Ya he comentado en varias publicaciones anteriores que en la película “El Guerrero Pacífico” se define la vida como una combinación de paradoja, humor y cambio. Este mes, a las puertas del inicio de un nuevo curso académico, nos centraremos en el cambio. Agosto, mes tradicionalmente de vacaciones, guarda ciertos paralelismos con Diciembre. Tener Septiembre en el horizonte nos da la posibilidad de plantearnos algunos cambios a la vuelta, como solemos hacer con Enero. De hecho estos dos meses son habitualmente considerados “temporada alta” en los gimnasios por la cantidad de nuevos propósitos que los acompañan.
Volvamos al cambio. Aprendí la frase que da título a este blog de mi antiguo Maestro de Tai Chi Chuan, alguien que me enseñó bastante y no sólo del arte marcial que practicábamos. Juanlu era un tío peculiar, que dejó su empleo estable como funcionario de la Seguridad Social porque su estilo de vida no era coherente con este trabajo. Creo que no hay mejor evidencia de lo que supone el cambio.
Decía Heráclito hace ya más de dos mil quinientos años que “en los mismos ríos entramos y no entramos, (pues) somos y no somos (los mismos)”. Nuestra afición a traducir libremente nos ha llevado a atribuirle la repetida frase que reza que no nos podemos bañar dos veces en el mismo río. El filósofo griego, al que no se le reconocía ninguna aversión a la higiene personal, se refería a que con el paso del tiempo, ni el río es el mismo, ni nosotros tampoco. Si asumimos que no hay nada que no cambie, la primera consecuencia que se me ocurre es que no hay nada más inútil que resistirnos al cambio.
Un siglo después, el estoicismo recogió esta universalidad del cambio para cimentar las bases de su filosofía. Ellos pensaban que todo funcionaba según una ley de causa y efecto, lo que hacía que el universo fuese racional. Defendían que no tenemos forma de controlar todo lo que pasa a nuestro alrededor (consecuencia de la omnipresencia del cambio), pero sí podemos controlar lo que pensamos sobre lo que nos ocurre. Este principio quedaría posteriormente recogido en la Plegaria de la Serenidad de Reinhold Niebuhr (aunque también se la haya atribuido a varios autores posteriormente): “Concédeme, Señor, serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valentía para cambiar las cosas que puedo cambiar, y sabiduría para conocer siempre la diferencia,”. En relación con el cambio externo, parece claro que todo cambia. Hay cosas en cuyo cambio podemos influir (para lo que necesitamos valentía y fuerza de voluntad) pero hay otras sobre las que sólo podemos influir en nuestra reacción ante ellas. No nos queda otra, además de serenidad para aceptarlas, algo que a buen seguro ayuda positivamente a nuestra reacción.
También muy relacionada con el tema del cambio, me encanta la historia de los monos encerrados en la jaula, la escalera, el racimo de plátanos y el agua a presión. De forma resumida y adaptada a mis palabras la fábula cuenta la experiencia de cinco monos encerrados en una jaula con una escalera. En un momento dado, se cuelga del techo sobre la escalera un racimo de plátanos con una pinta tan espectacular que hace que los monos se lancen a subir los peldaños para poder alcanzarlos. En ese mismo instante, los monos son obsequiados con un chorro de agua fría a presión, que tras varios intentos, les hace desistir de alcanzar el tesoro. Una vez que los simios están completamente adiestrados y ni se acercan a la escalera, por miedo al frío y al dolor provocado por el agua, sacamos a un primate de la jaula y lo sustituimos por otro ajeno al experimento. Sus propios compañeros le prohíben acercarse a la escalera, sin que sea necesario ni siquiera abrir la manguera. Uno a uno, van saliendo los macacos que formaban parte del cinco inicial y van entrando monos nuevos que no han recibido un chorro de agua fría a presión en su vida. Cuando el equipo está totalmente renovado, y todos los monos son ajenos al castigo, ninguno de ellos ni siquiera intenta acercarse a la escalera. ¿Por qué? Si los monos pudiesen hablar, seguro que a la pregunta de por qué no cogen los plátanos contestarían que porque aquí las cosas se han hecho siempre así. Este comportamiento no es exclusivo de nuestros hermanos animales, y es bastante común entre los humanos.
En el mundo empresarial (y también en el personal), el “aquí las cosas se han hecho siempre así”, debería ser desterrado para siempre y dar paso a una mente abierta, receptiva y dispuesta a abrazar cualquier posibilidad de cambio que se nos presente. No podemos perdernos los plátanos por miedo a subir la escalera, cuando ni siquiera sabemos lo que puede pasar. Si nos rocían con agua, ya tendremos ocasión de pensar en cómo cerrar el grifo… Aceptar, abrazar y convivir con el cambio implica flexibilidad mental. Decía James Lowell que sólo los locos y los muertos no cambian de opinión. Aunque no tengo ningún problema en ser tachado de loco (de momento de muerto no tengo ninguna prisa) hago todo lo posible por cambiar de opinión cuando las circunstancias lo aconsejan. Esto me permite también estar (o intentarlo al menos) en permanente aprendizaje. El gran Gandhi nos enseñó que teníamos que vivir como si fuésemos a morir mañana y aprender como si fuésemos a vivir para siempre. Sabia y hermosa reflexión que intento aplicar día a día, aunque no es fácil.
Otro aspecto interesante del cambio es la facilidad con que lo vemos en los demás y el esfuerzo que nos cuesta verlo en nosotros mismos. Decía Oscar Wilde, con su típico humor inglés: “Discúlpeme, no lo he reconocido. He cambiado mucho”. Los que tenemos hijos tenemos la infinita suerte de poder comprobarlo cada día. Asistimos casi sin darnos cuenta al paso de los años, y nos sorprendemos cuando vemos que esa criatura que una vez ocupó un minúsculo lugar dentro del vientre de su madre, hoy nos supera en altura y en otras muchas cosas más. No reparamos en pensar (o al menos yo no lo hago las suficientes veces) que el observador que tienen delante tampoco es el mismo que sentía ilusionado sus patadas a través de la piel materna.
Para los amigos de los números (dice mi buen amigo Eloy Doncel, ingeniero de carrera pero reconvertido al apasionante mundo de la inteligencia emocional y del mind fulness que todo lo que no son cuentas son cuentos) os dejo una sugerente fórmula matemática del cambio que me enseñaron hace tiempo y que como mínimo da bastante que pensar. "C=N-R". El cambio se produce cuando la necesidad de llevarlo a cabo es mayor que la resistencia que genera. Si queremos impulsar el cambio, las dos únicas opciones posibles son incrementar la necesidad de llevarlo a cabo, o reducir la resistencia para aplicarlo. El minuendo parece depender más del exterior, mientras que el sustraendo es ya cosa nuestra. Otra formulación similar es la enunciada por Beckard y Harris en 1987, que dice algo así: "C =[ABD] > X" y cuyo significado es el siguiente:
- C = Cambio
- A = Nivel de insatisfacción con la situación anterior, que hace referencia a la necesidad y urgencia del cambio.
- B = Nivel de atracción o deseo del cambio, es decir los beneficios o mejoras que nos traerá.
- D = Nivel de practicidad del cambio (conocimiento de los
próximos pasos, mínimo riesgo y disrupción), o lo fácil y cómodo que supone el cambio para la persona que lo acomete.
- X = Coste percibido del cambio, traducido en magnitud, esfuerzo, complejidad y riesgo del cambio
Finalizo esta reflexión mensual en voz alta con una anécdota personal que he acabado convirtiendo en mantra. Cada vez que algún amigo me dedica el reconocido piropo de no cambies nunca (algo que con el paso de los años, cada vez agradezco más) siempre suelo contestar de la misma forma: “Para peor no, pero para mejor estoy en ello. De hecho es uno de mis objetivos todos los días al levantarme”.
Gracias como siempre por el tiempo dedicado a leer estas líneas, felices vacaciones a los que aún las estáis disfrutando o a los que estáis a punto de iniciarlas, feliz regreso a los que venís de vuelta, y cambiad (no os queda otra), pero siempre para mejor. Gracias.
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