Este mes me ha costado más de lo habitual encontrar tema para reflexionar y escribir sobre él en mi publicación mensual. Puede que el depósito mental de ideas se me esté agotando y que la inminente llegada de las vacaciones esté haciendo de las suyas en lo que a falta de creatividad se refiere.
Con el radar
desplegado por si detectaba algo que me pudiese parecer interesante me llegó
una interesante noticia sobre un ingeniero de Google que acababa de ser
despedido por difundir unas “conversaciones” con LaMDA. Esta “herramienta” denominada “Modelo del
Lenguaje para Aplicaciones de Diálogo” es un software que intenta mejorar la
comprensión del lenguaje natural por parte de la Inteligencia Artificial.
Cuestiones legales y laborales al margen, esta noticia nos acerca a un mundo ya
existente que anteriormente era patrimonio casi exclusivo de las películas de
ciencia ficción. El temido ”Skynet” de la saga Terminator parece haber llegado
para quedarse.
En el caso que
nos ocupa Blake Lemoine, que así se llama el ingeniero despedido, fue capaz de
encontrar “sentimientos” en conversaciones con los servidores donde se alojaba
LaMDA. Una vez más, la capacidad creativa del ser humano y sus inventos van muy
por delante de las cuestiones éticas y
legales que se plantean al respecto. Los algoritmos desarrollados (inicialmente
por personas) pretenden dotar a las máquinas de capacidades similares a las del
ser humano, imitando su comportamiento. Esto que nos parece casi ciencia
ficción ya está presente en muchos aspectos de nuestro día a día, como el
reconocimiento facial en los móviles, las súper famosas Siri y Alexa, y la
multitud de chatbots cada vez más presentes en los servicios de atención al
cliente de un número creciente de empresas. Esta explosión de inteligencia
artificial que alcanza a casi todos los sectores ha provocado la necesidad
urgente de legislar al respecto. En este sentido, la unión europea propone un
ámbito legal que debería regirse por estos seis principios:
·
Los robots deberán contar con un interruptor de
emergencia para evitar situaciones de peligro.
·
No podrán hacer daño a seres humanos.
·
No podrán generarse relaciones emocionales.
·
Será obligatoria la contratación de un seguro
para dar cobertura a daños que se pudiesen generar, que deberán ser asumidos
por los dueños de los robots.
·
Se clasificarán legalmente sus obligaciones y
derechos.
·
Las máquinas tributarán a la Seguridad Social.
Cada
uno de los principios da juego para una publicación de lo más interesante. En
este caso, parece que el tercero ha sido la causa que ha dado origen al controvertido
despido. Parece que en la película de Terminator se olvidaron lo del
interruptor, y en cuanto a lo de no hacer daño a seres humanos mejor no
comentarlo…
Toda esta extensa introducción no tiene otro objetivo
que abonar el terreno para presentar mi
teoría sobre la importancia creciente de las personas en este futuro inmediato
de máquinas que ya está aquí.
Recientemente
he tenido la oportunidad de disfrutar de un intenso viaje de trabajo a unos
lejanos países que en principio quedaban fuera de mis pretensiones turísticas.
A pesar de que soy de los que piensan que cualquier destino es bueno porque los
lugares desconocidos y sobre todo la gente siempre pueden sorprenderte
favorablemente, reconozco que jamás me hubiese imaginado paseando por allí. Y
han sido sus gentes las que me han cautivado realmente. En un mundo cada vez
más digitalizado, donde la reciente pandemia ha supuesto un importante impulso
a todos esos verbos acompañados del prefijo “tele” la relación entre las personas
me parece cada vez más decisiva. Aunque cualquier cosa es posible, como reza el
lema de nuestra compañía, tengo mis dudas de si un robot, incluso teniendo la
posibilidad de mostrar algo parecido a lo que entendemos como emociones, podrá alguna
vez emular una sonrisa sincera, una lágrima de emoción o un abrazo “apretao”.
Estos
casi dos años de excedencia obligada del contacto físico habitual nos han
servido entre otras cosas para echar de menos las reuniones físicas, las
visitas presenciales, las asistencias a ferias… todas esas cosas a las que
estábamos tan acostumbrados (y cansados a veces) que pensábamos que nunca las
llegaríamos a añorar. Por eso creo firmemente que en un mundo donde la
inteligencia artificial se introducirá en la práctica totalidad de los campos,
en el que los robots ocuparán multitud de puestos de trabajo, y en el que la
vida diaria será lo más parecido a una película de ciencia ficción, las
personas seremos cada vez más importantes, porque nos podremos dedicar a
actividades más elevadas y crecer en nuestro desarrollo. De hecho, uno de los
puntos que busca la unión europea es que las máquinas tributen a la Seguridad
Social, lo que podría favorecer nuestra jubilación anticipada y nuestra
dedicación a tareas más contemplativas (modo ironía on)
Espero
que esta publicación (más corta de lo habitual, puesto que es fruto de mi
limitada inteligencia natural y no de la artificial) haya despertado vuestro
interés y os haga al menos reflexionar. Muchísimas gracias a todos por vuestro
tiempo y como diría el protagonista de la peli ya nombrada en anteriores
ocasiones (como habréis tenido ocasión de comprobar el gran Arnold ejerció una
poderosa influencia en mis años mozos): “Volveré…” (para Julio, espero).
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