Escribo de nuevo en julio para compartir con vosotros mi celebración de cumpleaños. Una década después de haberle dado la vuelta al jamón me empieza a preocupar que en ocasiones ya empiezo a dar con el hueso. Cada día tengo más claro que ya he recorrido más camino del que me queda por andar, y eso me lleva —cada vez con más frecuencia— a filosofar con reflexiones algo más profundas de lo habitual.
Este año, al
soplar las velas (individuales, por cierto… que hay mucho poeta especialista en
rimas fáciles suelto), he estado dándole vueltas a eso que llaman la rueda
de la vida. Bonito juego de palabras sin buscarlo, lo juro.
Este ejercicio
de autoconocimiento —tan revelador como traicionero— nos invita a puntuar las
distintas facetas de nuestra vida. No solo para saber dónde estamos, sino para
ver cómo de equilibrados estamos entre todas ellas. Y con los años lo que uno
descubre es que cuesta horrores dibujar una rueda que ruede de verdad. Lo más
parecido que logramos, a veces, es un polígono con más picos que redondeces.
Te preguntas
por qué es tan difícil que todo esté bien (o al menos igual de bien). Por qué
cuando tu vida profesional por fin es un sueño cumplido y has encontrado tu
propósito, resulta que las cosas por casa no están en su mejor momento. Por qué
cuando físicamente te sientes como en tus mejores años, mentalmente no terminas
de encontrar qué te falta para ser feliz.
Y un día de repente
lo entiendes todo: la cuerda que une los puntos no es elástica. No da de sí.
Cuando en algunas “asignaturas” te acercas al sobresaliente, en otras te toca
suspender. Es la famosa metáfora de la manta que usan algunos entrenadores de
fútbol. Si te tapas la cabeza, se te enfrían los pies. Y viceversa.
Pero si todas
las notas estuvieran equilibradas, el dibujo sería mucho más parecido a una
rueda. Con diez asignaturas, parece más deseable sacar diez cincos que cinco
dieces y cinco ceros. Aunque la media sea la misma… la vida rueda mucho mejor
con diez cincos.
Os comparto
mis asignaturas por si os sirven de guía —sin orden concreto, que el caos
también tiene su encanto—:
- Amor: centrado en la pareja, porque familia
y amigos tienen su propio hueco. ¿Qué puntuación refleja mejor tu momento
actual: ¿estás buscando, disfrutando, aprendiendo?
- Ocio: ¿cómo gestionas tu tiempo libre? No
solo importa la cantidad, sino la calidad. A veces una baja puntuación
aquí tiene más que ver con otras áreas que con el ocio en sí.
- Hogar: tu casa, tu barrio, tu refugio. ¿Te
transmite calma o necesitas abrir ventanas nuevas?
- Familia: ¿cómo te llevas con tus hijos, si
los tienes? ¿Y con tus padres, si aún están contigo? ¿Qué tal esos primos,
tíos o cuñados que aparecen por Navidad?
- Amigos: como decía el cartel en la caseta de
mi padre: “Los amigos son la familia que uno escoge”. ¿Pocos pero buenos,
o una agenda llena de saludados?
- Salud: ¿cómo estás física y mentalmente?
¿Qué nota le pondrías a ese equilibrio? ¿Cómo te sientan los años?
- Crecimiento personal: ¿te sientes pleno con
lo que haces? ¿Te mueve la solidaridad? ¿Eres coherente entre lo que
piensas, dices y haces?
- Trabajo: ¿te levantas con ganas, como decía
Jobs? ¿Te ilusiona lo que haces, o vas en piloto automático? Aquí
podríamos incluso montar una rueda laboral paralela.
- Dinero: ¿te permite vivir cómo quieres? ¿Te
agobian las deudas? ¿Es para ti un medio o un fin?
Y tras evaluar
tus “asignaturas”, llega ese momento mágico —muy distinto del que nos regaló
Steve Jobs— de unir los puntos. Y de comprobar si tu dibujo vital se parece más
a una rueda… o a una estrella ninja. También creo firmemente que la experiencia
acumulada durante los años permite que la cuerda se vaya estirando un poco de
tanto forzarla, y podamos alcanzar puntuaciones superiores y equilibradas que
hace unos años se nos antojaban imposibles.
Aquí me
acuerdo de mi maestro de Tai Chi Chuan, Juanlu, que me regaló lecciones de vida
que valen su peso en oro. Siempre decía que prefería una vida equilibrada y sin
sobresaltos antes que una montaña rusa. Porque las cimas te dan euforia… pero
las simas te clavan el alma.
Así que, si la
rueda de la vida te sale redondeada, mejor rodará. Si las diferencias
entre las áreas son demasiado bruscas, la rueda se atasca. Avanzar se convierte
en un pequeño milagro.
En fin, espero
que esta reflexión mensual os haya gustado o al menos hecho pensar. Pensar en
estas cosas es la prueba más clara de que me hago mayor. Y hacerme mayor,
sinceramente, no me preocupa. Porque la otra opción… no me convence.
Como imagen,
he recreado con IA una escena que durante años he vivido de verdad: ver
amanecer desde el mar, esperando a que el brillo del sol cruce las olas hasta
alcanzarme. Como si me empapara de su energía para poder darle… otra vuelta
más.
Nos leemos el
mes que viene. Y, si la vida quiere, dentro de un año… otra vez por aquí.
Gracias.
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