jueves, 15 de septiembre de 2022

DELEGANDO, QUE ES GERUNDIO...


                Llegó el mes de Septiembre, el de la vuelta al cole, al trabajo a la odiada y a la vez amada rutina. En una especie de Año Nuevo, volvemos con las pilas cargadas para encarar esos cuatro últimos meses que nos quedan antes de finalizar el año. Septiembre es para muchos el mes de los buenos propósitos (de hecho es, junto con el mes de Enero  el mes récord de matriculaciones en la mayoría de los gimnasios, aunque no el de mayor asistencia), el de comenzar el curso escolar que finalizará de nuevo a las puertas de esas añoradas vacaciones que la mayoría ya hemos dejado atrás, el de esas colecciones “incoleccionables” que empiezan con una entrega a precio casi simbólico para posteriormente convertirse en un gasto poco menos que inasumible.

                En mi caso particular Septiembre de 2022 será un mes muy especial. La vuelta al cole (más bien la entrada en la Universidad) supone para mi hijo Pablo el inicio del camino de su independencia. Aunque estará cerca y nos visitará con bastante frecuencia (espero) seguro que su marcha será un importante cambio en nuestras vidas. Y pensando en este adiós he estado reflexionando sobre una frase de Johann Wolfgang von Goethe (según Wikipedia un escritor alemán perteneciente al romanticismo, que leí una vez y que me encantó: «Solo hay dos legados duraderos que podemos esperar dar a nuestros hijos. Uno de ellos es raíces, el otro, alas». Esta frase, tan bonita de escuchar (al menos a mí me lo parece) creo que resume a la perfección la difícil tarea de ser padre. Las raíces le proporcionarán estabilidad, conexión con la tierra, tan necesaria para saber quiénes son y de dónde vienen. Acerca de las raíces también creo que he mencionado en alguna ocasión el relato del bambú japonés, que sirve como metáfora perfectamente aplicable a la satisfactoria pero a la vez difícil tarea de educar a nuestros hijos. A continuación os la dejo:

"Hay algo muy interesante que sucede con el bambú japonés y que nos enseña una importante lección. Cuando un cultivador planta una semilla de este árbol, el bambú no crece inmediatamente por más que se riegue y se abone regularmente.

De hecho, el bambú japonés no sale a la superficie durante los primeros siete años. Un cultivador inexperto pensaría que la semilla es infértil, pero sorprendentemente, luego de transcurridos estos siete años, el bambú crece más de treinta metros en solamente seis semanas.

¿Cuánto podríamos decir que tardó realmente en crecer el bambú? ¿Seis semanas? ¿O siete años y seis semanas? Sería más correcto decir que tardó siete años y seis semanas. ¿Por qué?

Porque durante los primeros siete años el bambú se dedica a desarrollar y fortalecer las raíces, las cuales van a ser las que luego de estos siete años pueda crecer tanto en solamente seis semanas. Además, si en algún punto en esos primeros siete años dejamos de regarlo o cuidarlo, el bambú muere".

                ¿Cuántas veces durante la vida de nuestros descendientes nos desesperamos porque todas nuestras lecciones (nuestros riegos, abonos y cuidados) parecen caer en saco roto? Sin embargo, llega un día, en que casi sin advertir cómo el suelo se está resquebrajando, esa semilla explota y la planta crece mucho más allá de lo que nosotros hemos sido capaz de crecer.

                Y hablando de crecer aún más que nosotros vuelvo a la frase de Goethe. Porque no sólo debemos dejar raíces en herencia, también alas. Y la función de las alas es permitirles volar más alto de lo que jamás lo hicimos nosotros. En mi caso en particular, no sé cómo han sido las raíces que haya podido dejar, pero tengo claro que sus alas son mucho mejores que las mías. Recién cumplida su mayoría de edad, Pablo ya ha llegado mucho más lejos que su padre en muchísimos aspectos, y estoy seguro que lo mejor le está por llegar…

                A estas alturas de la publicación, muchos os preguntaréis que tiene que ver el título de este mes (“Delegando que es gerundio…”) con los hijos, con el bambú y con Goethe. En mi caso, creo que bastante. Dejar volar a los hijos cuando llega su momento es lo más parecido a delegar, incluso teniendo en cuenta que se trata de vivir la importante tarea que estamos delegando.

                Esta vez, en lugar de acudir a la RAE como hago habitualmente, voy a tomar la definición del Oxford Language, que me gusta más: “Dar [una persona o un organismo] un poder, una función o una responsabilidad a alguien para que los ejerza en su lugar o para obrar en representación suya.” Reconozco que me llamaron poderosamente la atención las palabras poder y responsabilidad juntas en la misma frase. No pude evitar acordarme del principio de Peter Parker, en el que Spiderman  confirma que “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Principio, que por cierto, proviene del siglo I a.C. como parte integrante de la leyenda de la Espada de Damocles. Dejando a un lado consideraciones históricas, éste quizás sea uno de los principios esenciales de la delegación. Estamos dando poder a la otra persona para que actúe de nuestra parte, pero también le estamos cediendo la responsabilidad y la autonomía para llevar a cabo la tarea delegada. Esa cesión de responsabilidad puede considerarse incluso como temporal, porque si la delegación no sale bien, la responsabilidad volverá como un boomerang hacía nosotros para responder por ello.

                La delegación tiene dos implicaciones principales:

-          La posibilidad que los delegantes puedan optimizar su rendimiento, dedicándose a tareas de mayor nivel al liberar su tiempo con las tareas delegadas.

-          La confianza que transmitimos a nuestros delegados al ceder nuestras funciones para que actúen en nuestro lugar.

Rendimiento y confianza son dos pilares básicos de la  vida, no solo profesional, sino también de la personal, de ahí la importancia del tema.

Como puede deducirse de la introducción, la publicación está más enfocada en la vida personal que en la profesional. En mi caso particular, la independencia (relativa, porque seguirá estando relativamente cerca) de mi hijo supone el culmen a este proceso de delegación. Delegación de vida, porque al fin y al cabo, le estoy dando el poder, la función y la responsabilidad de vivir por su cuenta. De volar, de usar esas alas que son de las pocas cosas que se llevará como herencia. Confío ciegamente en que lo hará muchísimo mejor de lo que lo ha hecho su padre, mejorando así la especie. Como dice un amigo mío, no pretendo dejar un mejor mundo a mis hijos, pero si intentaré dejar mejor hijos a este mundo.

Delegar en cierta medida duele, y creo que mucho más en lo personal que en lo profesional, pero también gratifica. En mi caso particular, la balanza se inclina hacia el lado positivo, y la gratitud y la satisfacción por verlo volar es mucho mayor que el dolor que siento al no tenerlo a mi lado.

Acompaño la publicación con una imagen cargada de significado para mí. Por primera vez en su vida, Pablo no pasaba las vacaciones con nosotros. Se iba de voluntario a unas colonias para atender a niños en circunstancias especiales y ya comenzaba a volar para hacernos el cuerpo a lo que vendría después. Junto a su equipaje, su inseparable guitarra, con la que llenará de música y alegría a todos los que tengan la fortuna de acercarse a él.

Muchísimas gracias a todos por vuestro tiempo en la lectura, espero que lo disfrutéis, y que lo compartáis si hace falta, pero sin llegar a delegarlo.

Nos vemos en Octubre, encarando ya este último trimestre del 2022 que empieza a languidecer.