lunes, 17 de noviembre de 2025

NOVIEMBRE DULCE: EL RÍO DE LA VIDA

     Noviembre es un mes que tiene un significado especial para mí. Es el mes del cumpleaños de mi compañera de viaje, y el mes en el que comenzamos a salir hace ya bastantes años. Reflexionando sobre el camino que hemos recorrido juntos me vino a la mente una técnica llamada el Río de la Vida (igual que la película dirigida por el añorado Robert Redford y protagonizada por Brad Pitt) que utiliza la metáfora de un río para que las personas analicemos nuestra trayectoria vital, experiencias, desafíos y éxitos. La última vez que la utilicé fue hace un par de años, justo antes de mi último cambio profesional, y la verdad es que me fue bastante útil.  Me permitió ver con bastante perspectiva todo lo que había hecho ya (a mi edad el río es bastante largo…) y sobre todo motivarme para lo que soy aún capaz de hacer mientras el río fluya…

Como trasponer aquí mi particular río de la vida me parecía poco útil para los lectores (salvo para los que tuvieran alguna curiosidad especial), he creado un río de la vida genérico, en el que, a la vez que todo parecido con la realidad es pura coincidencia, se reflejan circunstancias muy genéricas para hacernos reflexionar. Va en formato lista, para facilitar su lectura y no hacerlo excesivamente pesado.

h Nacemos. Posiblemente uno de los días más importantes de nuestra vida del que no tenemos recuerdo alguno, al menos los de nuestra generación. Hoy en día con los teléfonos móviles es más fácil, pero algunos tuvimos que esperar bastantes años para colocarnos por primera vez frente a un objetivo.

h Llegan otros miembros a la familia, en el caso de que seamos hermanos mayores. En muchas ocasiones tampoco tenemos recuerdos de esta etapa.

h Comienza nuestra etapa escolar. Parvulitos o educación infantil. Guardería o cole. Época aún de recuerdos difusos.

h Llegan los amigos. Aquellos a los que nos gusta acompañar en sus cumpleaños, y con los que a veces compartimos extraescolares. Los recuerdos comienzan a ser cada vez más claros, y muchos de los contactos que hagamos aquí nos acompañarán a lo largo del curso del río.

h Las hormonas comienzan a revolucionarse en nuestro interior. Ya se habrán formado la mayor parte de los rasgos que definirán nuestra personalidad de adultos. Y muchos recuerdos, incluso no accesibles para nosotros, condicionarán nuestro comportamiento.

h Transitamos por la adolescencia, y desplazamos hacia nuestros amigos el rol de héroe que hasta ahora habían asumido muchos de nuestros padres, ocupando en su lugar el de villanos.

h Cumplimos la mayoría de edad (puesta de largo para la generación actual y posibilidad de comenzar a trabajar para otras más antiguas) Algunos pasaremos por la universidad, como otra etapa de vital importancia en nuestro recorrido (o no)

h Se consolidan las relaciones de pareja, y algunos nos planteamos transitar por la ribera del río junto a alguien durante gran parte del camino. Otros prefieren ir solos, otros cambiar de acompañante cada cierto tiempo. Cuestión de gustos.

h Llega la hora de debutar en el mercado laboral (por lo general, cada vez más tarde). Disfrutamos de o sufrimos a nuestro primer jefe, cuya influencia dicen que es vital para el resto de nuestra carrera profesional.

h Algunos decidimos tener descendencia, algo que condicionará definitivamente nuestro recorrido. Sobre todo porque comenzaremos a ser modelo de referencia para los que forman parte de nuestra familia.

h Los que tenemos prole vemos el recorrido desde una nueva perspectiva. Condicionados (en teoría) por la responsabilidad que conlleva el que nuestras huellas guíen otros caminos.

h Desarrollamos nuestra carrera profesional. Algunos incluso llegamos a ser jefes y tenemos la oportunidad de recordar como nuestro primer jefe nos trataba a nosotros.

h Tener hijos también nos da la oportunidad de volver a pasar por los mismos meandros que transitamos de joven, pero ahora sin tener el papel de protagonista. En un ejercicio muy importante tenemos que aprender a soltar, a dejar que cada uno recorra su propio camino.

h Se nos empiezan a caer compañeros de viaje, algunos porque empezaron su recorrido mucho antes que nosotros, y otros porque simplemente su desembocadura estaba predestinada antes de lo habitual.

h Nos damos cuenta de que lo importante no es la longitud del río, sino lo que podamos disfrutar de su recorrido. Mirando con perspectiva hacía atrás, comenzamos a comprender muchas cosas. Los rápidos, las cascadas, los estanques y los demás accidentes que hemos atravesado no son más que lecciones de vida necesarias para seguir aprendiendo. Unimos puntos, que diría Steve Jobs.

h … y hasta aquí puedo contar, porque afortunadamente sigo paseando por la ribera. Sin ninguna prisa por llegar al mar, pero aprovechando a tope el camino por si se llega antes de lo esperado.

Espero que este guion genérico os motive e inspire para que podáis dibujar vuestro propio río de la vida. Reflexionar sobre mis principales hitos me sirvió para decidir qué camino tomar, y con qué experiencias ir rellenando futuros ejercicios.

Parafraseando a Heráclito, “nadie se baña dos veces en el mismo río”, porque el río nunca es el mismo, porque el agua que fluye continuamente hace que el río sea siempre un nuevo cauce con aguas diferentes en cada momento, pero sobre todo porque la persona tampoco es la misma, porque el tiempo y la experiencia cambian a la persona de una manera tan constante como el río.

Y para finalizar la publicación y dejar tiempo a que todos podáis representar vuestro propio río de la vida, una imagen ligeramente retocada, del cartel de la película a la que hacía referencia, donde un “experimentado” Brad Pitt nos dedica una de sus cautivadoras sonrisas.

Cerramos el año con la próxima publicación. Gracias por vuestro tiempo como siempre.



lunes, 13 de octubre de 2025

100 PASOS

Este mes convierto en publicación una de las lecciones más importantes de mi vida, que he usado incontables veces en mi faceta profesional, personal y a lo largo de innumerables pruebas deportivas. La leí ya hace mucho tiempo, y me pareció algo de una potencia brutal…

Gracias a mi buen amigo Miguel López he tenido la oportunidad de compartirla en su club La Moneda CF con un equipo de chavales en plena explosión hormonal adolescente, y en contra de lo que pensaba a priori, la escucharon hasta el final.

Para poneros en antecedentes quiero antes explicar en qué consiste un Ironman, la prueba deportiva en la que se desarrolla este cuento imaginario. Doy por hecho que todos mis conocidos lo tienen claro, pero invertiré un par de párrafos para los neófitos.

 Un 18 de febrero de 1978 se ponía en marcha el primer Ironman en Hawaii, para zanjar una discusión sobre quienes eran más fuertes entre los nadadores, los ciclistas y los corredores. Un comandante de la Marina Estadounidense, John Collins, decidió junto a un grupo de amigos que lo mejor era hacer un combinado entre tres pruebas que ya existían en Hawaii: la Roughwater Swim (3,8 kms. de natación), la Around Oahu (180 kms. de ciclismo) y la Maratón de Honolulu (42 kms. de carrera a pie). Así surgió una competición en la que participaron 15 atletas. Se unían las tres pruebas anteriores una detrás de otra.

El primer ganador –es decir el primer “Ironman”- fue Gordon Haller, que completó la prueba en 11:48:56. El último ganador fue Patrick Lange, quien logró su tercer título en la edición de 2024, completando la prueba en un tiempo récord de 7:35:53.  Una prueba de lo que ha evolucionado el deporte y la humanidad (sólo en algunas cosas) en poco menos de medio siglo. En este mes conoceremos al ganador de la edición de 2025.

Escribo sobre esta prueba porque ya hace 4 años de mi último Ironman, y las señales no dejan de mostrarme que debo volver… Desde 2013 he participado en 9 Ironman: 3 de la franquicia americana, 4 de marcas “blancas” y 2 piratas (sí, por locura que pueda parecer llevar a cabo una prueba de estas características sin una organización “oficial”, pero ya sabéis que sin locura no hay felicidad). Así que estoy especialmente ilusionado con la décima…

Experiencias personales aparte, volvamos al tema de la publicación de este mes. Érase una vez un participante cualquiera de un Ironman cualquiera. Esta prueba es tan grande entre otras cosas porque no comienza el día que te colocas en la línea de salida, sino muchos meses antes. Concretamente el día que decides participar. A partir de ahí se abre un entretenido camino en forma de puzle para poder encajar el entrenamiento con el resto de piezas de tu vida, como trabajo, familia, amigos, descanso… un auténtico desafío.

Llegó el día de la carrera, en el que tenía a todos los suyos pendientes de su participación. Embutido en el neopreno, y escuchando los latidos de su corazón por encima de la multitud que jaleaba a los participantes, sonó la sirena que daba oficialmente comienzo a la prueba. Se lanzó al agua, y entre golpes, pérdidas de rumbo y otros avatares propios de la prueba, consiguió completar los tres mil ochocientos metros nadando. Fueron muchas brazadas, incontables respiraciones las que le llevaron a la zona de transición para iniciar el sector de la bicicleta. Cambió el gorro de silicona por el casco, se quitó el neopreno y se puso las zapas de la bici para recorrer los ciento ochenta kilómetros de este sector. Su mente comenzó a jugarle malas pasadas, con innumerables cálculos sobre la posibilidad de llegar fuera del tiempo de corte y no poder continuar en la prueba. Entre nutrición, bebida y pensamientos recurrentes que temían una avería mecánica, un pinchazo o un accidente que lo dejase fuera de carrera completó los ciento ochenta kilómetros de este sector. Con bastante cansancio acumulado llegó de nuevo a los boxes para dar comienzo a la T2 y cambiar la ropa de ciclista por la de corredor. Al principio avanzaba torpemente, con unos músculos entumecidos acostumbrados a mover la bicicleta en una postura lo más aerodinámica posible.

               A pesar de que las quince horas de límite para finalizar la prueba quedaban aún lejos y le conferían muchas posibilidades para terminar, la falta de azúcar en el cerebro comenzaba a surtir efecto. La más temida e inevitable pregunta que a todos nos asalta en repetidas ocasiones en estas pruebas comenzó a dibujarse en su mente: “¿Qué … hago yo aquí?” Cruzarse con corredores que ya enfilaban la línea de meta mientras a él aún le quedaban tres vueltas al recorrido le provocaba un daño psicológico importante.

La pregunta no encontraba respuesta, y en su lugar los pensamientos del “ya no puedo más” jugaban su papel. Como en esas películas de dibujos animados que los que ya tenemos cierta edad veíamos en nuestra infancia, una figura con forma de angelito que revoloteaba en uno de sus hombros lo animaba a seguir, mientras que la otra con forma de demonio que aparecía en el hombro opuesto hacía lo imposible por llevarlo a abandonar. Nuestro protagonista ya había dejado de correr, y con las manos sobre sus rodillas se doblaba por la cintura con un gesto inequívoco de rendición. Como la lucha entre las dos fuerzas opuestas no llegaba a ningún sitio, el ángel, un auténtico experto en negociación (era un asistente habitual de las formaciones de mi amigo Alejandro Hernández) le hizo una propuesta irrechazable:

·        De acuerdo, nos rendimos. Esto no tiene ningún sentido. Pero antes de hacerlo te voy a pedir un último favor. Quiero que des cien pasos. Sólo cien pasos y lo dejamos.

El demonio aceptó sin rechistar. Parecía una propuesta asumible que al final lo llevaría a alcanzar su objetivo, el de arrojar la toalla antes de terminar. Nuestro triatleta se estiró y comenzó a caminar mientras contaba los pasos. Uno, dos, tres… noventa y ocho, noventa y nueve y ¡cien! Algo pasó en su interior que hizo que tras esta corta caminata se sintiese muchísimo mejor que antes de comenzarla. Así que decidió dar otros cien pasos sin escuchar al demonio que en su hombro reclamaba insistentemente que abandonase. A esos cien siguieron otros cien, y a esos otros cien… De pronto se vio trotando, y antes de que se diese cuenta había vuelto a correr sin necesidad de seguir contando pasos.

Los kilómetros fueron quedando atrás hasta que en el último giro un voluntario le marcó que era el camino de dirigirse hacia la línea de meta. Con lágrimas en los ojos recorrió esos últimos metros. Tuvo que limpiárselos para acertar a leer su nombre en el arco de meta, y escuchar el deseado “You are an Ironman” que da sentido a todo el trabajo desarrollado durante tantos meses antes.

En casi todas mis participaciones he acabado contando pasos. Por muy bien entrenado que vaya, por mucho que se hayan alineado los astros el día de la prueba para que todo salga perfecto, siempre hay un momento en que tu mente encuentra esa peligrosa pregunta y te obliga a responderla. Para mí esta prueba es una auténtica metáfora de la vida. No importa cómo lo hagas (nadando, pedaleando o corriendo), pero no te queda otra que seguir avanzando para llegar al final.

Hace un par de días, Natalie Grabow, con ochenta años, finalizó en Kona (Hawaii), el campeonato mundial de Ironman con un tiempo de 16:45:26, recuperándose de una caída pocos metros antes de cruzar la línea de meta. Un auténtico ejemplo para todos, de alguien que seguro que a lo largo de su vida tuvo que dar cien pasos para seguir avanzando en incontables ocasiones.

La semana pasada precisamente escuché un consejo en relación con este tema que me pareció espectacular, y que he querido dejar como broche final. Venía de un Oficial de la Marina Mercante, por lo que estoy seguro de que sabía de lo que hablaba: “Nunca te bajes del barco, como mucho, que te bajen…”

Como imagen para la publicación de este mes, una toma de mi último (hasta ahora, espero) Ironman en As Pontes durante el tramo de la carrera a pie, en el momento en el que mi lucha interior terminaba con cien pasos más…

Espero que os guste y gracias por vuestro tiempo. Nos vemos en noviembre.

p.s. Este mes, de regalo, un libro que escribí hace años sobre este sueño de ir a Kona, por si a alguien le puede interesar: https://www.bubok.es/libros/240651/t3 



viernes, 19 de septiembre de 2025

SIN LOCURA NO HAY FELICIDAD...

Tendemos a pensar que la felicidad siempre llega después. Después de alcanzar una meta, de cumplir un sueño, de recorrer un camino, de jubilarnos ... Pero una vez más la vida volvió a recordarme que no. La felicidad no es la recompensa final, es el combustible que enciende la chispa de cualquier locura. Como decían en el Guerrero Pacífico, una de mis películas favoritas: “el viaje es lo que nos trae la felicidad, no el destino”.

Definitivamente hay locuras que transforman vidas. Me considero un suertudo de la vida, porque ya he vivido unas cuantas. En este caso una aventura que parecía imposible. Pero como dice siempre alguien muy cercano a mí, “sólo es imposible aquello que no se intenta.”

Completar las últimas cinco etapas del Camino Francés en 24 horas puede parecer un poco descabellado. Pero no importa lo qué hacemos, ni siquiera cómo, sino por qué. Nosotros no lo hicimos para batir un récord ni para demostrar nada, sino por algo mucho más fuerte: para sumar fuerzas en una causa que importa de verdad.

El Proyecto Horizonte de #RetoPichón2025, a favor de Asociación Autismo Sevilla, nos regaló el mejor escenario para dar sentido a cada paso. Aunque la explicación es simple (caminar, trotar, resistir, llegar), la experiencia fue todo menos sencilla. Fue emoción, comunidad, entrega, con algún que otro momento de sufrimiento y duda. Como la vida misma. Fue felicidad convertida en locura compartida.

Y fue felicidad llena de lecciones. Podría hablar de los kilómetros, de las horas sin dormir o del cansancio físico. Pero lo que de verdad queda son las lecciones invisibles:


• La felicidad no se espera, se construye en el presente. Con cada abrazo, cada palabra de ánimo, cada gesto que parecía pequeño pero lo cambia todo.


• La locura de un reto compartido se convierte en motor. Cuando uno flaquea, el otro sostiene. Cuando alguien sonríe, todos avanzamos un poco más ligeros.


• La vida es demasiado breve para encerrar los sueños en un cajón. El momento perfecto no llega; lo creamos al decidir dar el paso.


• El propósito multiplica. Cuando tienes un "por qué", aparecen el "qué" y el "cómo", incluso cuando las fuerzas se apagan.


• Un camino de 24 horas puede resumir toda una vida. Intenso, fugaz, lleno de encuentros y aprendizajes que dejan huella.

Detrás de cada reto hay nombres propios. Por eso quiero detenerme en el agradecimiento:
A Manuel Navarro Sánchez y Jesús Rey, compañeros de ruta, por transformar el esfuerzo en alegría y las dificultades en anécdotas compartidas. Por haberme sostenido en los momentos en que estuve cerca del suelo.

Al Reto Pichón, por abrirnos las puertas como embajadores y recordarnos que la solidaridad puede organizarse, contagiarse y multiplicarse. Movimientos como éste son cada vez más necesarios en los momentos que nos ha tocado vivir.

Y, sobre todo, a Alberto, protagonista silencioso de esta historia. Gracias por mostrarnos que la verdadera inspiración no necesita alzar la voz. A veces basta un susurro para atravesar el alma.

Este reto me vuelve a confirmar una certeza: la solidaridad no es un gesto aislado, es una manera de mirar la vida.

Como dicen mis amigos de la Fundación Olivares, cuando ayudas a los demás, recibes muchísimo más de lo que das. Cuando compartes tu energía, tu tiempo o tu alegría, no solo transformas la vida de otros, también la tuya.

Y quizá esa sea la mayor locura: descubrir que al entregarnos a los demás somos nosotros quienes terminamos más llenos, más felices, más vivos.

¿Y ahora qué?

Podría decir que la aventura acabó al cruzar la meta, pero sería mentira. Como me enseñó mi hija Daniela de pequeñita: “el fin es el principio de algo nuevo”. Así que el reto sigue vivo. Y cuando lo demos por finalizado, tendremos que pensar en el siguiente.
Sigue en cada donación que llega, en cada conversación que se abre, en cada persona que se atreve a preguntarse: ¿qué locura feliz podría yo emprender para mejorar el mundo que me rodea?

Al final, lo que nos mueve no son las estadísticas ni los cronómetros. Nos mueve algo más profundo: la certeza de que sin felicidad no hay locura. Y sin locura, la vida pierde sus colores más brillantes.

Mi consejo de este mes es tan fácil de escribir como difícil de llevar a cabo: atrévete a tu propia locura feliz.
Esa que lleva tiempo llamando a tu puerta. Esa que parece imposible pero te hace sonreír solo de imaginarla. Esa que, cuando la vivas, no solo te cambiará a ti, también dejará huella en quienes te acompañen.

Como imagen para acompañar a la publicación de este mes, una del arranque de nuestra aventura. Sí, de la salida en lugar de la meta. Porque si tuviese que escoger a qué momento regresar, sería sin duda a la casilla de salida. Cosas de la locura…

Gracias como siempre por vuestro tiempo y nos vemos ya en el último trimestre del año, que esto vuela…


 


jueves, 7 de agosto de 2025

AGOSTO, TROPEZANDO DOS VECES EN LA MISMA PIEDRA...

       Agosto nos invita a descansar. A veces porque estamos de vacaciones y a veces porque lo están los demás. Sea como sea, este mes nos trae un regalo maravilloso: nos da un poco más de tiempo para reflexionar. Y al hacerlo a veces nos encontramos temas que el resto del año esquivamos como si fueran piedras en el camino que nos esforzamos en esquivar.

        Uno de esos temas es el error. Sí, el error. Ese viejo amigo que nadie quiere invitar a la fiesta, pero que al final siempre llega, lo invitemos o no. El que nos hace sudar, dudar, justificar, esconder… y que sin embargo, es el mejor Maestro que hemos tenido en nuestra vida. No recuerdo muy bien la frase, pero leí una vez algo parecido a que la mejor forma de desarrollar todo el potencial de nuestros hijos era educarlos en la cultura del error.

    En nuestra cultura, sin embargo, llevamos regular eso de equivocarnos. Nos da pavor. Nos lo tomamos como algo personal. Y lo que es peor: lo vivimos como una amenaza. Como si fallar nos definiera. Como si no pudiéramos permitirnos ser imperfectos en un mundo que, por cierto, tampoco es perfecto. Vuelvo otra vez al pasado para recordar un programa de televisión que veía en blanco y negro cuando aún no tenía diez añitos. Se trata de “La segunda oportunidad” de Paco Costas, que comenzaba con el espectacular choque real de un coche contra una roca y la frase "el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra". Mostrando el error intentaban que los conductores aprendiesen y evitasen conductas que les podrían llevar a sufrir estos accidentes en un futuro.

        Estoy muy de acuerdo con la frase que abría ese programa. Pero creo que se quedaba corta. ¿Por qué? A veces tropezamos tres veces. O cuatro. Y aún así no nos queda otra que seguir adelante. Porque tropezar no es el problema. El problema es no aprender del tropiezo. O peor aún: dejar de caminar para no volver a caerse.

        En toda mi trayectoria con equipos a mi cargo, hay una idea que siempre he compartido con mis ellos y que formaba parte del proceso de bienvenida: “Equivocaos. Por favor, equivocaos. Pero hacedlo con ganas, con criterio, con intención de mejorar. Y si puede ser, no siempre con la misma piedra (que hay muchas en el camino, usemos el repertorio)”.

        Porque la única manera de no equivocarse es no hacer nada. Y no hacer nada es el mayor error de todos. De hecho, la verdadera diferencia entre las personas que avanzan y las que se estancan no está en cuántas veces fallan, sino en qué hacen con cada fallo. Algunos se hunden. Otros toman nota, ajustan el rumbo y lo intentan de nuevo.

        Y esto no lo digo solo por experiencia, que como os digo siempre, es muy limitada a pesar de mi edad. También lo dicen los modelos de éxito que tanto admiramos.

       Pixar, esos genios que crearon Toy Story, Up o Inside Out— no rinden culto a la inspiración divina. Lo que veneran es el proceso. Ed Catmull, cofundador de Pixar, dice textualmente que “Las primeras versiones de todas nuestras películas apestan.” Quién lo diría al ver el resultado final ¿verdad?

        Lo tienen tatuado a fuego. Porque saben que el error no es el enemigo. Es parte del sistema. Cada una de sus películas empieza siendo un caos. Un primer borrador desastroso. Pero es un desastre útil. Porque han construido un entorno donde el fallo no se castiga, se analiza. Donde el feedback no se toma como ataque, sino como oportunidad.

        Allí nadie impone correcciones. Existe lo que llaman braintrust, un grupo de sabios creativos que no da órdenes, sólo señala lo que no funciona. Después, el director decide tras revisar, corregir e intentarlo de nuevo.

        El resultado es un sistema que no busca evitar errores, sino verlos pronto, cuando aún son baratos de corregir. Porque si esperas a tener “la idea perfecta” para empezar, probablemente nunca empieces. El miedo al fallo es el asesino silencioso de muchas buenas ideas.

        Esta filosofía no es exclusiva de Pixar. Es aplicable a cualquier entorno humano, profesional o personal. A los equipos de trabajo. A la familia. A uno mismo.
Porque al final, la calidad no se alcanza por evitar errores, sino por construir sistemas que los procesen y los transformen.

        Se puede vivir cada proyecto como una apuesta que no puede fallar, lo que lleva al perfeccionismo, la parálisis y el desgaste,  o  como un sistema de aprendizaje, donde cada paso en falso es una señal, no una sentencia.

        Creo firmemente que no fracasamos por fallar. Fracasamos por no tolerar el fallo.

        Así que este agosto, mientras descansamos un poco del caos diario, quizás sea un buen momento para reconciliarnos con esa parte incómoda y necesaria de nosotros mismos. Para pensar en nuestros errores no como algo que esconder, sino como parte de nuestro equipaje de aprendizaje.Para preguntarnos: ¿Estoy evitando el error… o estoy aprendiendo de él?

        Consejo junto a la imagen que cierra esta publicación de agosto: “si tropiezas con la misma piedra… al menos ponle nombre. Y dale las gracias.”

        Gracias también a vosotros como siempre y feliz verano (lo que queda de él).



jueves, 10 de julio de 2025

LA RUEDA DE LA VIDA. ESTIRANDO LA CUERDA

             Escribo de nuevo en julio para compartir con vosotros mi celebración de cumpleaños. Una década después de haberle dado la vuelta al jamón me empieza a preocupar que en ocasiones ya empiezo a dar con el hueso. Cada día tengo más claro que ya he recorrido más camino del que me queda por andar, y eso me lleva —cada vez con más frecuencia— a filosofar con reflexiones algo más profundas de lo habitual.

Este año, al soplar las velas (individuales, por cierto… que hay mucho poeta especialista en rimas fáciles suelto), he estado dándole vueltas a eso que llaman la rueda de la vida. Bonito juego de palabras sin buscarlo, lo juro.

Este ejercicio de autoconocimiento —tan revelador como traicionero— nos invita a puntuar las distintas facetas de nuestra vida. No solo para saber dónde estamos, sino para ver cómo de equilibrados estamos entre todas ellas. Y con los años lo que uno descubre es que cuesta horrores dibujar una rueda que ruede de verdad. Lo más parecido que logramos, a veces, es un polígono con más picos que redondeces.

Te preguntas por qué es tan difícil que todo esté bien (o al menos igual de bien). Por qué cuando tu vida profesional por fin es un sueño cumplido y has encontrado tu propósito, resulta que las cosas por casa no están en su mejor momento. Por qué cuando físicamente te sientes como en tus mejores años, mentalmente no terminas de encontrar qué te falta para ser feliz.

Y un día de repente lo entiendes todo: la cuerda que une los puntos no es elástica. No da de sí. Cuando en algunas “asignaturas” te acercas al sobresaliente, en otras te toca suspender. Es la famosa metáfora de la manta que usan algunos entrenadores de fútbol. Si te tapas la cabeza, se te enfrían los pies. Y viceversa.

Pero si todas las notas estuvieran equilibradas, el dibujo sería mucho más parecido a una rueda. Con diez asignaturas, parece más deseable sacar diez cincos que cinco dieces y cinco ceros. Aunque la media sea la misma… la vida rueda mucho mejor con diez cincos.

Os comparto mis asignaturas por si os sirven de guía —sin orden concreto, que el caos también tiene su encanto—:

  • Amor: centrado en la pareja, porque familia y amigos tienen su propio hueco. ¿Qué puntuación refleja mejor tu momento actual: ¿estás buscando, disfrutando, aprendiendo?
  • Ocio: ¿cómo gestionas tu tiempo libre? No solo importa la cantidad, sino la calidad. A veces una baja puntuación aquí tiene más que ver con otras áreas que con el ocio en sí.
  • Hogar: tu casa, tu barrio, tu refugio. ¿Te transmite calma o necesitas abrir ventanas nuevas?
  • Familia: ¿cómo te llevas con tus hijos, si los tienes? ¿Y con tus padres, si aún están contigo? ¿Qué tal esos primos, tíos o cuñados que aparecen por Navidad?
  • Amigos: como decía el cartel en la caseta de mi padre: “Los amigos son la familia que uno escoge”. ¿Pocos pero buenos, o una agenda llena de saludados?
  • Salud: ¿cómo estás física y mentalmente? ¿Qué nota le pondrías a ese equilibrio? ¿Cómo te sientan los años?
  • Crecimiento personal: ¿te sientes pleno con lo que haces? ¿Te mueve la solidaridad? ¿Eres coherente entre lo que piensas, dices y haces?
  • Trabajo: ¿te levantas con ganas, como decía Jobs? ¿Te ilusiona lo que haces, o vas en piloto automático? Aquí podríamos incluso montar una rueda laboral paralela.
  • Dinero: ¿te permite vivir cómo quieres? ¿Te agobian las deudas? ¿Es para ti un medio o un fin?

Y tras evaluar tus “asignaturas”, llega ese momento mágico —muy distinto del que nos regaló Steve Jobs— de unir los puntos. Y de comprobar si tu dibujo vital se parece más a una rueda… o a una estrella ninja. También creo firmemente que la experiencia acumulada durante los años permite que la cuerda se vaya estirando un poco de tanto forzarla, y podamos alcanzar puntuaciones superiores y equilibradas que hace unos años se nos antojaban imposibles.

Aquí me acuerdo de mi maestro de Tai Chi Chuan, Juanlu, que me regaló lecciones de vida que valen su peso en oro. Siempre decía que prefería una vida equilibrada y sin sobresaltos antes que una montaña rusa. Porque las cimas te dan euforia… pero las simas te clavan el alma.

Así que, si la rueda de la vida te sale redondeada, mejor rodará. Si las diferencias entre las áreas son demasiado bruscas, la rueda se atasca. Avanzar se convierte en un pequeño milagro.

En fin, espero que esta reflexión mensual os haya gustado o al menos hecho pensar. Pensar en estas cosas es la prueba más clara de que me hago mayor. Y hacerme mayor, sinceramente, no me preocupa. Porque la otra opción… no me convence.

Como imagen, he recreado con IA una escena que durante años he vivido de verdad: ver amanecer desde el mar, esperando a que el brillo del sol cruce las olas hasta alcanzarme. Como si me empapara de su energía para poder darle… otra vuelta más.

Nos leemos el mes que viene. Y, si la vida quiere, dentro de un año… otra vez por aquí.

Gracias.



jueves, 19 de junio de 2025

SÉ TÚ MISMO (BE YOURSELF, MY FRIEND...)

 “Para los que ya me conocíais de antes, ya sabéis que soy Antonio Jurado. Para los que me veis por primera vez… soy Antonio Jurado también.”

Con esta frase suelo abrir muchas de mis presentaciones cuando tengo la oportunidad de hablar en público. Algunos sonríen, otros se sorprenden y otros no saben si voy en serio o en broma, algo que me ocurre de forma habitual. Detrás de esa frase, sencilla y directa, hay una de las lecciones de vida más valiosas que me dejó mi padre: “Hijo, estés donde estés, estés con quien estés, no dejes de ser tú mismo.” Esta fue una de las pocas lecciones habladas que me regaló, porque la mayoría de ellas fueron en forma de ejemplo, que al final son las más efectivas…

Ser uno mismo, algo que parece fácil, es de lo más difícil que he intentado hacer en la vida.

A veces la vida parece un teatro de máscaras. Una para cuando trabajas, otra para cuando sales, otra más para cuando tienes que parecer fuerte. Iba en traje y con corbata al banco, en polo y chinos cuando salía a ligar y en pantalones anchos llamativos y tirantas cuando iba al gimnasio. Pero ¿y si un día decides no disfrazarte? ¿Si sales ahí fuera tal cual eres, sin adornos ni poses? (sin perder la compostura, por supuesto, y respetando el protocolo en los casos que sea necesario)

Eso fue lo que intenté cuando, siendo aún un chaval, empecé a trabajar. Luego vinieron más trabajos, más cargos, más responsabilidades. Y sin darme cuenta, lo que parecía una anécdota de familia se convirtió en una brújula: hacer lo que hago sin dejar de ser quien soy.

Porque cuando uno se presenta de verdad, sin escudos ni armaduras, no hay que estar recordando qué versión toca hoy. Sin copiar, sin competir. En la vida que hoy nos ha tocado vivir se nos mide por cuántos likes conseguimos, por cuántos pasos damos en menos tiempo, por cuán brillantes parecemos ante los demás y por cuántos “éxitos” profesionales logramos acumular. Pero hay algo que no se puede impostar: la coherencia.

Esa coherencia entre lo que piensas, lo que haces y lo que dices. Esa manera de estar en el mundo que no necesita focos, pero que sí deja huella. Yo no he sido el mejor en casi nada. De hecho en la mayoría de las facetas no me considero ni bueno. En el deporte por ejemplo, nunca fui el que cruzaba primero la meta, ni el que empujaba el  balón al fondo de la red para ganar el partido. Pero tampoco fue eso lo que me empujó a seguir. Lo que me mueve es lo mismo que me mueve desde siempre: ser la mejor versión de Antonio Jurado, con todo lo que eso conlleva.

He cometido errores. Muchos. He dudado. Me he sentido pequeño. He llorado más de una vez. Pero en todo ese camino, lo único que nunca me ha fallado ha sido la decisión de no dejar de ser yo mismo. Y eso, curiosamente, es lo que más me ha acercado a los demás. Porque cuando uno se muestra real, también invita a los otros a quitarse la coraza. Creo que el Antonio Jurado de hoy es mucho más auténtico que el de haced unos años, y el no tener que actuar me regala una paz que antes encontraba difícil alcanzar.

Por eso cada día soy más capaz de mirar a la gente a los ojos y decir: “Soy yo. Con mis luces y mis sombras. Pero soy yo.” Con mis luces, que suele ser el reflejo de la luz que emiten los que me rodean. Con mis sombras, que como siempre digo, son bastante menos famosas que las de Grey.

Si te ha gustado y estás interesado en conocerme un poco mejor, te dejo esta espectacular entrevista (por la calidad de las preguntas, por la grabación y por la edición, que no por el entrevistado), que seguro que te acerca bastante a mí.

https://www.doshermanasaldia.com/post/dos-hermanas-inclusiva-y-solidaria

Seguro que esta publicación no se hace viral. Seguro que no cambiará el mundo como el discurso  de Jobs en Stanrford.. Pero si te hace pensar un segundo en la posibilidad de vivir más cerca de tu esencia, el tiempo invertido en escribirlo estará más que justificado.

Ser uno mismo no es una meta. Es un compromiso diario. Una forma de caminar. Ya lo decía Oscar Wilde, experto en frases lapidarias: “Sé tú mismo , el resto de los papeles ya están cogidos.”

Y si alguna vez dudas… recuerda: “Para los que ya me conocíais, ya sabéis quién soy. Para los que no me conocíais… también”

Como siempre me gusta acompañar mis publicaciones con una imagen, este mes he pensado en generar una imagen en IA (al final me estoy aficionando) que muestre al Antonio Jurado de hace 20 años reflejado en el espejo frente al Antonio Jurado de dentro de 20 años, basándose en una foto del Antonio Jurado de hoy. Un poco enrevesado (como yo) pero me ha gustado el efecto. Espero que a vosotros también. Gracias por vuestro tiempo y hasta el mes que viene.



lunes, 19 de mayo de 2025

Los “101”, una metáfora de la vida: mucho más que una carrera y más allá de la meta.

        Hace justo un año compartía por aquí mi primera experiencia en los 101 kilómetros de Ronda. Hoy, un año después, vuelvo a ese mismo punto, con las zapatillas llenas de tierra, el alma más ligera y el corazón cargado de historias. Esta crónica no es solo el relato de una prueba deportiva. Es una reflexión vital. Una metáfora con mochila.

        Porque los 101 no son solo una carrera. Son un espejo donde se refleja lo que somos: nuestras dudas, nuestros sueños, nuestros miedos, nuestros límites... y esa voz interior que igual que se encarga de hacernos dudar sobre nosotros mismos siempre nos empuja un paso más allá.

        Este año me enfrentaba de nuevo al reto con menos ilusión que el año pasado. Quizás porque no creí que tendría suerte en el sorteo, quizás porque el cuerpo ya recordaba lo duro que fue la aventura y las horas de entrenamiento que llevaba de menos me hacían dudar sobre mi desempeño. Pero la vida, caprichosa y sabia a la vez, quiso que el azar me diera una plaza y el corazón hiciera el resto. Y ahí estaba otra vez en esa mágica línea de salida: zapatillas puestas, mochila en mis espaldas y ese cosquilleo de quien sabe que va a vivir algo grande.

     La preparación fue menos metódica que la del año anterior. Más lluvia, más dudas, menos kilómetros. Pero también más calma, más aprendizaje y más confianza en lo esencial: presentarte en la línea de salida con lo que tienes y con lo que eres.

       Por fin llegó el ansiado día: 10 de mayo. Como si el tiempo se doblara sobre sí mismo, me encontré rodeado de miles de personas que, como yo, habían decidido regalarse una experiencia única. Algunos para superar miedos, otros para cumplir promesas. Todos, para vivir.

       Volvíamos a ser cinco en la salida. Volvimos a ser dos tras el Cuartel. Bueno, dos y medio… porque esta vez se nos unió un ángel de la guarda con cámara en mano que hizo mágicos los últimos kilómetros.

        El paisaje este año estaba de postal: campos verdes, senderos salpicados de charcos, la temperatura perfecta y esa sensación de que el mundo, por unas horas, se alineaba contigo.

       Setenil nos regaló uno de esos momentos que se graban en la piel: bailando “Saturday Night” como si no lleváramos cincuenta kilómetros encima. Porque la alegría también forma parte del camino.

       Pero, como bien dicen los veteranos, los 101 son dos carreras en una. La primera para disfrutar y calentar hasta el kilómetro 70. La segunda, una travesía del alma que pone a prueba tu fuerza interior.

       Y ahí, en esa segunda parte, es donde se cocina de verdad la historia. Donde el cuerpo se queja, los pies arden y las bajadas se convierten en castigos. Donde te preguntas si seguir tiene sentido… y justo entonces descubres que sí, lo tiene. Porque lo estás haciendo por algo mucho más grande que tú.

       Y cuando por fin divisas Ronda, sabes que la cuesta final —la famosa Cuesta del Cachondeo— es mucho más que una subida: es la metáfora perfecta del esfuerzo final, del “ya casi estás”, del “no pares ahora”. Y al girar a la izquierda, justo como el año pasado, ahí estaba el amanecer. Y ahí estaba también Damián, el fotógrafo de la edición anterior, apuntándome con su cámara como si el tiempo no hubiera pasado. Nos reconocimos. Nos saludamos. Y en ese instante entendí que la vida tiene sus propios guiones secretos.

      Los últimos metros no los corrí (bueno, en realidad los últimos kilómetros). Los saboreé. Me envolví en mi bandera —llena de los logos de quienes dan sentido a mi camino— y me dejé llevar por los aplausos. Respondí a cada uno con un “gracias” que me salía desde lo más profundo. Porque aunque la experiencia comienza al cruzar el arco de salida, la verdadera transformación sucede durante el camino.

       Al llegar, Chito, la voz inconfundible de los 101, mencionó a la Fundación Donando Vidas y a la visera Tricaletera. Y ahí, bajo ese arco, sentí que no había terminado nada. Que en realidad, todo volvía a empezar. Como decía mi hija Daniela: “el fin es el principio de algo nuevo”.

        Los 101 de Ronda no son una prueba física. Son una prueba de vida. Una lección constante de humildad, resistencia y gratitud. Y este año, más que nunca, me quedo con una frase que lo resume todo:

        “Si quieres ir rápido, ve solo. Si quieres llegar lejos, ve acompañado.”

        Gracias infinitas a cada voluntario, a cada compañero de carrera, a cada mirada que animó desde la cuneta. Y gracias, especialmente, a Alejandro Navarro —que con su bicicleta adaptada visibilizó el autismo de forma heroica— y a Lucas, ese luchador anónimo de 50 años que, incluso tras perder el conocimiento, solo pensaba en seguir adelante.

        Porque en los 101, como en la vida, no siempre gana el más fuerte. Gana quien no se rinde. Quien sabe que el dolor pasa, pero lo vivido se queda para siempre.

        Para acompañar la publicación de este mes no he encontrado mejor imagen que este montaje que como cantaría el mismísimo Chiquetete, refleja mi transitar en el mismo sitio, a la misma hora, camino de meta. Ese Déjà vu magistralmente captado en el objetivo de Damián, de Fotógrafos Solidarios de Ceuta.  

        Gracias por estar al otro lado. Gracias por leer hasta aquí. Y sobre todo, gracias por seguir soñando. Nos vemos en junio, con nuevas metas, nuevas aventuras… y el corazón en modo “finisher”.