Este mes
convierto en publicación una de las lecciones más importantes de mi vida, que
he usado incontables veces en mi faceta profesional, personal y a lo largo de
innumerables pruebas deportivas. La leí ya hace mucho tiempo, y me pareció algo
de una potencia brutal…
Gracias a mi
buen amigo Miguel López he tenido la oportunidad de compartirla en su club La
Moneda CF con un equipo de chavales en plena explosión hormonal adolescente, y
en contra de lo que pensaba a priori, la escucharon hasta el final.
Para poneros
en antecedentes quiero antes explicar en qué consiste un Ironman, la prueba
deportiva en la que se desarrolla este cuento imaginario. Doy por hecho que todos
mis conocidos lo tienen claro, pero invertiré un par de párrafos para los
neófitos.
Un 18 de febrero de 1978 se ponía en marcha el
primer Ironman en Hawaii, para zanjar una discusión sobre quienes eran más
fuertes entre los nadadores, los ciclistas y los corredores. Un comandante de
la Marina Estadounidense, John Collins, decidió junto a un grupo de amigos que
lo mejor era hacer un combinado entre tres pruebas que ya existían en Hawaii:
la Roughwater Swim (3,8 kms. de natación), la Around Oahu (180 kms. de
ciclismo) y la Maratón de Honolulu (42 kms. de carrera a pie). Así surgió una
competición en la que participaron 15 atletas. Se unían las tres pruebas
anteriores una detrás de otra.
El primer
ganador –es decir el primer “Ironman”- fue Gordon Haller, que completó la
prueba en 11:48:56. El último ganador fue Patrick Lange, quien logró su tercer
título en la edición de 2024, completando la prueba en un tiempo récord de
7:35:53. Una prueba de lo que ha
evolucionado el deporte y la humanidad (sólo en algunas cosas) en poco menos de
medio siglo. En este mes conoceremos al ganador de la edición de 2025.
Escribo sobre
esta prueba porque ya hace 4 años de mi último Ironman, y las señales no dejan
de mostrarme que debo volver… Desde 2013 he participado en 9 Ironman: 3 de la
franquicia americana, 4 de marcas “blancas” y 2 piratas (sí, por locura que
pueda parecer llevar a cabo una prueba de estas características sin una
organización “oficial”, pero ya sabéis que sin locura no hay felicidad). Así
que estoy especialmente ilusionado con la décima…
Experiencias
personales aparte, volvamos al tema de la publicación de este mes. Érase una
vez un participante cualquiera de un Ironman cualquiera. Esta prueba es tan
grande entre otras cosas porque no comienza el día que te colocas en la línea
de salida, sino muchos meses antes. Concretamente el día que decides
participar. A partir de ahí se abre un entretenido camino en forma de puzle
para poder encajar el entrenamiento con el resto de piezas de tu vida, como
trabajo, familia, amigos, descanso… un auténtico desafío.
Llegó el día
de la carrera, en el que tenía a todos los suyos pendientes de su
participación. Embutido en el neopreno, y escuchando los latidos de su corazón
por encima de la multitud que jaleaba a los participantes, sonó la sirena que
daba oficialmente comienzo a la prueba. Se lanzó al agua, y entre golpes,
pérdidas de rumbo y otros avatares propios de la prueba, consiguió completar
los tres mil ochocientos metros nadando. Fueron muchas brazadas, incontables
respiraciones las que le llevaron a la zona de transición para iniciar el
sector de la bicicleta. Cambió el gorro de silicona por el casco, se quitó el
neopreno y se puso las zapas de la bici para recorrer los ciento ochenta
kilómetros de este sector. Su mente comenzó a jugarle malas pasadas, con
innumerables cálculos sobre la posibilidad de llegar fuera del tiempo de corte
y no poder continuar en la prueba. Entre nutrición, bebida y pensamientos
recurrentes que temían una avería mecánica, un pinchazo o un accidente que lo
dejase fuera de carrera completó los ciento ochenta kilómetros de este sector. Con
bastante cansancio acumulado llegó de nuevo a los boxes para dar comienzo a la
T2 y cambiar la ropa de ciclista por la de corredor. Al principio avanzaba
torpemente, con unos músculos entumecidos acostumbrados a mover la bicicleta en
una postura lo más aerodinámica posible.
A
pesar de que las quince horas de límite para finalizar la prueba quedaban aún
lejos y le conferían muchas posibilidades para terminar, la falta de azúcar en
el cerebro comenzaba a surtir efecto. La más temida e inevitable pregunta que a
todos nos asalta en repetidas ocasiones en estas pruebas comenzó a dibujarse en
su mente: “¿Qué … hago yo aquí?” Cruzarse con corredores que ya enfilaban la
línea de meta mientras a él aún le quedaban tres vueltas al recorrido le
provocaba un daño psicológico importante.
La pregunta no
encontraba respuesta, y en su lugar los pensamientos del “ya no puedo más”
jugaban su papel. Como en esas películas de dibujos animados que los que ya
tenemos cierta edad veíamos en nuestra infancia, una figura con forma de
angelito que revoloteaba en uno de sus hombros lo animaba a seguir, mientras
que la otra con forma de demonio que aparecía en el hombro opuesto hacía lo
imposible por llevarlo a abandonar. Nuestro protagonista ya había dejado de
correr, y con las manos sobre sus rodillas se doblaba por la cintura con un
gesto inequívoco de rendición. Como la lucha entre las dos fuerzas opuestas no
llegaba a ningún sitio, el ángel, un auténtico experto en negociación (era un
asistente habitual de las formaciones de mi amigo Alejandro Hernández) le hizo
una propuesta irrechazable:
·
De acuerdo, nos rendimos. Esto no tiene ningún
sentido. Pero antes de hacerlo te voy a pedir un último favor. Quiero que des
cien pasos. Sólo cien pasos y lo dejamos.
El demonio
aceptó sin rechistar. Parecía una propuesta asumible que al final lo llevaría a
alcanzar su objetivo, el de arrojar la toalla antes de terminar. Nuestro triatleta
se estiró y comenzó a caminar mientras contaba los pasos. Uno, dos, tres…
noventa y ocho, noventa y nueve y ¡cien! Algo pasó en su interior que hizo que
tras esta corta caminata se sintiese muchísimo mejor que antes de comenzarla. Así
que decidió dar otros cien pasos sin escuchar al demonio que en su hombro
reclamaba insistentemente que abandonase. A esos cien siguieron otros cien, y a
esos otros cien… De pronto se vio trotando, y antes de que se diese cuenta
había vuelto a correr sin necesidad de seguir contando pasos.
Los kilómetros
fueron quedando atrás hasta que en el último giro un voluntario le marcó que
era el camino de dirigirse hacia la línea de meta. Con lágrimas en los ojos
recorrió esos últimos metros. Tuvo que limpiárselos para acertar a leer su
nombre en el arco de meta, y escuchar el deseado “You are an Ironman” que da
sentido a todo el trabajo desarrollado durante tantos meses antes.
En casi todas mis
participaciones he acabado contando pasos. Por muy bien entrenado que vaya, por
mucho que se hayan alineado los astros el día de la prueba para que todo salga
perfecto, siempre hay un momento en que tu mente encuentra esa peligrosa
pregunta y te obliga a responderla. Para mí esta prueba es una auténtica metáfora
de la vida. No importa cómo lo hagas (nadando, pedaleando o corriendo), pero no
te queda otra que seguir avanzando para llegar al final.
Hace un par de
días, Natalie Grabow, con ochenta años, finalizó en Kona (Hawaii), el campeonato
mundial de Ironman con un tiempo de 16:45:26, recuperándose de una caída pocos
metros antes de cruzar la línea de meta. Un auténtico ejemplo para todos, de
alguien que seguro que a lo largo de su vida tuvo que dar cien pasos para
seguir avanzando en incontables ocasiones.
La semana
pasada precisamente escuché un consejo en relación con este tema que me pareció
espectacular, y que he querido dejar como broche final. Venía de un Oficial de
la Marina Mercante, por lo que estoy seguro de que sabía de lo que hablaba: “Nunca
te bajes del barco, como mucho, que te bajen…”
Como imagen
para la publicación de este mes, una toma de mi último (hasta ahora, espero)
Ironman en As Pontes durante el tramo de la carrera a pie, en el momento en el
que mi lucha interior terminaba con cien pasos más…
Espero que os
guste y gracias por vuestro tiempo. Nos vemos en noviembre.
p.s. Este mes, de regalo, un libro que escribí hace años sobre este sueño de ir a Kona, por si a alguien le puede interesar: https://www.bubok.es/libros/240651/t3
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