jueves, 21 de septiembre de 2023

MINDFULNESS DE ANDAR POR CASA, ENTERRADO EN EL BARRO...

             ¡Hola, hola! Reflexión filosófica del mes de septiembre sobre la necesidad de vivir el presente, sin preocuparnos lo más mínimo por el pasado que se fue, ni por el futuro que aún no ha llegado. En cuanto al futuro, lo único que podemos hacer para incidir en él tenemos que hacerlo hoy: aquí y ahora.

Dentro de mi constante aprendizaje de lecciones por métodos poco tradicionales, decidí apuntarme a una prueba extrema denominada “Fan-Pin”. Organizada por el Tercio de la Armada (TEAR), se lleva a cabo en los terrenos de La Clica y el entorno de la isla del Pino (San Fernando, Cádiz) y se basa en el adiestramiento que los infantes de marina de la Brigada del Tercio de la Armada usan para mejorar su resistencia y capacidad. Su mayor particularidad reside en el terreno fangoso que hay que sortear a lo largo del recorrido para solventar con éxito la carrera: ocho kilómetros a realizar en un tiempo máximo de tres horas, de los que más de dos -sobre todo el tramo final- discurren por fango, siendo fango un término quizás excesivamente suave y poco descriptivo.

A continuación un detalle del circuito de la prueba:

Recorrido desde la salida hasta el primer cruce del Caño 18: 3.300 metros de asfalto y tierra: La vida es bella, como la película.

Primer cruce del Caño 18: 150 metros de agua y fango: Comienzan las dificultades. Si he sufrido esto en 150 metros, ¿cómo voy a resistirlo multiplicado por doce?

Isla del Pino: 400 metros de tierra y fango: Un paseo por las nubes (con la cabeza en las nubes, pensando en abandonar).

Segundo cruce del Caño 18: 150 metros de agua y fango: La veteranía es un grado. Si ya sé que es esto, no sé qué hago repitiendo…

Zona de obstáculos: 700 metros: Algo que en circunstancias normales podría ser hasta divertido… 

Recorrido en La Clica: 1.000 metros de tierra. “The walking dead”, o como caminar un kilómetro estilo “zombie”.

Zona de fango: 1.800 metros de fango: Sin comentarios. La inspiración de esta publicación.

Salida de Fango y meta: 400 metros de tierra: Sinceramente, ni lo recuerdo…

Para no alargar en exceso la introducción, comenzaré ya a enumerar la lista de lecciones aprendidas, que espero no olvidar después del precio que he tenido que pagar.

La información es poder. Nunca debemos subestimar nada sólo teniendo una ligera apreciación, sin informarnos en detalle. Aunque la experiencia de cada uno es única e irrepetible, y normalmente la gente te pinta la vida de un color muy distinto al que realmente tiene, toda la información que podamos obtener sobre algo nunca está de más. En mi caso, se podría resumir en que lees un cartel de inscripción de una carrera de 8 kilómetros y piensas que no será muy complicado. Y esos 8 kilómetros pueden hacerse infinitamente más largos que los 454 de un Ultraman. 

Nunca des nada por supuesto, muy en la línea del punto anterior. Que tu cuñado, tu amigo o tu primo hayan finalizado la carrera en un tiempo determinado no te otorga el infinito poder de estimar tu tiempo usando una sencilla regla de tres. Todos somos singularmente distintos, especialmente en lo que a nuestro cerebro se refiere, que es el músculo más determinante en este tipo de pruebas. Y además de nuestras mentes y nuestros cuerpos (que alguna influencia tienen) hay un sinfín de circunstancias de la propia prueba, como la meteorología, el estado del terreno, las personas que lo hayan pisado por delante de ti, … que la hacen absolutamente incomparable. Quizás aquí radique una de las bellezas de la prueba.

La vida es caprichosa. Tres días antes de la prueba mi amigo Miguel López me invitaba a dar una charla de motivación a un equipo de fútbol de chavales de catorce años. No tuve otro mejor tema del que hablar que hacerlo sobre la importancia de no rendirse nunca en la consecución de nuestros sueños. Tres días después, enterrado en fango, sólo en dos horas había pensado en retirarme más veces que en los últimos diez años haciendo deporte. Cada vez que me decía a mí mismo que lo iba a dejar, me acordaba de mucha gente que no se rinde nunca:  mi capitán Cristian y el resto de capitanes de Carros de Fuego, mi “hermanamiga” Maru, mis niños de la Fundación Olivares y ese grupo de cadetes a quienes tuve la osadía de hablar sobre la vida. Lo de los cien pasos que les comentaba me quedaba excesivamente lejos. Cien milímetros como mucho era lo máximo que podía arrastrarme en esa maldita (por la dureza) y a la vez bendita (por las lecciones) ciénaga.

En la vida sólo tienes verdadero control sobre lo que está pasando en este justo momento, como mucho a un metro de ti. En el fango ocurre exactamente lo mismo. Incluso de forma más acentuada. Mi amigo Edu León me dio al principio de la carrera un par de consejos muy útiles. Miento, fueron tres. Al primero prácticamente no le presté atención, aunque coincidía con el mismo que me había dado mi amiga Elena, a quien tengo que agradecer mi inscripción a la prueba y todo lo aprendido. Era tan fácil como no escuchar lo que puedan decirte los demás. Los famosos “ya te lo dije yo” o “yo lo sabía ya” nos acompañan durante todos los días de nuestra vida. No podemos evitarlos. Pero sí podemos decidir que salgan por el oído opuesto a por el que entran sin dejar el más mínimo rastro en nuestro interior. Los otros dos consejos eran más técnicos. El primero, que me concentrase sólo en lo que estaba a un metro de mi alcance. No más. Y lo curioso es que las veces que lo hacía era capaz de avanzar sin parar. Veía un cangrejo a un metro y lo alcanzaba sin mucho problema. Fijaba la vista en un matojo de hierba a otro metro y mi mano llegaba allí como por arte de magia. Pero no era capaz de mantener por mucho tiempo estas instrucciones tan sencillas. Levantaba la cabeza para darme cuenta de que el enorme globo amarillo situado junto a la meta ni siquiera se distinguía en el horizonte y me hundía no sólo en el barro, también en la más absoluta de las miserias… El segundo consejo era que avanzase de la forma que fuese, sin pararme. Arrastrándome, de rodillas, de espaldas… Me recordó a la frase de Martin Luther King: “Si no puedes volar, corre, si no puedes correr, camina, si no puedes caminar, gatea. Sin importar lo que hagas, sigue avanzando hacia adelante.” Tan sencillo y a la vez tan difícil como esto. Ojalá gatear hubiese sido la última opción…

El penúltimo punto de resumen también parte de una frase: “Nunca sabes lo fuerte que eres hasta que ser fuerte es tu única opción.” El circuito de fango está tan genialmente diseñado que abandonar es casi más duro que seguir adelante. Las pocas banderas rojas con la señal de “Exit” se encontraban a tal distancia que desaconsejaban rendirse y dejar la carrera. Porque rendirse en esta prueba significa algo muy parecido a lo que nos ocurre en la vida. Si nos rendimos no nos queda otra que permanecer enterrado en el fango a la espera de que todo termine y alguien pueda venir a rescatarte. 

Y acabamos con el título de la publicación. Mindfulness, conciencia plena, que es a lo que me refería. Y mi reflexión de esta publicación apunta en esta dirección. Cuando estamos centrados y conscientes del momento que estamos viviendo todo fluye y parece suceder por arte de magia. Cuando centraba mi atención en el cangrejo un par de metros por delante de mí, algo interior empujaba mis músculos y los hacía trabajar de forma coordinada para salvar las dificultades en forma de barro. Pero cuando se me iba la cabeza, cuando pensaba en el tiempo que me quedaba por llegar, en los dolores que azotaban cada centímetro cuadrado de mi piel, en el sol que me achicharraba, en los pulmones que me ardían… me desconectaba y entraba en bucle, a la espera de que la inspiración me devolviese a mi estado de conciencia. Esta reflexión final me recuerda a una de las cosas que comentaba a los chavales el otro día. Saber está muy bien, pero saber sin hacer es como no saber. Si sabemos lo que tenemos que hacer, pero no lo hacemos es incluso más doloroso que si no lo supiésemos. Doy fe de ello. 

  Para los que podáis tener curiosidad. He investigado y el término Fan-Pin hace referencia a los nombres “fango” y “Pino”. El segundo como indicábamos al principio alude a la isla donde tiene lugar la prueba. El primero no creo que necesite más explicación.  

Y una anécdota más antes de despedirme. Tras finalizar el antiguo C.O.U., ante la incertidumbre que alumbraba mi vida, estuve a punto de hacerme militar. Os puedo asegurar que Infante de Marina no hubiese sido. 

Y como dicen que una imagen vale más que mil palabras, aquí os dejo una imagen del estado en el que crucé la línea de meta (por cierto, a treinta segundos del tiempo de corte…) Por primera vez en mucho tiempo mi cara no reflejaba una sonrisa de felicidad. Mérito de mi amigo Edu León que fue capaz de inmortalizar la única sonrisa forzada que dibujaron mis labios desde que pisé el barro.

Gracias a todo por vuestro tiempo, a la organización de la carrera por haberme facilitado lecciones tan valiosas condensadas en un máster de sólo tres horas y a todos los que me animasteis a participar en esta prueba. Nos vemos el mes que viene.