es una manera de mirar la vida.

Como dicen mis amigos de la Fundación Olivares, cuando ayudas a los demás, recibes muchísimo más de lo que das. Cuando compartes tu energía, tu tiempo o tu alegría, no solo transformas la vida de otros, también la tuya.

Y quizá esa sea la mayor locura: descubrir que al entregarnos a los demás somos nosotros quienes terminamos más llenos, más felices, más vivos.

¿Y ahora qué?

Podría decir que la aventura acabó al cruzar la meta, pero sería mentira. Como me enseñó mi hija Daniela de pequeñita: “el fin es el principio de algo nuevo”. Así que el reto sigue vivo. Y cuando lo demos por finalizado, tendremos que pensar en el siguiente.
Sigue en cada donación que llega, en cada conversación que se abre, en cada persona que se atreve a preguntarse: ¿qué locura feliz podría yo emprender para mejorar el mundo que me rodea?

Al final, lo que nos mueve no son las estadísticas ni los cronómetros. Nos mueve algo más profundo: la certeza de que sin felicidad no hay locura. Y sin locura, la vida pierde sus colores más brillantes.

Mi consejo de este mes es tan fácil de escribir como difícil de llevar a cabo: atrévete a tu propia locura feliz.
Esa que lleva tiempo llamando a tu puerta. Esa que parece imposible pero te hace sonreír solo de imaginarla. Esa que, cuando la vivas, no solo te cambiará a ti, también dejará huella en quienes te acompañen.

Como imagen para acompañar a la publicación de este mes, una del arranque de nuestra aventura. Sí, de la salida en lugar de la meta. Porque si tuviese que escoger a qué momento regresar, sería sin duda a la casilla de salida. Cosas de la locura…

Gracias como siempre por vuestro tiempo y nos vemos ya en el último trimestre del año, que esto vuela…


 


jueves, 7 de agosto de 2025

AGOSTO, TROPEZANDO DOS VECES EN LA MISMA PIEDRA...

       Agosto nos invita a descansar. A veces porque estamos de vacaciones y a veces porque lo están los demás. Sea como sea, este mes nos trae un regalo maravilloso: nos da un poco más de tiempo para reflexionar. Y al hacerlo a veces nos encontramos temas que el resto del año esquivamos como si fueran piedras en el camino que nos esforzamos en esquivar.

        Uno de esos temas es el error. Sí, el error. Ese viejo amigo que nadie quiere invitar a la fiesta, pero que al final siempre llega, lo invitemos o no. El que nos hace sudar, dudar, justificar, esconder… y que sin embargo, es el mejor Maestro que hemos tenido en nuestra vida. No recuerdo muy bien la frase, pero leí una vez algo parecido a que la mejor forma de desarrollar todo el potencial de nuestros hijos era educarlos en la cultura del error.

    En nuestra cultura, sin embargo, llevamos regular eso de equivocarnos. Nos da pavor. Nos lo tomamos como algo personal. Y lo que es peor: lo vivimos como una amenaza. Como si fallar nos definiera. Como si no pudiéramos permitirnos ser imperfectos en un mundo que, por cierto, tampoco es perfecto. Vuelvo otra vez al pasado para recordar un programa de televisión que veía en blanco y negro cuando aún no tenía diez añitos. Se trata de “La segunda oportunidad” de Paco Costas, que comenzaba con el espectacular choque real de un coche contra una roca y la frase "el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra". Mostrando el error intentaban que los conductores aprendiesen y evitasen conductas que les podrían llevar a sufrir estos accidentes en un futuro.

        Estoy muy de acuerdo con la frase que abría ese programa. Pero creo que se quedaba corta. ¿Por qué? A veces tropezamos tres veces. O cuatro. Y aún así no nos queda otra que seguir adelante. Porque tropezar no es el problema. El problema es no aprender del tropiezo. O peor aún: dejar de caminar para no volver a caerse.

        En toda mi trayectoria con equipos a mi cargo, hay una idea que siempre he compartido con mis ellos y que formaba parte del proceso de bienvenida: “Equivocaos. Por favor, equivocaos. Pero hacedlo con ganas, con criterio, con intención de mejorar. Y si puede ser, no siempre con la misma piedra (que hay muchas en el camino, usemos el repertorio)”.

        Porque la única manera de no equivocarse es no hacer nada. Y no hacer nada es el mayor error de todos. De hecho, la verdadera diferencia entre las personas que avanzan y las que se estancan no está en cuántas veces fallan, sino en qué hacen con cada fallo. Algunos se hunden. Otros toman nota, ajustan el rumbo y lo intentan de nuevo.

        Y esto no lo digo solo por experiencia, que como os digo siempre, es muy limitada a pesar de mi edad. También lo dicen los modelos de éxito que tanto admiramos.

       Pixar, esos genios que crearon Toy Story, Up o Inside Out— no rinden culto a la inspiración divina. Lo que veneran es el proceso. Ed Catmull, cofundador de Pixar, dice textualmente que “Las primeras versiones de todas nuestras películas apestan.” Quién lo diría al ver el resultado final ¿verdad?

        Lo tienen tatuado a fuego. Porque saben que el error no es el enemigo. Es parte del sistema. Cada una de sus películas empieza siendo un caos. Un primer borrador desastroso. Pero es un desastre útil. Porque han construido un entorno donde el fallo no se castiga, se analiza. Donde el feedback no se toma como ataque, sino como oportunidad.

        Allí nadie impone correcciones. Existe lo que llaman braintrust, un grupo de sabios creativos que no da órdenes, sólo señala lo que no funciona. Después, el director decide tras revisar, corregir e intentarlo de nuevo.

        El resultado es un sistema que no busca evitar errores, sino verlos pronto, cuando aún son baratos de corregir. Porque si esperas a tener “la idea perfecta” para empezar, probablemente nunca empieces. El miedo al fallo es el asesino silencioso de muchas buenas ideas.

        Esta filosofía no es exclusiva de Pixar. Es aplicable a cualquier entorno humano, profesional o personal. A los equipos de trabajo. A la familia. A uno mismo.
Porque al final, la calidad no se alcanza por evitar errores, sino por construir sistemas que los procesen y los transformen.

        Se puede vivir cada proyecto como una apuesta que no puede fallar, lo que lleva al perfeccionismo, la parálisis y el desgaste,  o  como un sistema de aprendizaje, donde cada paso en falso es una señal, no una sentencia.

        Creo firmemente que no fracasamos por fallar. Fracasamos por no tolerar el fallo.

        Así que este agosto, mientras descansamos un poco del caos diario, quizás sea un buen momento para reconciliarnos con esa parte incómoda y necesaria de nosotros mismos. Para pensar en nuestros errores no como algo que esconder, sino como parte de nuestro equipaje de aprendizaje.Para preguntarnos: ¿Estoy evitando el error… o estoy aprendiendo de él?

        Consejo junto a la imagen que cierra esta publicación de agosto: “si tropiezas con la misma piedra… al menos ponle nombre. Y dale las gracias.”

        Gracias también a vosotros como siempre y feliz verano (lo que queda de él).



jueves, 10 de julio de 2025

LA RUEDA DE LA VIDA. ESTIRANDO LA CUERDA

             Escribo de nuevo en julio para compartir con vosotros mi celebración de cumpleaños. Una década después de haberle dado la vuelta al jamón me empieza a preocupar que en ocasiones ya empiezo a dar con el hueso. Cada día tengo más claro que ya he recorrido más camino del que me queda por andar, y eso me lleva —cada vez con más frecuencia— a filosofar con reflexiones algo más profundas de lo habitual.

Este año, al soplar las velas (individuales, por cierto… que hay mucho poeta especialista en rimas fáciles suelto), he estado dándole vueltas a eso que llaman la rueda de la vida. Bonito juego de palabras sin buscarlo, lo juro.

Este ejercicio de autoconocimiento —tan revelador como traicionero— nos invita a puntuar las distintas facetas de nuestra vida. No solo para saber dónde estamos, sino para ver cómo de equilibrados estamos entre todas ellas. Y con los años lo que uno descubre es que cuesta horrores dibujar una rueda que ruede de verdad. Lo más parecido que logramos, a veces, es un polígono con más picos que redondeces.

Te preguntas por qué es tan difícil que todo esté bien (o al menos igual de bien). Por qué cuando tu vida profesional por fin es un sueño cumplido y has encontrado tu propósito, resulta que las cosas por casa no están en su mejor momento. Por qué cuando físicamente te sientes como en tus mejores años, mentalmente no terminas de encontrar qué te falta para ser feliz.

Y un día de repente lo entiendes todo: la cuerda que une los puntos no es elástica. No da de sí. Cuando en algunas “asignaturas” te acercas al sobresaliente, en otras te toca suspender. Es la famosa metáfora de la manta que usan algunos entrenadores de fútbol. Si te tapas la cabeza, se te enfrían los pies. Y viceversa.

Pero si todas las notas estuvieran equilibradas, el dibujo sería mucho más parecido a una rueda. Con diez asignaturas, parece más deseable sacar diez cincos que cinco dieces y cinco ceros. Aunque la media sea la misma… la vida rueda mucho mejor con diez cincos.

Os comparto mis asignaturas por si os sirven de guía —sin orden concreto, que el caos también tiene su encanto—:

  • Amor: centrado en la pareja, porque familia y amigos tienen su propio hueco. ¿Qué puntuación refleja mejor tu momento actual: ¿estás buscando, disfrutando, aprendiendo?
  • Ocio: ¿cómo gestionas tu tiempo libre? No solo importa la cantidad, sino la calidad. A veces una baja puntuación aquí tiene más que ver con otras áreas que con el ocio en sí.
  • Hogar: tu casa, tu barrio, tu refugio. ¿Te transmite calma o necesitas abrir ventanas nuevas?
  • Familia: ¿cómo te llevas con tus hijos, si los tienes? ¿Y con tus padres, si aún están contigo? ¿Qué tal esos primos, tíos o cuñados que aparecen por Navidad?
  • Amigos: como decía el cartel en la caseta de mi padre: “Los amigos son la familia que uno escoge”. ¿Pocos pero buenos, o una agenda llena de saludados?
  • Salud: ¿cómo estás física y mentalmente? ¿Qué nota le pondrías a ese equilibrio? ¿Cómo te sientan los años?
  • Crecimiento personal: ¿te sientes pleno con lo que haces? ¿Te mueve la solidaridad? ¿Eres coherente entre lo que piensas, dices y haces?
  • Trabajo: ¿te levantas con ganas, como decía Jobs? ¿Te ilusiona lo que haces, o vas en piloto automático? Aquí podríamos incluso montar una rueda laboral paralela.
  • Dinero: ¿te permite vivir cómo quieres? ¿Te agobian las deudas? ¿Es para ti un medio o un fin?

Y tras evaluar tus “asignaturas”, llega ese momento mágico —muy distinto del que nos regaló Steve Jobs— de unir los puntos. Y de comprobar si tu dibujo vital se parece más a una rueda… o a una estrella ninja. También creo firmemente que la experiencia acumulada durante los años permite que la cuerda se vaya estirando un poco de tanto forzarla, y podamos alcanzar puntuaciones superiores y equilibradas que hace unos años se nos antojaban imposibles.

Aquí me acuerdo de mi maestro de Tai Chi Chuan, Juanlu, que me regaló lecciones de vida que valen su peso en oro. Siempre decía que prefería una vida equilibrada y sin sobresaltos antes que una montaña rusa. Porque las cimas te dan euforia… pero las simas te clavan el alma.

Así que, si la rueda de la vida te sale redondeada, mejor rodará. Si las diferencias entre las áreas son demasiado bruscas, la rueda se atasca. Avanzar se convierte en un pequeño milagro.

En fin, espero que esta reflexión mensual os haya gustado o al menos hecho pensar. Pensar en estas cosas es la prueba más clara de que me hago mayor. Y hacerme mayor, sinceramente, no me preocupa. Porque la otra opción… no me convence.

Como imagen, he recreado con IA una escena que durante años he vivido de verdad: ver amanecer desde el mar, esperando a que el brillo del sol cruce las olas hasta alcanzarme. Como si me empapara de su energía para poder darle… otra vuelta más.

Nos leemos el mes que viene. Y, si la vida quiere, dentro de un año… otra vez por aquí.

Gracias.



jueves, 19 de junio de 2025

SÉ TÚ MISMO (BE YOURSELF, MY FRIEND...)

 “Para los que ya me conocíais de antes, ya sabéis que soy Antonio Jurado. Para los que me veis por primera vez… soy Antonio Jurado también.”

Con esta frase suelo abrir muchas de mis presentaciones cuando tengo la oportunidad de hablar en público. Algunos sonríen, otros se sorprenden y otros no saben si voy en serio o en broma, algo que me ocurre de forma habitual. Detrás de esa frase, sencilla y directa, hay una de las lecciones de vida más valiosas que me dejó mi padre: “Hijo, estés donde estés, estés con quien estés, no dejes de ser tú mismo.” Esta fue una de las pocas lecciones habladas que me regaló, porque la mayoría de ellas fueron en forma de ejemplo, que al final son las más efectivas…

Ser uno mismo, algo que parece fácil, es de lo más difícil que he intentado hacer en la vida.

A veces la vida parece un teatro de máscaras. Una para cuando trabajas, otra para cuando sales, otra más para cuando tienes que parecer fuerte. Iba en traje y con corbata al banco, en polo y chinos cuando salía a ligar y en pantalones anchos llamativos y tirantas cuando iba al gimnasio. Pero ¿y si un día decides no disfrazarte? ¿Si sales ahí fuera tal cual eres, sin adornos ni poses? (sin perder la compostura, por supuesto, y respetando el protocolo en los casos que sea necesario)

Eso fue lo que intenté cuando, siendo aún un chaval, empecé a trabajar. Luego vinieron más trabajos, más cargos, más responsabilidades. Y sin darme cuenta, lo que parecía una anécdota de familia se convirtió en una brújula: hacer lo que hago sin dejar de ser quien soy.

Porque cuando uno se presenta de verdad, sin escudos ni armaduras, no hay que estar recordando qué versión toca hoy. Sin copiar, sin competir. En la vida que hoy nos ha tocado vivir se nos mide por cuántos likes conseguimos, por cuántos pasos damos en menos tiempo, por cuán brillantes parecemos ante los demás y por cuántos “éxitos” profesionales logramos acumular. Pero hay algo que no se puede impostar: la coherencia.

Esa coherencia entre lo que piensas, lo que haces y lo que dices. Esa manera de estar en el mundo que no necesita focos, pero que sí deja huella. Yo no he sido el mejor en casi nada. De hecho en la mayoría de las facetas no me considero ni bueno. En el deporte por ejemplo, nunca fui el que cruzaba primero la meta, ni el que empujaba el  balón al fondo de la red para ganar el partido. Pero tampoco fue eso lo que me empujó a seguir. Lo que me mueve es lo mismo que me mueve desde siempre: ser la mejor versión de Antonio Jurado, con todo lo que eso conlleva.

He cometido errores. Muchos. He dudado. Me he sentido pequeño. He llorado más de una vez. Pero en todo ese camino, lo único que nunca me ha fallado ha sido la decisión de no dejar de ser yo mismo. Y eso, curiosamente, es lo que más me ha acercado a los demás. Porque cuando uno se muestra real, también invita a los otros a quitarse la coraza. Creo que el Antonio Jurado de hoy es mucho más auténtico que el de haced unos años, y el no tener que actuar me regala una paz que antes encontraba difícil alcanzar.

Por eso cada día soy más capaz de mirar a la gente a los ojos y decir: “Soy yo. Con mis luces y mis sombras. Pero soy yo.” Con mis luces, que suele ser el reflejo de la luz que emiten los que me rodean. Con mis sombras, que como siempre digo, son bastante menos famosas que las de Grey.

Si te ha gustado y estás interesado en conocerme un poco mejor, te dejo esta espectacular entrevista (por la calidad de las preguntas, por la grabación y por la edición, que no por el entrevistado), que seguro que te acerca bastante a mí.

https://www.doshermanasaldia.com/post/dos-hermanas-inclusiva-y-solidaria

Seguro que esta publicación no se hace viral. Seguro que no cambiará el mundo como el discurso  de Jobs en Stanrford.. Pero si te hace pensar un segundo en la posibilidad de vivir más cerca de tu esencia, el tiempo invertido en escribirlo estará más que justificado.

Ser uno mismo no es una meta. Es un compromiso diario. Una forma de caminar. Ya lo decía Oscar Wilde, experto en frases lapidarias: “Sé tú mismo , el resto de los papeles ya están cogidos.”

Y si alguna vez dudas… recuerda: “Para los que ya me conocíais, ya sabéis quién soy. Para los que no me conocíais… también”

Como siempre me gusta acompañar mis publicaciones con una imagen, este mes he pensado en generar una imagen en IA (al final me estoy aficionando) que muestre al Antonio Jurado de hace 20 años reflejado en el espejo frente al Antonio Jurado de dentro de 20 años, basándose en una foto del Antonio Jurado de hoy. Un poco enrevesado (como yo) pero me ha gustado el efecto. Espero que a vosotros también. Gracias por vuestro tiempo y hasta el mes que viene.



lunes, 19 de mayo de 2025

Los “101”, una metáfora de la vida: mucho más que una carrera y más allá de la meta.

        Hace justo un año compartía por aquí mi primera experiencia en los 101 kilómetros de Ronda. Hoy, un año después, vuelvo a ese mismo punto, con las zapatillas llenas de tierra, el alma más ligera y el corazón cargado de historias. Esta crónica no es solo el relato de una prueba deportiva. Es una reflexión vital. Una metáfora con mochila.

        Porque los 101 no son solo una carrera. Son un espejo donde se refleja lo que somos: nuestras dudas, nuestros sueños, nuestros miedos, nuestros límites... y esa voz interior que igual que se encarga de hacernos dudar sobre nosotros mismos siempre nos empuja un paso más allá.

        Este año me enfrentaba de nuevo al reto con menos ilusión que el año pasado. Quizás porque no creí que tendría suerte en el sorteo, quizás porque el cuerpo ya recordaba lo duro que fue la aventura y las horas de entrenamiento que llevaba de menos me hacían dudar sobre mi desempeño. Pero la vida, caprichosa y sabia a la vez, quiso que el azar me diera una plaza y el corazón hiciera el resto. Y ahí estaba otra vez en esa mágica línea de salida: zapatillas puestas, mochila en mis espaldas y ese cosquilleo de quien sabe que va a vivir algo grande.

     La preparación fue menos metódica que la del año anterior. Más lluvia, más dudas, menos kilómetros. Pero también más calma, más aprendizaje y más confianza en lo esencial: presentarte en la línea de salida con lo que tienes y con lo que eres.

       Por fin llegó el ansiado día: 10 de mayo. Como si el tiempo se doblara sobre sí mismo, me encontré rodeado de miles de personas que, como yo, habían decidido regalarse una experiencia única. Algunos para superar miedos, otros para cumplir promesas. Todos, para vivir.

       Volvíamos a ser cinco en la salida. Volvimos a ser dos tras el Cuartel. Bueno, dos y medio… porque esta vez se nos unió un ángel de la guarda con cámara en mano que hizo mágicos los últimos kilómetros.

        El paisaje este año estaba de postal: campos verdes, senderos salpicados de charcos, la temperatura perfecta y esa sensación de que el mundo, por unas horas, se alineaba contigo.

       Setenil nos regaló uno de esos momentos que se graban en la piel: bailando “Saturday Night” como si no lleváramos cincuenta kilómetros encima. Porque la alegría también forma parte del camino.

       Pero, como bien dicen los veteranos, los 101 son dos carreras en una. La primera para disfrutar y calentar hasta el kilómetro 70. La segunda, una travesía del alma que pone a prueba tu fuerza interior.

       Y ahí, en esa segunda parte, es donde se cocina de verdad la historia. Donde el cuerpo se queja, los pies arden y las bajadas se convierten en castigos. Donde te preguntas si seguir tiene sentido… y justo entonces descubres que sí, lo tiene. Porque lo estás haciendo por algo mucho más grande que tú.

       Y cuando por fin divisas Ronda, sabes que la cuesta final —la famosa Cuesta del Cachondeo— es mucho más que una subida: es la metáfora perfecta del esfuerzo final, del “ya casi estás”, del “no pares ahora”. Y al girar a la izquierda, justo como el año pasado, ahí estaba el amanecer. Y ahí estaba también Damián, el fotógrafo de la edición anterior, apuntándome con su cámara como si el tiempo no hubiera pasado. Nos reconocimos. Nos saludamos. Y en ese instante entendí que la vida tiene sus propios guiones secretos.

      Los últimos metros no los corrí (bueno, en realidad los últimos kilómetros). Los saboreé. Me envolví en mi bandera —llena de los logos de quienes dan sentido a mi camino— y me dejé llevar por los aplausos. Respondí a cada uno con un “gracias” que me salía desde lo más profundo. Porque aunque la experiencia comienza al cruzar el arco de salida, la verdadera transformación sucede durante el camino.

       Al llegar, Chito, la voz inconfundible de los 101, mencionó a la Fundación Donando Vidas y a la visera Tricaletera. Y ahí, bajo ese arco, sentí que no había terminado nada. Que en realidad, todo volvía a empezar. Como decía mi hija Daniela: “el fin es el principio de algo nuevo”.

        Los 101 de Ronda no son una prueba física. Son una prueba de vida. Una lección constante de humildad, resistencia y gratitud. Y este año, más que nunca, me quedo con una frase que lo resume todo:

        “Si quieres ir rápido, ve solo. Si quieres llegar lejos, ve acompañado.”

        Gracias infinitas a cada voluntario, a cada compañero de carrera, a cada mirada que animó desde la cuneta. Y gracias, especialmente, a Alejandro Navarro —que con su bicicleta adaptada visibilizó el autismo de forma heroica— y a Lucas, ese luchador anónimo de 50 años que, incluso tras perder el conocimiento, solo pensaba en seguir adelante.

        Porque en los 101, como en la vida, no siempre gana el más fuerte. Gana quien no se rinde. Quien sabe que el dolor pasa, pero lo vivido se queda para siempre.

        Para acompañar la publicación de este mes no he encontrado mejor imagen que este montaje que como cantaría el mismísimo Chiquetete, refleja mi transitar en el mismo sitio, a la misma hora, camino de meta. Ese Déjà vu magistralmente captado en el objetivo de Damián, de Fotógrafos Solidarios de Ceuta.  

        Gracias por estar al otro lado. Gracias por leer hasta aquí. Y sobre todo, gracias por seguir soñando. Nos vemos en junio, con nuevas metas, nuevas aventuras… y el corazón en modo “finisher”.



miércoles, 16 de abril de 2025

18 AÑOS: REFLEXIONES SOBRE EL PASO DEL TIEMPO Y LA MAYORÍA DE EDAD

     Hoy es un día especial. Tan especial que no podía dejar pasar por alto la oportunidad de dedicarle la publicación de mi blog del mes de abril. Hoy el sol nos ilumina con una luz especial. Hoy no es un día cualquiera. Mi hija “pequeña” cumple hoy dieciocho años. Un número cargado de significado que resuena con la promesa de la madurez, la libertad y un sinfín de posibilidades. Un número que para Daniela significa libertad, sueños y un mundo por descubrir. Para nosotros sus padres, es mucho más que eso. Es el capítulo final de una etapa y el inicio de otra. Como ella decía de pequeñita, “el fin es el comienzo de algo nuevo”. Para nosotros es mirar atrás y preguntarnos: ¿Cómo ha podido pasar tan rápido? ¿Dónde quedaron esas risas contagiosas, sus tropiezos aprendiendo a caminar, esas pataletas, y esos abrazos que llenaban los días de magia?

    El tiempo siempre tiene una manera especial de mostrarnos su paso, especialmente en lo relativo a nuestros hijos. Basta echar un vistazo a sus primeras fotos, a los dibujos llenos de colores y de amor que todavía adornan la puerta del frigorífico, a la bicicleta que lleva años acumulando polvo y a esos disfraces convertidos en recuerdos que parece mentira que un día la hubiesen vestido.

    Hoy hace dieciocho años que en un gesto cargado de significado tuve el honor y la responsabilidad de cortar el cordón umbilical que todavía la unía a su madre. Una forma de darle la bienvenida a esta vida, de reconocer su autonomía e independencia en el bonito camino que se le desplegaba por delante. Verla llegar a este mundo es una imagen que estoy seguro no olvidaré. Aunque algún día alguna enfermedad pueda borrar los recuerdos de mi memoria estoy seguro de que no será capaz de borrarlos de mi corazón.

    La mayoría de edad es el símbolo de una etapa en la que la persona empieza a tomar las riendas de su vida, a crear su propio camino. Pero el verdadero logro es todo lo que ha aprendido y sobre todo lo que nos ha enseñado a nosotros durante todo ese tiempo. Porque ser padres es más que una aventura un auténtico descubrimiento personal. Ella ha crecido, pero nosotros también. Gracias a ella hemos aprendido juntos a ser mejores, a superar muchos miedos y a celebrar las pequeñas victorias (y las grandes).

    Viéndola ahora en este momento tan importante de su vida no puedo evitar sentir un cosquilleo de emociones. Orgullo por la persona en la que se ha convertido. Alegría por los sueños que persigue con tanta pasión. Felicidad cuando la veo dibujar esa sonrisa. Miedo, porque creo que no se puede ser padre sin sentirlo, o al menos, yo todavía no ha aprendido a hacerlo. Y un poco de nostalgia, por los años que pasaron volando. Pero si hay una emoción que destaca por encima de todas es la  gratitud. Gratitud por cada momento compartido, por cada risa, por cada abrazo. Por cada lección aprendida. Por haber podido disfrutar de estos dieciocho años junto a ella, uno de los mejores regalos que me pudo hacer la vida.

    Hoy celebro no solo su cumpleaños, sino también el inicio de un nuevo capítulo en su vida. Un capítulo lleno de aventuras, desafíos y descubrimientos. Un capítulo donde ella será la protagonista, la autora de su propia historia. Y ese protagonismo independiente implica para los padres la necesidad de aprender a soltar, a dejar ir. De la misma forma que un día nuestros padres hicieron con nosotros. No he encontrado mejor forma de reflejar mi aprendizaje que con el bello poema de Kahlil Gibran que tantas veces he leído, y que lleva por título “Tus hijos no son tus hijos…”

Tus hijos no son tus hijos

son hijos e hijas de la vida

deseosa de sí misma.

No vienen de ti, sino a través de ti.

Puedes darles tu amor,

pero no tus pensamientos, pues,

ellos tienen sus propios pensamientos.

Puedes abrigar sus cuerpos,

pero no sus almas, porque ellas,

viven en la casa del mañana,

que no puedes visitar

ni siquiera en sueños.

Puedes esforzarte en ser como ellos,

pero no procures hacerlos semejantes a ti

porque la vida no retrocede,

ni se detiene en el ayer.

Tú eres el arco del cual, tus hijos

como flechas vivas son lanzados.

Deja que la inclinación

en tu mano de arquero

sea para la felicidad

    Como me conoces tan bien, porque en el fondo creo que algo nos parecemos, no podía dejar de pasar la oportunidad en este día de dejarte algunos consejos. Aunque sin duda yo he aprendido de ti muchísimo más que tú de mí, creo que los años me permiten ver con otros ojos (de viejo) la vida y aquí te dejo una lista de tareas:

§  Sueña en grande. No permitas que nadie limite tus aspiraciones. El mundo es tuyo.

§ Sé valiente. Aunque ya lo eres, no temas a los obstáculos. Que no te hagan perder la sonrisa. Son oportunidades para crecer y aprender.

§  Sé tú misma. No cambies para complacer a nadie. Tu autenticidad es tu mayor fortaleza. La mayoría de la gente vendería su alma al diablo por ser como tú. Los que no, es que la han vendido ya.

§   Sé feliz. Encuentra la alegría en las pequeñas cosas y celebra cada momento.

    Ya sabes que el primer consejo (bueno casi ninguno) no son míos. Es un resumen de la frase que durante tantos años se mostraba en una pared de tu habitación junto a una imagen de la película “En busca de la felicidad”. Esa que dice “Nunca dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo. Ni siquiera yo. Si tienes un sueño, tienes que protegerlo. Las personas que no son capaces de hacer algo por ellos mismos, te dirán que tú tampoco puedes hacerlo. ¿Quieres algo? Ve por ello y punto”. Me encantaría que me recordases por esa frase, aunque no sea mía.

    También sabes que podría llenar un libro hablando de ti. Pero tampoco quiero agobiarte en este día tan especial. Así que voy a rematar la publicación de abril con algunos consejos (definitivamente me he venido arriba) para los que tengan la suerte de ser padres (biológicos o en cualquiera de sus acepciones).

  • Aprovechad cada momento con vuestros hijos. El tiempo vuela.
  • Amadlos incondicionalmente. No hay mejor regalo que nuestro amor.
  • Inspiradlos a ser mejores personas. El mundo necesita su luz. No hay mayor felicidad para un padre o una madre que ver a su hija o a su hijo feliz.

    Hoy, cuando vea a Daniela soplar las velas de su pastel, yo también pediré un deseo: que su vida esté llena de momentos felices, de sueños cumplidos y de personas que la amen y la valoren por quien es. Espero poder verlo durante mucho tiempo.

    No puedo terminar esta publicación sin dar las gracias a mi mujer y madre de Daniela, que lleva ya oficialmente veintinueve años aguantándome con papeles. Un día especial para celebrar nuestro aniversario de boda, pero cuyo protagonismo indudablemente se llevó Daniela ese primaveral sábado de 2007.

    Y como imagen, y hablando de felicidad, una de las infinitas fotos que guardo de estos dieciocho años. En la playa de El Palmar, en uno de los innumerables momentos que pasamos allí, el verdadero reflejo de la imagen de la verdadera felicidad.



 

 

 

 

miércoles, 12 de marzo de 2025

RESISTIRÉ: 9 claves para seguir adelante y sobrevivir…

 

Cinco años hizo ayer desde que mi hijo Pablo cumplió sus dieciséis años, con lo que por fin iba a poder entrar en discotecas. Cinco años desde que, celebrando su cumpleaños con sus amigos, me llamó para decirme que fuese a recogerlo porque se estaba quedando solo. Los padres de los otros niños de la pandilla habían ido a por sus hijos porque decían que iban a cerrar el país. Ni los más pesimistas hubiesen imaginado lo que se nos venía encima. Para los más optimistas, no serían más de tres o cuatro casos a modo de anécdota. No hace falta recordar lo que vino después. Ni de entrar a valorar cómo reaccionamos y gestionamos la situación. Decía Darwin que no sobreviven las especies más fuertes, sino las que mejor se adaptan a los cambios. Al final se convirtió en una mera cuestión de supervivencia. Una supervivencia, en la que el aspecto mental (además de lógicamente el físico) cobraría gran protagonismo.

En aquellos días en los que el desasosiego y la incertidumbre nos asaltaban, en los que todos los planes que habíamos hecho hacía tan solo unos días se despeñaban como castillos de naipes, la única estrategia posible parecía ser la resistencia. Resistir, adaptarnos y seguir adelante. No quedaba otra.

A nivel profesional y personal tuve la inmensa fortuna de que mi anterior trabajo en un sector relacionado con la alimentación nos hizo ser clasificados como actividad esencial, con lo que no paré de trabajar ni un solo día. No sólo eso, sino que además pude hacerlo presencialmente. Desplazarme diariamente al trabajo en bicicleta me permitió seguir respirando aire puro, en teoría sin contaminar. Más de una vez fui interceptado por las fuerzas del orden, pero mi salvoconducto en forma de certificado de empresa me salvaba finalmente. Recuerdo que lo que más me descolocaba era la imposibilidad de pensar a largo plazo, ni siquiera a medio. No había carreras en el horizonte, ni reuniones con los amigos, ni viajes aunque fuesen profesionales. Oficina, supermercado y casa. En definitiva, resistir. Poco más.

Puede que por eso el himno no oficial de la pandemia fuese la actualizada versión del famoso “Resistiré” del Dúo Dinámico. No solo fue un himno de perseverancia que nos invitaba a seguir adelante, interpretado por artistas de bastante nivel, fue también una llamada a la solidaridad, a hacerlo entre todos juntos y no de forma aislada. Por si fuera poco, la palabra “resistiré” encierra en cada una de sus letras una clave esencial para crecer, avanzar y no rendirse, un valor esencial para superar obstáculos y avanzar con determinación. Vayamos con ello:

💥 R – Resiliencia:

La resiliencia se podría definir como la habilidad de adaptarse y recuperarse tras los golpes de la vida. No se trata de evitar caernos, sino de aprender a levantarnos más fuertes cada vez. En el trabajo, como en la vida, los errores y fracasos son oportunidades disfrazadas. Nunca somos los mismos tras superar un obstáculo.

💖 E – Empatía: Ponerse en el lugar de los demás marca la diferencia en cualquier entorno. Escuchar, entender y actuar con empatía fortalece los equipos, mejora las relaciones laborales y crea ambientes más humanos, ahora que la IA se ha convertido en nuestra inseparable compañera de viaje.

% S – Solidaridad: Apoyar a los demás no solo ayuda a quienes lo necesitan,  sobre todo nos ayuda a nosotros mismos. Como dicen mis buenos amigos de la Fundación Olivares, “si ayudas a los demás, recibes muchísimo más de lo que das”. Además fortalecemos nuestra red de contactos y generamos confianza.

🎯 I – Ilusión: La ilusión es ese motor interno que nos impulsa a seguir persiguiendo nuestros objetivos. Tenemos que luchar por mantener vivo el entusiasmo, celebrando los pequeños logros y recordando siempre  por qué comenzamos.

🏆 S – Superación: Cada obstáculo superado es un paso más hacia tu mejor versión. La superación no siempre es fácil, pero el esfuerzo sostenido da frutos. La única competencia que realmente importa es la que mantenemos con nosotros mismos. Mirando hacia atrás puede ser enriquecedor preguntarnos: ¿Qué desafío reciente logramos superar  que en ese momento nos pareció insalvable?

💪 T – Tenacidad: La constancia supera al talento cuando el talento no trabaja duro. Ser tenaz significa seguir adelante, incluso cuando el camino se vuelve cuesta arriba. Las grandes metas requieren perseverancia. Dicen que para ser experto en cualquier actividad necesitas al menos diez mil horas de práctica…

🌟 I – Inspiración: Ser fuente de inspiración para otros no significa ser perfecto, sino compartir tu camino, tus logros y también tus tropiezos. Tu historia puede motivar a alguien más a no rendirse, igual que la de alguien seguramente te motiva a ti.

 ¯R – Respeto: Todo comienza con el respeto: a uno mismo, a los demás y al entorno. En el ámbito profesional, respetar ideas diversas, tiempos y espacios crea culturas organizacionales más sólidas y productivas.

🔥 É – Éxito: El éxito no siempre se mide en resultados inmediatos. A veces, simplemente consiste en seguir adelante cuando todo invita a detenerse. Perseverar es triunfar. ¿Medimos el éxito en base a esfuerzo o a resultados?

Y hablando de lo que cambió el mundo (sin entrar a valorar si para mejor o para peor) hace cinco años, y con todo el respeto para aquellos que perdieron a sus seres queridos, que desgraciadamente fueron muchos, quiero finalizar esta publicación con un vídeo que con todo el cariño grabé en casa para intentar arrancar alguna sonrisa en aquellos días tan difíciles. Además de convertir mi casa en un enorme estudio de grabación y buscar attrezo y pelucas por todos los rincones, tuve que usar una enorme hoja de cálculo para intentar sincronizar vídeos y sonido (aunque como podréis comprobar, no lo logré al cien por cien) Recuerdo que en aquellos días tan difíciles, una muy buena amiga, sanitaria de profesión, con la que comparto un proyecto muy chulo, me llegó a decir que este vídeo le había salvado la vida en momentos de hundimiento total. Cuando dejaban atrás guardias interminables, sin recursos, sin saber muy bien qué hacer ni a dónde acudir, ponerse este vídeo en bucle junto a sus compañeras le arrancó más de una sonrisa y le ayudó a cambiar el chip.

Sólo por eso está más que justificada su grabación. Vuelvo a compartirlo hoy, por si a alguien le pilla mal, que sea capaz de sonreír y de resistir…

En el momento del adiós a Lola Flores, en el Cementerio de la Almudena 150.000 personas escucharon La Zarzamora, el himno que la Faraona había escogido para su funeral. Cuando llegue el mío, para el que espero acuda menos gente y todavía se retrase un poco, no me importaría que en el tanatorio pusieran un QR con este vídeo, para que la gente se echase unas risas. Y si la gente se queda con ganas de más tras el #Resistiré, el #ShowMustGoOn de Queen, y el #IWillSurvive de Gloria Gaynor. Genio y figura.

Nos vemos en un mes, ya en plena primavera…



https://www.youtube.com/watch?v=z1xAXB6bxsw