Este mes le voy a tomar prestadas
estas tres palabras a Eduardo Rangel, Presidente de la Fundación Donando Vidas
y una de las personas con las que un día tuve la fortuna de cruzarme y me
inspiró para intentar ser cada día un poco mejor persona.
Edu hizo alusión a estas tres palabras
el pasado 16 de Marzo, justo un día después de la proclamación del primer
estado de alarma, cuando el coronavirus amenazaba con romper en mil pedazos lo
que hasta entonces parecían nuestras organizadas vidas.
Consciente de lo que se nos venía
encima, a efectos tanto de gravedad como de duración, difundió el vídeo cuyo
enlace se encuentra al final de la publicación como respuesta a la solicitud de
un medio de comunicación. Escribo esta publicación a punto de entrar en lo que
hemos denominado fase de desescalada, en la que creo que la humanidad, la
responsabilidad y la solidaridad van a ser incluso más necesarias que en la
fase de confinamiento total que estamos a punto de dejar atrás (espero que no
tengamos que volver a ella…)
Igual que en alpinismo se dice
que no podemos llegar a la cima sin fuerzas para bajar, creo que este consejo
es perfectamente aplicable a la situación actual. La aventura no concluye hasta
que no lleguemos al campamento base, y mientras estemos en fase de descenso (desescalada)
hay posibilidad (y probabilidad) de accidentes. Ahora veremos si durante el
anterior ascenso (confinamiento) hemos reservado las fuerzas suficientes.
Pero retomemos la atención sobre
el trío de palabras que da título a esta publicación. Cuando estos días nos
encontramos con algunas muestras de falta de responsabilidad, de solidaridad e
incluso de humanidad no puedo dejar de pensar en uno de los muchos cuentos que
aprendí leyendo a Bucay: “por una jarra de vino.”
De forma muy resumida, cuenta la
historia de un rey bueno de un reino llamado Uvilandia. Allí vivían quince mil
familias que se dedicaban todas a la fabricación de vino. Buscando el bienestar
de sus súbditos, decidió abolir los impuestos a cambio de que una vez al año
cada familia contribuyese con una jarra de vino a crear un caldo mezcla de las
mejores cosechas. Este vino se vendería a un país extranjero y se obtendría
dinero suficiente para contribuir a los gastos del Gobierno. Todos los
habitantes del reino aplaudieron su decisión y se prepararon para el gran día
de la fiesta nacional, en el que todas las familias verterían su jarra en el
depósito de quince mil litros preparado en palacio para tal menester. Una vez
mezclado, el rey llevaría a cabo un brindis con el que empezarían las fiestas.
Por fin llegó el día tan
esperado. Una peregrinación de familias desfiló por el palacio, y finalmente el
depósito se llenó en su totalidad. Una vez removido, llenaron una jarra y se la
ofrecieron al rey, que después de un breve discurso agradeciendo y felicitando
a sus súbditos se llevó la jarra a sus labios. Una cara mezcla de sorpresa e
indignación evidenciaba que algo no iba bien. Tras realizar las oportunas
comprobaciones, se dieron cuenta que el depósito contenía…¡quince mil litros de
agua! ¿Qué podía haber pasado? Para entenderlo, bastaba con tomar el ejemplo de
uno de los súbditos. Esa misma mañana, cuando se preparaba con su familia para
bajar al pueblo, una idea le pasó por la cabeza... ¿Y si yo pusiera agua en
lugar de vino, quién podría notar la diferencia...? Una sola jarra de agua en quince
mil litros de vino... nadie notaría la diferencia... ¡Nadie!...Y nadie lo
hubiera notado, salvo por un pequeño detalle, que …¡todos pensaron lo mismo!
Algo muy parecido nos está
ocurriendo ya: ¿Qué va a pasar si en lugar de reunirnos diez personas nos
reunimos quince? ¿Qué más da si en esa reunión no mantenemos la distancia de
seguridad? ¿Y si nos abrazamos entre
nosotros con lo que nos queremos? ¿O si salimos a hacer deporte en
grupos de amigos? Posiblemente no pase nada, o puede que ocurra una desgracia,
si al final todos pensamos lo mismo, que es lo más probable.
Ahora más que nunca es el momento
de aplicar responsabilidad, solidaridad y humanidad.
Responsabilidad, porque sólo podemos responder de nuestros actos y
no de los demás, pero si todos pensamos lo mismo seguramente nos irá mejor; solidaridad, porque ya sabemos que
nosotros somos fuertes y no nos va a ocurrir nada, pero tenemos que pensar en
los demás, que posiblemente sean más débiles que nosotros y puedan sufrir las
consecuencias de nuestros actos y humanidad,
porque si no aprendemos de ésta definitivamente nuestra raza está condenada a
la extinción. Ahora más que nunca tenemos que pensar en todos esos sanitarios, en esos integrantes de la fuerza de seguridad del estado, en limpiadores, dependientes de supermercados, profesores y tanta y tanta gente que está luchando por sacar esto adelante.
A continuación os dejo el enlace
a Facebook de la publicación de Eduardo a la que hacía referencia al principio
de la publicación y que me ha inspirado la publicación de este mes.
Muchas gracias por vuestro tiempo
como siempre.
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