lunes, 13 de octubre de 2025

100 PASOS

Este mes convierto en publicación una de las lecciones más importantes de mi vida, que he usado incontables veces en mi faceta profesional, personal y a lo largo de innumerables pruebas deportivas. La leí ya hace mucho tiempo, y me pareció algo de una potencia brutal…

Gracias a mi buen amigo Miguel López he tenido la oportunidad de compartirla en su club La Moneda CF con un equipo de chavales en plena explosión hormonal adolescente, y en contra de lo que pensaba a priori, la escucharon hasta el final.

Para poneros en antecedentes quiero antes explicar en qué consiste un Ironman, la prueba deportiva en la que se desarrolla este cuento imaginario. Doy por hecho que todos mis conocidos lo tienen claro, pero invertiré un par de párrafos para los neófitos.

 Un 18 de febrero de 1978 se ponía en marcha el primer Ironman en Hawaii, para zanjar una discusión sobre quienes eran más fuertes entre los nadadores, los ciclistas y los corredores. Un comandante de la Marina Estadounidense, John Collins, decidió junto a un grupo de amigos que lo mejor era hacer un combinado entre tres pruebas que ya existían en Hawaii: la Roughwater Swim (3,8 kms. de natación), la Around Oahu (180 kms. de ciclismo) y la Maratón de Honolulu (42 kms. de carrera a pie). Así surgió una competición en la que participaron 15 atletas. Se unían las tres pruebas anteriores una detrás de otra.

El primer ganador –es decir el primer “Ironman”- fue Gordon Haller, que completó la prueba en 11:48:56. El último ganador fue Patrick Lange, quien logró su tercer título en la edición de 2024, completando la prueba en un tiempo récord de 7:35:53.  Una prueba de lo que ha evolucionado el deporte y la humanidad (sólo en algunas cosas) en poco menos de medio siglo. En este mes conoceremos al ganador de la edición de 2025.

Escribo sobre esta prueba porque ya hace 4 años de mi último Ironman, y las señales no dejan de mostrarme que debo volver… Desde 2013 he participado en 9 Ironman: 3 de la franquicia americana, 4 de marcas “blancas” y 2 piratas (sí, por locura que pueda parecer llevar a cabo una prueba de estas características sin una organización “oficial”, pero ya sabéis que sin locura no hay felicidad). Así que estoy especialmente ilusionado con la décima…

Experiencias personales aparte, volvamos al tema de la publicación de este mes. Érase una vez un participante cualquiera de un Ironman cualquiera. Esta prueba es tan grande entre otras cosas porque no comienza el día que te colocas en la línea de salida, sino muchos meses antes. Concretamente el día que decides participar. A partir de ahí se abre un entretenido camino en forma de puzle para poder encajar el entrenamiento con el resto de piezas de tu vida, como trabajo, familia, amigos, descanso… un auténtico desafío.

Llegó el día de la carrera, en el que tenía a todos los suyos pendientes de su participación. Embutido en el neopreno, y escuchando los latidos de su corazón por encima de la multitud que jaleaba a los participantes, sonó la sirena que daba oficialmente comienzo a la prueba. Se lanzó al agua, y entre golpes, pérdidas de rumbo y otros avatares propios de la prueba, consiguió completar los tres mil ochocientos metros nadando. Fueron muchas brazadas, incontables respiraciones las que le llevaron a la zona de transición para iniciar el sector de la bicicleta. Cambió el gorro de silicona por el casco, se quitó el neopreno y se puso las zapas de la bici para recorrer los ciento ochenta kilómetros de este sector. Su mente comenzó a jugarle malas pasadas, con innumerables cálculos sobre la posibilidad de llegar fuera del tiempo de corte y no poder continuar en la prueba. Entre nutrición, bebida y pensamientos recurrentes que temían una avería mecánica, un pinchazo o un accidente que lo dejase fuera de carrera completó los ciento ochenta kilómetros de este sector. Con bastante cansancio acumulado llegó de nuevo a los boxes para dar comienzo a la T2 y cambiar la ropa de ciclista por la de corredor. Al principio avanzaba torpemente, con unos músculos entumecidos acostumbrados a mover la bicicleta en una postura lo más aerodinámica posible.

               A pesar de que las quince horas de límite para finalizar la prueba quedaban aún lejos y le conferían muchas posibilidades para terminar, la falta de azúcar en el cerebro comenzaba a surtir efecto. La más temida e inevitable pregunta que a todos nos asalta en repetidas ocasiones en estas pruebas comenzó a dibujarse en su mente: “¿Qué … hago yo aquí?” Cruzarse con corredores que ya enfilaban la línea de meta mientras a él aún le quedaban tres vueltas al recorrido le provocaba un daño psicológico importante.

La pregunta no encontraba respuesta, y en su lugar los pensamientos del “ya no puedo más” jugaban su papel. Como en esas películas de dibujos animados que los que ya tenemos cierta edad veíamos en nuestra infancia, una figura con forma de angelito que revoloteaba en uno de sus hombros lo animaba a seguir, mientras que la otra con forma de demonio que aparecía en el hombro opuesto hacía lo imposible por llevarlo a abandonar. Nuestro protagonista ya había dejado de correr, y con las manos sobre sus rodillas se doblaba por la cintura con un gesto inequívoco de rendición. Como la lucha entre las dos fuerzas opuestas no llegaba a ningún sitio, el ángel, un auténtico experto en negociación (era un asistente habitual de las formaciones de mi amigo Alejandro Hernández) le hizo una propuesta irrechazable:

·        De acuerdo, nos rendimos. Esto no tiene ningún sentido. Pero antes de hacerlo te voy a pedir un último favor. Quiero que des cien pasos. Sólo cien pasos y lo dejamos.

El demonio aceptó sin rechistar. Parecía una propuesta asumible que al final lo llevaría a alcanzar su objetivo, el de arrojar la toalla antes de terminar. Nuestro triatleta se estiró y comenzó a caminar mientras contaba los pasos. Uno, dos, tres… noventa y ocho, noventa y nueve y ¡cien! Algo pasó en su interior que hizo que tras esta corta caminata se sintiese muchísimo mejor que antes de comenzarla. Así que decidió dar otros cien pasos sin escuchar al demonio que en su hombro reclamaba insistentemente que abandonase. A esos cien siguieron otros cien, y a esos otros cien… De pronto se vio trotando, y antes de que se diese cuenta había vuelto a correr sin necesidad de seguir contando pasos.

Los kilómetros fueron quedando atrás hasta que en el último giro un voluntario le marcó que era el camino de dirigirse hacia la línea de meta. Con lágrimas en los ojos recorrió esos últimos metros. Tuvo que limpiárselos para acertar a leer su nombre en el arco de meta, y escuchar el deseado “You are an Ironman” que da sentido a todo el trabajo desarrollado durante tantos meses antes.

En casi todas mis participaciones he acabado contando pasos. Por muy bien entrenado que vaya, por mucho que se hayan alineado los astros el día de la prueba para que todo salga perfecto, siempre hay un momento en que tu mente encuentra esa peligrosa pregunta y te obliga a responderla. Para mí esta prueba es una auténtica metáfora de la vida. No importa cómo lo hagas (nadando, pedaleando o corriendo), pero no te queda otra que seguir avanzando para llegar al final.

Hace un par de días, Natalie Grabow, con ochenta años, finalizó en Kona (Hawaii), el campeonato mundial de Ironman con un tiempo de 16:45:26, recuperándose de una caída pocos metros antes de cruzar la línea de meta. Un auténtico ejemplo para todos, de alguien que seguro que a lo largo de su vida tuvo que dar cien pasos para seguir avanzando en incontables ocasiones.

La semana pasada precisamente escuché un consejo en relación con este tema que me pareció espectacular, y que he querido dejar como broche final. Venía de un Oficial de la Marina Mercante, por lo que estoy seguro de que sabía de lo que hablaba: “Nunca te bajes del barco, como mucho, que te bajen…”

Como imagen para la publicación de este mes, una toma de mi último (hasta ahora, espero) Ironman en As Pontes durante el tramo de la carrera a pie, en el momento en el que mi lucha interior terminaba con cien pasos más…

Espero que os guste y gracias por vuestro tiempo. Nos vemos en noviembre.

p.s. Este mes, de regalo, un libro que escribí hace años sobre este sueño de ir a Kona, por si a alguien le puede interesar: https://www.bubok.es/libros/240651/t3 



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