martes, 20 de diciembre de 2022

FELIZ NAVIDAD, FELIZ 2023. SEGUIMOS BUSCANDO...

    Llega la publicación del mes de diciembre, como una prueba más de que el tiempo vuela (tempus fugit). Ya lo comentaba en el post de Julio de 2021 cuando llegó el momento de cumplir los 51 años. Año y medio más tarde, no sólo sigue volando, sino que lo hace cada vez de forma más rápida (movimiento uniformemente acelerado, creo que se llamaba en Física cuando estudiaba).

    Esta  tradicional publicación de diciembre suele ser de despedida del año en curso, de agradecimiento por todo lo vivido y de preparación para el nuevo año a punto de comenzar. Este mes usaré como hilo argumental el cuento de “El Buscador” del genial Bucay, sobre el que ya he escrito también en alguna que otra ocasión.

     Es un cuento sobre una persona que andaba por la vida en constante búsqueda, sin saber muy bien de qué (un poco como me pasa a mí, y como creo que en cierta medida nos ocurre a muchos). Este buscador decidió salir en un viaje sin ningún destino planeado para buscar eso que no tenía nada claro lo que era. En cierta ocasión llegó a un camposanto. Allí el viajero contempló aterrorizado las inscripciones de las lápidas en lo que parecía ser un cementerio de niños. Ninguna de ellas marcaba edades superiores a los once años. Desolado, rompió a llorar pensando en la terrible maldición que pesaba sobre aquel lugar. Un anciano al verlo le preguntó si tenía algún familiar allí enterrado. Le contestó que no, pero que estaba desolado al ver aquel cementerio repleto de niños… El anciano sonrió y le contestó algo así:

     “Tranquilo amigo, no hay ninguna maldición. Le explicaré… Cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta, como ésta que tengo aquí, colgando del cuello, y la costumbre es que cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abra la libreta y anote en ella: a la izquierda, qué fue lo disfrutado, a la derecha, cuánto tiempo duró el disfrute ¿Conoció a su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana, dos? ¿Y después?, la emoción del primer beso, ¿cuánto duró? ¿El minuto y medio del beso? ¿Dos días? ¿Una semana? ¿Y el embarazo o el nacimiento del primer hijo? ¿Y el casamiento de los amigos? ¿Y el viaje más deseado? ¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano? ¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?, ¿horas?, ¿días?

      Así vamos anotando en la libreta cada momento, cada gozo, cada sentimiento pleno e intenso… Y cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba. Porque ése es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido”

       Esa debería ser para nosotros la verdadera medida del tiempo. Y el objetivo de nuestras vidas, que el tiempo disfrutado se acercase en la mayor medida posible a nuestra edad biológica. Y afortunadamente ésta es la sensación que me queda mirando atrás hacia los últimos doce meses del calendario. Ha sido un año espectacular, posiblemente de los mejores de mi vida, aunque eso lo acabo diciendo casi todos los años. Imagino que mi decadente memoria selectiva me hace recordar con mayor intensidad los últimos buenos momentos vividos en detrimento de los menos buenos.

        2022 será un año que recordaré mientras viva. Ha sido un año muy especial a todos los niveles. En el profesional me ha permitido seguir aprendiendo y conociendo a gente espectacular a un ritmo de vértigo. Muchas de las horas vividas en el trabajo, especialmente las experiencias vividas junto a compañeros se han quedado anotadas en mi imaginaria libreta colgada del cuello.

       En lo personal ha sido aún más espectacular. Los años me van dando la experiencia que no se puede adquirir de otra forma y todo se contempla desde otro punto de vista. Estoy en el camino de buscar qué es lo realmente importante en mi vida, y priorizarla en torno a ello. Para ello tengo que hacer mención especial a mi familia, que son los que realmente me iluminan en los momentos de oscuridad y le dan sentido muchas veces a esta aventura llamada vida. Muchos de los momentos que he anotado en mi libreta las he vivido junto a ellos. Unas vacaciones inolvidables, y unos momentos vividos cada vez más intensamente.  Quizás aprovechando que uno de los miembros de la familia ha comenzado a vivir su vida de forma independiente, cerca en distancia kilométrica de nosotros pero lejos en distancia emocional, porque lo echamos bastante de menos.  En esta línea, las vacaciones de este año han sido de las mejores que hemos vivido.

        También mi vida social me ha regalado gran cantidad de horas de calidad que han sido realmente vividas. Dicen que los amigos son la familia que se escoge, y aquí también han jugado un papel fundamental en haber completado un año con matrícula de honor.

         No podría pasar por alto un agradecimiento a la vida por el espectacular estado de salud que me ha regalado en este año que se va. No hay mejor lotería que ésta, y que conste que escribo estas líneas antes del día 22, el día mundial de la Salud.. Como consecuencia directa me ha hecho vivir uno de los años más intensos de mi vida deportiva, por llamarla de alguna forma. Maratón de Sevilla, medio Ironman de Marbella, Desafío Doñana, Ultramaratón de la Vida no oficial y el culmen de la temporada en la Maratón de Atenas, con un viaje inolvidable que hizo realidad el sueño de Cristian, y sobre el que ya escribí el mes pasado. Todas estas pruebas y muchas más que he llevado a cabo, la mayoría de ellas junto a los Capitanes de Carros de Fuego,  han ido a engrosar directamente mi cuenta de momentos realmente vividos.

        No quiero alargar esta publicación mucho más allá del agradecimiento a todos los que me habéis hecho vivir estos momentos, que sois muchos y muy buenos. A los que tenéis el detalle de leerme mensualmente, gracias especiales por vuestro tiempo, como os digo siempre. No creo que estas líneas tengan la calidad suficiente como para que podáis considerar el tiempo invertido en su lectura como tiempo realmente vivido, por lo que os lo agradezco especialmente.

         Para finalizar, y como no puede ser de otra forma en la época en la que estamos os quiero desear una muy Feliz Navidad y todo lo mejor para este inminente 2023, en el que espero que vuestro contador de momentos vividos alcance la cifra más cercana posible a los 31.536.000 segundos que esperamos vivir a partir del próximo 1 de Enero. Y como imagen que acompaña a la publicación, una simpática (espero) felicitación navideña que me recuerda las casi cuatro horas intensamente vividas hace poco más de un mes. Feliz Navidad y gracias.



domingo, 13 de noviembre de 2022

CUALQUIER COSA ES POSIBLE (“ANYTHING IS POSSIBLE”). GRACIAS (“THANKS”)



    Utilizo otra experiencia deportiva para redactar la publicación de este mes. Como ya adelantaba en Octubre, quería aprovecharla para compartir con vosotros una de las mayores lecciones que sabía que me iba a regalar el deporte, incluso sin haberla disfrutado aún. Como el objetivo final del post es hablar sobre sueños, y  sobre las posibilidades de que se conviertan en realidad, he tomado prestado el lema de la compañía para la que trabajo actualmente. Berlin Packaging enarbola la bandera del “Anything is posible” como evidencia de que “cualquier cosa es posible”. Este lema coincide con el usado por la franquicia Ironman. Los que me conocéis sabéis que también algo me une a ella.

   Hace escasamente unas horas que he cruzado la meta de la Maratón de Atenas junto a nuestro Capitán Cristian y a mi amigo Quinta. Todos los que me conocéis sabéis de sobra quién es Cristian. Para los que no tengáis el gusto de conocerlo, os diré que Cristian es mi Amigo, mi Ahijado de Confirmación, el Capitán con el que muchas veces corro y mucho más que todo eso. Lo conocí gracias a la Asociación Carros de Fuego, con la que colaboro de vez en cuando y desde entonces se ha convertido en una pieza más del puzzle de mi vida. En cuanto a la aventura que nos ocupa, intentaré resumirla al máximo para no extenderme en exceso.

   Recuerdo que el año anterior a la pandemia tuve noticia de que un chaval con diversidad funcional como Cristian había corrido la maratón de Nueva York, y sin pensármelo dos veces escribí a la organización para ver si había posibilidad de correr allí con él. La respuesta fue tan automática como tajante: para correr en NY hay que ser mayor de dieciocho años. Consciente de que el tiempo volaría, guardé pacientemente el correo durante casi tres largos años y el día 1 de Enero de 2022 volví a escribir a la organización, feliz porque Cristian cumplía la mayoría de edad en Agosto y la Maratón era en Noviembre. Sin embargo, por mucho que lo intenté no obtuve respuesta. Dice uno de los adagios del sabio refranero español que no hay mal que por bien no venga, y eso explica bastante bien lo que ocurrió. Mientras seguía enfrascado en localizar un contacto de la organización que me diese un poco de luz sobre la posibilidad de viajar con Cristian a la Gran Manzana tuve la oportunidad de acudir a la sede del Comité Olímpico Español a recoger un premio que la Revista Corredor daba a la Asociación Carros de Fuego. Otra evidencia más de que el “anything is possible” se cumplía: un tío como yo recogiendo una distinción en el COE (aunque no fuese para mí). Allí coincidimos entre otros con Abel Antón y Martín Fiz, que tenían previsto rememorar su gesta del año 1997. Hace veinticinco años que fueron campeón y subcampeón del mundo respectivamente en la maratón de Atenas, en una carrera que recuerda el recorrido de la primera maratón de la historia protagonizada por Filípides. Fruto de la emoción del momento y de mi poca vergüenza me lancé al charco y propuse a Martín la genial idea de acudir con un carro a  Atenas. Y sorprendentemente, Martín fue tan humano y cercano como lo había sido unos años antes cuando coincidimos con él en la media maratón de Sevilla. Aceptó el reto y me pasó su número de teléfono para ponerme en contacto con sus compañeras en Sportravel, la agencia de viajes con la que colaboran habitualmente.

      Sin entrar en excesivos detalles para no hacerlo eterno, las semanas y los meses pasaban sin que apareciese ningún patrocinador dispuesto a colaborar con el viaje al menos de Cristian y su familia a Atenas. Las puertas no se abrían, pero siempre había alguna a la que llamar. Mi amigo Alonso Pulido dice que si el plan A no funciona, debemos ir a por el B, a por el C, a por el D… y así hasta agotar todas las letras del abecedario. Yo añado de mi cosecha particular que cuando no funcione el plan Z podemos empezar a combinar letras, como ocurre con las matrículas de los coches. Lo importante no son las veces que te caes, sino las que te levantas. Ahí cuento con la ventaja de haber compartido muchos momentos con Cristian, un auténtico maestro de la superación y la resiliencia.

     Y cuando las fuerzas comenzaban a flaquear, como si me encontrase en el kilómetro treinta de la maratón, apareció ante mí un ángel de la guarda disfrazado de mi amigo Justo para ofrecerme la respuesta a mis preguntas. Apareció cuando menos lo esperaba, en el momento adecuado para ponerme en contacto con la persona adecuada que hiciese realidad el sueño de Cristian. Mejor imposible, como la película. Todo fluyó (sin que realmente yo fuese consciente del tema) hasta que el pasado 14 de Septiembre un mensaje en el buzón de voz de mi móvil dejaba constancia de que todo estaba resuelto y que Cristian y su familia podrían viajar a Atenas el fin de semana del 13 de Noviembre, gracias al Banco Santander, empresa también colaboradora del evento y de estos dos grandes atletas. Todo es posible, si no se deja de intentar. Una emotiva videollamada a esa familia tan especial que ya forma parte de mi vida dejó momentos inolvidables. Justo, no viviré lo suficiente como para darte las gracias.

       Y así, entre entrenamientos, nervios y otras pequeñas aventuras dentro de esta gran aventura los días fueron pasando hasta que en la madrugada del 11 de noviembre nos montamos en el coche de Cristian, cargados de ilusiones y de maletas, y nos fuimos para Madrid. Los días vividos en Atenas han sido la mejor evidencia imaginable de que cualquier cosa es posible. Compartir vuelo, comidas, alojamiento y carrera con dos leyendas vivas de la historia del deporte español como son Abel Antón y Martín Fiz puede parecer una utopía más que un sueño, pero si crees que todo es posible, y si no dejas de intentarlo, al final todo sale bien. Aprovecho para recordar otra frase que me enseñó mi amigo Alonso que dice que al final todo sale bien, y si no sale bien es que todavía no es el final.

      No quiero aburrir a lectores “no deportivos” con detalles sobre la carrera. El verdadero sentido de esta publicación es compartir mi lección sobre la posibilidad real de materializar los sueños. El “Anything is posible” que muchos detractores de “Mr. Wonderful” atacan por su interpretación literal debe entenderse en un sentido amplio y sobre todo debe ser usado para ser puesto en comparación con su opuesto: El “Impossible is nothing” que popularizó Muhammad Ali y que posteriormente Adidas tomó como slogan. Curioso, ¿no?

    Además del sentido “didáctico y motivador”, la publicación de este mes tiene una función claramente de gratitud. No puedo dejar pasar la oportunidad de dar las gracias a todos y cada uno de los que habéis puesto vuestro granito de arena para construir esta inmensa montaña. Decía la madre Teresa de Calcuta, en otra frase que me encanta, que “a veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota”. Aún a riesgo de no mencionar a muchas gotas de este inmenso océano, quiero dar las gracias especialmente a Cristian por ser el protagonista de este sueño, y haberme permitido formar parte de él. A su familia por ser un modelo inspirador para todos y por haber hecho la experiencia aún más inolvidable si cabe. A mi amigo Quinta, porque pudiendo ser un corredor de los buenos, ha preferido su carrera como impulsor y me ha llevado en volandas por este histórico recorrido, como hace siempre. A mi amigo Justo, porque como decía antes fue la pieza clave que abrió la puerta que jamás pensaba que se abriría. A todo el equipo del Santander, por habernos acogido de forma espectacular. A Abel y Martín y a todo su equipo, por la misma razón. A todos los capitanes, familiares, impulsores y miembros de la directiva de Carros de Fuego, por su apoyo constante e incondicional. No hemos de olvidar que el fin último de este sueño es visibilizar y normalizar la condición de estos chavales con diversidad funcional, para demostrar todo lo que pueden hacer. A nivel particular quiero agradecer a mi familia que son imprescindibles en todas estas locuras, porque sé que siempre están ahí, aunque no las compartan. Tampoco puedo olvidar a mi amigo Pako, que ha logrado sacar lo mejor de mí  para alcanzar en Atenas el mejor momento físico de mi vida, a pesar de mi edad. Gracias infinitas a todos, y disculpas a todo al que mi frágil memoria y el limitado tamaño de esta publicación hayan dejado fuera del agradecimiento expreso.

        No he encontrado mejor foto que esta representación de la alegría infinita tras cruzar la línea de meta. Y es que la maratón es una auténtica metáfora de la vida, dura pero bella.

      Como os dejaba caer antes, a pesar de la extensión de este mes, la aventura daría para casi escribir un libro. Nunca se sabe. Ya sabéis: “Anything is posible”.

     Muchísimas gracias por vuestro tiempo como siempre y volveré el mes que viene para despedir a este 2023 que ya se marcha…




martes, 11 de octubre de 2022

SALIENDO DE LA ZONA DE CONFORT, AUNQUE SEA A EMPUJONES…

             Vuelvo a tirar de metáfora deportiva en la publicación de octubre, aprovechando mi experiencia del primer día del mes. Hoy, para cambiar un poco el paso, comenzaré por el cuento que a veces suelo utilizar en mis narraciones.

Como esto va sobre salir de la zona de confort, no he encontrado mejor historia para ilustrarla que el suceso que ocurrió en la piscina repleta de cocodrilos de la mansión de un millonario. Cuentan que un excéntrico adinerado, en una de las típicas fiestas de la alta sociedad de la que era anfitrión, tuvo la feliz idea de prometer un premio sin límites a aquel que tuviese la osadía de lanzarse a la piscina y cruzarla luchando con los hambrientos reptiles. Aún no le había dado tiempo de finalizar la frase cuando un estruendoso grito finalizó en una zambullida. A partir de ahí, gritos, chapoteos, castañear de dientes de cocodrilo y toda una sinfonía de desagradables ruidos que finalizaron con la respiración entrecortada de un joven que salía arrastrándose por el otro extremo de la piscina con la ropa (y parte de la piel) destrozada a jirones. Con la cara desencajada por el esfuerzo y por el pánico, poco a poco fue incorporándose, con la mirada perdida en el otro extremo de la piscina.

Cuando el propietario de la piscina (y de los cocodrilos) llegó a su altura para concretar con él la definición de su premio, tuvo lugar una conversación similar a ésta:

- Enhorabuena, jovenzuelo. Toda una demostración de valentía y determinación que le ha llevado a pedir cualquier premio que pueda desear. ¿Una mansión, un yate, un coche exclusivo, quizás…?

El joven negaba con su cabeza, como clara muestra de rechazo a todo lo que le estaban ofreciendo.

 - ¿Dinero? ¿Una vuelta al mundo quizás? ¿Un viaje al espacio?

El joven continuaba negando, sin apartar la vista de la orilla de la piscina.

 - Entonces, ¿qué es lo que quieres? ¿A cambio de qué has puesto en juego tu vida?

- Lo único que quiero es saber quién ha sido el mal nacido (eufemismo) que me ha empujado a la piscina…”

¿Por qué se tiró el protagonista a la piscina? Resulta obvio. Porque lo empujaron. Posiblemente ese joven nunca hubiese sido capaz de cruzar la piscina sin ese empujón. Seguro que hubiese pensado que para él era algo imposible, y además ni siquiera lo hubiese intentado. Se sentía más que cómodo en su posición de privilegiado espectador, a la espera de que algún loco saltase y tuviese la oportunidad de disfrutar del espectáculo. Sin embargo, el empujón le llevó a cambiar de forma radical su status quo. Había llegado vivo al otro extremo de la piscina, y ahora una maravillosa oportunidad se abría ante sus ojos: pedir un deseo al excéntrico millonario, como Aladín con el genio de la lámpara.

Guardando las distancias, algo parecido fue lo que me ocurrió a principios de mes con la prueba deportiva en la que competí el día 1 de octubre, y en la que jamás hubiese imaginado participar. El Desafío Doñana es una prueba combinada, similar al triatlón, pero con algunas características que la hacen muy singular. 80 kilómetros en bicicleta, con salida y meta en la bella localidad gaditana de Sanlúcar de Barrameda, cruce del río Guadalquivir por su desembocadura y 20 kilómetros de carrera a pie por el inigualable entorno natural del Coto de Doñana. Destacan el cambio de orden de los segmentos (primero en bicicleta y después natación), el cruce de la desembocadura de un río en el sector de la natación, la carrera a pie por la arena de la playa en un escenario más que privilegiado, y sobre todo un sector de bicicleta, que a pesar de la distancia, se desarrolla en pelotón, y no de forma individual como es lo habitual en estas distancias. Es precisamente en este segmento donde se encontraban los cocodrilos que abarrotaban mi piscina mental. Acostumbrado a entrenar la bici siempre en solitario, me aterraba la idea de verme inmerso en un pelotón junto a trescientas personas (curioso, trescientos como el número de espartanos que liderados por Leónidas desafiaron al numeroso ejército del rey Jerjes en la sangrienta y épica batalla de las Termópilas, abandonando totalmente su zona de confort)

Acomodado como estaba en mi zona de confort deportivo, mi respuesta acerca de la carrera siempre era la misma: “Ni me planteo participar en una prueba en la que se nada después de recorrer 80 kilómetros en bicicleta a una velocidad de locos dentro de un pelotón”. Incluso me atrevía a presagiar alguna tragedia algún día, en base a las negativas experiencias que me llegaban de algunos acomodados también en la zona de confort. Las caídas en el  sector de bicicleta, la traicionera corriente del río y los temidos calambres en las piernas provocados por el orden de los dos primeros segmentos y por la superficie de la carrera a pie eran mis particulares cocodrilos más hambrientos y agresivos, destacando especialmente el de la bici, como comentaba anteriormente.

Una vez establecida la metáfora con los cocodrilos y la piscina, sólo queda ahora definir al bien nacido que me empujó, y al que tendré que agradecer siempre mi participación en esta prueba. Mi buen amigo y hermano de la vida Jesús Rey había disfrutado el año pasado el  Desafío Doñana 2021,  habiendo vivido una experiencia muy positiva. A lo largo de este pasado año, la vida se había encargado de golpearle fuerte, muy fuerte. Ya decía Silvester Stallone que nada golpea más fuerte que la vida, y Jesús puede dar fe de ello en sus últimos meses. Cuando me llamó pidiéndome que lo acompañase este año, no le pude (ni realmente le quise) decir que no. Se la debía, a él y sobre todo a la persona a la que él iba a rendir homenaje en la prueba.

Así que no tuvo que empujarme con fuerza. Bastó colocar su mano sobre mi hombro para lanzarme al agua, avisando a todos los cocodrilos que iba a por ellos, dispuesto a salir airoso por el otro lado de la piscina. Así que con menos horas de entrenamiento de las deseadas (los deportistas, por muy malos que seamos, siempre ponemos esta excusa por delante) me planté en Sanlúcar de Barrameda dispuesto a dejar atrás mi zona de confort. Sabía que si lo superaba, algo muy positivo estaría esperándome fuera. Una frase de George Addair que siempre me ha encantado, fácilmente adaptable a estas circunstancias, se grababa en mi mente como claro elemento motivador: “Todo lo que siempre has querido tener está al otro lado del miedo (fuera de tu zona de confort)”

Sin entrar en muchos detalles de la crónica deportiva, sólo quiero decir que los cocodrilos mordieron, y bien fuerte por cierto. Nada más comenzar a rodar (en un tramo por cierto neutralizado) con la bici, verme rodeado de tanta gente, a tanta velocidad, y sabiendo que las posibilidades de salir sano y salvo de allí estaban fuera de mi capacidad de control (algo que realmente ocurre en todos los ámbitos de la vida, pero que amplificamos y sentimos especialmente en condiciones complicadas) se encendieron todas mis alarmas mentales. Tal fue el nivel de ruido mental que estuve a punto de abandonar una prueba por primera vez  en mi vida, e incluso antes de la salida lanzada. Afortunadamente, mi “empujador” Jesús tuvo la habilidad suficiente para calmarme y adaptarse a mis circunstancias. Tras la salida lanzada me dispuse a luchar con todas mis fuerzas con mis cocodrilos mentales. La falsa seguridad que me daba rodar a cola del grupo cabecero (cola de león mejor que cabeza de ratón) con el arcén libre a mi derecha comenzó a regalarme confianza. Poco a poco mis negras previsiones sobre una posible caída (como decía Séneca, sufrimos más con lo que nos imaginamos que por lo que sucede en la realidad) que afortunadamente no llegó se fueron convirtiendo en confianza, seguridad y en diversión, siendo esto último lo que básicamente busco en el deporte.

La verdadera experiencia no radica en las casi cinco horas de prueba, sino en la enseñanza adquirida, aplicable a todos los aspectos de la vida. Éste es uno de los principales valores del deporte. Lo que aprendes practicándolo lo puedes aplicar en tu día a día, y la intensidad de la experiencia hace que se quede grabados a fuego y que no se olvide. La satisfacción y el bienestar experimentados al cruzar la línea de meta justificaron con creces los mordiscos y arañones que me llevé al dejar atrás la zona de confort. La lección ya la sabía a nivel de teoría, pero tenía que vivirla para interiorizarla. Dentro de esta zona se está cómodo, como su propio nombre indica, pero las cosas más maravillosas suceden cuando la traspasamos. Y si nuestros miedos atenazan nuestros músculos y no nos permiten saltar fuera, siempre es aconsejable una mano amiga que nos lance al vacío. Leí una vez que cuando la vida te empuja al borde del precipicio, en realidad sólo te está dando la oportunidad de que aprendas a volar.

Como foto que ilustra la publicación de este mes, una instantánea de la prueba en la que se me ve a años luz de mi zona de confort, disfrutando e incluso tirando del pelotón como si llevase toda mi vida haciéndolo. Momentos antes, estaba con la cabeza hundida en el manillar, y los brazos más tensos que los tirantes de un puente. Jesús, mi "empujador" oficial parece sorprenderse y disfrutar igual que yo por mi evolución en tan solo unos minutos.

Gracias por vuestro valioso tiempo como siempre. Como consejo final (aunque tengo muy claro que no soy nadie para darlos) salten al vacío y dejen atrás la aburrida zona de confort. Y si no pueden hacerlo por sí mismos, que alguien les empuje. Se lo agradecerán eternamente, estoy seguro.

El mes que viene, si todo va bien, prometo volver con otra lección del deporte, posiblemente de las mayores que me ha dado en todo el tiempo que llevo practicándolo.



jueves, 15 de septiembre de 2022

DELEGANDO, QUE ES GERUNDIO...


                Llegó el mes de Septiembre, el de la vuelta al cole, al trabajo a la odiada y a la vez amada rutina. En una especie de Año Nuevo, volvemos con las pilas cargadas para encarar esos cuatro últimos meses que nos quedan antes de finalizar el año. Septiembre es para muchos el mes de los buenos propósitos (de hecho es, junto con el mes de Enero  el mes récord de matriculaciones en la mayoría de los gimnasios, aunque no el de mayor asistencia), el de comenzar el curso escolar que finalizará de nuevo a las puertas de esas añoradas vacaciones que la mayoría ya hemos dejado atrás, el de esas colecciones “incoleccionables” que empiezan con una entrega a precio casi simbólico para posteriormente convertirse en un gasto poco menos que inasumible.

                En mi caso particular Septiembre de 2022 será un mes muy especial. La vuelta al cole (más bien la entrada en la Universidad) supone para mi hijo Pablo el inicio del camino de su independencia. Aunque estará cerca y nos visitará con bastante frecuencia (espero) seguro que su marcha será un importante cambio en nuestras vidas. Y pensando en este adiós he estado reflexionando sobre una frase de Johann Wolfgang von Goethe (según Wikipedia un escritor alemán perteneciente al romanticismo, que leí una vez y que me encantó: «Solo hay dos legados duraderos que podemos esperar dar a nuestros hijos. Uno de ellos es raíces, el otro, alas». Esta frase, tan bonita de escuchar (al menos a mí me lo parece) creo que resume a la perfección la difícil tarea de ser padre. Las raíces le proporcionarán estabilidad, conexión con la tierra, tan necesaria para saber quiénes son y de dónde vienen. Acerca de las raíces también creo que he mencionado en alguna ocasión el relato del bambú japonés, que sirve como metáfora perfectamente aplicable a la satisfactoria pero a la vez difícil tarea de educar a nuestros hijos. A continuación os la dejo:

"Hay algo muy interesante que sucede con el bambú japonés y que nos enseña una importante lección. Cuando un cultivador planta una semilla de este árbol, el bambú no crece inmediatamente por más que se riegue y se abone regularmente.

De hecho, el bambú japonés no sale a la superficie durante los primeros siete años. Un cultivador inexperto pensaría que la semilla es infértil, pero sorprendentemente, luego de transcurridos estos siete años, el bambú crece más de treinta metros en solamente seis semanas.

¿Cuánto podríamos decir que tardó realmente en crecer el bambú? ¿Seis semanas? ¿O siete años y seis semanas? Sería más correcto decir que tardó siete años y seis semanas. ¿Por qué?

Porque durante los primeros siete años el bambú se dedica a desarrollar y fortalecer las raíces, las cuales van a ser las que luego de estos siete años pueda crecer tanto en solamente seis semanas. Además, si en algún punto en esos primeros siete años dejamos de regarlo o cuidarlo, el bambú muere".

                ¿Cuántas veces durante la vida de nuestros descendientes nos desesperamos porque todas nuestras lecciones (nuestros riegos, abonos y cuidados) parecen caer en saco roto? Sin embargo, llega un día, en que casi sin advertir cómo el suelo se está resquebrajando, esa semilla explota y la planta crece mucho más allá de lo que nosotros hemos sido capaz de crecer.

                Y hablando de crecer aún más que nosotros vuelvo a la frase de Goethe. Porque no sólo debemos dejar raíces en herencia, también alas. Y la función de las alas es permitirles volar más alto de lo que jamás lo hicimos nosotros. En mi caso en particular, no sé cómo han sido las raíces que haya podido dejar, pero tengo claro que sus alas son mucho mejores que las mías. Recién cumplida su mayoría de edad, Pablo ya ha llegado mucho más lejos que su padre en muchísimos aspectos, y estoy seguro que lo mejor le está por llegar…

                A estas alturas de la publicación, muchos os preguntaréis que tiene que ver el título de este mes (“Delegando que es gerundio…”) con los hijos, con el bambú y con Goethe. En mi caso, creo que bastante. Dejar volar a los hijos cuando llega su momento es lo más parecido a delegar, incluso teniendo en cuenta que se trata de vivir la importante tarea que estamos delegando.

                Esta vez, en lugar de acudir a la RAE como hago habitualmente, voy a tomar la definición del Oxford Language, que me gusta más: “Dar [una persona o un organismo] un poder, una función o una responsabilidad a alguien para que los ejerza en su lugar o para obrar en representación suya.” Reconozco que me llamaron poderosamente la atención las palabras poder y responsabilidad juntas en la misma frase. No pude evitar acordarme del principio de Peter Parker, en el que Spiderman  confirma que “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Principio, que por cierto, proviene del siglo I a.C. como parte integrante de la leyenda de la Espada de Damocles. Dejando a un lado consideraciones históricas, éste quizás sea uno de los principios esenciales de la delegación. Estamos dando poder a la otra persona para que actúe de nuestra parte, pero también le estamos cediendo la responsabilidad y la autonomía para llevar a cabo la tarea delegada. Esa cesión de responsabilidad puede considerarse incluso como temporal, porque si la delegación no sale bien, la responsabilidad volverá como un boomerang hacía nosotros para responder por ello.

                La delegación tiene dos implicaciones principales:

-          La posibilidad que los delegantes puedan optimizar su rendimiento, dedicándose a tareas de mayor nivel al liberar su tiempo con las tareas delegadas.

-          La confianza que transmitimos a nuestros delegados al ceder nuestras funciones para que actúen en nuestro lugar.

Rendimiento y confianza son dos pilares básicos de la  vida, no solo profesional, sino también de la personal, de ahí la importancia del tema.

Como puede deducirse de la introducción, la publicación está más enfocada en la vida personal que en la profesional. En mi caso particular, la independencia (relativa, porque seguirá estando relativamente cerca) de mi hijo supone el culmen a este proceso de delegación. Delegación de vida, porque al fin y al cabo, le estoy dando el poder, la función y la responsabilidad de vivir por su cuenta. De volar, de usar esas alas que son de las pocas cosas que se llevará como herencia. Confío ciegamente en que lo hará muchísimo mejor de lo que lo ha hecho su padre, mejorando así la especie. Como dice un amigo mío, no pretendo dejar un mejor mundo a mis hijos, pero si intentaré dejar mejor hijos a este mundo.

Delegar en cierta medida duele, y creo que mucho más en lo personal que en lo profesional, pero también gratifica. En mi caso particular, la balanza se inclina hacia el lado positivo, y la gratitud y la satisfacción por verlo volar es mucho mayor que el dolor que siento al no tenerlo a mi lado.

Acompaño la publicación con una imagen cargada de significado para mí. Por primera vez en su vida, Pablo no pasaba las vacaciones con nosotros. Se iba de voluntario a unas colonias para atender a niños en circunstancias especiales y ya comenzaba a volar para hacernos el cuerpo a lo que vendría después. Junto a su equipaje, su inseparable guitarra, con la que llenará de música y alegría a todos los que tengan la fortuna de acercarse a él.

Muchísimas gracias a todos por vuestro tiempo en la lectura, espero que lo disfrutéis, y que lo compartáis si hace falta, pero sin llegar a delegarlo.

Nos vemos en Octubre, encarando ya este último trimestre del 2022 que empieza a languidecer.



               

 

martes, 9 de agosto de 2022

DESCANSAR, DESCONECTAR, DISFRUTAR … Y REFLEXIONAR

                 Repito tema en la publicación del mes de Agosto, por las especiales características de este mes. El tradicional mes de las vacaciones para casi todos (entre los que no me  incluyo, porque mi filosofía vital me lleva a no dejar para mañana lo que puedo hacer hoy y cuando llega este mes ya casi siempre las he disfrutado). 

                Buscando un título para la publicación de este mes me llegó un correo de mi Maestra de Mindfulness Cristina Jardón (me gusta mucho más el término “maestra” que el de “profesora” porque me evoca emociones aún más positivas) Hablaba de desconectar, descansar y disfrutar, verbos en los que había pensado como hilo conductor del post de este mes, pero al que he querido unir la interesante acción de reflexionar.

                Comenzaremos hablando de descanso. Para intentar ser lo más objetivo posible, me ayudaré de la definición de la RAE para este término, como hago otras veces. En su acepción segunda, el descanso se define como la “la causa de alivio en la fatiga y en las dificultades físicas o morales”. Sólo con ser la medicina para reparar nuestras dificultades físicas o morales ya está suficientemente justificado, pero además creo que el descanso es una necesidad vital. Como seres imperfectos, no estamos diseñados para un desempeño 24x7. Necesitamos descansar para vivir, algunos más que otros. Y no sólo las horas de sueño diario, sino algunas más. Aunque los que tengan la fortuna o necesidad de dormir ocho horas al día pasen un tercio de su vida durmiendo, ese descanso no es suficiente. Pero quedémonos con el sueño. Estudios médicos confirman que un efecto directo de la falta de sueño es la disminución de nuestra atención y capacidad de concentración. Otra vez la vida y sus paradojas: para rendir a tope, debemos descansar lo necesario. Este axioma  vital se cumple estrictamente en el ámbito deportivo. El famoso menos es más se aplica en todas las parcelas de la vida. Sobreentrenar física o mentalmente implica un descenso del rendimiento inmediato, y lo que es más grave, la posibilidad cierta de lesiones o enfermedades.

                Los que practicamos deportes, especialmente de resistencia, sabemos bien de lo que hablamos. El descanso es fundamental para progresar. Y no sólo en pruebas en las que pasamos varias horas desempeñando actividad física (y también mental). A lo largo de todos los años de mi vida que pasé encerrado entre las cuatro paredes de un gimnasio, de las cosas que más me acostó aprender fue que el músculo crecía mientras descansábamos, no mientras entrenábamos. No sólo la hormona del crecimiento se genera mientras dormimos, también las conexiones neuronales se reponen y regeneran en las horas de descanso. Los que tengáis el mérito de leerme habitualmente ya conoceréis las historias del leñador y del conductor de fórmula uno. Para  los que no las conozcan las reproduzco a continuación, que tienen mucho que ver con el descanso.

                La primera va sobre un leñador que comienza a trabajar en una empresa de tala de árboles. Aunque era la primera vez que lo hacía, sus registros asombraban a propios y extraños, estando su rendimiento muy por encima de los mejores trabajadores con bastante más experiencia que él. Parecía haber nacido para ello. Sin embargo, tras unos primeros días espectaculares, su rendimiento fue cayendo en picado. Totalmente desmotivado, y sin encontrar  una causa que explicase esta situación, fue a hablar con su encargado para renunciar a su trabajo. Cuando le explicó lo que le estaba sucediendo, éste le contestó con una pregunta reveladora: ¿Cuándo fue la última vez que afilaste el hacha?

                La segunda tiene menos prosa que la anterior y es más una pregunta para hacernos reflexionar. ¿Qué pensaríamos de un conductor de fórmula uno que no se detiene a repostar combustible para no perder tiempo y seguir dando vueltas al circuito?

                Ambas metáforas son perfectamente aplicables a nuestra vida personal y profesional, o afilamos el hacha y paramos a repostar combustible, o el hacha dejará de cortar y el vehículo dejará de funcionar. No queda otra.

                Hablemos ahora de desconexión, en íntima relación con el descanso. En nuestra avanzada cultura occidental, no hacer nada ha sido considerado tradicionalmente como un pecado. En una sociedad súper digitalizada y dependiente de la tecnología, no hacer nada (lo que incluye no mirar el móvil, por ejemplo) es algo que  aunque nos saca totalmente de nuestra zona de confort, tiene efectos muy positivos sobre nuestro cuerpo y nuestra mente. En otras culturas, como la china (concretamente en la filosofía taoísta) existe incluso la llamada cultura de la inacción o “Wu wei”. Defiende no forzar situaciones, optando por las acciones que requieren menos esfuerzo y se adaptan mejor a las circunstancias. Siglos después, Sir Charles Darwin defendía que las especies que sobreviven son las que mejor se adaptan. Algo tendrá que ver.               

                Con este planteamiento no estoy defendiendo la vaguería en absoluto. Únicamente estoy intentando balancear las dos radicales posturas de no hacer nunca nada con la de estar haciendo algo siempre, puesto que las dos tienen consecuencias negativas. Buscando información para esta publicación, he leído que el aburrimiento (que suele surgir de la desconexión) es la semilla de la creatividad. Un estudio realizado por dos psicólogas (Gasper y Middlewood) demostró que la creatividad se alimenta en periodos de aburrimiento. Se enciende la señal de que el entorno no es satisfactorio  y buscamos hacer algo interesante que nos ayude a salir de ahí. Esa búsqueda favorece el encuentro de nuevas conexiones, algo básico en el proceso creativo.

                De las tres acciones que encabezan el título de la publicación es el verbo disfrutar el que debería formar parte de cada segundo de nuestras vidas, y no ser patrimonio exclusivo de los periodos de descanso. Vivir el momento, ser fiel al Carpe Diem, debería ser de cumplimiento obligado. La vida es demasiado corta como para no disfrutarla. Y si hay que escoger ¿hay mejor momento para hacerlo que cuando estamos descansados?

                En mi caso particular, descansar, desconectar y disfrutar me es de gran ayuda para reflexionar. No sé si fruto de la creatividad que al parecer se potencia, pero suelo aprovechar estos momentos para analizar mi vida con mayor claridad. De dónde vengo, dónde estoy y dónde voy, básicamente. Es una de mis formas de afilar el hacha, o de echar combustible. Y como decía en mi publicación anterior, de reflexionar para tomar decisiones difíciles, en busca de una vida más fácil.

                Intento abreviar un poco este mes, para dejaros más tiempo libre. Descansad, desconectad, disfrutad y reflexionad si queréis. Nos vemos en Septiembre.



jueves, 21 de julio de 2022

HARD CHOICES, EASY LIFE; EASY CHOICES HARD LIFE… (DECISIONES DIFÍCILES, VIDA FÁCIL; DECISIONES FÁCILES, VIDA DIFÍCIL…)

        Título en inglés para la publicación de este mes de Julio, un mes en el que algunos celebramos aniversario de vueltas al sol, en el que otros disfrutan de sus vacaciones y en el que la mayoría sufrimos de los efectos de las altas temperaturas.

        Uso el original en la lengua de Shakespeare para respetar la frase de Jerzy Gregorek, campeón olímpico polaco que en 1986 llegó a Estados Unidos junto a su mujer Aniela como refugiado político. Su vida es fiel ejemplo de la filosofía estoica, una corriente sobre la que ya he escrito en alguna ocasión en este diario (más bien “mensuario”) público de reflexiones. Como dijo una vez Yousuf Karsh, fotógrafo armenio que también tuvo que vivir experiencias traumáticas en el genocidio llevado a cabo en su país: “el carácter como una fotografía, se desarrolla en la oscuridad”. O como dice nuestro sabio refranero: “Ningún mar en calma hizo experto a un marinero…”

Esta aceptación de la realidad, esta capacidad de asumir decisiones difíciles con la esperanza  puesta en una vida mejor nos lleva a uno de los principios de la  filosofía estoica, el de aprender a distinguir lo que está bajo nuestro control de lo que no lo está. Y una vez alcanzada esta distinción, enfocar nuestras energías sólo en aquello que podemos controlar. Parece fácil, lleno de sentido común y  coherente, pero en la práctica vaciamos nuestros limitados depósitos energéticos en intentar cambiar cosas que quedan muy lejos de nuestra capacidad de control.

La pregunta previa sería ¿qué es lo que realmente podemos controlar? Parece claro que nada de lo que ocurre fuera de nosotros. El clima, el tráfico, la paz mundial, el comportamiento y las reacciones de los demás… Pero ¿y lo que ocurre dentro de nosotros? ¿Podemos controlar totalmente nuestras emociones, nuestras sensaciones, nuestros pensamientos, nuestra salud? Obviamente podemos influir en ello, pero controlar, lo que se dice estrictamente controlar, me temo que no. Si asumimos esta realidad tanto interna como externa, estrictamente incontrolable, sólo nos queda el control sobre nuestra reacción a lo que nos sucede y sobre las decisiones que tomamos al respecto. En otras palabras, no podemos controlar lo que sucede (ni dentro ni fuera de nosotros) pero tenemos la posibilidad (y casi la obligación diría yo) de reaccionar libremente a lo que sucede y de decidir qué hacemos con elllo. En palabras de Víctor Frankl, uno de los más grandes filósofos de todos los tiempos: “Entre estímulo y respuesta hay un espacio. En ese espacio está nuestro poder de elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta yace nuestro crecimiento y nuestra libertad”. Casi “ná”… Epicteto, otro estoico que pasó de ser esclavo a uno de los filósofos más influyentes de su tiempo decía que “No es lo que te ocurre, sino como reaccionas, y lo que aprendas de ello lo que importa”.

Pero volvamos a la vida de Gregorek y al tipo de decisiones que tuvo que tomar en su vida en busca de una existencia mejor. Bombero de profesión, en la Polonia de los 80 se vio obligado por el gobierno comunista a reprimir con dureza a sus compañeros del movimiento Solidaridad, del que era simpatizante. Muchos continuaríamos con nuestro trabajo apelando a la necesidad de mantenerlo y haciendo algo que va en contra de nuestros principios. Gregorek no, renunció al trabajo y con ello a su única fuente de ingresos. Podía haber renunciado a sus convicciones políticas en un país en el que se les perseguía duramente, pero tampoco lo hizo. No sólo tuvo que dejar su trabajo, también su país para comenzar totalmente de cero en Estados Unidos. Decisiones muy difíciles, pero que finalmente le llevaron a una vida de gloria deportiva con cuatro títulos olímpicos en levantamiento de pesas y un reconocimiento que jamás hubiese alcanzado trabajando de bombero. La historia de Gregorek nos pone de manifiesto la necesidad de tomar las riendas de nuestras vidas, de tomar decisiones difíciles y muchas veces incomprensibles para otros en aras de una vida mejor. Epicteto (otra vez) lo dejó claro con una de sus profecías: “Ya no eres un adolescente, sino un adulto. Por lo tanto, si continúas siendo negligente y perezoso, y siempre aplazas las cosas añadiendo más excusas, posponiendo el día en que te dedicarás a ti mismo, se te pasará la vida sin darte cuenta y haber progresado, y seguirás siendo del vulgo hasta el día de tu muerte.”

El tema de las decisiones da para mucho. En 2013 en Estados Unidos se llevó a cabo un estudio con más de 20.000 participantes. Básicamente se trataba de “preguntar”  a una página web sobre la decisión a tomar (¿Cambio de trabajo?, ¿Continúo con mi pareja?, ¿Es el momento de tener un hijo?...)  Una moneda virtual, de forma totalmente aleatoria, aconsejaba sobre el camino a tomar, quedando la decisión final en manos del participante.  Según este estudio, las decisiones más difíciles son las que implican mayores  cambios, como algunas de las incluidas en el paréntesis anterior. Pero el verdadero objetivo del estudio no era ése. Al contactar con los “decisores” cierto tiempo después, los más felices resultaban ser los que habían elegido el sí y habían afrontado cambios importantes en sus vidas (decisiones difíciles, vida fácil… o feliz). El estudio sirvió para cuestionar lo que en psicología se denomina “sesgo del status quo”, por el que las personas suelen rechazar decisiones que le provoquen grandes cambios para evitar afrontar las consecuencias negativas que puedan conllevar. Algo así como más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Como dice mi amigo Alonso Pulido, merece la “alegría” asumir el riesgo, salir de nuestra zona de confort y tomar decisiones difíciles en la búsqueda de una vida mejor.

Si asumimos que tomar decisiones difíciles nos llevará a una vida mejor, a continuación algunos consejos que nos pueden facilitar esa toma de decisiones, según apuntan los psicólogos.

ü  Cambiar los pensamientos para cambiar las emociones. En la medida que podamos cambiar nuestras percepciones sobre el resultado del cambio, anticipando lo positivo, nos colocaremos en una actitud mental más adecuada para tomar esa difícil decisión.

ü  Persistir, y nunca abandonar hasta conseguir lo que buscamos. Siendo resilientes, las posibles adversidades que nos genere la nueva situación se convertirán en lecciones de vida que nos harán avanzar por el camino del crecimiento personal.

ü  Atención plena, aquí y ahora. Este omnipresente consejo, válido no sólo para la toma de decisiones, nos proporcionará una mayor calidad de vida. Seguro que mis amigos Cristina Jardón y Eloy Doncel lo acreditan, como demuestra su programa “Search Inside Yourself”

ü  Gratitud y humildad. Ser humildes en nuestros planteamientos nos llevará a imaginar objetivos alcanzables. Aunque hay que pensar a lo grande, siempre es mejor mantener los pies en el suelo e ir avanzando poco a poco. Ahora bien, cualquier logro conseguido, por pequeño que sea, debería ser suficientemente agradecido. La gratitud es otro de los ingredientes indispensables de una vida feliz, junto con las decisiones difíciles.

ü  Compartir. La felicidad es de las pocas cosas que se multiplica cuando se reparte. Esta afirmación es un criterio fundamental que debe guiar nuestras decisiones. Como me enseñaron mis amigos de la Fundación Olivares, cuando ayudas a los demás, recibes muchísimo más de lo que das.

Por si nos sirve de refuerzo positivo de cara a la toma de decisiones importantes, no debemos obviar que las personas somos básicamente “homos decisoris”. Hay estudios que confirman que tomamos una media de 35.000 decisiones diarias, lo que hace una media de unas 2.000 a la hora si estimamos un sueño medio de siete horas. Todo en nuestra vida es una decisión, desde que damos el primer salto de la cama, hasta que decidimos volver a ella. Entre medias, decidimos que ropa ponernos, con qué nos alimentamos, qué camino tomamos hasta el trabajo, qué ejercicio hacemos, e infinidad de decisiones más. Por tanto, la falta de entrenamiento no debería ser una excusa de cara a la toma de decisiones importantes.

Para complicar un poco el tema, la teoría de los universos paralelos defiende, que en base al carácter infinito del espacio, existen infinitos planetas habitados, donde nuestros teóricos gemelos viven una vida complementaria a la nuestra en base a las infinitos caminos que vamos descartando con las decisiones que vamos tomando. En algún Universo Paralelo, hay un Antonio que no escribe mensualmente ese blog posiblemente por el miedo al qué dirán. Me resulta difícil entenderlo y expresarlo, imposible obviamente de explicarlo, pero no quería dejar pasar la oportunidad de citarlo.

Siempre me gusta aportar parte de mi experiencia vital a estas publicaciones para hacerlas más directas. En mi caso particular, en Diciembre de 2001 tomé una de las decisiones más difíciles que he tomado en mi vida. Con mi mundo interior zarandeado tras el reciente fallecimiento de mi padre, con una importante crisis de identidad profesional porque no creía en lo que hacía, la oportunidad de un cambio importante apareció en mi horizonte. Era cambiar mi estabilidad como director de banco, con un futuro prometedor y con una esperanza de jubilación anticipada por una vida llena de riesgos. Pocos de los que me rodeaban entendieron esta difícil decisión. Era cambiar mi posición de director de oficina de una de las Cajas de Ahorro líderes del mercado andaluz por un puesto de director financiero en una constructora pequeñita, con una situación relativamente complicada. Afortunadamente mi familia y mis jefes directos me brindaron todo su apoyo y esta decisión difícil me regaló una de las etapas profesionales (y personales) más brillantes de mi vida. Hoy, mirando hacia atrás como decía Steve Jobs, puedo observar como los puntos se unen de forma magistral para dar sentido a todo. Y es que parece que el Universo, al igual que el abuelo, tiene un plan. Ahora puedo volver a ver la misma película protagonizada por mi hijo. A sus recién cumplidos dieciocho años, le llega la hora de tomar decisiones difíciles. Espero y deseo con todo mi corazón que le lleven a una vida de plenitud.

Gracias como siempre por vuestro tiempo. Este mes me he extendido un poco más. Consecuencias de tener más tiempo libre. No obstante, vuestra es la decisión de leerlo hasta el final. Que tengáis un gran mes de Agosto en el que toméis decisiones difíciles que hagan vuestra vida más fácil. Gracias.

 


domingo, 26 de junio de 2022

PEOPLE FIRST (LAS PERSONAS PRIMERO, POR FAVOR)

             Este mes me ha costado más de lo habitual encontrar tema para reflexionar y escribir sobre él en mi publicación mensual. Puede que el depósito mental de ideas se me esté agotando y que la inminente llegada de las vacaciones esté haciendo de las suyas en lo que a falta de creatividad se refiere.

Con el radar desplegado por si detectaba algo que me pudiese parecer interesante me llegó una interesante noticia sobre un ingeniero de Google que acababa de ser despedido por difundir unas “conversaciones” con LaMDA.  Esta “herramienta” denominada “Modelo del Lenguaje para Aplicaciones de Diálogo” es un software que intenta mejorar la comprensión del lenguaje natural por parte de la Inteligencia Artificial. Cuestiones legales y laborales al margen, esta noticia nos acerca a un mundo ya existente que anteriormente era patrimonio casi exclusivo de las películas de ciencia ficción. El temido ”Skynet” de la saga Terminator parece haber llegado para quedarse.

En el caso que nos ocupa Blake Lemoine, que así se llama el ingeniero despedido, fue capaz de encontrar “sentimientos” en conversaciones con los servidores donde se alojaba LaMDA. Una vez más, la capacidad creativa del ser humano y sus inventos van muy por delante de las cuestiones éticas  y legales que se plantean al respecto. Los algoritmos desarrollados (inicialmente por personas) pretenden dotar a las máquinas de capacidades similares a las del ser humano, imitando su comportamiento. Esto que nos parece casi ciencia ficción ya está presente en muchos aspectos de nuestro día a día, como el reconocimiento facial en los móviles, las súper famosas Siri y Alexa, y la multitud de chatbots cada vez más presentes en los servicios de atención al cliente de un número creciente de empresas. Esta explosión de inteligencia artificial que alcanza a casi todos los sectores ha provocado la necesidad urgente de legislar al respecto. En este sentido, la unión europea propone un ámbito legal que debería regirse por estos seis principios:

·         Los robots deberán contar con un interruptor de emergencia para evitar situaciones de peligro.

·         No podrán hacer daño a seres humanos.

·         No podrán generarse relaciones emocionales.

·         Será obligatoria la contratación de un seguro para dar cobertura a daños que se pudiesen generar, que deberán ser asumidos por los dueños de los robots.

·         Se clasificarán legalmente sus obligaciones y derechos.

·         Las máquinas tributarán a la Seguridad Social.

                Cada uno de los principios da juego para una publicación de lo más interesante. En este caso, parece que el tercero ha sido la causa que ha dado origen al controvertido despido. Parece que en la película de Terminator se olvidaron lo del interruptor, y en cuanto a lo de no hacer daño a seres humanos mejor no comentarlo…

 Toda esta extensa introducción no tiene otro objetivo que abonar el terreno para  presentar mi teoría sobre la importancia creciente de las personas en este futuro inmediato de máquinas que ya está aquí.

                Recientemente he tenido la oportunidad de disfrutar de un intenso viaje de trabajo a unos lejanos países que en principio quedaban fuera de mis pretensiones turísticas. A pesar de que soy de los que piensan que cualquier destino es bueno porque los lugares desconocidos y sobre todo la gente siempre pueden sorprenderte favorablemente, reconozco que jamás me hubiese imaginado paseando por allí. Y han sido sus gentes las que me han cautivado realmente. En un mundo cada vez más digitalizado, donde la reciente pandemia ha supuesto un importante impulso a todos esos verbos acompañados del  prefijo “tele” la relación entre las personas me parece cada vez más decisiva. Aunque cualquier cosa es posible, como reza el lema de nuestra compañía, tengo mis dudas de si un robot, incluso teniendo la posibilidad de mostrar algo parecido a lo que entendemos como emociones, podrá alguna vez emular una sonrisa sincera, una lágrima de emoción o un abrazo “apretao”.

                Estos casi dos años de excedencia obligada del contacto físico habitual nos han servido entre otras cosas para echar de menos las reuniones físicas, las visitas presenciales, las asistencias a ferias… todas esas cosas a las que estábamos tan acostumbrados (y cansados a veces) que pensábamos que nunca las llegaríamos a añorar. Por eso creo firmemente que en un mundo donde la inteligencia artificial se introducirá en la práctica totalidad de los campos, en el que los robots ocuparán multitud de puestos de trabajo, y en el que la vida diaria será lo más parecido a una película de ciencia ficción, las personas seremos cada vez más importantes, porque nos podremos dedicar a actividades más elevadas y crecer en nuestro desarrollo. De hecho, uno de los puntos que busca la unión europea es que las máquinas tributen a la Seguridad Social, lo que podría favorecer nuestra jubilación anticipada y nuestra dedicación a tareas más contemplativas (modo ironía on)

                Espero que esta publicación (más corta de lo habitual, puesto que es fruto de mi limitada inteligencia natural y no de la artificial) haya despertado vuestro interés y os haga al menos reflexionar. Muchísimas gracias a todos por vuestro tiempo y como diría el protagonista de la peli ya nombrada en anteriores ocasiones (como habréis tenido ocasión de comprobar el gran Arnold ejerció una poderosa influencia en mis años mozos): “Volveré…” (para Julio, espero).





lunes, 16 de mayo de 2022

LA CHIRIGOTA: ORGANIZACIÓN MODELO DE ALTO RENDIMIENTO

Corría el mes de Marzo de 2018, cuando gracias a la insistencia del equipo comercial de APD, decidí inscribirme a una de las sesiones de formación más impactantes que he podido disfrutar en mi vida.

      El programa de entrenamiento en “Desarrollo de cultura de alto rendimiento en la dirección de personas”, impartido magistralmente por Antonio Garrido como director supuso un verdadero “zarandeo” mental que me hizo replantearme muchas cosas a nivel profesional y también personal.  

    Una de las cosas que más me sorprendió en la primera sesión es que Antonio definía a la “chirigota” como una organización modelo de alto rendimiento, aunque de rentabilidad mínima, porque como bien dice, el mercado no lo paga.

Antonio daba las siguientes claves en la identificación de una entidad de alto rendimiento, todas ellas (y alguna más) presentes en la agrupación chirigotera:

·          Disciplina con los ensayos.

·          Creatividad e innovación.

·          Divertirse trabajando.

·          Coordinación perfecta.

Mi relación con el Carnaval gracias a mi hijo Pablo, como bien sabéis los que me conocéis, ayudó a que se despertase en mí una curiosidad especial al respecto. Maya Angelou, conocida escritora y activista estadounidense, decía que “la gente olvidará lo que dijiste, olvidará lo que hiciste, pero nunca olvidará cómo la hiciste sentir”. Así que puestos a recordar, me propuse como objetivo vivirlo y sentirlo desde dentro, para hacer también sentir “cositas” a los demás.

Hay un tema que aparece en la cúspide de esta organización y que también está en relación directa con un concepto que también pude aprender en esta formación de Antonio: el círculo de oro de Simon Sinek. Estas organizaciones, que colocan el interés por las personas en su punto álgido, destacan porque más importante aún de lo que hacen, que en el caso de una chirigota es teóricamente cantar y actuar; ni el cómo lo hacen, en algunos casos con un arte espectacular y a gran nivel, en el mío particular mejor lo obviamos, lo verdaderamente importante es por qué lo hacen. El fin básico de una chirigota es hacer reír. Y con este noble propósito, las chirigotas se lanzan a la calle. Decía Vivien Leigh, la doblemente oscarizada actriz británica que “la comedia era mucho más difícil que la tragedia, y requería de un entrenamiento mucho mejor. Es mucho más fácil hacer llorar a la gente que hacerla reír”.

El gran Antonio decía también (siento por hacerle spoiler del programa, pero sólo espero que sirva para que más gente entre a formar parte del selecto club de antiguos alumnos del mismo) que el sentido del humor es uno de los más fuertes motivadores de la conducta humana. Concretamente, se coloca en segundo lugar, por detrás del dolor y todos sus derivados (miedo, culpa…)

También dicen que olvidamos lo que leemos, lo que oímos, pero nunca olvidamos cómo nos hacen sentir pensé que la mejor forma de comprobar esta teoría de mi Maestro Antonio era practicando una inmersión real en el mundo de la chirigota. Aunque la palabra “cantar” queda fuera del alcance de mi diccionario particular de habilidades, el hecho de que este año mi hijo Pablo por circunstancias excepcionales fuese a formar parte como guitarra de la chirigota de adultos del Centro Carnavalesco Ibarburu de Dos Hermanas me hizo ver que el momento era ahora o nunca. Mi primera vez (posiblemente la última en vista del desempeño particular, porque que una organización sea de alto rendimiento no implica que todos sus integrantes lo sean) tenía que ser junto a Pablo, en una experiencia que jamás olvidaría.

Pero pasemos a incorporar mi experiencia personal al respecto, comentando y ampliando los puntos que Antonio nos anticipaba en su formación.

·          Disciplina con los ensayos. En nuestra agrupación, los ensayos tenían lugar los martes a las diez de la noche. Bueno, ésa era la hora de inicio, porque si hay algo que no conseguimos alcanzar fue el principio de la puntualidad preventiva que también caracteriza al alto rendimiento. De todas formas, y creo que puedo hablar por la mayoría de mis compañeros, salvo caso de fuerza mayor, la asistencia era masiva, y no suponía ninguna obligación en absoluto. Nuestra particular terapia psicológica tenía lugar los martes a esa hora. Por muy dura que estuviese resultando la jornada, los problemas se quedaban enganchados a la puerta de la Peña y todos salíamos de esa sala de ensayo con una sonrisa de oreja a oreja.

 ·        Creatividad e innovación. Éste es uno de los puntos fuertes de este tipo de organizaciones. Sólo con el desarrollo de músicas y letras, actividad de la que todos (o la mayoría) se hacen partícipes la fuente de nuevas ideas que se generan es inagotable. Con una originalidad infinita, cualquier suceso puede tomar forma de pasodoble, cuplé o cuarteta de popurrí. Un compañero que trabajó en tiempos en la SGAE, me confirmaba que la creatividad que emana del carnaval gaditano no tiene parangón. Algún que otro estudio se puede encontrar por Internet al respecto. Hay ejemplos prácticos de letras creadas prácticamente de un día para otro, para replicar a otra agrupación o para tratar algún tema de ultimísima hora. Los tipos (algo más que simples disfraces, auténticos iconos de distintas personalidades que reflejan aspectos tan cotidianos como la vida misma), las músicas, las letras, la cabalgata, las callejeras… todo rebosa creatividad, innovación y arte por los cuatro costados.

·      Divertirse trabajando. Esta nueva corriente de well-being, inteligencia emocional, soft skills y ambientes de trabajo amigables pudo inspirarse perfectamente en el mundo chirigotero. Todos tenemos la imagen de esas oficinas de Google con futbolines, máquinas de vending y otros accesorios que intentan ayudar al disfrute de la jornada laboral. Con el propósito de hacer reír del que hablábamos antes, es imposible no divertirse trabajando (ensayando o actuando) en una chirigota.

·          Coordinación perfecta. Tengo que confesar que tirando de apuntes de la formación citada, ésta era la característica que más me costó en un principio identificar. Reflexionando me he dado cuenta que estaba enfocando mal el tema, porque me estaba centrando demasiado en mi persona. Coordinación (vocal, musical o de movimiento) y Antonio Jurado no “riman” en la misma frase. Pero cuando dejé de pensar en mí y lo hice en mi chirigota, dejando a un lado la coordinación estrictamente vocal y musical (el pasodoble de presentación dice literalmente “mi chirigota, mala con dos “cojones” esa es la verdad, pero donde te ríes, la risa explota”) entendí que todos remábamos hacia un mismo objetivo: hacer reír.  Decía un gurú de la dirección deportiva que en cualquier organización la competencia interna es mucho más perjudicial que la externa. Que “compañeros” luchen entre ellos con objetivos distintos es una apuesta casi segura para alejarnos del éxito. En una chirigota, al menos en la que yo he tenido la oportunidad de disfrutar, no existe esta competencia interna. Hay diferencia de opiniones, luchas de poder, jerarquía con distintos niveles en función de la antigüedad, la calidad musical y otros criterios, pero al final todos remamos en la misma dirección.

Hasta aquí el texto original de esta publicación, que tuve que ampliar sobre la marcha debido a las nuevas circunstancias sobrevenidas. Justo a tres semanas de nuestro debut el director de nuestra chirigota nos comunicaba su decisión de finalmente no salir este año. A pesar de la lógica desilusión, que fue tremendamente considerable porque el listón de la ilusión lo había colocado bastante alto, una vez relativizada y asimilada la situación creo que este cambio de planes me enseñó una de las lecciones más importantes de toda la historia. Decíamos antes que uno de los aspectos de la organización de alto rendimiento era la coordinación perfecta, y ello implica entre otras cosas la necesidad de asumir las decisiones del grupo, aunque puedan no gustarnos. Lo mismo en otra organización se hubiese generado un cisma interno repleto de conflictos, pero nuestra chirigota entre otras muchas cosas, es de alto rendimiento y ahí no hay lugar para estas historias. Además, uno de los motivos que provocó la decisión (por cierto también perfectamente comunicada al grupo) fue la necesidad de priorizar. En la misma Peña Carnavalesca de la que formamos parte, las agrupaciones infantiles y juveniles disfrutaban esos días de sus visitas al gran Teatro Falla en Cádiz, y lógicamente los recursos debían destinarse a ellos. Sus tercer y segundo puesto evidencian que la decisión fue más que correcta. No haber podido dedicar el tiempo suficiente a los ensayos hubiese generado que el desempeño no hubiese sido el adecuado, algo que iría totalmente en contra de los principios que definen a estas organizaciones.

Sería injusto terminar esta publicación sin dar las gracias a todos los integrantes de esa chirigota de adultos de Ibarburu que tantos buenos momentos me he hecho pasar desde el pasado mes de Septiembre. Le experiencia no ha podido ser más positiva, y volvería a vivirla con los ojos cerrados. Espero que nuetros caminos vuelvan a cruzarse pronto.

Y como foto para ilustrar la publicación de este mes, no he podido encontrar otra mejor que esta imagen junto a mi hijo Pablo, un verdadero artista del Carnaval (y de otras muchas cosas) con quien he tenido el inmenso honor y fortuna de compartir entre otras muchas cosas horas de ensayo (aunque lo de la actuación se haya quedado pendiente) Un segundo puesto en el concurso de juveniles (que considerando que son una agrupación no gaditana tiene un mérito elogiable) ya forma parte también de su currículum.

Espero que la publicación de este mes haya supuesto un “bastinazo” (en sentido positivo por supuesto) para más de uno y lo hayáis disfrutado. Si he podido arrancar alguna sonrisa mi objetivo se habrá cumplido. Nos “vemos” en Junio, donde alcanzaremos el ecuador de este 2022 que parece haber nacido ayer.


 

 

 

 

 

viernes, 22 de abril de 2022

LA CAPACIDAD DE SORPRESA

  Leía hace poco más de un mes  en una newsletter sobre estoicismo (corriente filosófica sobre la que ya he escrito en alguna ocasión) acerca del segundo aniversario de la pandemia que ha zarandeado el mundo en los últimos tiempos. Era una auténtica reflexión sobre si esta situación nos había hecho mejores o peores personas. Éste es un tema que también se convirtió en tendencia durante gran parte del tiempo. Quizás influenciados por esta filosofía, pensábamos que el virus era sólo una prueba más que confirmaría nuestra posibilidad de avanzar como especie.

      En el escrito al que hacía referencia el autor se hacía un paralelismo entre lo vivido recientemente y la plaga que asoló Roma en el 165 A.C., gobernada entonces por Marco Aurelio. La peste antonina, una epidemia de sarampión o viruela que asoló el Imperio Romano, fue llevada por las tropas que regresaban de la guerra pártica de Lucio Vero en Mesopotamia. Marco Aurelio se lo tomó como una prueba cuyo resultado sólo podría llevarlo a ser mejor o peor persona. La decisión de cultivar virtudes como la voluntad, la justicia, la templanza o la sabiduría, o caer en vicios como el miedo, el egoísmo, la ignorancia y la imprudencia era sólo suya, con independencia de lo que estuviese ocurriendo a su alrededor. El emperador decía que la pandemia podía llevarse tu vida de la misma forma que podía destruir tu carácter. Este análisis de reflexión interior que proponen los estoicos nos debería llevar a concluir si la pandemia nos ha convertido en mejores o peores personas.   

       Dos años después, y aunque no me gusta generalizar, tengo mis serias dudas sobre la evolución de la humanidad. Más correcto sería decir que no tengo dudas, creo que tengo bastante claro en qué sentido hemos ido evolucionando. Basta con echar un vistazo a las últimas noticias para confirmarlo. Uno de los efectos negativos más significativos que he observado en los demás (y en mi propia persona) es la pérdida casi total de la capacidad de sorpresa.

      Llevamos dos años tan castigados por este virus que ha hecho mella no sólo en nuestros sistemas inmunológicos, que da la sensación de que uno de los puntos vitales que nos ha dañado ha sido nuestra capacidad de sorprendernos, y con ello de aprender. Los primeros días asistíamos ojipláticos a las cifras de contagiados y fallecidos que se nos clavaban como espadas. En la última ola, a pesar de que Omicrom elevaba la cifra de contagiados a niveles hasta entonces desconocidos, eran otras emociones distintas al asombro y a la sorpresa las que nos acompañaban, o al menos esa ha sido mi percepción.

      La capacidad de asombro se entiende como la facultad de las personas para sorprenderse ante lo nuevo y aprender de ello. Esta capacidad se vincula también a la adaptación de los individuos ante un entorno cambiante, ya que el asombro deriva de un cambio de las expectativas. Si nos quedamos sin capacidad de asombro capamos de raíz una de nuestras fuentes de aprendizaje, y particularmente soy de los que piensa que morimos el día en que dejamos de aprender. Por otro lado, si el asombro estimula la adaptación antes los cambios del entorno, creo que no hay peor momento que el actual para perder esa capacidad.

       Albert Einstein, una de las mentes más prodigiosas que ha contemplado la historia, dejó una frase bastante inspiradora al respecto: “Uno no puede dejar de asombrarse cuando contempla los misterios de la eternidad, de la vida, de la maravillosa estructura de la realidad. Es suficiente tratar de comprender un poquito de este misterio cada día; nunca perder esa sagrada curiosidad”. También nos decía que “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”.  De la veracidad de esta segunda frase desgraciadamente tenemos pruebas casi a diario que la confirman.

       El asombro, junto con la gratitud y la inspiración, se consideran como emociones trascendentes, porque nos llevan a  ver más allá de nosotros mismos, sintiéndonos parte de algo muy superior, como la naturaleza o la humanidad. Psicológicamente, el asombro o la sorpresa surgen en nuestro cerebro cuando lo que contemplamos, sentimos o vivimos no cabe dentro de nuestras estructuras mentales y necesitamos ampliarlas o cambiarlas. Además de confundirnos inicialmente, el asombro nos llevará posteriormente a un renacimiento con un crecimiento inducido por esa experiencia que ha ampliado nuestro mapa mental. Los beneficiosos “daños colaterales” provocan mejores personas, más altruistas y entregadas al prójimo.

       Emocionalmente hablando, la sorpresa es una emoción bastante singular. Además de tener un enorme potencial, porque enfoca todos nuestros recursos en lo que está por venir y así nos permite afrontarlo mejor, se trata de una emoción efímera y neutra. Efímera porque tan sólo dura unos segundos para desvanecerse y convertirse en otra emoción en función de lo que nos provoca la sorpresa. Neutra porque no es ni positiva, ni negativa, esta polaridad sólo se manifiesta en la emoción que desencadena. Así, que nos sorprenda algo positivo nos llevará a sentir alegría, felicidad, plenitud… y que lo haga algo negativo nos conducirá hasta la tristeza, la ira o el asco.

       El verdadero potencial de la sorpresa se encuentra en su capacidad para parar todos los pensamientos bruscamente y enfocarnos en el estímulo sorprendente como decíamos antes. Dejar la mente en blanco, especialmente cuando está enredada en pensamientos negativos, como lo hace la mayor parte del tiempo. La sorpresa puede generar este reinicio inmediato que tan positivo puede resultar. Desviar la atención hacia el elemento que nos sorprende también nos puede ser de mucha utilidad. Este recurso es usado a veces en educación (me temo que con menos frecuencia de lo deseada) para que los alumnos presten toda su atención hacia aquello que el docente pretende explicar. En el proceso cognitivo la sorpresa trabaja aspectos tan fundamentales como la flexibilidad cognitiva, la anticipación, el razonamiento, la empatía, las emociones o el control emocional y la reflexión. También en un proceso de comunicación puede ser de gran ayuda para captar la atención de nuestra audiencia o nuestro interlocutor.                  

         Una faceta bastante triste de los momentos actuales es que ante situaciones como la invasión de un país "vecino" como Ucrania, las sorprendentes y trágicas noticias parecen haber ido endureciéndonos la piel y me da la sensación que cada vez nos sorprenden menos. En las últimas semanas, hemos visto negociaciones inimaginables entre países tradicionalmente enemigos, ataques a civiles que parecían cosas del pasado o de películas de terror, y tantos y tantos sucesos diariamente que desfilan ante nuestros sentidos, endurecidos tras tanto horror.   

         En el aspecto personal, escribir estas líneas me ha servido para recuperar en parte mi castigada capacidad de sorpresa. Reinterpretar le realidad, contemplándola con mayor detenimiento, me ha permitido disfrutar del asombro con las cosas pequeñas, como una puesta de sol, las nubes en el cielo, el cumple de mi hija Daniela, mis carreras con los Carros de Fuego…  Son cosas rutinarias que aparentemente damos por hechas pero que, volviendo al pensamiento estoico (con lo que cerramos el círculo) nunca sabemos cuándo puede ser la última vez…

       Y por último, para ilustrar la publicación con una imagen, he encontrado esta imagen de este precioso bebé sorprendido por lo que acontece ante sus ojazos. Nada como volver a ser un niño para recuperar esa capacidad de sorpresa.

       Intentaré sorprenderos en próximas publicaciones, para no ir más lejos en la del mes de Mayo. Gracias por vuestro tiempo como siempre y nos “vemos” pronto.