martes, 20 de julio de 2021

"Tempus fugit - Carpe Diem"

                 Julio ha sido y será siempre un mes muy especial para mí. El mes en el que celebro mi aniversario de nacimiento y en el que habitualmente disfruto de mis días de vacaciones tiene sus días marcados de forma singular en mi calendario particular. Digo aniversario de nacimiento porque la palabra cumpleaños siempre me ha sonado un poco a condena, y creo que nuestro paso por esta vida debería ser motivo de fiesta y no de castigo. Con el paso de los años esta celebración va adquiriendo un significado cada vez más especial, al aceptar que por pura lógica vital deberían ser más los celebrados que los que quedan por celebrar.

                Una de las rutinas que suelo llevar a cabo el día que apago las velas sobre la tarta es dedicar unos minutos a reflexionar sobre el tiempo vivido, sobre todo para sentirme agradecido por todo lo que he tenido oportunidad de vivirr. Otra de las costumbres que llevo varios años repitiendo es meterme en el mar antes de amanecer, para poder observar la salida del sol desde la línea del horizonte y comprobar cómo su luz va iluminando el océano hasta llegar a alcanzarme. Es como una ceremonia de renovación de la energía donde cargo las baterías para los trescientos sesenta y cinco días (o sesenta y seis, dependiendo del año) que tardaré en dar otra vuelta completa a su alrededor. Volviendo a la rutina de reflexión más filosófica, algunas ideas que este año han venido a mi mente han venido disfrazadas de palabros latinos “tempus fugit” y “carpe diem”, concretamente.

                “Tempus fugit” es una locución latina atribuida al poeta Virgilio que formaba parte de un verso mayor que decía algo así como “Sed fugit interea, fugit irreparable tempus”. Viene a significar algo así como “pero huye entre tanto, huye irreparablemente el tiempo” (obtenido de Wikipedia, por supuesto). Que el tiempo vuela, en definitiva. Quizás esta percepción cada vez más acelerada de la velocidad de las manecillas del reloj sea consecuencia de que cada vez me queda más claro que la arena que queda en la parte de arriba del reloj de mi vida y que no para de caer es ya menor que la que yace descansando en la parte inferior. Hace unos días he tenido la fortuna de vivir una experiencia inolvidable en este sentido. Diecisiete años después, he vuelto a pisar la plaza del Obradoiro para llegar a la Catedral de Santiago tras haber completado otra vez el Camino. Entonces lo hice justo después del nacimiento de mi hijo Pablo. Ahora he podido disfrutarlo junto a él en un viaje que recordaré durante el resto de mis días. Volver a escuchar el sonido de las gaitas, respirar ese inconfundible ambiente entre abrazos, lágrimas y sonrisas de los peregrinos que alcanzan su meta (y que se dan cuenta de que el verdadero camino es la auténtica meta) y contemplar la majestuosa silueta de la catedral recortada sobre el cielo (sobre un cielo cubierto de nubes, exactamente igual que hace diecisiete años) me ha provocado un “déjà vu” y me ha hecho darme cuenta de lo  rápido que han pasado estos últimos años, concretamente un tercio de lo que llevo vivido. Tener hijos creo que modifica la percepción de nuestro tiempo porque nos permite volver a experimentar en su vida tantos momentos vividos en la nuestra. Aunque lo del Camino daría para otra publicación, no puedo pasar página sin dejar de decir que es una experiencia altamente recomendable, con independencia de las creencias religiosas que podamos albergar. Basta venir para descubrir su magia, para enamorarte de él y para considerarte peregrino para el resto de tus días. Si además tienes la fortuna de realizarlo junto a alguien a quien quieres profundamente, como es el caso de tu hijo, la experiencia sobrepasa todo lo imaginable.

                El “tempus fugit” nos lleva a la segunda pareja de vocablos latinos, el famoso “carpe diem”. Si el tiempo vuela lo más lógico parece exprimirlo hasta el último segundo, viviendo el momento presente (algo muy en línea con el movimiento del mindfulness del que ya hemos hablado en otras ocasiones). La frase se atribuye también a un poeta latino, esta vez a Horacio, quien en su primer libro de las Odas, decía a su amiga Leucone: “Carpe diem, quam minimim credula postero”, que viene a ser algo como “Aprovecha el día de hoy, confía lo menos posible en el mañana”. Traducción y bibliografía patrocinadas por Wikipedia y que encuentran su versión española en nuestro sabio refranero con el “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. Este vivir el momento es consecuencia de lo efímero de nuestra existencia. Si nos pasamos la vida pensando en lo que ya ocurrió y preocupados por lo que nos tiene que ocurrir se nos escapará la posibilidad de vivir el presente. En la reciente experiencia del Camino,  he asistido a la magistral lección de “Carpe diem” de mi hijo Pablo, que a pesar de atravesar no pocas dificultades que podrían haber dado al traste con nuestra aventura, se enfocó en disfrutar de cada segundo como si no hubiese un mañana, y doy fe de que lo consiguió.

                Decía el gran Pablo Ráez que lo triste de esta vida no era morir, sino no ser capaz de vivirla mientras estemos por aquí. El famoso  cuento de Bucay de “El buscador” va en la misma línea. El verdadero tiempo disfrutado es el único tiempo vivido. Hay que disfrutar de cada momento como si fuese el último (nunca sabemos si realmente lo será) y hacer que cada segundo cuente.

                Este mes no me quiero extender mucho más. Ya sabéis que el tiempo vuela y se escapa entre los dedos (tempus fugit) y os animo a disfrutar de cada momento como si fuese el último (carpe diem).

                Gracias por vuestro tiempo, que tras esta reflexión me parece más valioso que nunca y disfrutad a tope del verano.  Hasta el mes que viene.