Llegó
el mes de Septiembre, el de la vuelta al cole, al trabajo a la odiada y a la
vez amada rutina. En una especie de Año Nuevo, volvemos con las pilas cargadas
para encarar esos cuatro últimos meses que nos quedan antes de finalizar el
año. Septiembre es para muchos el mes de los buenos propósitos (de hecho es,
junto con el mes de Enero el mes récord
de matriculaciones en la mayoría de los gimnasios, aunque no el de mayor
asistencia), el de comenzar el curso escolar que finalizará de nuevo a las
puertas de esas añoradas vacaciones que la mayoría ya hemos dejado atrás, el de
esas colecciones “incoleccionables” que empiezan con una entrega a precio casi
simbólico para posteriormente convertirse en un gasto poco menos que
inasumible.
En
mi caso particular Septiembre de 2022 será un mes muy especial. La vuelta al
cole (más bien la entrada en la Universidad) supone para mi hijo Pablo el
inicio del camino de su independencia. Aunque estará cerca y nos visitará con
bastante frecuencia (espero) seguro que su marcha será un importante cambio en
nuestras vidas. Y pensando en este adiós he estado reflexionando sobre una
frase de Johann Wolfgang von Goethe (según Wikipedia un escritor alemán
perteneciente al romanticismo, que leí una vez y que me encantó: «Solo hay dos
legados duraderos que podemos esperar dar a nuestros hijos. Uno de ellos es
raíces, el otro, alas». Esta frase, tan bonita de escuchar (al menos a mí me lo
parece) creo que resume a la perfección la difícil tarea de ser padre. Las
raíces le proporcionarán estabilidad, conexión con la tierra, tan necesaria
para saber quiénes son y de dónde vienen. Acerca de las raíces también creo que
he mencionado en alguna ocasión el relato del bambú japonés, que sirve como
metáfora perfectamente aplicable a la satisfactoria pero a la vez difícil tarea
de educar a nuestros hijos. A continuación os la dejo:
"Hay algo muy interesante que sucede
con el bambú japonés y que nos enseña una importante lección. Cuando un
cultivador planta una semilla de este árbol, el bambú no crece inmediatamente
por más que se riegue y se abone regularmente.
De hecho, el bambú japonés no sale a la
superficie durante los primeros siete años. Un cultivador inexperto pensaría
que la semilla es infértil, pero sorprendentemente, luego de transcurridos estos
siete años, el bambú crece más de treinta metros en solamente seis semanas.
¿Cuánto podríamos decir que tardó realmente
en crecer el bambú? ¿Seis semanas? ¿O siete años y seis semanas? Sería más
correcto decir que tardó siete años y seis semanas. ¿Por qué?
Porque durante los primeros siete años el
bambú se dedica a desarrollar y fortalecer las raíces, las cuales van a ser las
que luego de estos siete años pueda crecer tanto en solamente seis semanas.
Además, si en algún punto en esos primeros siete años dejamos de regarlo o
cuidarlo, el bambú muere".
¿Cuántas
veces durante la vida de nuestros descendientes nos desesperamos porque todas
nuestras lecciones (nuestros riegos, abonos y cuidados) parecen caer en saco
roto? Sin embargo, llega un día, en que casi sin advertir cómo el suelo se está
resquebrajando, esa semilla explota y la planta crece mucho más allá de lo que
nosotros hemos sido capaz de crecer.
Y
hablando de crecer aún más que nosotros vuelvo a la frase de Goethe. Porque no
sólo debemos dejar raíces en herencia, también alas. Y la función de las alas
es permitirles volar más alto de lo que jamás lo hicimos nosotros. En mi caso
en particular, no sé cómo han sido las raíces que haya podido dejar, pero tengo
claro que sus alas son mucho mejores que las mías. Recién cumplida su mayoría
de edad, Pablo ya ha llegado mucho más lejos que su padre en muchísimos
aspectos, y estoy seguro que lo mejor le está por llegar…
A
estas alturas de la publicación, muchos os preguntaréis que tiene que ver el
título de este mes (“Delegando que es gerundio…”) con los hijos, con el bambú y
con Goethe. En mi caso, creo que bastante. Dejar volar a los hijos cuando llega
su momento es lo más parecido a delegar, incluso teniendo en cuenta que se
trata de vivir la importante tarea que estamos delegando.
Esta
vez, en lugar de acudir a la RAE como hago habitualmente, voy a tomar la
definición del Oxford Language, que me gusta más: “Dar [una persona o un
organismo] un poder, una función o una responsabilidad a alguien para que los
ejerza en su lugar o para obrar en representación suya.” Reconozco que me
llamaron poderosamente la atención las palabras poder y responsabilidad juntas
en la misma frase. No pude evitar acordarme del principio de Peter Parker, en
el que Spiderman confirma que “un gran poder
conlleva una gran responsabilidad”. Principio, que por cierto, proviene del
siglo I a.C. como parte integrante de la leyenda de la Espada de Damocles. Dejando
a un lado consideraciones históricas, éste quizás sea uno de los principios
esenciales de la delegación. Estamos dando poder a la otra persona para que
actúe de nuestra parte, pero también le estamos cediendo la responsabilidad y
la autonomía para llevar a cabo la tarea delegada. Esa cesión de
responsabilidad puede considerarse incluso como temporal, porque si la
delegación no sale bien, la responsabilidad volverá como un boomerang hacía
nosotros para responder por ello.
La
delegación tiene dos implicaciones principales:
-
La posibilidad que los delegantes puedan
optimizar su rendimiento, dedicándose a tareas de mayor nivel al liberar su
tiempo con las tareas delegadas.
-
La confianza que transmitimos a nuestros
delegados al ceder nuestras funciones para que actúen en nuestro lugar.
Rendimiento y
confianza son dos pilares básicos de la
vida, no solo profesional, sino también de la personal, de ahí la
importancia del tema.
Como puede
deducirse de la introducción, la publicación está más enfocada en la vida
personal que en la profesional. En mi caso particular, la independencia (relativa,
porque seguirá estando relativamente cerca) de mi hijo supone el culmen a este
proceso de delegación. Delegación de vida, porque al fin y al cabo, le estoy
dando el poder, la función y la responsabilidad de vivir por su cuenta. De
volar, de usar esas alas que son de las pocas cosas que se llevará como
herencia. Confío ciegamente en que lo hará muchísimo mejor de lo que lo ha
hecho su padre, mejorando así la especie. Como dice un amigo mío, no pretendo
dejar un mejor mundo a mis hijos, pero si intentaré dejar mejor hijos a este
mundo.
Delegar en
cierta medida duele, y creo que mucho más en lo personal que en lo profesional,
pero también gratifica. En mi caso particular, la balanza se inclina hacia el
lado positivo, y la gratitud y la satisfacción por verlo volar es mucho mayor
que el dolor que siento al no tenerlo a mi lado.
Acompaño la
publicación con una imagen cargada de significado para mí. Por primera vez en
su vida, Pablo no pasaba las vacaciones con nosotros. Se iba de voluntario a
unas colonias para atender a niños en circunstancias especiales y ya comenzaba
a volar para hacernos el cuerpo a lo que vendría después. Junto a su equipaje,
su inseparable guitarra, con la que llenará de música y alegría a todos los que
tengan la fortuna de acercarse a él.
Muchísimas
gracias a todos por vuestro tiempo en la lectura, espero que lo disfrutéis, y
que lo compartáis si hace falta, pero sin llegar a delegarlo.
Nos vemos en
Octubre, encarando ya este último trimestre del 2022 que empieza a languidecer.
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